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Después de la oración de la noche

Señor, creo que al almirante lo asesinaron por el dinero que le pagó Antonio después de la partida de la taba o por el ámbar gris y, en cualquier caso, probablemente Shahid Jalal es el asesino.

Mientras hablaba, el general realizó una mueca de dolor y se inclinó para frotarse la rodilla. Sentía como si alguien le estuviera clavando agujas incandescentes en el interior. Hasdai suspiró. Sabía que el general era reacio a que le tratara la herida.

El chasquido rítmico de las cuentas de ámbar de Hasdai llenó el silencio. Los dos hombres estaban solos en la sala de trabajo de la que Hasdai disponía en el Alcázar.

Ghalib soltó un gruñido y se levantó. Cogió dos puñados de piñas de un cesto y las lanzó a la chimenea. Se sentó en un taburete enfrente del visir y estiró la pierna para que el fuego calentara su rodilla.

—Estoy de acuerdo en que podría tratarse de un robo —reflexionó Hasdai—, pero no estoy tan seguro de que Shahid Jalal sea el asesino, y también tengo dudas acerca del papel que juega el ámbar gris en todo esto.

—¿Por qué? —preguntó Ghalib doblando la pierna.

Hasdai reflexionó unos instantes y, al final, dejó el tasbih sobre su escritorio, al lado del esbozo de la proclama del califa. Abrió un cajón, sacó dos tazas bajas y redondas, y cogió un odre que colgaba de un clavo junto a la alacena. Levantó en alto una de las tazas en dirección al general y este asintió con la cabeza.

—Estoy dispuesto a aceptar que el ámbar gris juega un papel en todo este asunto —concedió Hasdai mientras vertía vino en las tazas—, pero no estoy seguro de cómo se relaciona todo esto con el almirante.

—Quizás el almirante planeaba comprar el ámbar gris que encontramos en la alhóndiga —sugirió el general mientras tomaba la taza de manos del visir—. Al fin y al cabo, vos encontrasteis dos frascos como esos en sus aposentos y Jalal figuraba en la lista de nombres de su escritorio. No resulta muy arriesgado deducir que tenía la intención de comprar ámbar gris.

Mientras recapacitaba, Hasdai bebió un sorbo de vino.

—Si deducimos que el almirante planeaba comprar ámbar gris y sacarlo de Córdoba de contrabando, entonces debemos concluir que disponía de una considerable cantidad de dinero.

Ghalib asintió.

—Exacto, señor, y quien lo mató bien pudo robarle ese dinero.

—¿Estáis sugiriendo que Jalal acordó venderle el ámbar gris al almirante para después matarlo u ordenar que le mataran y quedarse con el dinero?

Ghalib asintió con la cabeza.

—Es una posibilidad, señor —contestó.

—Entonces, ¿por qué habría de llevarse el dinero y dejar el ámbar gris en la alhóndiga? Ya habéis visto lo que contiene su almacén. ¡Vale una fortuna!

El general frunció el ceño y vació su taza de un trago.

—Antes de que vayamos demasiado lejos en nuestras deducciones —declaró Hasdai—, debemos analizarlo todo detenidamente. Resulta evidente que el asesinato está de algún modo relacionado con el ámbar gris. De no estarlo, sería demasiada coincidencia. Veamos… si quisierais sacar ámbar gris de contrabando de una ciudad bien vigilada, ¿cómo lo haríais? ¿Qué necesitaríais para conseguirlo?

Hasdai le tendió el odre al general y este volvió a llenar su taza.

—Para empezar, necesitaría ayuda. Si planeara trasladar el ámbar gris no podría hacerlo yo solo.

Hasdai asintió.

—De acuerdo. ¿Qué más?

—Necesitaría distraer la atención de mis movimientos. También tendría que dividir el cargamento en pequeñas cantidades. Lo que encontramos en la alhóndiga es demasiado voluminoso para transportarlo de una sola vez.

