Después de la oración del crepúsculo
Yanus se protegió debajo del toldo que cubría la entrada de la tetería Al Bisharah y sacudió la lluvia de la capa de seda engrasada.
Simón, el propietario de la tetería, ya lo había visto y avanzaba entre las mesas mientras secaba sus enormes manos con un trapo que luego colgó de su fornido hombro.
—¡Yanus, amigo mío! Shalam alaikum! Entrad. Me alegro de veros.
Simón, que era mucho más alto que Yanus, tomó las manos del astrónomo entre las suyas y las sacudió vigorosamente.
—En realidad, con un tiempo como este, me alegro de ver a quien sea. ¿Cómo estáis? Entrad y haré que os sirvan un té de jengibre para que entréis en calor. Sentaos aquí, junto a la puerta de la cocina; es el lugar más calentito. —Acercó un taburete para Yanus y gritó al sirviente—: ¡Salah, trae té de jengibre con miel y algunos beraid para mi invitado! ¡Y deprisa!
—Alaikum shalam! —saludó Yanus mientras se sentaba—. Estoy bien, gracias, Simón, pero estaré mejor cuando haya entrado en calor y comido algunos de vuestros beraid. Por lo que veo, la lluvia mantiene alejados a la mayoría de vuestros clientes.
Yanus dio una ojeada a la tetería, que estaba vacía salvo por dos hombres que, sentados a una mesa del fondo, se estaban jugando a la taba cuál de los dos pagaría la siguiente ronda de té.
—Así es, hoy he hecho poco negocio. Después de la celebración de la Ascensión de Mahoma, la gente prefiere quedarse en casa. Los únicos clientes habituales que tengo últimamente son los marinos, sus guardias y nuestro amigo del rincón.
Simón señaló, con un gesto de la cabeza, al hombre del albornoz negro.
—¿Otra vez está aquí? —comentó Yanus.
Simón asintió con la cabeza.
—Nunca he visto a nadie tardar tanto en beber un vaso de té. Pero olvidémonos de él. ¿Cómo estáis vos? ¿Qué hace Miriam?
Yanus esperó hasta que el muchacho que le sirvió el té y los beraid regresó a la cocina.
—Miriam está bien. En este momento, está con el visir.
—¡Ah, por eso habéis venido! —exclamó Simón.
—Bueno, sí, pero también porque debía encontrarme aquí con Mohammed al Garnati —contestó Yanus.
—¿El fabricante de instrumentos de medición? Hoy no lo he visto por aquí. Últimamente, no ha estado muy bien de salud. Quizás el tiempo le ha impedido salir de casa.
—Eso debe de ser —comentó Yanus, y sonrió ampliamente a su amigo—. Siendo así, tendré que conversar solo con vos. ¿Podéis traerme un poco de canela para el té?
—¿Canela? —repitió Simón—. ¡Ojalá pudiera! No tengo ni una pizca de canela. Desde que el califa ha prohibido el transporte de productos alimenticios de un lugar a otro, resulta muy difícil conseguir especias. Tenéis suerte de que me quede algo de jengibre. Me alegraré cuando todo vuelva a la normalidad; tanto si estalla la guerra como si no. La incertidumbre es lo peor.
—¿Así que la prohibición del califa ha empezado a tener repercusiones? ¿Me preguntaba cuándo lo haría? —comentó Yanus.
—Bueno, no se puede prohibir el movimiento entre ciudades de todos los productos alimenticios y esperar que no ocurra nada. Siempre podemos contar con los proveedores locales, claro, pero algunos de los productos empiezan a escasear. De todos modos, supongo que la medida es lógica. Si la campaña va a ser realmente larga, probablemente no sea una buena idea que se esté comerciando con comida por toda Al Ándalus por valor de cientos de miles de dinares. Pero no se trata solo de la comida, otros productos básicos también se ven afectados. Por aquí pasan muchos comerciantes del zoco y he oído que los armeros están comprando todo el metal que encuentran. Y lo mismo ocurre con la madera: los agentes del ejército compran toda la que pueden. Incluso el comercio de los perfumes se ve afectado.
—¿El comercio de los perfumes? —preguntó Yanus—. ¿Cómo?
