Esa misma noche
El mulazim Haitham flotaba en la superficie de la poco profunda piscina de agua caliente de la casa de baños del viejo yemení, que estaba situada en un callejón en la zona antigua de la ciudad, no lejos de la Gran Mezquita. El viejo Yusuf administraba los baños desde tiempo inmemorial. Aquella noche la casa estaba vacía, salvo por Haitham, quien había podido contar con las tres piscinas, la fría, la templada y la caliente, para él solo. La sala de la piscina caliente era la más pequeña de las tres y el aire estaba impregnado del embriagador perfume a sándalo del aceite de masaje que calentaban con velas. Las lámparas de aceite hacían destellar los azulejos de las paredes. Haitham flotaba en el centro de la piscina rodeado del vapor que despedía el agua caliente.
En los calurosos meses de verano, aquella vieja casa de baños constituía un refugio frente al calor, pero en aquella época, en mitad del invierno, el agua caliente de la piscina relajaba los miembros fríos y ateridos de los clientes.
Varias ventanas redondas y pequeñas decoraban el techo, y la fría luz de la luna entraba por ellas a medida que las nubes se desplazaban por el cielo. Los rayos lunares convertían el vapor en una neblina plateada e iluminaban la superficie del agua proyectando la sombra de Haitham en el fondo de la piscina.
El único sonido que se percibía en la habitación era el producido por las ratas, que parloteaban y chillaban mientras bebían a lengüetazos la sangre que brotaba del cuerpo sin vida de Haitham. Su piel había adquirido una tonalidad morada debido a la temperatura del agua, y su cabeza, que estaba casi totalmente separada del cuerpo, colgaba hacia atrás de modo que la cara quedaba sumergida en el agua, y los ojos, que estaban abiertos, parecían dos huevos de pato flotando en el flujo y reflujo de su largo cabello negro. Unas cuantas ratas habían nadado hasta el cadáver y ahora estaban atareadas trepando a su balanceante torso para acceder a la vasta herida de su garganta. En el fondo de la piscina, brillando a la luz de la luna que atravesaba el agua teñida de sangre, se encontraba la daga que había puesto fin a su vida.