Después de la oración del alba
¡Aquello era intolerable! Por mucho que lo intentara, no lograba comprender por qué el almirante Suhail bin Ahmad se estaba perdiendo otra lección. ¿Quién se creía que era? Se trataba de un buen marino, pero no era el mejor del grupo ni mucho menos. En todo caso, ese honor recaía en Siraj bin Bahram, quien parecía disponer de un talento natural para la astronomía y comprendía todo lo que le explicaban a la primera. Los otros tres oficiales eran hábiles, pero carecían de la destreza de Siraj. Era una lástima que fuera un hombre tan pretencioso. Se trataba de un hombre alto, de piel clara y, en opinión de Miriam, atractivo, pero su arrogancia sería su perdición.
De los tres restantes, Bandar era, probablemente, el mejor. Parecía muy competente en todo lo que hacía. Fuera como fuera, todos lo conseguirían; todos comandarían hábilmente sus naves con el nuevo astrolabio.
Ya había transcurrido un tiempo desde la oración del alba y los cuatro oficiales estaban sentados con Miriam y su padre en el aula de la madraza. Mientras esperaban a Suhail, Yanus ocupó el tiempo distrayendo a los marinos con anécdotas de sus días de estudiante en Shiraz. El astrónomo de la corte realizó algunas locuras mientras estudiaba en Persia y las más memorables fueron las que compartió con Aiden Banu Qasi, su buen amigo cristiano. Aiden fue un matemático y jugador de ajedrez brillante que dedicó buena parte de su tiempo a despojar de su dinero a los ricos mercaderes persas que eran lo bastante insensatos para apostar que podían vencerlo jugando al ajedrez. Aiden ganaba siempre y, gracias a sus ganancias, tanto Yanus como él disfrutaron de los mejores vinos y comidas. Hasta que, un día, desplumó a alguien que era muy poderoso y el cristiano tuvo que huir de Shiraz en mitad de la noche.
Aiden regresó a Córdoba y se convirtió en el primer profesor cristiano de matemáticas de la madraza, pero a Miriam siempre le entristecía oír hablar de él a su padre, porque dos años antes había sido brutalmente asesinado después de jugar una partida amañada de ajedrez en una casa de baños de la ciudad. Nunca encontraron al asesino y Miriam sabía que la falta de resolución del terrible asesinato consumía a su padre.
—Creo que ya hemos oído suficientes historias del pasado, señores —intervino Miriam con tono eficiente mientras se ponía de pie—. Tendremos que empezar sin el almirante de la flota. —Señaló a su padre—. El astrónomo de la corte se encargará de averiguar qué le ha ocurrido exactamente a vuestro colega Suhail. Ahora, por favor, sacad los astrolabios y los almanaques y realizaremos por última vez los ejercicios para asegurarnos de que habéis comprendido el funcionamiento por completo. Después, estudiaremos estas cartas.
Miriam sostuvo en alto un rollo de pesados documentos atados con correas de piel.
—¿De qué tipo de cartas se trata? —preguntó Siraj.
Yanus miró a su hija y ella asintió con la cabeza.
—Os explicaré brevemente en qué consisten y, cuando hayáis realizado los ejercicios con el astrolabio, volveremos a ellas —declaró Yanus—. Se trata de las últimas cartas náuticas del mar romano y muestran la línea de la costa desde Jebel al Tariq, en Al Ándalus, a la costa de Siria en Oriente.
Yanus desenrolló las cartas, sostuvo una en alto y señaló varios puntos.
—Aquí está Jebel al Tariq. Esto es Córdoba y aquí, al sudeste de la capital, está nuestra base naval, en Almería. Esto es la costa norte de Ifriqiya y Egipto, y aquí están Malta… Sicilia… Italia… Chipre. Esto es Constantinopla. Y al este de Chipre están la costa de Siria, Bagdad y la frontera persa.
—Esta no es la carta que utilizamos normalmente, la de Al Jwarizmi —intervino Siraj bin Bahram.
—Bueno, lo es y no lo es —repuso Yanus—. Esta se fundamenta en la carta original de Al Jwarizmi, pero se ha mejorado incorporando información descubierta por el geógrafo Ibn Hawqal.
—¿Se trata del mismo Ibn Hawqal que es un experto en el ámbar gris, el alquimista? —preguntó Bandar.
—El mismo —contestó Yanus—, pero ha estado trabajando para nosotros como cartógrafo a través del general Ghalib, el comandante de la guardia del Alcázar. Su interés por la alquimia es el incentivo que lo empuja a viajar y así ha tenido la oportunidad de aprender la configuración de las costas y las islas del mar romano. Es Ibn Hawqal quien ha actualizado la carta de Al Jwarizmi. Esta mañana acabaréis la formación con el astrolabio y dedicaremos la tarde a trabajar con las cartas.
—¿Las cartas nuevas son muy diferentes de la de Al Jwarizmi? —preguntó el más joven de los oficiales.
—Eso podremos averiguarlo nosotros mismos —replicó Siraj.
—Así es —repuso Yanus—, pero respondiendo a la pregunta de vuestro colega, os diré que los cambios más importantes radican en las distancias. En la carta de Al Jwarizmi no son tan ajustadas como en esta nueva edición. En cualquier caso, os mostraré más a fondo los cambios introducidos por Ibn Hawqal cuando Miriam haya completado los ejercicios con el astrolabio. Suhail también debería estar aquí para examinar las cartas. Ahora tendremos que realizar una sesión adicional solo para él.
Yanus estaba enrollando las cartas cuando alguien llamó a la puerta.
—¡Ajá, probablemente sea él! Me pregunto qué excusa tendrá para su tardanza. ¡Entrad!
Uno de los soldados que estaba de guardia asomó la cabeza por la puerta, miró largamente a Miriam y después se dirigió a Yanus.
—Siento interrumpiros, profesor, pero un oficial y dos hombres de las dependencias de Hasdai ben Shaprut, el visir, están aquí.
—¡Ya sé quién es Hasdai ben Shaprut, gracias! ¡Cené con él hace dos semanas! —exclamó Yanus—. Haced entrar al oficial.
—Sí, señor; lo siento, señor —se disculpó el guardia, y abrió la puerta para permitir la entrada al oficial, quien se dirigió directamente a Yanus.
—Shalam alaikum, excelencia.
—Alaikum shalam! —respondió el astrónomo de la corte.
—¿Se encuentran aquí dos hombres llamados Bandar bin Sadiq y Siraj bin Bahram?
—Sí, están aquí.
—Deben acompañarme de inmediato a las dependencias del visir —anunció el oficial mientras sacaba un papel doblado de su bolsillo—. Y esto es para vos.
El papel estaba sellado con un hilo de seda debajo del cual el visir había escrito de su propio puño y letra su alama o máxima personal: «Pedid consejo a todos los sabios y no despreciéis aquellos que sean provechosos».
Yanus rompió el sello y leyó el mensaje.
«Miriam, Yanus, acudid a mis dependencias inmediatamente después de la oración Asr. Hasdai ben Shaprut».
Yanus miró a su hija. Después de aquella última interrupción, no estaba nada contenta. Ahora tendría que realizar otra sesión con Bandar y Siraj y pasar más tiempo adicional con el almirante de la flota.
El viejo astrónomo se volvió hacia los marinos.
—Bandar, Siraj, id con este hombre. Los demás deberéis trabajar deprisa. Debemos terminar la sesión con el astrolabio y el estudio de las cartas antes de la oración de la tarde. Por favor, Miriam, ¿puedes continuar?