Antes de la oración de la tarde
—¡Porque ayer por la mañana temprano, el cadáver del almirante de la flota fue descubierto entre un montón de basura en la alhóndiga! —gritó Hasdai—. Alguien lo asesinó, probablemente con un hacha o algo parecido. Y alguien, quizá la misma persona, también asesinó al escolta del almirante. Sabemos que al escolta lo asesinaron en los baños donde jugasteis a la taba y también sabemos que quien lo mató lo hizo con esta daga. Y resulta que la daga os pertenece, así que os sugiero que intentéis recordar dónde estabais hace dos noches y cuándo fue la última vez que la daga obró en vuestro poder.
El arrebato del visir hizo que Nasim bin Faraj palideciera. El mercader de perfumes apartó la mirada del rostro del visir y la fijó en la daga que estaba en el escritorio, al lado de dos frascos de ámbar gris. Tragó saliva con esfuerzo, asintió con la cabeza y se agarró a los lados del taburete con tanta fuerza que le temblaron los brazos.
—Yo… Yo estuve en mi tienda en el zoco hasta la oración del crepúsculo —balbuceó—. Después me dirigí a la casa de baños de Al Mursi, el almotacén, la que está cerca de la puerta de Al Jadid.
—¿Alguien puede confirmar que estuvisteis allí? —preguntó el general Ghalib.
Nasim reflexionó durante unos instantes.
—Creo que Al Mursi estaba allí, y que el secretario estaba en la sala de trabajo. Sí, el secretario me vio. Había algunos hombres jugando al ajedrez. Después de tomar los baños me fui a casa y, por la mañana, volví a la tienda.
—Hablaremos con el secretario de Al Mursi —declaró Hasdai—. Ahora contadme de nuevo lo de la taba.
Nasim se limpió la boca con el dorso de la mano.
—Casi todas las semanas, voy a la casa de baños de Yusuf, donde tomo los baños y juego al ajedrez o la taba. Hace tres noches, me encontré allí con Antonio, el mercader de telas.
—¿Habíais quedado en encontraros en los baños?
—No, nos encontramos por casualidad. Él estaba tomando un té y empezamos a hablar. Yusuf, el propietario de los baños, nos presentó. Al cabo de un rato, lo invité a que se uniera a nosotros a jugar a la taba. Entonces…
Nasim se interrumpió al ver que el visir levantaba una mano para hacerlo callar.
—Repetid eso —exigió Hasdai.
Nasim lo miró perplejo.
—¿Qué parte? Empezamos a hablar y lo invité a que jugara con nosotros a la taba.
—¿Estáis diciendo que la partida de la taba con el almirante ya estaba concertada? —preguntó Hasdai.
Nasim asintió con la cabeza.
—Sí.
Hasdai lanzó una ojeada al general Ghalib, quien arqueó sus pobladas cejas.
—¿Y quién la concertó? —inquirió Hasdai.
—El almirante. Durante los días previos al de la partida se presentó en mi tienda en varias ocasiones y la última me invitó a encontrarme con él en los baños.
—¿Cuando iba a vuestra tienda os compraba algo? —preguntó Hasdai.
—Compró un perfume y me dijo que era para su mujer.
El general Ghalib abrió la boca para hablar, pero el visir lo hizo callar levantando una mano.
—¿Os contó algo más? —preguntó Hasdai.
—La verdad es que no —contestó Nasim.
—Me resulta difícil creerlo —replicó Hasdai.
Nasim volvió a secarse la boca con la mano.
—¿Qué queréis decir?
—Un hombre al que solo habéis visto un par de veces en vuestra tienda os invita a jugar a la taba. ¿Estáis absolutamente seguro de que no hablasteis de nada más?
Nasim negó con la cabeza.
—No, no hablamos de nada.
—¿Y esperáis que me crea que, sencillamente, os invitó a jugar a la taba con él? ¿Así, sin más?
Nasim miró primero al general Ghalib y después al visir.
—Sí, porque eso es, exactamente, lo que ocurrió —declaró agarrándose de nuevo con fuerza a los lados del taburete.
El visir lo observó con fijeza.
—Muy bien —soltó finalmente—. Ya hemos acabado… Por ahora.
