Diciembre

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunté a Sophie al día siguiente, en el Café Rouge de Kensington.

—¿Cómo te lo iba a decir? No te conocía muy bien. Y además, ¿qué querías que te dijera?: «No se te ocurra ni acercarte a Jos. Ha dejado embarazada a mi hermana y la ha abandonado».

—Pues si fuera mi hermana yo lo habría dicho.

Sophie suspiró y bebió un trago de su capuchino.

—Cuando supe que estabas saliendo con él tuve la tentación de contarte la verdad. Pero me callé porque te veía tan contenta, después de lo mal que lo habías pasado. No quería darte ese disgusto, Faith. Además, te lo tenía que decir él, no yo.

—Pues ojalá me lo hubieras dicho —comenté, mirando mi café con leche—. Porque la cosa es gorda.

—Además, Becky me había hecho prometer que guardaría el secreto. Becky le adora —explicó—. Le adora desde siempre y estaba convencida de que Jos volvería con ella. Así que no quería que yo fuera por ahí criticándole.

—Pero tú me insinuaste algo. Ahora me acuerdo.

Sophie se metió el pelo detrás de las orejas.

—Sí, es verdad. Pero no quería pasarme. De todas formas pensé que terminarías enterándote. Vaya, un hijo no se puede esconder.

Miré de nuevo la foto de la niña que Sophie había traído. Estaba radiante en su cochecito, moviendo con vehemencia sus bracitos y sus piernas rechonchas. Su cara era una miniatura de la de Jos.

—¿Y él nunca la ha visto?

—Ni una vez.

—¿Su madre lo sabe?

—Desde luego. Becky le mandó una foto esperando que ella presionara a Jos. Pero esa mujer está tan ciega con respecto a su hijito del alma que se niega a aceptar lo sucedido. Piensa que Jos es lo mejor del universo.

—Ya lo sé. Su casa es un altar a sus méritos.

Por la ventana se veía Church Street, en Kensington, donde un bucólico Papá Noel vestido de rojo ofrecía folletos sobre una tienda nueva. De pronto me acordé de una cosa que había dicho Yvonne: Que Jos sería un padre maravilloso. Pero Jos ya era padre, pensé con ironía, y no precisamente un padre maravilloso.

—Becky se ha portado como una idiota, eso está claro —prosiguió Sophie—. Tenía que haber dejado en paz a Jos.

—¿Alguna vez tuvieron una relación como es debido?

—En realidad no. Se conocieron en 1997. Becky estudiaba arte en la Slade. Jos dio una serie de conferencias sobre diseño de escenografías y tuvieron una aventura muy breve. Un mes después Jos terminó con ella, pero Becky estaba obsesionada, en plan atracción fatal. Incluso dejó la universidad y se puso a trabajar pintando escenarios en el Coliseum, para poder estar con él. Jos era trece años mayor que ella, de modo que tenía todo el poder. Le dijo que nunca se casaría con ella —añadió Sophie con desdén—, pero siguió saliendo con Becky siempre que no tuviera a mano a nadie mejor. Y claro, ella se engañó pensando que aquello era una relación auténtica. Pensaba que como Jos siempre volvía con ella, al final vería la luz. Eso me decía justamente: «Verá la luz, Sophie. Verá la luz». Pero cuando le dijo que estaba embarazada —Sophie se pasó el índice por el cuello—, Jos se puso hecho una furia y le gritó que tenía que abortar y que se negaba a aceptar que el niño fuera suyo. ¡Como si Becky hubiera podido siquiera mirar a otro hombre!

—¿Y qué hizo Becky?

—Decidió no volverle a llamar hasta que naciera la niña. Estaba aterrorizada porque pensaba que si tenían otra de aquellas peleas podía tener un aborto. Luego, en febrero, cuando nació Josie, por fin le llamó para contárselo. Jos ni siquiera preguntó si era niño o niña. Y nunca ha visto a Josie.

Entonces me acordé de cómo conocí a Jos, en marzo. Él iba en su descapotable, con aspecto de no tener ni una preocupación en el mundo y tirando alegremente su tarjeta de visita en el regazo de desconocidas como yo. Y eso sabiendo que Becky acababa de dar a luz a su hija. Me puse enferma solo de pensarlo y me enfurecí al acordarme de lo mucho que se había esforzado por mis hijos a la vez que dejaba totalmente de lado a su niña.

—No respondió a ninguna de las llamadas de Becky —prosiguió Sophie—. Ella amenazó con presentarse en su casa con la niña, pero al final no lo hizo, porque estaba demasiado deprimida. De modo que le mandó una foto. Pero Jos la ignoró por completo. Cambió su número de móvil, para que Becky no pudiera llamarle, y en casa dejaba puesto siempre el contestador.

Yo recordé con qué secretismo escuchaba Jos sus mensajes cuando yo estaba en su casa, inclinado sobre el contestador con el volumen al mínimo.

—Luego, en julio Becky descubrió que no podía ponerse en contacto con él. Jos había bloqueado sus llamadas.

—Ah, sí, el servicio de bloqueo.

—¿Qué?

—Es un servicio de la compañía telefónica. Mi amiga Lily le habló de él, porque Jos se quejaba de que recibía llamadas «molestas».

—Sí, para él Becky era una molestia. Como ella ya no podía contactar con Jos, me dijo que pensaba pedirte que intercedieras. Mandó una carta a Jos advirtiéndole que si no la llamaba te llamaría ella a ti. Yo intenté disuadirla, pero no hubo manera. Menudo disgusto debiste de llevarte.

—Eso es quedarse corto. No me lo podía creer. Llevo siete meses con Jos y ni siquiera ha mencionado a su hija.

—Esto es un desastre —suspiró Sophie—. Becky tiene veinticuatro años y está sin trabajo y sin pareja, y con una niña pequeña. Yo llevo todo el año manteniéndola y su amiga Debbie también la ha ayudado muchísimo.

—¿Debbie? El nombre me suena.

—Es la mejor amiga de Becky, de la Slade, y madrina de Josie. Es una escenógrafa joven, todavía abriéndose camino.

Debbie… Era la chica de Glyndebourne. Me acordé de que había hecho un comentario muy curioso. ¿Cómo era? Ah, sí: «Me han dicho que estás metido en una producción muy interesante». Ahora sabía lo que quería decir. Entonces Jos me mintió, diciéndome que Debbie estaba enfadada con él porque no le había dado trabajo en Madame Butterfly. «Madame Butterfly», pensé con una hueca carcajada. No era de extrañar que la historia enfureciera tanto a Jos: Era evidente que le tocaba alguna fibra.

—Es un hijo de puta —dije. Y lo curioso es que no estaba furiosa, sino al contrario, muy tranquila—. Un grandísimo hijo de puta.

—Sí. —Sophie se encogió de hombros—. A él no le costaría nada mantener a Josie. Al final no le quedará más remedio, pero de momento no ha soltado ni un penique.

—¿Y tus padres?

—Murieron en un accidente de coche hace seis años. Nos afectó muchísimo, ya te puedes imaginar. Puede que a Becky más que a mí. Desde entonces se hizo todavía más dependiente. Jos también necesita mucha atención. Pero la excusa de mi hermana es que es demasiado joven. Jos se aprovechó de ella.

—¿Y a Becky no le importaba que Jos saliera con otras?

—Claro que sí. Estaba hecha polvo. Y lo peor era que Jos le hablaba de sus aventuras sabiendo que ella siempre le perdonaría. No me gusta decir esto de mi propia hermana, pero Becky no tiene ningún orgullo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Jos. Y siempre encontraba justificación para él.

—¿Incluso ahora? —pregunté sorprendida.

—Sí, incluso ahora. Es el amor de su vida. Becky estaría dispuesta a recibirlo con los brazos abiertos. Cree que cuando Jos vea a la niña volverá con ella. Pero yo sé que no es así, sobre todo teniendo en cuenta su pasado. Para Jos un padre es alguien que abandona a sus hijos, porque eso es lo que hizo su padre. La verdad es que yo no le conozco personalmente, ni ganas, pero sé bastante de él por Becky. Sé que siempre busca amor y aprobación en los demás, y cuando lo obtiene solo siente desdén. Lo único que desea es que las mujeres se enamoren de él, pero en cuanto la de turno le dice que le quiere, él se larga. Y no tiene reparo alguno en seguir viendo a Becky de vez en cuando.

—Yo nunca le dije que le quería —dije pensativa, mirando por la ventana.

—Bien hecho. Por eso habéis durado tanto. Si se lo hubieras dicho, no le hubieras vuelto a ver el pelo.

—No lo hice adrede —expliqué—. Es que nunca quise decírselo porque no era verdad. No estoy enamorada de Jos —dije tranquilamente—. Nunca lo he estado. Yo quiero a mi marido, pero nos vamos a divorciar.

—Lo siento. ¿De verdad no puedes perdonarle?

—Sí —contesté, tragando saliva—. Eso es lo más curioso, que sí le había perdonado. Pero es que… —No quería contarle la verdad a Sophie—. Al final las cosas se volvieron a torcer. Así que tomé la decisión desesperada y despreciable de quedarme con Jos.

—¿Le has dicho algo de lo de su hija? —preguntó Sophie, mientras yo pedía la cuenta.

—Todavía no. Quería hablar contigo primero. Le he dicho que estaría de compras. No tiene ni idea de que nos hemos visto.

