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Después de la oración de mediodía

—¿Cuánto tiempo más durará esto? —preguntó el coronel Zaffar al Din.

Estaba de pie en una de las entradas en arco que conducían a los establos, viendo cómo la lluvia rebotaba en el suelo empedrado del patio. El aguacero, que había empezado justo antes de la oración, no mostraba signos de amainar, y un penetrante olor a boñiga, sudor de caballo y paja húmeda impregnaba el aire. El crudo frío de enero penetró hasta los huesos de los dos soldados que estaban detrás de él, encogidos alrededor de un pequeño y humeante brasero. El chisporroteante fuego causaba un leve efecto en aquel tiempo helado.

—Espero que hayamos acabado de interrogar a los que faltan antes de la oración de la tarde —contestó uno de los soldados frotándose las manos sobre el humo—. Solo quedan unos diez más.

—Más que esperar debemos tener una certeza absoluta, mulazim. Me han informado de que el visir y el general Ghalib están de camino hacia aquí para inspeccionar nuestros, progresos.

El coronel señaló con la mano a los muleros que, cubiertos con sus mantos de tela de arpillera, refunfuñaban y daban patadas al suelo mientras esperaban en una cola que se extendía a lo largo de la pared exterior de los establos.

—No quiero que esos estén ahí cuando el general llegue —añadió el coronel.

—Sí, señor.

Zaffar era el coronel al mando de la guardia califal en Medina Azahara y su principal responsabilidad consistía en proteger a Abderramán III, el califa. Cuando era un simple soldado, se distinguió en las campañas de la frontera norte y el general Ghalib en persona promovió su ascenso. Zaffar también era el superior del mulazim Haitham y fue él quien lo eligió para que fuera el escolta del almirante de la flota. Le habían informado de la muerte del joven mulazim con las primeras luces del día y le ordenaron que se presentara al general Ghalib, quien le notificó que el almirante también había sido brutalmente asesinado. Ghalib le encomendó interrogar a todos los huéspedes y trabajadores de la alhóndiga y también asegurarse de que Antonio, el mercader de telas, y las prostitutas no abandonaran el recinto.

—¡Ah, bien! —exclamó Zaffar cuando un mozo entró en el establo con tres vasos humeantes de té fuerte y caliente—. ¡Has tardado un buen rato!

El coronel y sus hombres rodearon los vasos con las manos.

En las galerías de la planta baja había mozos por todas partes. Corrían de un lado a otro transportando mercancías entre los compartimentos de seguridad y los almacenes, deslizándose entre los caballos y las mulas, que repicaban en el patio empedrado mientras eran conducidos a los bebederos. Los mozos recogían las boñigas ignorando el vapor que se elevaba de los torrentes de orina equina que corría por los canales del patio.

Zaffar se estremeció y se ciñó la capa sobre los hombros.

—¿Habéis obtenido algo de los interrogatorios? —preguntó al mulazim.

Este se llevó los dedos a los labios y señaló más allá del coronel, a un mozo que había entrado para atender el brasero y las antorchas de tea que iluminaban el establo. Cuando el mozo se fue, contestó:

—De momento, las historias son coherentes, señor. Algunos hombres aseguran haber visto llegar al almirante y otros incluso dicen haber visto al mulazim Haitham. Por lo visto, el almirante y el mercader de telas pasaron cierto tiempo en el almacén del mercader. Algunos dicen que para recoger dinero y que después subieron a la planta superior, pero nadie afirma haber visto irse al almirante. De todos modos, la mayoría no recuerda haber visto nada y tampoco albergo muchas esperanzas respecto al resto —concluyó señalando la hilera de hombres que esperaban bajo la lluvia.

—No me habléis de lo que esperáis, mulazim, el general Ghalib querrá hechos, no esperanzas ni imaginaciones. —Terminó su té y volvió a estremecerse—. Anteayer por la noche se produjo la celebración de la Ascensión de Mahoma, ¿no es cierto?

—Sí, señor. Yo estaba de servicio en el Alcázar. Los guardias que regresaban de las puertas de la ciudad declararon que había cientos de personas en las calles con antorchas y niños corriendo por todas partes. La celebración duró hasta justo antes del alba.

—¿En la alhóndiga había mucho movimiento? —preguntó Zaffar.

—Muchísimo, señor. Según los registros del secretario, todas las habitaciones estaban ocupadas y Al Jaziri había contratado a sirvientes adicionales para que ayudaran en los establos y los almacenes.

—¿Alguien ha salido de la alhóndiga desde ayer por la mañana?

—Resulta difícil decirlo con exactitud, señor —contestó el mulazim.

Zaffar lo miró con dureza.

—Lo que quiero decir, señor, es que existe la posibilidad de que algunos de los huéspedes se marcharan entre el momento del asesinato y la llegada del general Ghalib. El cabo del cuerpo de guardia nocturno está hablando con el secretario para conseguir una lista de los clientes que habían reservado una habitación para esa noche y así poder compararla con la lista de los huéspedes a los que hemos interrogado.

—Muy bien —declaró Zaffar—. Aseguraos de hacerme llegar una nota con los nombres de las personas que no coincidan en ambas listas.

El mulazim asintió con un gesto de la cabeza.

—¿No lo encontráis extraño? —añadió Zaffar.

—¿A qué os referís, señor?

—Una ciudad atestada de gente, una alhóndiga llena de huéspedes y sirvientes, y no encontramos a una sola persona que haya visto algo. El almirante tenía el cráneo partido, probablemente, por un hacha, y la garganta abierta de oreja a oreja, y nadie oyó un solo ruido. Aunque no vieran nada, alguien debió de oír el barullo.

—Es posible, señor, pero con el vocerío de la celebración y toda la actividad que había aquí, en la alhóndiga, quizá debamos aceptar que…

—Mirad —lo interrumpió Zaffar—, el almirante de la flota califal y su escolta, el mulazim Haitham, han sido asesinados. Nosotros no aceptamos nada hasta que hayamos apresado al responsable. ¿Entendido?

El mulazim bajó la cabeza.

—Sí, señor.

—Bien, ahora terminad con los interrogatorios y, cuando haya finalizado la oración de la tarde, reuníos conmigo en la sala de trabajo de Al Jaziri. Tenemos que preparar lo que vamos a comunicarles al visir y al general.