Hasdai bebió un sorbo de vino mientras reflexionaba.

—¿Cuándo fue descubierto el cadáver? Fue anteayer por la noche, ¿no?

—Sí, señor —contestó Ghalib.

—Esa fue la noche que se celebraba la Ascensión de Mahoma. Pensad en ello, general, aquel habría constituido un momento excelente para trasladar el ámbar gris. Las puertas de la ciudad estaban abiertas, había multitud de gente en las calles y el ruido habría permitido que alguien, posiblemente más de una persona, lo transportara. Las probabilidades de que algún soldado los detuviera y registrara la mercancía habrían sido mínimas.

—De todos modos, estarían asumiendo un gran riesgo, señor —comentó Ghalib.

—Eso no lo niego, general, pero el riesgo sería mucho menor que si lo trasladaran en cualquier otro momento. Supongamos, por un instante, que ese fuera el plan y que fuera así como pretendían sacarlo de la ciudad. Si su intención fuera revenderlo, ¿qué harían a continuación?

—Eso dependería de a quién quisieran vendérselo, señor. Si fuera a alguien de la misma Al Ándalus, podrían haber acordado que esa o esas personas vinieran a recogerlo.

Hasdai fijó la mirada en el fondo de su taza y reflexionó durante unos instantes.

—¿Y si quisieran enviarlo más allá de nuestras fronteras?

Ghalib abrió mucho los ojos.

—¿Estáis pensando en la flota califal?

Hasdai sacudió la cabeza.

—No estaba pensando en nada, general, simplemente os preguntaba qué haríais vos si quisierais trasladarlo fuera del califato.

—Bueno, señor, si el almirante estaba implicado en la trama, habría dispuesto de un medio excelente para transportar el ámbar gris directamente a la flota. La cantidad de suministros que estamos enviando a Almería para respaldar la guerra es enorme. En estos momentos, no se puede disponer de muchas cosas aquí en Córdoba. Todo va directamente a Almería y a la flota. El almirante podría haber ocultado fácilmente el ámbar gris en los envíos que salen a diario de los almacenes.

Hasdai asintió.

—Muy bien, general. Tenéis razón. Pero hay algo que no tiene sentido.

—¿De qué se trata, señor?

Hasdai le tendió su taza y Ghalib la rellenó con el contenido del odre.

—El almirante estaba al mando de la flota del califa y podría haber utilizado su puesto para transportar el ámbar gris al extranjero. Contaba con la cobertura perfecta para sacarlo de Córdoba y podría haber utilizado la red de suministros de la guerra para transportarlo a Almería sin levantar sospechas. Se trata de un plan brillante.

—¿Entonces qué es lo que no tiene sentido? —preguntó Ghalib.

Hasdai bebió un sorbo de vino.

—Lo que no tiene sentido, general, es que la noche que constituía la mejor oportunidad de sacar el ámbar gris de Córdoba, el almirante y su escolta fueran asesinados. Alguien pensó que el plan no era tan brillante.

El soldado que estaba en el corredor se puso firmes.

—Debe de tratarse de Bandar —indicó Hasdai—. No le expliquéis nada de lo que hemos hablado hasta que dispongamos de más datos.

—¿No deberíamos contárselo, señor? ¿No creéis que tiene derecho a saber lo que el almirante planeaba hacer?

Hasdai guardó las tazas en el cajón y colgó el odre.

—En realidad, no sabemos con certeza lo que el almirante pretendía hacer, ¿no? Y mientras no disponga de pruebas no creo que sea adecuado por mi parte acusar a un respetado almirante de la flota del califa de realizar contrabando de ámbar gris. En particular a uno que acaba de ser brutalmente asesinado.

—Sí, tenéis razón.

Alguien llamó a la puerta.

—¡Entrad! —exclamó el visir.

—Señor, el almirante de la flota está aquí, como habíais ordenado —anunció el secretario del chambelán conduciendo a Bandar al interior de la sala.