—¿Y qué piensas hacer?

Miré la foto de Josie.

—Verle una vez más.

Mientras caminaba hacia el metro entre la multitud de personas que habían salido a hacer las compras de Navidad me acordé de Lily. Todavía no le había dicho lo de Jos porque no me apetecía hablar con ella. Estaba enfadada, bueno, furiosa con ella por haberme presionado para que saliera con Jos. Sí, me había presionado desde el principio. Claro que ella no sabía lo de Josie, porque seguro que me lo habría dicho. Pero desde que conocí a Jos Lily me había insistido para que saliera con él, y la verdad es que ahora me preguntaba por qué. También me acordé de que el otro día se horrorizó cuando creyó que Jos podía cortar conmigo. Y mientras iba en el metro me acordé de otras cosas que Lily había dicho:

«Jos es guapo y tiene talento».

«Nunca te decepcionará».

«Es una pesadilla estar sola».

«Si Peter te ha engañado una vez, volverá a hacerlo».

«Tienes mucha suerte de haber conocido a Jos».

«¡Jennifer y yo estamos contentísimas!».

Pensé también en las cosas que Lily había hecho: me había dejado trajes de Armani y ropa elegante, se había ofrecido a hacer de canguro. Recordé que había encargado que nos sacaran fotos juntos para el Moi! Y se había enfadado muchísimo cuando le confesé mi aventura.

Pensé en Jos. Aunque yo había intentado engañarme, la verdad es que desde el principio me sentí incómoda con él. Me acordé de sus mentiras sobre el guiso al curry casero y el ordenador de Matt, y de cómo había flirteado con un hombre para conseguir trabajo. Me acordé de su histeria con lo de Madame Butterfly, de sus mentiras en el Sunday Times y de cómo le había gritado a Graham. Había sido horrible y absurdo. Pensé en su sueño sobre quedarse desnudo en la ópera, que yo había interpretado ingenuamente como una señal de honestidad. Pero fue Katie quien intuyó la verdad: los sueños de desnudez indican que te da miedo que alguien descubra algún secreto. Era evidente que se trataba de su hija. El hecho de que tuviera una hija no me importaba —¿por qué iba a importarme?—, lo que me molestaba es que no hubiera hecho lo correcto. Pero sobre todo, lo que más me enfurecía eran sus mentiras, sus puras mentiras. Peter nunca me había mentido. Peter siempre decía la verdad. ¿Qué otras mentiras me habría contado Jos?, me pregunté. Si era capaz de mentir en una cosa así…

Al abrir la puerta de casa Graham salió disparado a recibirme con una andanada de ladridos.

Me agaché para abrazarlo y le miré a los ojos.

—Te debo una disculpa, cariño. Porque tenías razón desde el principio.

—¡Krug! —exclamó Jos encantado la noche siguiente—. ¡Qué lujo!

—Ya, pero ¿por qué no? Aunque no es gran reserva.

—Da igual —sonrió él—. Me resignaré.

—Se ve que el Krug es muy popular en los bautizos.

—¿Ah, sí? No lo sabía.

—¿No has ido a ningún bautizo últimamente?

—No, hace años. Vaya, qué bonito —exclamó, mirando el calendario de Adviento que acababa de colgar en la pared—. Me encantan los calendarios de Adviento. Pero no has abierto la ventanita de hoy. Ya lo hago yo. Mira, un baúl. A propósito, Faith, ¿has hecho ya las maletas?

—Todavía no.

—¿Viajarás ligera de equipaje? —preguntó, rodeándome la cintura con el brazo.

—Ligerísima.

Media hora más tarde, cuando nos sentábamos a cenar, exclamó:

—¡Mmmm! ¡Pato!

—Sí. —Puse las verduras en la mesa: patatas diminutas, mazorcas de maíz en miniatura y zanahorias enanas.

—¡Es una guardería infantil de verduras! —bromeó Jos.

—Sí, me encantan, ¿a ti no? —Se encogió de hombros con una sonrisa—. Me encantan las zanahorias enanas, son como bebés de zanahoria. ¿Y a ti?

Él asintió y bebió un sorbo de champán.

—¿Ah, sí? Pues yo no estoy tan segura —suspiré moviendo la cabeza—. A mí me da la impresión de que los bebés no te gustan nada, sobre todo los tuyos.

Jos bajó muy despacio el cuchillo y el tenedor y se quedó mirándome con tal intensidad que parecía querer leerme el pensamiento. Pero yo no quise seguir jugando con él. No tengo nada de sádica.

—Jos, lo sé.

Se produjo un silencio. Solo se oía el tictac del reloj de la cocina.

—¿Qué? —preguntó irritado—. ¿Qué es lo que sabes?

—Lo de la niña.

Dejó los cubiertos junto a su plato.

—Supongo que te lo habrá dicho Becky.

—Sí. Pero ¿por qué no me lo dijiste tú?

—Porque no es asunto tuyo —contestó con toda tranquilidad, cogiendo de nuevo el tenedor.

—¿Estás seguro, Jos? ¿Cómo es posible que creas que puedes tener una relación seria conmigo durante ocho meses sin contarme lo de tu hija?

—Mira, estoy pasando unos momentos muy difíciles. He tenido muchísimos problemas con Becky.

—Eso me han dicho. Y también que ella ha tenido muchísimos problemas contigo. Me has mentido —proseguí con calma—. Me has mentido en muchas cosas. Pero esta mentira es muy gorda, Jos, porque me dijiste que no tenías hijos. ¿Te acuerdas? Cuando nos conocimos te lo pregunté, y tú dijiste que no.

—No pensaba que fuera hija mía. Y sigo sin creérmelo.

—Pues yo estoy segura.

Fui a la cómoda y saqué la foto que Sophie me había prestado.

—¿Sigues diciendo que no es tuya? —pregunté, poniéndole la foto delante. Él dio un respingo y apartó la vista—. Se parece muchísimo a ti. Los mismos ojos grises, la misma boca, los mismos rizos. Hasta lleva tu mismo nombre.

Volví a sentarme.

—Es mi problema —insistió él—. Tú no tienes nada que ver.

—Pues yo creo que sí tengo que ver. Porque en teoría podría ser mi hijastra. Pero lo más importante es que no sé en qué más me habrás mentido, si estabas dispuesto a mentir sobre tu propia hija.

—Ha sido una pesadilla —gimió él, mesándose el pelo—. No quería cargártelo a ti, Faith, porque no hubiera sido justo.

—Venga ya, Jos. No querías cargar tú con él. Sophie dice que no le has pasado a Becky ni un penique. ¿Es cierto?

—¡Lo que yo le haya dado a Becky no es asunto tuyo! Y no deberías haber hecho caso a esa puta… lesbiana.

Su agresividad no me sorprendió. «Al fin y al cabo —me dije—, Jos es capaz de gritarle a un perro».

—Tienes razón, no es asunto mío. Ya no. Porque lo nuestro se acabó.

Jos bajó la vista.

—No sé por qué esto tiene que afectarnos —gimió.

—El hecho de que no lo entiendas demuestra hasta qué punto somos incompatibles.

—Así que quieres dejarme, ¿eh? —dijo furioso, y apretó los labios en una dura línea—. ¿Quieres librarte de mí? ¿Es eso?

—Pues sí. Eso es.

—¡No pienso permitirlo!

—Perdona, Jos, pero no puedes hacer nada. Ya sé que por lo general eres tú el que corta las relaciones, pero en este caso voy a ser yo. No por lo de tu hija, sino porque no confío en ti. Eres un mentiroso. Siempre lo he sabido y, para ser sincera, no estaba enamorada de ti. —Se me quedó mirando, pasmado—. Había algo en ti que no terminaba de convencerme —proseguí—. Y ahora sé lo que era. No eres auténtico. Eres todo fachada. Eres como uno de tus magníficos trampantojos, nada más que una ilusión.

—Te he tratado muy bien —me espetó.

—Sí, es verdad. Pero solo porque querías que me enamorara de ti. Pensabas: «Voy a conseguir que me quiera», ¿recuerdas? Y últimamente has estado especialmente atento, y ahora ya sé por qué: porque sabías que Becky acabaría descubriendo tu secreto, así que querías ablandarme de antemano. Pero tus atenciones no significan nada, sabiendo que has sido un canalla con tu propia hija.

—¿Tú cómo te sentirías en mi lugar? —preguntó él con vehemencia—. ¿Cómo te sentirías si le hubieras dicho a alguien que no querías ataduras y la otra persona te hace una cosa así? Deberías entender mi situación, Faith, porque es justo lo que le ha pasado a Peter.

—Pero la diferencia es que Peter hará lo correcto. Becky necesita dinero y a ti no te costaría nada dárselo.

—No, si al final tendrá el dinero —dijo él con arrogancia—. Pero no quiero ponérselo fácil. Todo esto ha sido por su puta culpa.

—¿Por su culpa? Tú te acostaste con ella sabiendo que estaba obsesionada contigo.

—Sí, es verdad. Pero fui honesto con ella. Le dije que no esperase nada de la relación. Se lo dije mil veces —repitió, alzando la voz hasta un gemido de tenor—. Le dije mil veces que tenía que buscarse un novio como es debido.

—Muy considerado.

—Nunca se me ocurrió que me haría una cosa así —se lamentó con la cara desencajada.

—¿Por qué no?

