—¡Se acabó el veranillo de San Martín! —informaba con inusual brusquedad el martes.
«—Ocho, siete, Faith está hecha una furia…».
—Ya les aconsejé de que lo disfrutaran mientras durase…
«—Seis, cinco…».
—… porque ahora, de repente…
«—Cuatro, tres…».
—… ha llegado este espantoso frente atlántico…
«—Dos, uno…».
—… que va a provocar una enorme depresión…
«—Pero ¿qué le ha pasado?».
—… y nos va a dejar un tiempo de perros.
«—Cero».
—Gracias, Faith —dijo Sophie, sonriéndome con cierta expresión de sorpresa. Luego se volvió a la cámara dos—. Están ustedes viendo la AM-UK! Después de la pausa comercial tendremos con nosotros a la bestia de Bodmin y sabremos si es un gato genéticamente modificado, a continuación diez nuevas formas de tratar las dalias, y la fiesta del 5 de noviembre.
—Sí —interrumpió Terry, mirando el autocue con una mueca—. El sábado es la noche de Guy Fawkes, de modo que vamos a comentar varias medidas de seguridad. Y tú, ¿te irás de fiesta, Sophie?
—¿Cómo dices? —Sophie se agitó incómoda en el sofá y disimuló su turbación con una sonrisa.
—¿Vas a salir con tu novio?
—Bueno…
—No importa, Sophie —prosiguió Terry. Su untuosa sonrisa apenas ocultaba su aire amenazador—. Seguro que vas a ver muchos fuegos artificiales.
—Son las ocho y media —dijo ella, sin hacerle caso—. A continuación damos paso a las noticias y el tráfico.
Yo no sabía de qué estaba hablando Terry. De todas formas siempre se está metiendo con Sophie. Además, yo tenía mis propios problemas. Subí a mi mesa haciendo un esfuerzo por mantener la calma y fingí estar absorta en los mapas del satélite, casi llorando de rabia. Precisamente yo, que me gano la vida con las predicciones, no había sabido predecir lo que iba a pasar. Era espantoso, horrible, peor que si me hubieran dado un tiro. Las arpías habían caído de pronto sobre mí para arrebatarme el festín. Miré sombría las nubes que se movían en la pantalla y llamé a Lily.
—Ha pasado algo terrible —susurré. Tenía un nudo en la garganta del tamaño de un limón.
—¿Qué?
—Algo horroroso.
—No te habrá dejado Jos, ¿verdad? —preguntó ella espantada.
—No, no es eso. Es que… Bueno… —Alcé la vista y vi que varias personas me miraban con disimulo—. Mira, no puedo decírtelo por teléfono. Pero —sollocé— tengo… tengo que hablar contigo.
—No llores, Faith. ¡No llores! Jennifer y yo te invitamos a comer, ¿de acuerdo? Nos vemos en Langan’s a la una.
—¿Tienen ustedes reserva, señoras? —nos preguntaba un camarero bastante tieso tres horas después.
—Sí —contestó Lily con una mirada imperiosa—. No me agrada el papel de la pared. Vamos, Faith —añadió, echándose la estola sobre el hombro como un torero—, vamos a sentarnos allí.
Puso a Jennifer Aniston bajo la mesa y me escuchó mientras yo le contaba llorosa toda la historia.
—¿Que estabas saliendo con Peter? —exclamó con ojos como platos—. ¡Dios mío, Faith! ¡Estabas jugando con fuego!
—Lo sé —susurré, tapándome los ojos con la mano y estallando de nuevo en lágrimas.
—Jos no sospechará nada, ¿verdad? —Negué con la cabeza—. ¡Gracias a Dios! —resolló Lily, llevándose la mano al pecho en gesto de tremendo alivio—. Casi lo echas todo a perder, Faith —me reprendió enfadada.
Me pareció muy raro que dijera eso.
—¿Cómo que casi lo echo todo a perder? —repetí.
Ella se agitó en la silla y sonrió un poco turbada. Sus ojos color tabaco miraron rápidamente la mesa y luego mi rostro surcado de lágrimas.
—Lo que quería decir es que si Jos se hubiera enterado te habría dejado —explicó, bebiendo un poco de agua mineral—. Y eso sí sería un desastre.
Asentí con la cabeza. Me avergüenza confesar que yo también lo había pensado.
—Así que podría ser mucho peor —concluyó Lily.
—Pues no sé cómo —gemí—. Esto es espantoso, Lily. ¡Cómo odio a esa bruja! ¡Va a tener un hijo de Peter! —sollocé. Me temblaban los hombros.
