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Justo después de la oración del alba

Faltaba muy poco para la salida del sol. Yanus ibn Firnas se arrebujó en su capa de lana y salió a la silenciosa calle. Se sentía bien. Más tarde, aquella misma mañana, se encontraría con su hija Miriam en la madraza, pero de momento los jóvenes marinos con los que iba a reunirse en la tetería Al Bisharah ocupaban sus pensamientos. Le resultaba estimulante trabajar en la madraza con los oficiales navales. Aquella mañana lo habían invitado a desayunar con ellos cuando terminaran de rezar en la Gran Mezquita y antes de iniciar su formación diaria. Un té caliente y unos panecillos recién horneados ahuyentarían el frío matutino. Además, seguro que también se divertirían. Aquellos hombres sabían pasárselo bien. Estar con ellos era como volver a ser estudiante, pensó Yanus.

Cuando giró hacia el sudeste y tomó el callejón de los vendedores de ropa, el anciano levantó la mirada hacia el cielo, que empezaba a clarear, y vio el fabuloso trío formado por la luna, que estaba en cuarto creciente, Kaiwan, a la que los cristianos llamaban Saturno, y Al Simak al Azal, a la que denominaban Espiga. ¿Qué mejor época que aquella para ser un astrónomo, con tantos descubrimientos y personas dispuestas a poner en práctica aquella ciencia?, pensó Yanus. ¡Vivía en una época realmente interesante! Sonrió para sus adentros mientras se acordaba de cuando Miriam le decía que tenía que ir más despacio porque ya no era un hombre joven. ¿Cómo podía ir más despacio cuando había tanto que hacer? Estaban en Córdoba, a la vanguardia de la astronomía moderna. ¿Por qué debería ir más despacio?

Cuando llegó a Al Bisharah, se encontró con Simón, el propietario, quien abrió sus enormes brazos para darle la bienvenida.

—¡Yanus! Shalam alaikum! ¿Cómo estáis? ¡Bienvenido, amigo mío! Los oficiales de la flota todavía no han llegado. ¡Entrad, entrad! —Lo condujo entre los madrugadores clientes hasta la parte trasera de la tetería—. Sentaos aquí. Esta es su mesa; lo bastante grande para ellos y sus guardias. Traeré otro taburete.

Alaikum shalam! —saludó Yanus mientras se quitaba la capa y la colgaba de un gancho clavado en la pared. Se estremeció, se frotó las manos y declaró—: Resulta agradable entrar en un lugar cálido. —Inhaló el aroma a pastas recién horneadas y a té de menta, y contempló el barullo que lo rodeaba—. Estáis muy ocupado para ser tan temprano.

—Sí, gracias a Dios —contestó Simón mientras se secaba las manos con un trapo que colgaba de su cinturón—. No me puedo quejar. Los mozos del zoco empiezan a trabajar con las primeras luces y, cuando regresen de la mezquita, la tetería se llenará.

Yanus señaló con la cabeza a un hombre que estaba sentado a una mesita que había junto a la entrada.

—Su aspecto es extraño, ¿no os parece?

El hombre vestía un albornoz de gruesa lana negra con una capucha que casi le cubría los ojos, lo que unido a su espesa barba hacía que su cara quedara escondida en las sombras.

—¡Ah, él! —repuso Simón—. Sí, viene casi todas las mañanas. Apenas habla con nadie y se pasa horas bebiendo una única taza de té. Un niño mendigo se acerca a él todos los días y él le da un par de monedas, así que no debe de ser una mala persona. Se comenta que trabaja en el campamento Ma’aqul. Se va todos los días a la misma hora y se lleva una cesta de beraid al campamento, así que es un buen cliente. Pero no hablemos más de él, ya llegan vuestros marinos. ¡Oíd cómo ríen!

Los cuatro marinos y los tres guardias que constituían su escolta atravesaron bulliciosamente la puerta.

Shalam alaikum, Simón! —exclamaron.

Entonces vieron a Yanus sentado a su mesa.

Sheikh Yanus! —gritó Siraj—. ¡Bienvenido! Debéis beber y comer con nosotros.

Simón les devolvió el saludo y se volvió para ir a buscar las pastas y el té de menta.

—¡Simón, traed también beraid! —gritó Siraj—. Sé con certeza que el sheikh Yanus es un entusiasta de vuestros beraid. Bandar, siéntate aquí, junto a la pared, para que nadie tropiece con tu brazo herido. ¡Sheikh Yanus, preguntadle a Bandar qué le ha ocurrido!

Bandar pareció sentirse avergonzado mientras sus compañeros y hasta los guardias se reían a carcajadas. Yanus se fijó en que Bandar sostenía su brazo derecho contra su pecho y que la manga, que estaba mojada debido a las abluciones realizadas antes de entrar en la mezquita, empezaba a teñirse de sangre.

—Explicadme, ¿qué ha ocurrido? —preguntó Yanus.

—Le ha atacado un tigre —contestó Siraj, y los demás volvieron a reírse.

—¡Callaos! —exclamó Bandar, que, indudablemente, no disfrutaba de la broma como los demás—. Esta mañana temprano he intentado acariciar a un gato y él me ha recompensado clavándome las uñas. La verdad es que resulta bastante doloroso.

—¿No vais a ver al visir antes de ir a la madraza? —preguntó Yanus justo cuando Simón llegaba a la mesa con una bandeja llena de pastas y té.

—He traído beraid para vos, Yanus —anunció Simón.

—Sí —respondió Bandar a la pregunta de Yanus—. El visir Hasdai quiere vernos a Siraj y a mí.

—Gracias, Simón —contestó Yanus, y se volvió hacia Bandar—. El visir podría curaros el brazo. De hecho, se trata de un médico de gran talento. ¿Sabéis cuánto tiempo pasaréis con el visir?

—Lo siento, lo ignoro —repuso Bandar—. La verdad es que no tengo la menor idea de por qué quiere vernos.

—Espero que no os tome demasiado tiempo —comentó Yanus—. Hoy tenemos mucho que hacer en la madraza. Supongo que Suhail, el comandante de la flota, se reunirá con nosotros allí.

—Nosotros tampoco queremos pasar mucho tiempo con el visir teniendo en cuenta que podríamos pasarlo con vuestra encantadora hija —repuso Siraj con una sonrisa.

Yanus no supo cómo tomarse aquella ocurrencia del hombre de Qartajana.

—Bien, sea como sea, será mejor que nos pongamos en marcha —declaró Yanus—. Terminad el desayuno y, mientras vosotros vais a reuniros con el visir Hasdai, los demás iremos a la madraza.