—¡Porque sería un suicidio emocional! Yo nunca fingí que la quería. ¿Por qué iba ella a querer un hijo mío?

—Porque ella sí te quería a ti. Deberías de haber tomado precauciones.

—Y las tomé. Le di dinero.

—¿Dinero? —pregunté desconcertada—. ¿Para qué?

—Para la píldora del día después.

—¿Ésa es tu idea de los anticonceptivos? —exclamé con una hueca carcajada—. ¡Madre mía! La verdad es que te lo has buscado tú solo. Pobre Becky. Mira, cuanto más hablas más despreciable me pareces. Eres como Pinkerton —añadí.

—¡Pero ella sabía las reglas del juego! —Se había levantado y me miraba furioso—. ¡Conocía las reglas! —repitió, cortando el aire con la mano—. Sabía que era solo una relación temporal. ¡La culpa es solo suya!

Y yo pensé que ya había oído eso antes. Es exactamente lo que Jos había dicho de Madame Butterfly.

—¡Es una imbécil! —exclamó con desprecio—. Y ahora se hace la víctima. ¡Ya le dije que abortara! —siseó, sirviéndose más champán—. Le dije que le pagaba el aborto. Pero la muy idiota se negó. Yo esperaba que tuviera un aborto natural —prosiguió, ahora casi histérico—. Rezaba para que abortara —gritó—. ¡Rezaba de rodillas! —chilló blandiendo la botella de champán—. ¡Si Becky hubiera abortado sí que habríamos bebido Krug gran reserva!

Sus palabras fueron para mí como un puñetazo en el plexo solar. No podía sentir ya nada por Jos, solo desprecio.

—Quiero que te vayas —dije con calma, sintiendo un nudo en el estómago—. Y, por favor, llama mañana a la agencia de viajes para decirles que te vas al Caribe tú solo.

Cuando se marchó me quedé sentada en el salón con Graham, con la mirada perdida. Sabiendo que estaba triste, él apoyó la cabeza en mi regazo. Yo le acaricié las orejas.

—Eres muy listo, Graham. Tú lo supiste desde el principio. Creía que Jos iba a ser mi salvación, pero no era más que un espejismo.

Abrí el Moi! que había cogido en el Cartier y volví a leer el test de compatibilidad con una marcada sensación de culpa.

¿Tiene tu pareja alguna costumbre que te moleste? Sí, me temo que sí. ¿Dice siempre la verdad? Por desgracia no. Es un mentiroso. ¿Cae bien a tu familia y amigos? No, al perro sobre todo le cae fatal. Y por último: ¿Alguna vez te inquieta algo de lo que tu pareja dice o hace? Con una sombría sonrisa borré el «no» que había marcado en julio y contesté «sí».

Tres días más tarde, al llegar a casa del trabajo a las diez y media, me encontré una pila de cartas en la entrada y el contestador parpadeando.

«¡Cariño! —oí gritar a Lily mientras recogía el correo—. ¡Feliz cumpleaños!».

—Gracias —contesté alicaída.

«¡Hace mucho que no nos vemos! Anoche me acordé de ti porque Jennifer Aniston se escapó de casa».

—Qué horror.

«Sí. Llegó hasta King’s Road, la muy traviesa».

—Me sorprende que la encontraras.

«Supongo que Jos te llevará esta noche a algún sitio de fábula. Además, muy pronto os vais al Caribe, ¿no?».

—Pues no —respondí al contestador mientras abría la primera carta. Era una tarjeta de cumpleaños de los niños.

«Si no nos vemos antes de que te vayas, que te lo pases muy bien. Te llamo porque acaba de salir el Moi! de enero y quería leerte el horóscopo. El tuyo es maravilloso, querida. Todo va a salir genial».

—¿Ah, sí? —murmuré.

«Escucha. —Lily carraspeó con aire dramático—. Sagitario. Este mes es especialmente propicio para la pasión. —Yo lancé una amarga carcajada—. Para cuando llegue la luna llena, el seis de enero, sabrás por qué cierta persona se siente tan atraída por ti. ¿No es fabuloso?».

—No, no lo es.

«Solo quería leerte esto. ¡Adióóóóós!».

Había otro mensaje de mi madre para felicitarme el cumpleaños y preguntarme cuándo pensaba llevarles a Graham. ¡Mierda! Se me había olvidado decírselo. La llamé de inmediato.

—Ya no me hace falta que os quedéis con Graham —le dije—. He cancelado el viaje.

—Vaya, qué lástima. ¿Y eso por qué?

—Porque… he cambiado de opinión.

—Pero Turks y Caicos es divino.

—Seguro que sí, mamá, pero no quiero ir.

—¿Y Jos? ¿Qué ha pasado con Jos?

—Se acabó.

—¿Cómo?

—Que no quiero verle más.

—¡Pero bueno! ¿Por qué no? ¿No os iba tan bien?

—No.

—¿Entonces qué vas a hacer, cariño? Es tu cumpleaños.

—Mira, mamá, no lo sé. Y la verdad es que tampoco me importa.

Luego terminé de abrir el correo. Había una tarjeta preciosa de Peter, sin mensaje, sencillamente firmada con una P. Sarah también me había enviado una tarjeta, y Mimi y Mike. Por fin abrí la carta de Rory Cheetham-Stabb y me encontré con la sentencia provisional de divorcio. «Esto llegó hace diez días —decía la nota—. He pensado que querría tener una copia». «Pues la verdad es que no», pensé. Me sentía derrotada, con una opresión en el pecho. Porque aquello era la prueba definitiva de que mi matrimonio había fracasado. Era como tener en las manos una bomba de relojería que explotaría al cabo de unas semanas. Los niños volverían pronto a casa, de modo que escondí el documento en mi mesa. Quería protegerles de los detalles de nuestra separación, aunque no tardarían en saber lo de Andie.

Subí al primer piso, oyendo la irritante musiquilla del camión de los helados, y me dejé caer en la cama. Pero a pesar de que estaba agotada, no podía dormir. Sobre todo porque el teléfono no dejaba de sonar. Casi siempre dejo que salte el contestador, pero hoy me levanté a cogerlo. Primero llamó Sophie, que quería saber cómo me había ido con Jos. Me contó que le había salido más trabajo con la BBC. Luego Sarah, que se había encontrado con Andie el día anterior. La puso verde por teléfono.

—¡No veas el jaleo que está armando con lo de su embarazo! —exclamó—. ¡Es ridículo! No quiere comer esto, no quiere comer aquello, no hacía más que preguntarme qué había puesto en la comida. Luego me acusó de darle queso sin pasteurizar. Además, tampoco puede estar tan gorda todavía, pero se había vestido con una especie de tienda de campaña. Peter estaba fatal —prosiguió sin aliento—. Nunca le había visto así. Se pasó casi todo el día trabajando, y eso que era domingo, solo para no estar con ella. De tal palo tal astilla —añadió con amargura—. Peter ha hecho justo lo que hizo su padre. ¡Maybelline! —exclamó con desdén—. ¡Qué nombre más idiota!

Le seguí la corriente otros cinco minutos y luego fui a la cocina para prepararme un café. Al abrir la ventanita del calendario de Adviento una lluvia de purpurina cayó al suelo como si fuera escarcha. «Es verdad que las cosas han perdido su brillo», pensé. Dentro de la ventana había un cuenco de cerezas. Mmm.

Pasé el resto del día muy deprimida. Me sentía como una barca a la deriva. Mi divorcio ya no era hipotético, sino muy real, y Peter no tardaría en llevarse el resto de sus cosas. Caminé por la casa, seguida de Graham, identificando todo lo que era de Peter. Las dos chaquetas del recibidor, sus botas de agua, algunos pares de zapatos, sus libros… Peter tiene muchísimos libros, cientos de libros, en las estanterías del salón. Aspiré su dulce aroma a viejo con profunda tristeza. Había relucientes libros nuevos en rústica y de tapas duras, y unas cuantas preciadas primeras ediciones. Había libros de la Penguin, de color naranja, y clásicos de color negro, y todas las novelas de sus autores, claro. Es curioso, las cosas que se advierten cuando una está triste. Porque la vista se me iba una y otra vez a El final de la relación. Sí, nuestra relación ha llegado a su fin. Luego vi ¿Puedes perdonarla?, de Trollope. «No —pensé con amargura—, no puedo». Me dije que venían Tiempos difíciles y que habíamos tenido un Ocaso y caída. También vi El arco iris, ¿pero dónde estaba mi arco iris? Un puñado de polvo. Mi reconciliación con Peter había fracasado estrepitosamente y Jos había resultado ser un Falso amanecer. Por primera vez en mi vida estaba totalmente sola.

«Estoy sola —me dije, sentada en el baño con Graham esta noche—. Tengo treinta y seis años, los niños están creciendo y yo no tengo pareja». Me quedé mirando el paisaje caribeño de Jos, con sus palmeras y su mar turquesa. Era precioso, pero no era real. Bajé al sótano por un bote de pintura blanca y una brocha y me puse a pintar sobre el mural de Jos lenta y deliberadamente, borrando el cielo azul y la reluciente arena. Una gota de pintura cayó sobre la concha. Un sollozo escapó de mi garganta y pronto tuve las mejillas mojadas. Creo que hubiera llorado largo y tendido si no llega a sonar el teléfono.

—¡Feliz cumpleaños, mamá! —exclamó Matt.

