Después de la oración de la noche
Yanus se frotó los ojos con el dorso de las manos y se enderezó cuando oyó que la llave de la robusta puerta de roble que permitía el acceso al patio de su casa giraba en la cerradura. Estaba sentado junto a la chimenea, en el majlis, y desde allí veía la puerta a través de una ventana. Oyó que su hija daba las gracias al guardia del Alcázar que la había escoltado hasta la casa y la vio atravesar el umbral.
Miriam se estremeció, se tapó bien con el manto, pasó con ligereza junto a la palmera datilera que había en el centro del patio y entró en el salón.
—¡Uf, qué frío hace! —exclamó, y se dirigió directamente a la chimenea.
—No te esperaba tan pronto —comentó Yanus reprimiendo un bostezo.
Observó a su hija mientras ella se sentaba sobre un montón de almohadones y se calentaba junto al fuego. Las lámparas de aceite de las paredes despedían un suave resplandor y resaltaban los rojos intensos de las alfombras y los almohadones de la sala.
—El visir tenía que atender asuntos de estado —explicó Miriam quitándose el manto y sacudiendo su larga cabellera cobriza—. Aquí se está calentito y a gusto.
—¿Qué tiene que hacer Hasdai tan tarde? —preguntó Yanus—. Debe de tratarse de algo importante.
—Creo que algo relacionado con el pobre almirante —contestó Miriam—. ¡Es tan triste! ¿Quién puede haber hecho algo tan espantoso?
Yanus sacudió la cabeza.
—No lo sé. Bandar ha estado hablando con los marinos toda la tarde. Para ellos debe de haber constituido un duro golpe perder a su comandante de esta forma. Espero que puedan terminar su formación antes de la llegada del califa. —Cogió una fuente de una mesilla baja y se la tendió a su hija—. Toma, ¿quieres un barad de Simón?
—Gracias —contestó Miriam—. ¿Tú ya has comido? ¿Cómo está Simón?
Se quitó las botas forradas de piel y acercó los pies al fuego.
—Está muy bien. Lo he invitado a cenar el domingo con su esposa. Me ha preguntado por ti.
—Es muy amable por su parte. —Miriam mordió uno de los bollos y se reclinó en los almohadones—. Es curioso, pero creo que la muerte del almirante acelerará la formación de sus hombres —comentó—. Sé que tenían que terminar antes de la llegada del califa a Córdoba y la verdad es que el almirante no era muy hábil con el astrolabio. Creo que sin él acabarán sin muchos problemas.
—Él no cumplía tus elevadas expectativas, ¿no es cierto? —preguntó Yanus con una sonrisa burlona—. Eres igual que tu madre.
Miriam se ruborizó.
—¡Solo estaba bromeando! —exclamó él riéndose—. De todos modos, tus elevadas expectativas te servirán bien cuando te nombren astrónoma de la corte.
—¡Vamos! —exclamó Miriam—. Ya sabes que eso no sucederá nunca.
—No sé por qué no. Yo no tengo intención de seguir en el cargo para siempre y creo que tú eres una candidata perfecta.
Miriam estaba a punto de contestar, pero su padre continuó:
—Examinemos la situación —prosiguió él—. Estás enseñando a la encantadora Lubna, quien pronto empezará a trabajar como escribiente en las dependencias de trabajo del príncipe heredero. Y no te habrían pedido que le enseñaras si no te valoraran mucho, ¿no te parece?
Miriam se encogió de hombros.
—No es lo mismo ser una mujer valorada que tener un puesto en la corte.
—También eres amiga de confianza del visir y te han encargado la formación de los oficiales navales.
—Es cierto, pero nunca conseguiré ese puesto —replicó Miriam—. En cualquier caso, lo único que quiero es seguir con mis observaciones. Prefiero continuar en el puesto de ayudante del astrónomo de la corte. No quiero dedicar mi tiempo a elaborar horóscopos, sino a desarrollar la ciencia de verdad.
Yanus le apretó el brazo.
—Tu madre se sentiría muy orgullosa al ver en lo que te has convertido. Ahora bebamos algo.
Yanus se levantó y cogió el odre que colgaba de un clavo en un rincón de la habitación.
—Es una lástima que tuvieras que interrumpir el encuentro con el visir —comentó bostezando—. ¿Habéis acordado veros en otro momento?
Miriam negó con la cabeza.
—No. Está muy ocupado. Quizá todo resulte más fácil cuando los oficiales hayan terminado la formación y hayan partido hacia Almería.
Yanus sirvió dos vasos de vino. Se sentaron uno al lado del otro y contemplaron el fuego.
—Por curiosidad —dijo Yanus mientras dejaba su vaso en la mesa—, ¿hasta qué punto tenía problemas con la formación el almirante?
—¿A qué te refieres?
—A lo que comentabas antes —repuso Yanus—. Yo no he pasado mucho tiempo con los oficiales individualmente. ¿Realmente era menos hábil que los demás?
Miriam tomó un sorbo de vino y apoyó la cabeza en las rodillas de su padre. Él le acarició el cabello con dulzura.
—No lo sé —contestó ella—. Parecía entender las matemáticas y aprendió a montar y utilizar el astrolabio. Es solo que se lo veía…, no sé, distraído. Siempre parecía estar enfrentado a los demás. En cierta ocasión, oí que gritaba a uno de los oficiales cuando yo no estaba en la habitación. Creo que se trataba de Siraj.
—A mí ese Siraj no me gusta —comentó Yanus.
—A mí tampoco, pero es un marino excelente. Quizás el almirante Suhail solo estaba confuso. Quizá no comprendía mis explicaciones. —Miriam suspiró—. Realmente, no lo sé. Durante las clases les preguntaba a todos varias veces si tenían alguna pregunta, pero él nunca me formuló ninguna. No creo que…
Miriam se interrumpió al oír el suave ronquido de su padre. Sonrió, le cubrió las piernas con una manta, besó suavemente el fino cabello cano de su coronilla y contempló las ascuas mientras terminaba su vino.