—Cariño. —Una lágrima caliente me surcó la mejilla—. No tiene sentido estar furiosa con Andie. Eras tú la que tenía una aventura con su pareja y, la verdad, eso no está muy bien. No, no ha estado nada bien, Faith —prosiguió—. Pero soy tu mejor amiga y no quiero juzgar.
—¿Y tú qué? —le espeté—. Tú has tenido aventuras con hombres casados. Por lo menos yo me he liado con uno que está casado conmigo.
—Sí, pero estabas engañando a Jos —me reprochó ella—. La verdad es que me sorprende mucho.
—Ay, no te pongas así —gemí. Las lentillas se me estaban descolocando—. Si lo llego a saber no te digo nada. Tú eres mi amiga. Esperaba un poco de comprensión.
—Faith. —Lily me tendió un pañuelo—. Te estoy diciendo esto precisamente porque soy tu amiga. No me gustaría nada que estropearas tu relación con Jos. Y has estado a punto de hacerlo.
—¿Y qué? —salté—. Yo solo quiero a Peter, Lily. ¡A Peter! Y no entiendo por qué no puedes aceptarlo.
De pronto me cogió la mano y me miró a los ojos.
—Faith —comenzó con suavidad—, tú eres mi única amiga en el mundo. Solo quiero lo mejor para ti. —Y a pesar de su brusquedad y su actitud obsesiva, yo sabía que decía la verdad—. Siento mucho que lo estés pasando tan mal, pero creo que la solución está en tus manos.
—¿Cómo? —lloré, enjugándome los ojos con el pañuelo manchado de rímel.
—Olvidando tu pequeña… indiscreción. Jos nunca lo sabrá. En todo caso, Peter no era la respuesta a tus problemas. Peter es precisamente el problema.
—Eso no es verdad.
—¿Ah, no? Primero tiene una aventura con Andie y te hace daño. Ahora tiene una aventura contigo y hace daño a Andie. La verdad es que no me parece un comportamiento ejemplar.
—Haces que parezca mucho peor de lo que es, Lily. —En ese momento el camarero nos trajo las ensaladas—. Es verdad que Peter tuvo una aventura. Pero ahora está arrepentido y quiere volver conmigo. ¿Acaso no es comprensible? Y era lo que yo quería también, porque Peter es mi marido —dije apasionadamente—. No me lo puedo sacar de dentro —aseguré, pellizcándome el brazo—. Lo tengo metido en la piel. ¡Tú no lo entiendes porque nunca has estado con nadie más de una semana!
Lily me miró sorprendida. Nunca le había hablado así. Pero en la profundidad de mi desesperación y mi agotamiento, había encontrado una nueva voz.
—Quiero a Peter. Siempre le he querido. Y quiero volver con él.
—Pero no puedes.
—No —sollocé—. Ya no.
Peter quería que siguiéramos juntos. Vino a verme al día siguiente y me dijo que podíamos solucionar la situación. Los dos estábamos muy deprimidos.
—Sí, Faith, podemos solucionarlo. —Yo me quedé mirándolo con los ojos enrojecidos—. Lo he estado pensando. Esto no nos va a separar.
—¿No?
—No. ¿Por qué nos iba a separar?
—Porque un hijo es una cosa seria. Mira, Peter, yo puedo superar lo de tu aventura, ahora lo sé. ¡Pero no puedo superar que tengas un hijo con otra!
—Pero yo quiero estar contigo, Faith. Quiero recuperar mi vida de antes.
—Esto es demasiado, Peter —gemí—. ¡Un hijo! Un hijo es para siempre. Y la idea de que Andie lleve dentro un hijo tuyo me pone enferma. Ahora ya sé porqué soñaba con icebergs —sollocé—. ¡Porque estaba a punto de chocar con uno!
—Quédate conmigo, Faith —me pidió con voz queda.
—No creo que pueda. Porque ahora Andie y su hijo formarán siempre parte de nuestra vida. Podríamos fingir que somos felices. Sí, podríamos ponernos la careta para engañar a los demás. Pero por dentro nos sentiríamos fatal. No creo que pueda enfrentarme a esto Peter. Eso sí que acaba con cualquier pareja. Mira Jerry Hall. Ella aguantó muchas aventuras de Mick Jagger, pero lo que terminó por separarlos fue lo de su hijo.
—Tengo que hacer lo correcto con Andie.