—Gracias, cariño —contesté con voz rota.

—¿Has tenido un buen día?

—Sí, estupendo.

—¿Estás constipada?

—No —le aseguré, tragándome las lágrimas—. Bueno, sí. Pero no es más que un resfriado.

—¿Vas a salir con Jos?

—No. De hecho más vale que sepas que no voy a salir más con Jos.

Se produjo un silencio y luego se oyó un ruido. Matt le había pasado el auricular a Katie.

—¿Mamá? Soy yo. ¿Qué ha pasado?

—No, nada en realidad.

—¿Entonces no te vas al Caribe?

—No. Ya no.

—¿Has terminado con Jos?

—Eh…

—Espero que sí.

—Pues ya que lo preguntas, sí.

—Bien. A nosotros nos parecía un tío un poco raro. No le llegaba a papá ni a la suela de los zapatos. ¿Quieres hablar de ello? —preguntó alegremente—. Puedes hablarlo conmigo.

—No, gracias, Katie.

—Creo que necesitas un poco de terapia cognitiva.

—Te aseguro que no.

—Pero es que vas a experimentar algunos sentimientos negativos.

—No tengo ningún sentimiento negativo, ninguno en absoluto —dije, enjugándome los ojos con un kleenex.

—¿Qué vas a hacer esta noche?

—Quedarme en casa. Tengo que… pintar.

—Ah, un mecanismo de defensa.

—De eso nada. Es algo que hay que hacer. Oye, cambiemos de tema. Dime, ¿cómo va la obra de teatro?

—Muy bien. Esta semana son los ensayos generales. Yo tengo un papel bastante importante, y Matt está a cargo de la utilería. ¿Vas a venir a vernos?

No lo sabía. Había estado demasiado deprimida para pensarlo.

—Anda, mamá. Ven a ver la obra.

—Muy bien. Sí, claro que iré. —Tenía que apoyar a mis hijos, y a lo mejor me animaba un poco—. Oye, no me acuerdo qué obra era.

Cuando estemos casados.

Divorciarse es como caer en un agujero negro, pensaba la semana siguiente, mientras me dirigía sola hacia Seaworth. No, era todavía peor, era como caerse de un avión. Ahora había alcanzado la velocidad máxima y pronto me estrellaría contra el suelo. La caída no iba a matarme, eso seguro, pero las heridas serían muy graves. De modo que tendría que escayolarme los huesos rotos y seguir adelante. «Va a ser espantoso —me dije—. Voy a sufrir durante años. Tendré que ser valiente, tendré que hacer cosas que no había hecho nunca». Mientras avanzaba por el carril lento de la carretera me imaginé asistiendo a clases nocturnas o a fiestas yo sola. Me vi saliendo con tipos aburridísimos que solo sabrían hablar de golf. Muchas veces me había preguntado cómo sería la vida de soltera, y ahora lo iba a averiguar. Tendría que enfrentarme a muchas situaciones. Nunca había ido sola al colegio de los niños, por ejemplo. Pero así sería en adelante, me dije alicaída. De ahora en adelante estoy sola. Tal vez me quedaría sola para siempre. ¿Qué me había dicho Lily? Ah, sí: «Piensa en las pobres divorciadas que nunca vuelven a encontrar pareja». Seguramente así acabaría yo; frustrada y amargada. Me costó trabajo encontrar la salida de la autopista. Me habría gustado que condujera Peter. Los niños me habían dicho que no iba a ver la obra, y para mí fue un alivio. Por lo visto Peter estaba muy ocupado en el trabajo, pero yo sabía cuál era la auténtica razón. No quería venir porque sabía que para los dos sería horrible. Me acordé de la última vez que habíamos ido los dos juntos, el día de la entrega de premios. Peter estaba enfadado por aquel artículo espantoso del Mail y además fue cuando pasó todo aquello con Matt. Esta vez tendría que enfrentarme sola a la situación, me dije mientras aparcaba.

Cuando estemos casados, pensé deprimida una vez sentada en el atestado salón de actos. Más bien cuando estemos separados o divorciados. La obra se describía como «una evaluación, en parte cómica, de la vida de matrimonio». Leí el nombre de Katie en el programa con una punzada de orgullo. Interpretaba el papel de una de las tres esposas de Yorkshire que celebraban sus bodas de plata. Peter y yo nunca llegaríamos a ellas, pensé con un suspiro. Habíamos llegado a los quince años de casados, las bodas de cristal, y luego todo se había roto.

Pero al levantarse el telón me olvidé de mis problemas y me fui metiendo poco a poco en la obra. Katie interpretaba el papel de Clara Soppit, la más autoritaria de las tres mujeres.

PARKER: El matrimonio es un asunto muy serio.

CLARA: Así es, Albert. ¿Qué seríamos sin él?

SOPPIT: ¡Solteros!

CLARA: ¡Ya está bien, Albert!

PARKER: Nos hemos reunido aquí para celebrar nuestro aniversario de boda, amigas. ¡Brindemos por el matrimonio!

Pero entonces descubren que el vicario que las casó a las tres no estaba cualificado y que llevaban veinticinco años «viviendo en pecado», lo cual era un auténtico escándalo en aquella época.

PARKER: Puede que sientas que estás casada con él, pero en sentido estricto y a los ojos de la ley, el hecho es que no estáis casados. Ninguna de nosotras estamos casadas.

CLARA: ¿Por qué no lo dices más alto? Creo que algunos de los vecinos no lo han oído.

PARKER: Está bien, está bien, está bien. Pero si no nos enfrentamos a los hechos no llegaremos a ninguna parte. Esto es una desgracia, pero no es culpa nuestra.

CLARA: Os voy a decir una cosa, a los ojos del cielo, Herbert y yo hemos estado casados estos veinticinco años.

PARKER: En eso también te equivocas. A los ojos del cielo, aquí no se ha casado nadie.

Al final del primer acto cayó el telón entre una salva de aplausos y todos salimos. Aquello era lo que más miedo me daba, porque nunca había ido sola a una función del colegio. Saludé con una sonrisa educada pero desinteresada a todas las personas que habíamos visto el día de los discursos. Luego, para disimular la vergüenza que me daba estar sola, fingí concentrarme en el programa.

—¿Señora Smith?

Dios mío, era aquella espantosa mujer, la señora Thompson. Era la que tanto había protestado cuando Matt se llevó el premio de matemáticas. Seguro que la muy bruja venía a meterse otra vez conmigo, pensé. Me miraba con los ojos encendidos. Al no poder contar con la protección de Peter, alcé los puños, metafóricamente, claro. Así es como iba a ser a partir de entonces, me dije. Iba a tener que luchar sola. Pero entonces advertí que la señora Thompson parecía radiante y que había cambiado en cierto modo.

—¡Cuánto me alegro de verla! —exclamó. Me quedé de piedra—. ¿Cómo está usted?

—Muy bien, gracias —mentí—. A usted se la ve muy bien.

—Es que lo estoy —sonrió ella.

Y mientras hablaba sobre la obra, yo me fijé en su cambio de look. Había adelgazado bastante, iba muy bien maquillada y había sustituido su rígida permanente por un corte de pelo escalonado y con mechas rubias. Llevaba un vestido de angora muy caro y emanaba un olor delicioso. Yo tengo muy buen olfato, pero no podía recordar qué perfume era aquél.

—¡Katie está fantástica! —exclamó mientras tomábamos un café.

—Sí, muchas gracias. —Y al oírla alabar a Katie de pronto la consideré mi nueva mejor amiga—. Johnny también está estupendo.

Ella sonrió radiante.

—Pero no tan bien como Katie —dijo con generosidad.

—Claro que sí. De verdad.

—Katie es una actriz nata.

—Johnny también. Y tiene una dicción estupenda.

—No, no, la estrella de esta noche es Katie. Su sentido de la comedia es genial.

—Pero Johnny lo está haciendo muy bien —insistí. No estaba dispuesta a dejarme ganar.

—Ay, es usted muy amable, señora Smith, pero creo que sus hijos son fantásticos. Muy guapos, y tan listos.

A estas alturas quería tanto a la señora Thompson que tuve que contenerme para no darle un beso.

—Y ha sido impresionante que Matt devolviera el dinero.

—¿Cómo dice?

—Ah, ¿no lo sabía? —preguntó ella, removiendo el café—. Ha devuelto el dinero a todos sus amigos.

—¿Sí? Vaya, no tenía ni idea.

—Pues sí. Se ve que ganó bastante dinero.

—¿Cómo?

—Jugando al póquer.

—Pero si Matt no juega al póquer.

—Sí que juega, sí. Y por lo visto se le da muy bien. Le contó a Johnny que este verano le enseñó a jugar su abuela.

—No, eso no es verdad, señora Thompson. Mi madre solo le enseñó a jugar… al bridge. ¡Ah! —exclamé de pronto—. Ya lo entiendo. —Mi madre no tenía remedio.

—Por lo visto Matt se puso a jugar en Internet, con la tarjeta de crédito de su abuela. Es un chico con mucha iniciativa, señora Smith. Creo que ganó cinco mil libras. Mucho mejor que especular con eso de las dot.com, ¿no le parece? Pero cambiando de tema, quería decirle…

—¿Sí? —pregunté, decidida a tener una bronca con mi madre en cuanto me encontrara con más fuerzas.

—Espero que no le importe…

—No.

—Que lamento mucho lo de su divorcio.