—Según cuentan, el movimiento de bienes de lujo entre una y otra ciudad también es un delito grave. Cualquier producto que involucre grandes sumas de dinero. Por ejemplo, no se puede comerciar con el ámbar gris por lo valioso que es.
—Es cierto, estamos viviendo tiempos extraños —comentó Yanus.
—Vos debéis de saber qué ocurre en realidad dada vuestra relación con el visir.
Yanus sonrió y contestó:
—Simón, sabéis muy bien que, aunque lo supiera, no os lo diría. Conozco a Hasdai ben Shaprut desde mucho antes de que fuera nombrado visir. Hace casi tanto tiempo que es amigo mío como vos, y supongo que vos confiáis en que no cuento nuestras conversaciones a nadie, ¿no?
—No, desde luego —confirmó Simón—. Pediré más beraid. Y esta vez os acompañaré. Y, aparte de pasar tiempo con el visir, ¿qué ha estado haciendo Miriam últimamente?
—Tiene una nueva alumna, una joven que es absolutamente brillante. Miriam dedica mucho tiempo a enseñarla.
—¿Cómo se llama?
—Lubna bint Marwan.
—¿Es la hija de Marwan, el mercader de pieles? ¿La que tiene unos dieciocho años de edad?
—En efecto, es ella. Se trata de una joven muy inteligente. Miriam le está enseñando matemáticas y astronomía. Ya domina la gramática árabe y es una escribiente muy competente. Y también escribe poesía.
—¡Vaya, seguro que oiremos hablar mucho de ella en el futuro! —exclamó Simón—. ¿Pero estáis seguro de que se trata de la hija de Marwan? Cada vez que viene él parece olvidarse de cuántos vasos de té tiene que pagarme. ¡Y siempre se olvida de uno!
Yanus se echó a reír.
—¡Entonces su padre tampoco es tonto! Quizás ella lo ha heredado de él. Y desde luego que oiréis hablar mucho de ella en el futuro, porque el príncipe Hakam quiere que trabaje como escriba en su sala de trabajo privada en cuanto haya terminado sus estudios con Miriam.
—Humm… —masculló Simón—, no estoy seguro de que se trate de una buena idea.
—No hay elección, ya sabéis —repuso Yanus—. Pero Lubna estará bien. Miriam hablará con el visir para asegurarse de que esté a salvo cuando vaya a trabajar para el príncipe.
—Bueno, si la mitad de los rumores son ciertos, al menos no tendrá que preocuparse de que él quiera acostarse con ella.
—Creo que cuanto menos hablemos de eso, mejor —replicó Yanus.
—Sí, quizá tengáis razón —declaró Simón—. Por cierto, he oído decir que han ocurrido otras cosas últimamente. En el zoco circulan rumores acerca de unos asesinatos. Supongo que el general Ghalib y el visir se ocupan de ellos, ¿no?
—Y el príncipe también —dijo Yanus—. Tiene un interés personal en la investigación. Pero no me preguntéis nada más sobre esta cuestión. Estoy convencido de que conseguiréis toda la información que necesitáis de vuestros informadores del mercado.
—La mayor parte de lo que llega a mis oídos es especulación y charlatanería. Aquí en la tetería oigo todo tipo de sinsentidos y he aprendido a ignorarlos en su mayoría.
—Hacéis bien —corroboró Yanus—. Bueno, creo que ya me voy a casa. La lluvia parece haber amainado un poco. ¿Cuánto os debo?
—¡Bah, nada! —repuso Simón—. Invitadme a comer algún día que cocine Miriam.
Yanus se echó a reír.
—Bueno, en ese caso, me llevaré a casa un par de beraid y vos podéis venir a cenar el próximo domingo, en cuanto cerréis la tetería. ¡Y en esa ocasión llevad con vos a vuestra esposa para que controle el jerez que consumís!
—¡Vaya, realmente sabéis cómo estropear una buena velada! —exclamó Simón riéndose con su amigo. Entonces gritó al sirviente—: ¡Salah, envuelve seis beraid para este cliente y acompáñalo a la puerta! —Simón se puso de pie—. Bueno, tengo que ir a ver cómo está el horno. Ma as salaam, Yanus. Os veré el domingo.
—Sí, adiós, Simón. Y gracias por los beraid.