Antes de la oración de mediodía
El príncipe Hakam, hijo del califa Abderramán III y heredero del califato de Al Ándalus, se masajeó las sienes, se levantó, se dirigió con paso decidido al balcón y contempló el jardín. Dos palomas blancas que aleteaban sobre un naranjo llamaron su atención. Hasdai oyó el chasquido seco de sus plumas conforme se posaban en las ramas del árbol. El príncipe tenía los brazos en jarras y su elegante túnica de brocado dejaba entrever la robustez y fortaleza de su tronco. Como su padre, el príncipe no era alto, pero el entrenamiento militar le había proporcionado un físico musculoso y movimientos ágiles y rápidos.
El príncipe se ajustó el turbante de seda roja, regresó al diván, se arrellanó en los lujosos almohadones y entrelazó las manos sobre su regazo. Luego observó con fijeza a los lugartenientes del almirante. Primero a Bandar bin Sadiq y, después, a Siraj bin Bahram. A continuación, echó una ojeada a las cartas náuticas que había sobre la mesita de madera de alcanfor que lo separaba de ellos. Las palomas habían emprendido el vuelo y el único sonido que se percibía era el suave crepitar del fuego que calentaba la sala y despedía un olor dulce a resina de pino.
Al final, el príncipe habló sin levantar la vista.
—¿Cuándo llegará la flotilla de avanzada a Malta?
—Esperamos recibir noticias de su llegada en cualquier momento, alteza —respondió Bandar.
—Cuando hayan repuesto las provisiones en Malta, navegarán hacia el sur hasta Benghazi —explicó Siraj—. Desde allí seguirán la costa alejandrina y después virarán hacia el nordeste en dirección a Chipre hasta alcanzar el punto de encuentro, frente a la costa de Latakia, donde esperarán a la flota principal.
El príncipe miró al visir, quien asintió levemente con la cabeza.
—Tengo entendido que sabéis que se ha producido un cambio en los planes —declaró el príncipe Hakam.
—Sabemos que los planes han cambiado, alteza —declaró Bandar, y lanzó una mirada a Hasdai—. Pero no conocemos los detalles.
—De momento los detalles no son de vuestra incumbencia —replicó el príncipe heredero—, y no saquéis conclusiones precipitadas respecto al hecho de que no se os hayan revelado. Ese es el deseo del califa. Solo el califa, el visir, el almirante de la flota y yo conocemos el nuevo plan. Lo que necesitáis saber os será revelado a su debido tiempo.
—Desde luego, alteza —contestó Siraj.
—Cuando ayer hablé con el almirante, me dijo que vuestros contactos os han comunicado noticias de última hora sobre las fuerzas de Bagdad. Contadme las novedades.
Bandar hizo girar uno de los mapas y lo puso de cara al príncipe.
—Según nuestras fuentes, el grueso del ejército de Bagdad está emplazado al oeste del río Tigris, que constituye la frontera con el territorio jázaro. Nuestro hombre en Bagdad nos ha informado de que las tropas están divididas en grupos de unos siete mil quinientos hombres situados cada cinco farsaj hasta la misma frontera…, aquí. O sea, cada quince millas romanas, alteza.
La mirada del príncipe fue lo bastante glacial para que Bandar se estremeciera.
—No necesito que me digáis a qué equivale un farsaj. ¿A qué distancia se encuentra la frontera jazarí de Bagdad? —preguntó el príncipe.
—Una vez hayamos tomado Mosul, tardaremos unos diez días en llegar a la frontera, alteza —contestó Siraj.
El príncipe asintió con la cabeza y reflexionó durante unos instantes.
—¿Vuestros informadores han dicho algo acerca de la relación de Bagdad con los bereberes?
—Sí, alteza —respondió Bandar—. Según las últimas noticias, Bagdad ha estado enviando agentes a la costa de Berbería, pero de momento no parece que los bereberes supongan una amenaza para Al Ándalus.
—Muy bien, gracias —declaró el príncipe—. Vuestras novedades son de gran utilidad. Ahora debéis reanudar vuestros estudios en la madraza. Según tengo entendido, todavía tenéis mucho que hacer antes de la llegada del califa. —El príncipe se puso de pie y señaló la puerta—. Cuanto antes aprendáis vos y el resto de los oficiales a manejar efectivamente el nuevo astrolabio, antes podremos informaros de los planes que hemos elaborado para la flota principal. Ahora dejadnos.
—Sí, alteza.
Los dos vicealmirantes realizaron una profunda reverencia y se dirigieron lentamente hacia la puerta.
Cuando salieron de la sala, el príncipe se volvió hacia Hasdai.
—Hay algo en el hombre de Qartajana que no me gusta.
—Sé a qué os referís, alteza —corroboró Hasdai—, pero por lo que dicen, es el mejor navegante de todos.
—Quizás eso le salve la vida. ¿Cuánto tiempo tardarán en estar preparados?
—Si no se produce ningún contratiempo, alteza, deberían estar listos para partir hacia Almería y unirse a la flota en pocos días.
—Entonces ordenad al almirante que se asegure de que no se produce ningún contratiempo. No quiero que nada se interponga en el desarrollo de esta campaña. Y esa es también la voluntad del califa.
El príncipe contempló el montón de mapas y cartas náuticas que había encima de la mesa y los señaló con un gesto.
—¿Estamos absolutamente seguros de que funcionará? Nunca se había hecho nada parecido hasta ahora.
Hasdai reflexionó unos instantes y declaró:
—Estamos tan seguros como podemos estarlo, alteza. Llevamos preparándonos para ello casi dos años.
El príncipe Hakam volvió a sentarse en el diván de cara al visir.
—Bien —declaró mientras tomaba uno de los mapas—. Ahora volved a explicarme el plan. Cuando el califa me pregunte por qué actuamos en contra de un siglo de conocimientos navales debo poder explicarle con exactitud por qué se trata de una buena idea. —Volvió a dejar el mapa en la mesa—. Y, lo que es más importante, debo poder explicarle por qué cogeremos desprevenida a Bagdad.