Sentí una punzada de dolor.

—Ah, gracias. —Seguro que todo el mundo lo sabía. Los niños se lo habrían dicho a sus amigos, claro.

—¿Y cómo se encuentra de ánimos? —preguntó la señora Thompson, solícita.

—Muy bien, muy bien —mentí.

—Me he enterado de que le lleva lo del divorcio Rory Cheetham-Stabb, ¿no es así?

—Sí, es verdad. ¿Cómo lo sabe?

—¡Porque también es mi abogado!

—¿Ah, sí? No lo sabía.

—Sí. Mi marido se ha largado con su secretaria. Pero, para ser sincera, no podría importarme menos. Me lo estoy pasando de maravilla —comentó encantada—. ¡De maravilla! Llevaba casada veinte años, he criado a tres hijos y ahora me toca divertirme.

—Pues… ¡qué bien! —Me eché a reír.

—Pero ¿no le parece fantástico? —preguntó, con los ojos encendidos.

—¿Quién? ¿Johnny? Desde luego.

—No, Johnny no —dijo ella con una risita—. Digo Rory Cheetham-Stabb.

—Ah, bueno…

—¡Yo creo que es maravilloso!

—Desde luego es muy eficiente. Y un poco implacable.

—¡Ay, sí! —exclamó ella con entusiasmo—. Yo estoy contentísima con él. Conoce muy bien su trabajo, ¿no le parece?

—Pues…

—Es justo lo que necesitaba —prosiguió ella, siempre con los ojos brillantes—. ¿Sabe lo que quiero decir?

—Sí, sí —mentí.

Intercambiamos declaraciones de amistad eterna y volvimos a entrar para el segundo acto. Ahora los seis protagonistas ya no están tan seguros de querer seguir con sus respectivas parejas. Ahora que están técnicamente libres, los hombres se lo están pensando mejor. Herbert, el dominante marido de Clara, se revela, y los otros también vislumbran la posibilidad de hacerlo. Y mientras reflexionaba sobre todo esto me vino de pronto a la cabeza el nombre del perfume de la señora Thompson: se llamaba No me arrepiento.

La siguiente semana vinieron los niños a casa. Iban a ser las primeras Navidades en que no estaríamos todos juntos, de modo que intenté que nos lo pasáramos bien. Fuimos a ver cantar villancicos, hicimos pasteles y colgamos las tarjetas navideñas. El domingo lo pasaron con Peter.

—¿Qué tal está? —pregunté a Katie esa noche, mientras adornábamos el árbol de Navidad.

—Bien. A propósito, nos contó lo de Andie. Ahora lo tiene bien pillado.

—¿Está viviendo con ella?

—No, no, todavía está en el piso. Pobre papá —comentó, sacando las bombillas de colores—. Y pobre tú también.

—No te preocupes, yo estoy bien —mentí. La verdad es que me sentía tan hueca y frágil como la bola de cristal que tenía en la mano. El menor golpe me rompería en pedazos. No haría falta más—. Por cierto, tenías razón con Jos. Lo único que buscaba era que le quisieran.

—Debe de ser para compensar alguna carencia de su infancia.

—Seguro que sí.

Entonces le conté lo que había averiguado de Jos. Katie ya era bastante mayor para saberlo.

—¡Vaya! Así que no era Graham el que necesitaba un tijeretazo —comentó indignada—. ¡Era él! Pero a Lily le caía muy bien, ¿no?

—Sí.

—Claro que ella es un poco como Jos: todavía buscando al adulto que llevan dentro. Mamá… —comenzó un poco vacilante, poniendo espumillón rojo en las ramas más bajas—. Nunca te lo había preguntado, ¿pero por qué eres tan amiga de Lily?

—Mira, hay días en que yo misma me lo pregunto. Es verdad que a veces me saca de quicio.

—Lily siempre tiene que ser el centro de atención —dijo Katie, colocando el ángel en la copa del árbol—. Siempre tiene que vencer ella. —Puse los ojos en blanco. Era verdad—. Pero tú eres totalmente distinta, mamá. ¿Por qué sois tan amigas, entonces?

—Porque en el colegio muchas niñas la trataban muy mal y a mí no me gustaba nada, así que decidí hacerme su aliada. Y luego me di cuenta de que con ella me lo pasaba muy bien. Y como yo era bastante sensible e introvertida, Lily, con lo atrevida que era, me parecía una liberación.

—Así que fue eso de que los opuestos se atraen, ¿no?

—Supongo que sí. Lily era como un tónico para mí. Era tan valiente. Y yo a ella le caía bien porque nunca supuse ninguna amenaza. Siempre pensé que acabaríamos por irnos distanciando, sobre todo desde que me casé. Pero no, el caso es que nunca perdimos el contacto.

—Es evidente que Lily te necesita, mamá.

—Sí. Puede ser.

—Tú eres su única amiga de verdad. Y como os conocisteis de niñas, seguramente le recuerdas lo lejos que ha llegado.

—Tal vez —suspiré, colgando una bolita del árbol.

—Y es evidente que te adora. —De pronto me quedé parada con la mano en el aire.

—¿Ah, sí?

—Vamos, sin duda ninguna. Eres muy importante para Lily. Claro, habéis sido amigas durante veinticinco años. ¡Tal vez deberíais celebrar las bodas de plata! —concluyó con una carcajada.

—Pues sí, es verdad. Y cuanto más tiempo dura una amistad, más valiosa es.

—Es evidente también que Lily está un poco celosa de papá. Es como si ella te conociera mejor que él. A lo mejor por eso a papá no le cae muy bien, porque tres son multitud.

—Ay, no sé —contesté—. Yo creo que papá la considera una persona vanidosa y un poco superficial. Aunque admira muchísimo su inteligencia. Pero cree que ha desperdiciado su talento. Según papá, Lily podía haber sido neurocirujana o científica. Piensa que se ha vendido al mundo de la moda.

—Pero lo que Lily haga con su vida es asunto suyo, no de papá.

—Sí, por supuesto.

—A mí me gusta Lily —comentó Katie diplomáticamente—. Es divertida, e intrigante.

—¿Intrigante? —murmuré—. Sí.

—Es muy compleja. Es tan obsesiva y tiene tanta energía. Claro que papá también trabaja mucho.

—Siempre ha sido muy trabajador.

—No, se ve que de momento está trabajando muchísimo en algo, pero no ha querido decirnos qué era.

—Seguramente estará negociando para contratar a algún autor caro o para hacer algún trato con el extranjero. Oye, ¿seguro que no os importa que salga mañana por la noche? —pregunté, una vez terminado el árbol—. No tardaré mucho en volver.

—Claro que no —replicó ella con displicencia—. Ya somos adultos.

—Sí —dije tristemente—, ya lo sé. Lo sé muy bien.

Y cuando las luces del árbol comenzaron a parpadear pensé con nostalgia que Katie y Matt se marcharían pronto de casa. Peter quería tener otro hijo conmigo, pero ahora lo iba a tener con Andie.

—¿Será divertida la fiesta? —preguntó Katie mientras guardábamos las cajas.

—No creo. Las fiestas en la oficina no suelen serlo.

De hecho la fiesta de Navidad de la AM-UK! siempre me había parecido un rollo. Beber vino barato en la sala de juntas no era lo que yo entendía por diversión. Pero son mis colegas, me dije el lunes por la mañana, mientras iba al trabajo, y no estaría bien faltar.

Tomé como siempre un café de máquina y eché un vistazo a los periódicos antes de empezar a trabajar. Cogí primero el Mail y luego el Independent, y de pronto me quedé de piedra. BISHOPSGATE COMPRA FENTON & FRIEND. Sentí una descarga de adrenalina y leí rápidamente el artículo.

«La última fusión de grandes editoriales… Fenton & Friend… Bishopsgate ha pagado treinta y cinco millones de libras… los rumores comenzaron hace seis meses… más rumores en Frankfurt… Smith ha demostrado tener un auténtico talento financiero… El puesto de la dirección ejecutiva, que ostentaba Charmaine Duval, ha quedado vacante… Oliver Sprawle está a punto de marchar».

Cuando dejé el periódico en la mesa me temblaban las manos. En eso había estado ocupado Peter. Por eso trabajaba tantísimo. «¡Dios mío!», pensé. En diciembre pasado Charmaine estaba a punto de despedir a Peter, y ahora, un año después, era Peter el que la despedía a ella. Intenté concentrarme en los mapas, pero no podía apartar de mi mente una idea: que Peter tenía razón cuando dijo que Oliver había sido el responsable de la filtración a la prensa. Ahora estaba claro que tenía un motivo ya que conocía los planes de Peter de asumir el control de la editorial. Volví a leer el artículo. Decía que Peter llevaba más de seis meses planeando comprar Fenton & Friend. El hermano de Oliver era banquero y seguramente le habría informado de lo que pasaba. De ahí los continuos intentos de Oliver por minar su credibilidad. Ahora, por fin, todo cobraba sentido. Recordé que Peter había comentado algo al respecto en la feria del libro de Frankfurt. Yo entonces le dije que en el asunto de Charmaine y Oliver al final había salido vencedor, y él replicó: «No del todo». Pero ahora por fin aquellos dos se habían llevado su merecido. Estaba tan contenta por Peter y tan orgullosa de él que casi me estallaba el corazón. Pero de pronto sentí una oleada de tristeza al acordarme del divorcio. Esta noche Peter celebrará su triunfo, pero no conmigo.