—Buenas noches, almirante —saludó Hasdai—. Dejadnos —ordenó al secretario—. Sentaos, por favor —indicó a Bandar señalando un taburete—. ¿Cómo están vuestros hombres?

—Trastornados —contestó Bandar acariciando su espesa barba—. Todos lo estamos. Resulta difícil de asimilar.

—Lo comprendo —declaró Hasdai—. ¿Estaréis preparados a tiempo?

Bandar asintió con la cabeza.

—Efectivamente, estaremos preparados. Según tengo entendido, el califa no llegará hasta pasado mañana. Esto nos proporciona tiempo suficiente para practicar con el astrolabio y estudiar las cartas náuticas con Yanus y su hija. ¿Habéis recibido noticias de la flotilla de avanzada? —preguntó mientras se rascaba el brazo vendado.

—No, todavía no —contestó Hasdai—. ¿Queréis que os aplique un poco más de tomillo y camomila en la herida?

Bandar se dio cuenta de que el general sonreía y negó con la cabeza.

—No, gracias, estoy bien. ¿Qué hay del asesino del almirante?

—Tenemos dos sospechosos principales, un mercader de telas que está retenido en la alhóndiga y un comerciante del zoco que está preso en las celdas del Alcázar.

—¿Han confesado los asesinatos?

Hasdai negó con la cabeza.

—Otra cosa. Necesitáis conocer el programa preparado para cuando el califa llegue a Córdoba. Por la noche se celebrará una recepción aquí, en el Alcázar, en la que vos y los vicealmirantes seréis los invitados de honor. La tarde del día siguiente, después de la oración Asr, el califa se dirigirá al pueblo y os ordenará que os pongáis en marcha.

Bandar asintió con la cabeza.

—Muy bien, señor —contestó—. Constituirá un gran honor para mí y mis hombres conocer al califa. ¿Alguna otra cosa?

Hasdai sacudió la cabeza.

—Esta noche, no. Si me necesitáis para algo, los secretarios del chambelán sabrán dónde encontrarme. Si no, nos encontraremos en la recepción de pasado mañana por la noche.

Bandar realizó sendas reverencias al visir y al general, y salió de la habitación.

Ghalib flexionó la rodilla.

—¿Qué deseáis hacer ahora? —preguntó al visir.

—Después de la oración del alba de mañana quiero que vayáis al campamento y habléis con el comisario de guerra. Averiguad si resultaría difícil introducir alguna cosa de contrabando en la red de suministros. Y conseguid una lista de todas las personas que trabajan allí. Después, comprobad la defensa del comerciante del zoco con el secretario de los baños de Al Mursi.

Ghalib asintió.

—Muy bien, señor. Así se hará.

—Bien. Yo iré a la casa de baños de Yusuf y averiguaré todo lo que pueda acerca del juego de la taba. Después hablaré con Alí, nuestro hombre de Bagdad, por si sabe de alguien que esperara recibir una gran cantidad de ámbar gris. Ya debe de haberse recuperado del viaje. Si ocurre algo sospechoso en la línea de suministros, encargaremos a Alí que lo investigue. Informad al comisario de guerra de que Alí trabajará para él. ¡Ah, otra cosa! Supongo que ordenaréis al coronel Zaffar que regrese a Medina Azahara para que comande la escolta del califa hasta Córdoba.

—Sí, señor, eso haré —contestó Ghalib—. ¿Creéis que disponemos de tiempo suficiente, señor?

—¿Os referís a si lograremos encontrar al asesino del almirante a tiempo para que el príncipe y el califa puedan presenciar su ejecución flanqueado por perros delante del pueblo? No lo sé, general, pero creo que la ejecución se llevará a cabo en cualquier caso y que o bien el mercader que está retenido en la alhóndiga o el que está en la prisión del Alcázar estará invitado. Probablemente, los dos.