Cuando Nasim se disponía a levantarse, el visir añadió:
—Debéis permanecer en el Alcázar hasta nueva orden.
Ghalib percibió pánico en la mirada de Nasim.
—No comprendo… —masculló el mercader.
El visir se inclinó hacia delante y juntó las manos.
—Entonces permitidme ilustraros. El almirante de la flota califal y su escolta han sido asesinados. Una daga que os pertenece fue encontrada en el escenario de uno de los asesinatos. Si comparto esta información con el príncipe heredero, me sorprendería que alguien, aparte del verdugo, volviera a veros con vida.
Nasim se echó hacia atrás, fijó la mirada en el suelo y llenó sus pulmones con el frío aire de la sala intentando tranquilizarse.
—A decir verdad —declaró con voz áspera a causa del miedo—, yo no maté a aquel hombre.
—¿A qué hombre? —preguntó Hasdai.
—Al escolta.
—¿Y qué me decís del almirante?
Nasim sacudió la cabeza.
—Yo tampoco lo maté.
Hasdai contempló los frascos de cristal que había encima del escritorio.
—Pero sí que le vendisteis el ámbar gris, ¿no es cierto?
Nasim inhaló hondo varias veces.
—No —contestó con voz quebrada—, no le vendí nada salvo el perfume para su mujer.
—Es evidente que esconde algo, señor —declaró Ghalib cuando el guardia se llevó a Nasim.
—Ya he llegado a esa conclusión por mí mismo, general —soltó Hasdai.
Leyó el borrador de la proclama del califa, se frotó las sienes y exhaló un profundo suspiro. Tendría que encontrar tiempo para revisar el documento. Se masajeó la barba y cogió el tasbih.
—Por lo que vuestros hombres os han contado acerca de la tienda, estos frascos podrían ser de Nasim, ¿no es cierto? —preguntó mientras señalaba los recipientes de cristal y hacía chasquear las cuentas.
El general asintió.
—En cuanto al ámbar gris del interior, no estoy seguro —continuó Hasdai—. Como mercader de perfumes, Nasim tiene acceso directo a él por medio de sus proveedores, pero se enfrentaría al problema de que el califa ha prohibido su comercio e incluso su transporte, lo que significa que le resultaría muy complicado venderlo.
—¿Para qué creéis que lo quería el almirante? —preguntó Ghalib.
—Yo no estoy seguro de que lo quisiera, general, lo único que sé es que encontré estos frascos en el baúl que había en sus aposentos.
—¿Qué queréis hacer con el mercader, señor? —preguntó Ghalib.
Hasdai reflexionó durante unos instantes.
—Como he dicho antes, contrastaremos su información con el secretario de Al Mursi. Si estuvo en los baños, el secretario se acordará y, además, nos dirá quién más había allí aquella noche. De todos modos, aunque Nasim estuviera en la casa de baños, eso no lo descarta como sospechoso. Aunque se quedara en su tienda hasta la oración del crepúsculo y después fuera a los baños, de todos modos podría haber asesinado al mulazim Haitham. No os olvidéis de que a Haitham seguramente lo mataron bien entrada la noche. Por un lado, tenemos la daga de Nasim y razones para creer que fue utilizada para matar al mulazim. Por otro lado, tenemos los dos frascos que encontré en el baúl del almirante y que, probablemente, proceden de la tienda de Nasim, y los dos sospechamos que miente. Lo único que no sé es sobre qué miente. Lo retendremos en las celdas a fin de que disponga de tiempo para pensar en la posibilidad de contarnos la verdad.
El general Ghalib realizó una mueca de dolor mientras se agachaba para frotarse la rodilla.
—¿Queréis que ordene a mi carcelero que hable con él? —preguntó.
Hasdai volvió a fijar la mirada en la daga y, después, en los dos frascos.
—No —contestó finalmente—. Ya sabéis lo que opino acerca de los métodos que utiliza vuestro carcelero para hablar con los prisioneros. Pero sí que sería conveniente que hicierais creer a Nasim que vuestro carcelero va a hablar con él. ¿Queda claro?
—Sí, señor —contestó Ghalib—. Muy claro.