—¿Estás bien? —me preguntó Darryl.

—¿Qué?

—Que pareces un poco deprimida.

—No, no —murmuré—. Estoy bien.

—¿Vendrás a la fiesta?

—Claro que sí.

De modo que a las siete y media me encontraba entre la multitud con un vaso de Chardonnay barato en la mano.

—¡Graciosísimo!

—¡¿Un hurón que canta?!

—El especial de la tragedia de Lady Di.

—¿Has visto a Sophie en Newsnight?

—Sí, la chica de la televisión matinal.

—¡Estaba Selina Scott!

Terry estaba más contento que unas castañuelas. Por fin empezó la música y se oyó el irritante villancico de «Feliz Navidad». «Pues para mucha gente no es nada feliz —pensé alicaída—, y para mí todavía menos».

«Feliz Navidad. Todo el mundo se divierte…».

«Yo no —pensé—. Todo lo contrario».

«Mirad hacia el futuro. Esto es solo el principio».

—¡Faith! —Era Iqqy. Me saludó con un beso—. ¿Cómo estás, cariño?

—Bien —dije encogiéndome de hombros—. Bueno, en realidad fatal. El divorcio está a punto de ser definitivo.

—Pobrecita. Yo también he dejado a Will.

—¿Ah, sí? Bien hecho. Por lo que contabas, te trataba muy mal.

—Es verdad —suspiró él—. Ya no podía soportarlo más, así que le he dicho que se acabó.

—Eso significa que vas a ser más feliz.

—Sí. Y tú también.

Sonreí y pensé que nunca me había sentido más infeliz. Pero el vino se me había subido un poco a la cabeza y la música fluía. Iqqy fue a saludar a otra persona y yo me quedé charlando un momento con Marian y Jane, de producción, pero no quise saber nada de Lisa, que le había hecho a Sophie la jugarreta del autocue. Además, Lisa estaba muy entretenida con Tatiana. Al cabo de un rato me encontré junto a Jan, que había comenzado a trabajar la semana anterior como empleada eventual. Era evidente que había bebido de más y tenía ganas de hablar. Yo sabía que había trabajado para varios periódicos y revistas antes de llegar a la AM-UK!

—Me gusta el trabajo temporal —comentó después de apurar el vino de un trago y coger un vol-au-vent al vuelo—. Así no me siento atada. No soy una persona fiel, profesionalmente —rió—. Me gusta tantear todo el terreno.

—¿Te gustaba trabajar para la prensa? —pregunté por cortesía.

—Mucho. Sobre todo para las columnas de sociedad. ¡Eso sí que era divertido!

—¿Dónde has trabajado? —pregunté, interesada.

—Uy, en todas partes. El Express, el Daily Telegraph, una temporada en el Hello! y en TV Quick! También he hecho algo para el Daily Mail.

—¿Ah, sí? ¿Cuándo?

—Este año. De marzo a julio.

—Vaya, qué interesante. Porque en esa época salieron unos artículos muy desagradables sobre mí.

—Sí, ya me acuerdo —dijo ella, con una risita ebria.

—¿Sí? ¿Los leíste?

—Los escribí yo.

—¿Y no tienes que guardar el secreto profesional?

—En teoría. Pero ya sabes lo que pasa con los eventuales… vamos y venimos.

—En ese caso, ¿podrías decirme quién fue la fuente de información?

—¿De verdad lo quieres saber?

—Sí. Bueno, en realidad ya lo sé. Era solo para estar segura.

—Muy bien, tú dime quién crees que fue y yo te diré si te equivocas o no.

—Oliver Sprawle. Trabajaba con mi marido en Fenton & Friend. Los dos estamos convencidos de que fue él.

—¿Oliver Sprawle? —repitió ella mordiéndose el labio—. No me suena de nada.

—Salieron dos artículos, uno en el Hello! en abril y otro en el Mail en julio.

—Yo trabajaba en las dos publicaciones en aquel momento, y te aseguro que no fue ese tal Oliver.

—¿Seguro? —Ella asintió. Yo me quedé desconcertada—. Vaya. ¿Entonces quién fue?

—Te lo digo si me prometes que no les darás una paliza. Me podría buscar problemas.

—Prometo no realizar ningún acto de violencia, pero tengo que saberlo.

—Muy bien. Fue Lily Jago, la editora del Moi!.

Subí las escaleras de dos en dos hasta llegar a mi mesa y marqué el número de Lily, encendida con una mezcla de rabia y borrachera.

—¡Lily! —exclamé—. Quiero hablar contigo.

«Éste es el contestador de Lily Jago…».

—¡Lily, sé que estás ahí! ¿Quieres coger el teléfono?

«Gracias por llamar…».

—¡Coge el teléfono, Lily! ¿Me oyes? ¡Quiero hablar contigo!

«Estoy pasando la Navidad en St Kitts… —Vaya, se me había olvidado— y no volveré hasta el día 30».

Colgué y me quedé mirando por la ventana. ¿Por qué le haría Lily una cosa así a Peter? Porque no le caía bien, claro. Pero por otra parte Lily era mi amiga, y tenía que saber que al hacer daño a Peter me heriría a mí también. Además, aquellos espantosos artículos no tenían ninguna base real. No eran más que especulaciones destinadas a desacreditar a Peter. «¿Cómo se ha atrevido? —pensé furiosa—. ¿Y todo para qué?». No entendía nada. Abajo se oían risas y música. Por encima del parloteo ebrio flotaba una canción conocida.

«Hay más preguntas que respuestas —cantaba Johnny Nash. Desde luego, me dije—. Y cuanto más averiguo menos sé. —Y que lo digas—. Sí, cuanto más averiguo… menos sé».

—Que la paz sea con vosotros —decía el cura el día de Navidad.

«La voy a matar», pensaba yo.

—En esta época de buena voluntad… —Voy a matar a esa traidora sin escrúpulos—. Vamos a recordar nuestros pecados… —Le arrancaría el corazón y se lo daría de comer a Graham si no supiera que lo envenenaría. Y a Jennifer Aniston la voy a convertir en pincho moruno.

El sermón contaba el embarazo de María y el nacimiento en el portal y todo eso. Me puse enferma. Miré al niño Jesús en su cuna y pensé: Este año estoy más que harta de recién nacidos. Y entonces, al fondo de la iglesia, se alzó una dulce voz de soprano.

«En mitad del crudo invierno…». Oh, no. No, por favor. Eso no. «El viento helado gemía». Se me llenaron los ojos de lágrimas. Aquél era el invierno más crudo de mi vida. «La tierra se endurecía como el hierro, el agua como una piedra». «Ha sido un año tan duro» pensé. «La nieve caía, nieve sobre nieve». Todo comenzó en enero. «Nieve sobre nieve, en mitad del crudo invierno, hace mucho tiempo». Se me nubló la vista y Katie me apretó la mano. No les había dicho a los niños lo de Lily, porque ellos tampoco lo entenderían. Además, quería hablar primero con Lily, y todavía tardaría seis días en volver.

Esa tierra de nadie que son los días entre Navidad y Nochevieja pasaron como un torbellino. Vinieron mis padres y Sarah, y los niños fueron a ver a Peter, claro. Yo apenas comí nada y todo el mundo me dijo que tenía muy mala cara, pero lo achacaron al divorcio. Un cierto residuo de lealtad hacia Lily me impidió contarles la verdad. Pero la noche del día treinta me quedé a solas, con las palabras de Katie y Lily resonándome en los oídos:

«Lily te adora, mamá, es evidente».

«Eres mi única amiga en el mundo».

«Eres muy importante para ella. Te quiere».

«Yo solo quiero lo mejor para ti».

Me llevé al ojo el caleidoscopio plateado y le fui dando vueltas despacio, viendo las lentejuelas de colores deslizarse y reagruparse para crear magníficas imágenes. Eran hipnóticas, complejas y hermosas y siempre en movimiento.

—Así que de momento el ambiente es gélido —afirmaba al día siguiente en el trabajo.

«Siete, seis… no tiene buena cara».

—Se está creando un gran frente frío.

«Cinco, cuatro… dicen que es por lo del divorcio».

—De hecho hace ya tiempo que lo tenemos cerca.

«¿Has visto a Sophie en Question Time?».

—Y hay mucho hielo…

«Estuvo fantástica. Dos, uno…».

—… que puede ser muy traicionero.

«Cero».

—Así que vayan con cuidado.

«Más le vale a Lily ir con cuidado», pensé furiosa esa noche, de camino a Chelsea. No le había avisado de que iba a ir a su casa, porque planeaba un ataque por sorpresa. Sabía que la Nochevieja es la única noche del año en que no sale. Caminaba por King’s Road con el viento cortándome la cara. Las luces de Navidad, como alegres collares, oscilaban en la fuerte brisa. Los escaparates estaban adornados con espumillón y cubiertos de carteles rojos de «rebajas» como si fueran heridas sangrantes. «¡Grandes descuentos!», anunciaban.

—¡Feliz Año Nuevo! —gritó alguien.

«Pues no, no va a ser feliz —pensé—. Todo lo contrario». Gracias a Lily iba a ser un Año Nuevo espantoso. Al pasar por Wellington Square me puse a repasar los eventos del año. El 6 de enero era una mujer felizmente casada. Ahora, gracias a la intervención de Lily, estaba sola y deprimida. Todo por su culpa. Desde luego se va a enterar.

—¡Faith, cariño! —exclamó al abrir la puerta adornada con guirnaldas—. ¡Qué sorpresa! Vaya, ¿qué pasa? Pareces angustiada.

—Es que lo estoy. Gracias a ti.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Lo sabes muy bien.

—Faith, la Navidad es muy estresante. Es obvio que necesitas un trago.

Entró en la casa y yo la seguí.

—No necesito un trago, necesito la verdad.

Jennifer Aniston estaba tumbada en el sofá de cuero blanco viendo Un hombre y su perro en la tele. Su cara, como un crisantemo peludo, vuelta hacia la pantalla.

—¿Cómo es que no estás morena, Faith? —preguntó Lily de pronto—. Si acabas de volver del Caribe.

—No he ido al Caribe —anuncié.

—¿Y por qué no?

—Porque no me apetecía. ¿Y sabes por qué? Pues porque Jos, un tipo tan fantástico, maravilloso y fabuloso según tú, ha resultado ser un mierda.

Entonces le conté lo de Becky y su hija. Lily casi se ahoga con su canapé.

—¡Dios mío! ¡Qué canalla! Pero… parecía tan perfecto.

—Sí, sobre todo según tú.

—Ah, ya entiendo. Habéis tenido problemas y ahora me quieres echar la culpa.

—Es que la culpa es tuya.

—¿Por qué? ¿Por lo de Jos?

—Sí. Tú me presionaste para que saliera con él, Lily. Desde que le conocí no has hecho más que vendérmelo, insistir en que era perfecto para mí.

—¡Era lo que pensaba! —protestó ella.

—No podías dejar que fuera a mi ritmo. Tenías que meterte.

—Pero Peter te había defraudado, Faith. Yo quería que tu nueva relación funcionara.

—No, Lily, era mucho más que eso. Tú estabas casi dirigiendo la función. No dejabas de manipularnos, como si tuvieras un plan. —De pronto me acordé de Despina, la intrigante doncella de Così fan tutte, siempre maquinando, igual que Lily—. Te dedicas a vestirme con ropa de diseño, te ofreces a hacer de niñera, encargas que nos saquen fotos a Jos y a mí para el Moi!, para que todo el mundo nos vea juntos y, en general, le haces muchísima propaganda, con el mismo entusiasmo que si fuera el último bolso de Chanel. Pero desde el principio sabía que había algo oscuro en él.

—Ya. Pues si lo sabías, no tenías que haber salido con él —replicó ella enfadada—. Al fin y al cabo es tu vida. Madre mía, mira que eres ingenua, Faith.

—Sí, y tú lo sabías. Me conoces desde hace veinticinco años. Sabes que siempre te hago caso. Pero la cuestión es que no has hecho más que darme malos consejos.

—¿Entonces por qué los seguías? —me espetó.

—Pues… porque estaba deprimida y me sentía vulnerable, por lo que Peter había hecho.

—Lo que hizo Peter no tiene perdón.

—¿Ah, no? No estoy tan segura. En todo caso tiene gracia que lo digas precisamente tú, que has salido con un montón de hombres casados. Sí, Peter tuvo un desliz, Lily. Le pasa a mucha gente. Tú insististe en que yo no lo superaría, pero el caso es que lo he superado. Y cuando te dije que quería volver con él te quedaste horrorizada, casi furiosa. A mí entonces me pareció extraña tu reacción, pero ahora entiendo que el asunto es más complicado. Tú querías que me divorciara. Ése ha sido siempre tu objetivo. Querías que Peter y yo nos separásemos. Ahora lo tengo claro. Todo empezó en Snows, ¿no?, cuando me soltaste aquel comentario: «Creo que eres maravillosa al confiar en él». Así, de pronto, me lo soltaste en mitad de la conversación como una pedrada. Entonces fue cuando empecé a sospechar de Peter. Entonces fue cuando todo cambió. Y tú no hacías más que echar leña al fuego para aumentar mis sospechas. Alentaste mi inseguridad porque te convenía. Me enviaste aquel artículo sobre la infidelidad, me animaste a mirar aquella página web, ¿teengaña?.com. ¡Vamos, si hasta pagaste el detective privado! Y todo esto diciéndome que estabas segura de que Peter era inocente, mientras te encargabas de que yo descubriera lo contrario. Me presionaste, en contra de todos mis instintos, para que le preguntara sobre el tabaco y los chicles. Y luego, en el instante en que Peter confesó, tú te tiraste a su cuello y cada vez que yo tenía la tentación de volver con Peter insistías para que me quedara con Jos.

—Pensaba que Jos era toda una adquisición. No es culpa mía que haya salido rana.

—No, pero sí tienes la culpa de que yo me involucrara tanto con él. Porque si no te hubiera hecho caso, habría perdonado a Peter. Pero no; seguí tu consejo… y nunca me arrepentiré lo suficiente. ¡Has destruido mi matrimonio! —grité—. Éramos felices juntos y ahora nos estamos divorciando. ¡Y todo por tu culpa!

Lily bebió su champán con aire de condescendencia.

—Mira que eres idiota —dijo con toda tranquilidad—. Tú no eras feliz para nada, no te engañes.

—¡Sí que lo éramos! Éramos muy felices, Lily, muy felices. Felicísimos. Sí, Lily, yo era muy feliz con Peter.

—Más bien estabas aburrida, más aburrida que una ostra, hija. Se te notaba en la cara. Necesitabas un cambio desesperadamente.

—¿Y tú qué demonios sabes? Nunca has estado casada.

—Yo solo sé lo que veo. Estabas catatónica de puro aburrimiento. Los dos lo estabais, se notaba a la legua. Así que pensé que te estaba echando una mano. Yo también estaría aburrida después de pasar quince años con la misma persona. Con tus viajecitos a Ikea y tu casita y tus patéticas fantasías sexuales sobre las que hacías tantos chistes. Pero como decía Freud, «los chistes no existen».

—Yo quería a Peter —insistí—. Éramos felices.

—Ya. Tú misma me contaste que hacía más de un año que no dormíais juntos. ¡Preferías dormir con el perro!

—¿Por qué no? Me gusta dormir con mi perro. Tú duermes con el tuyo. Peter tenía problemas en el trabajo y, como ya sabes, yo tengo un horario imposible.

—Mira Faith, estabas tremendamente frustrada, y él también. Se os salía el tedio por las orejas. Así que no me vengas con eso de que erais tan felices juntos. Es mentira y tú lo sabes muy bien.

—¡Es verdad!

—No lo es.

—Sí lo es.

—¡No lo es!

—¿Y tú cómo lo sabes?

—¡Porque si de verdad hubieras sido feliz, so idiota, no me habrías hecho caso!

Me la quedé mirando. La lógica de sus palabras me había dejado sin habla.

—Si hubieras sido tan feliz como dices, me habrías mandado a la mierda —añadió con calma.

—Ojalá lo hubiera hecho.

—Pero además es que no te das cuenta de que yo solo quería lo mejor para ti.

—Sí, ya me lo habías dicho, pero es mentira.

—No, Faith, es verdad.

—Es mentira podrida, Lily, porque si quisieras lo mejor para mí no habrías ido a la prensa con rumores malintencionados sobre mi marido. —Se quedó de piedra, con la copa de champán a medio camino—. Fuiste tú. —Ella se sacudió unas migas imaginarias de la falda—. Fuiste tú, ¿verdad?

—¿De qué demonios hablas? —preguntó enfadada.

—Fuiste tú la que vendió aquella basura a los periódicos.

—Faith, no…

—No te molestes en negarlo, porque lo sé de buena tinta. Y lo peor es que ni siquiera era verdad aquella información. No eran más que rumores para desacreditar a Peter todo lo posible y dar un empujoncito al divorcio. Fuiste tú. Durante un tiempo pensé que había sido Andie y luego Oliver. La verdad es que nunca me pasó por la cabeza que pudieras ser tú. Se supone que éramos amigas, ¿no? Llevamos juntas veinticinco años.

—Yo… —Lily no encontraba las palabras, pero es que además no le di ocasión de decir nada.

—¿Por qué lo has hecho? —pregunté—. Me gustaría saberlo. ¿Qué te he hecho yo para que me tengas manía? ¿Qué mal te he podido hacer para darte motivos? Lo único que sé es que todo empezó en aquella cena de aniversario. Algo pasó esa noche… ¡Ya sé! —exclamé—. Fue lo de Otelo, ¿verdad? Tuve la falta de tacto de recordarte la única ocasión en que no triunfaste. Siempre ha sido un tema tabú contigo, así que esa noche decidiste castigarme.

—¡No digas tonterías! —replicó ella—. Como si todo eso me importara, después de dieciocho años.

—¿Entonces por qué, Lily? Necesito saberlo. Todo ese rollo de que solo quieres lo mejor para mí… Has querido arruinar mi matrimonio y la carrera de Peter. ¿Por qué? ¿Por qué odias tanto a Peter? Él nunca te ha hecho daño.

—¡Ahí te equivocas! ¡Peter me ha hecho daño!

—¿Cómo?

—Hay cosas de Peter que tú no sabes —chilló—. No sabes lo que intentó hacerme. Te lo aseguro, hay cosas que tú no sabes. Yo me enteré el año pasado.

—¿Qué cosas? —pregunté sorprendida—. ¿De qué demonios hablas?

Volvió a sentarse y bajó la voz:

—¿Quieres que te lo diga? Hace un año —comenzó nerviosa—, en noviembre, fui a cenar con el editor del Moi!, Ronnie Keats, ¿te acuerdas? Te lo presenté en el partido de polo.

—Sí. ¿Qué tiene que ver con todo esto?

Lily respiró hondo, como si algo le doliera.

—Bueno, yo solo llevaba en mi puesto un mes cuando Ronnie me contó algo terrible. La verdad es que debería haberse callado. —Se le habían llenado los ojos de lágrimas y le temblaba el labio—. Me dijo que cuando me estaban considerando para el Moi! pidió referencias mías a cuatro personas. Una de ellas, Peter.

—Sí, lo sé.

—Bueno, Ronnie se va a veces de la lengua y esa noche había bebido un poco. —Sacó un kleenex de una caja—. Me dijo que una de esas personas me había hecho muy mala crítica.

—¿Sí?

—Con la consecuencia de que se lo tuvieron que pensar muchísimo antes de darme el trabajo.

—¿Y?

—Estuvieron a punto de rechazarme. Así que sabiendo que a Peter siempre le he caído mal, pensé que solo había podido ser él.

—Pero te dieron el puesto —señalé.

—¡Pero por los pelos! —exclamó ella.

—¿Y crees que fue por culpa de Peter?

—Sí.

—Ya. Así que planeaste tu venganza.

—Sí. —Se levantó de nuevo—. Así es. Decidí que me las iba a pagar, porque en esta vida o pisas o te pisan. ¡Y a mí no me pisa nadie!

Me dieron ganas de echarme a reír.

—Estás loca —dije con calma, levantándome también—. Eres mala y patética.

—¡No estoy loca!

—Sí que lo estás, loca de atar.

—¿Es que no lo entiendes, Faith? Ésta era la cima de mi carrera. Dirigir el Moi! era lo más importante del mundo para mí. Me he pasado la vida luchando por eso. Por fin iba a conseguir que esas pijas del colegio se tragaran sus críticas. ¿No te acuerdas de cómo se reían cuando yo decía que sería editora de una revista? Se reían de mí, Faith, aquellas pijas con sus ponis y sus trajecitos caros. Ya entonces pensaba yo: ¡Ya veréis, idiotas! Y por fin triunfé, Faith, por fin les di una lección. Y entonces me entero de que Peter casi me lo impide.

—Ahí es donde te equivocas.

—No —insistió ella—. Fue Peter.

—No fue él.

—¡Te digo que sí!

—¿Ah, sí? ¿Acaso tienes pruebas?

—¡Venga ya, Faith! No necesito pruebas. Siempre le he caído fatal. ¿Qué otra persona podría haber sido?

—Una de las otras tres. Porque da la casualidad de que yo sé exactamente lo que Peter le dijo de ti a Ronnie Keats. ¿Quieres saberlo, Lily? ¿Quieres que te lo diga? No me acuerdo palabra por palabra, pero mencionó tu «gran talento, visión y capacidad de trabajo». Ah, también alabó tu «magnífica imaginación visual», así como tus «grandes dotes editoriales». Te tachó de «muy inteligente y culta» y dijo que escribías «de maravilla». Me hizo prometer que no diría nada, puesto que el informe era confidencial, pero eso es exactamente lo que dijo.

Lily parecía como en trance y totalmente confusa, como si de pronto me hubiera puesto a hablar en lenguas desconocidas.

—Te has equivocado, Lily —repetí en voz queda—. Peter te puso por las nubes.

Se quedó mirándome, tan pasmada que no podía ni pestañear. Al cabo de un momento se llevó la mano a la boca.

—¡Mierda!

—Te has equivocado de víctima.

—Yo…

—Y todo por tu dichosa vanidad.

—Pero… no lo entiendo. Estaba convencida.

—Te equivocabas.

—Pero sé que a Peter le caigo mal. ¿Por qué iba a decir todo eso de mí?

—Porque Peter nunca permitiría que sus sentimientos personales influyeran en la alta opinión que tiene de tu trabajo.

—Pero… no lo entiendo.

—Pues es muy triste que no lo entiendas. No puedes comprender que Peter nunca mentiría sobre tu capacidad profesional. Supongo que otra gente estaría dispuesta a mentir, tú, por ejemplo, pero Peter siempre va con la verdad por delante.

—¡Dios! —murmuró ella, dejándose caer en una silla—. ¡Mierda, mierda! —Estaba horrorizada, casi parecía que se sintiera culpable de haber cometido un error tan garrafal—. Pero yo estaba segura de que había sido él. Estaba…

—Obsesionada. Y todo por un error de cálculo, Lily, por una equivocación. Y ahora, gracias a ti, casi estoy divorciada y Andie va a tener un hijo de Peter.

—Faith, no…

—Bueno, podríamos decir que Andie va a tener un hijo mío, porque Peter y yo íbamos a tener un hijo, Lily, porque nos habíamos vuelto a enamorar. Tú nunca has querido darte cuenta de lo mucho que yo quería a Peter. Y ahora, gracias a ti, todo se ha estropeado ¡y mi divorcio será definitivo dentro de una semana! —exclamé, cada vez más furiosa.

Jennifer Aniston se puso a ladrar.

—¡Andie va a tener un hijo! —repetí—. ¡Y yo voy a tener que vivir con eso el resto de mi vida! ¡Así que espero que estés satisfecha! —grité. Me dolía la garganta—. Porque por mucho que te hubieras esforzado, no podrías haberme destrozado más.

—No, pero…

—¡Se ha terminado todo! —Me eché a llorar—. ¡Se ha jodido todo!

—Faith, escucha.

—¡Es horrible! —sollocé, llevándome las manos a la cara.

—Pero tengo que decirte una cosa.

—¡No quiero oírla! —grité—. ¡No vuelvas a decirme nada! Se acabó, Lily. ¡Ya estoy harta!

—¡Pero es muy importante!

—¡Guau! ¡Guau!

—¡Calla, Jennifer! ¡Chucho gordo y asqueroso!

—¡Faith! —chilló Lily—. ¡Jennifer no está gorda!

—¡Está gordísima! ¡Gordísima! Porque se pasa el día con el culo pegado al sillón, poniéndose morada de canapés y soñando con Graham.

—¡Faith! ¡Eso es una grosería!

—¡Me da igual! Yo confiaba en ti, Lily. ¡Craso error! He confiado más en ti que en mi propio marido. ¡Y ahora lo voy a pagar!

—¡Guau! ¡Guau!

—¡Ay, calla, Jennifer! —saltó Lily, poniéndose en pie—. Escúchame, Faith…

—¡No! ¡No volveré a escucharte nunca más!

—¡Guau! ¡Guau!

Lily se acercó a mí, pasando en calcetines sobre la montaña de revistas en el suelo.

—Faith, hay una cosa…

—¡Déjame en paz! No me digas nada, Lily. No quiero saber. Me das pena. Eres horrible. Eres vengativa y superficial. ¡Eres una esnob!

—¡No soy una esnob!

—¡Sí lo eres! ¡Pero si ni siquiera vuelas con la compañía Qantas porque dices que no tiene clase!

—¡Eso no es justo! Pero escucha…

—Eres una egocéntrica. Lo único que te importa en la vida es el Moi! Es verdad que tienes un mantra, pero en lugar de Om, Om, Om tú lo que repites es yo, yo, yo. Y todos tus rollos astrológicos… qué idiotez. Claro que tu signo te va de maravilla. Escorpio. Tú si que eres un escorpión, siempre con el aguijón listo. No sé si lo sabes, pero haces mucho daño a la gente y te da igual. No te importa causar dolor a cualquiera, con tal de quedar tú por encima. ¡Y eres tan competitiva! Vamos que…

Lily, que hasta entonces tenía una expresión de ansiedad y arrepentimiento, de pronto puso cara de susto. Al dar un paso hacia mí pisó una revista y resbaló. Cayó hacia atrás dejando ver un destello de sus bragas doradas y se estrelló de cabeza contra la reluciente chimenea de mármol blanco.

—¡Dios mío! ¡Lily! ¡Lily!

—¡Guau! ¡Guau! —Jennifer Aniston bajó de un brinco del sofá y se puso a husmear el cuerpo yerto de Lily.

—¡Dios mío! —exclamé con un ataque de pánico—. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Lily! ¡Ay, Dios mío! ¡Lily! ¡Di algo, por favor! —Le busqué el pulso, pero no noté nada. Fui corriendo a llamar a urgencias—. ¡Mi amiga se ha resbalado con una revista! —resollé sin aliento—. Se ha dado un golpe en la cabeza y creo que… ¡creo que está muerta!

Los siguientes cinco minutos fueron los más largos de mi vida, junto al cuerpo inmóvil de Lily. Por fin oí una sirena a lo lejos. Luego las luces azules se reflejaron en las paredes y el techo e iluminaron su rostro sin vida. Mientras íbamos en la ambulancia a toda velocidad por las calles de Chelsea oí las doce campanadas en el Big Ben y de pronto, a través de las ventanillas ahumadas, vi estallar un castillo de fuegos artificiales.

—Es media noche —dijo el enfermero. Asentí con la cabeza y esbocé una triste sonrisa—. Feliz Año Nuevo.