—Sí, por supuesto. Yo sé mejor que nadie que tú siempre haces lo correcto. Pero la vida sería insoportable para mí, Peter. Y Andie siempre tendrá influencia sobre ti. Siempre estará ahí. Nunca podríamos olvidar. No creo que diera resultado.
—¿De verdad es lo que sientes?
Asentí con la cabeza.
—Lo he pensado mucho. He estudiado la situación desde todos los ángulos posibles. Pero no puedo acceder a esto. Me imagino de madrastra del hijo de Andie y no lo soporto. Puede que otras estuvieran dispuestas, pero yo no puedo. Esto no tiene solución.
Sí, todo estaba arruinado, pensé con amargura. Andie había tenido un golpe de suerte y todo había quedado convertido en cenizas.
—Estabas persiguiendo una ilusión, Faith —susurró Lily—. Estabas viviendo en un paraíso de mentira. Mira, aparte del embarazo de Andie, el hecho es que Peter te traicionó.
—Sí —repliqué, pinchando una hoja de lechuga—. Eso es verdad. Pero yo estaba dispuesta a perdonar y olvidar. Al principio pensaba que nunca superaría su infidelidad, pero ahora sé que sí que podría.
—¡Entonces es que eres tonta! —exclamó Lily con desdén. Los ojos le brillaban y tenía la boca tensa en una línea dura y cruel.
Yo, envalentonada por mi desesperación, le pregunté una cosa que hacía mucho tiempo que quería saber.
—Lily, ¿por qué eres siempre tan dura con Peter? —Ella se quedó mirándome sin contestar, como molesta por la pregunta—. ¿Por qué estás tan en contra de él? —insistí—. No lo entiendo. Nunca te ha caído bien.
—No; es verdad.
—Pero antes por lo menos lo tolerabas.
—Sí. —Lily bebió otro sorbo de agua—. Lo he tolerado por ti.
—Pero últimamente, durante el último año más o menos, te has puesto totalmente en contra de él. Como si le odiaras. No le das respiro.
—¿Por qué debería darle respiro? —exclamó ella con súbita vehemencia—. ¡Él nunca me lo ha dado a mí!
—Lily, eso no es verdad. Es como si pensaras que Peter tiene algo contra ti, pero te aseguro que no es así.
—¿Ah, no? —dijo ella con una sonrisita de duda.
—No. Pero tú estás totalmente contra él. Como si le guardaras rencor por algo.
—Muy bien, es verdad. No soporto a Peter. Pero es solo por lo que te ha hecho —añadió con vehemencia—. Y aunque puede que tú estés dispuesta a perdonarle, yo no.
—Pero no eres tú quien tiene que perdonarle —señalé—. Y si yo decido que quiero que vuelva, no es asunto tuyo.
—Lo siento, Faith —se encogió de hombros con gesto desdeñoso—, pero no puedo evitar sentir lo que siento. Es muy sencillo: si Peter te hace daño a ti, me lo hace a mí también. Sí —insistió, dando un golpe en el plato con el tenedor—, Peter me ha hecho daño.
Yo bajé la vista y meneé la cabeza. Por mucho que Lily intentara explicarme su reacción, a mí me seguía pareciendo muy extrema.
Pero de pronto pensé en lo que Katie dice a veces: que en el fondo Lily siempre ha estado celosa de Peter, porque en cierto modo ella consideraba que yo era suya. Ahora, al mirarla, retrocedí veinte años y me acordé de cuando teníamos dieciséis años y ella hablaba con mucha ilusión de todo lo que íbamos a hacer juntas; íbamos a compartir piso y daríamos un montón de fiestas y nos lo pasaríamos de miedo. Pero yo me había casado a los veinte. Nunca se me olvidará la cara de consternación y desaprobación de Lily cuando le conté que estaba comprometida.
—Tú nunca quisiste que me casara con Peter, ¿no es así? —pregunté mientras ella encendía un cigarrillo.
Exhaló el humo sin contestar.
—Pues no —dijo por fin, encogiéndose de hombros.
—¿Por qué no? ¿Qué podía importarte?
—Me parecía un desperdicio.
—¿Un desperdicio de qué?
—De tu carrera, para empezar.
—Pero tú ni siquiera acabaste la carrera —observé—. Dejaste Cambridge en tu segundo año.
—Sí, pero porque tuve la oportunidad de hacer lo que siempre había querido: trabajar en revistas.
—Y yo tuve la oportunidad de hacer lo que siempre había querido: ser esposa y madre. —Lily puso los ojos en blanco—. Tú puedes despreciar eso todo lo que quieras, pero era mi meta. Yo nunca iba a tener una carrera fantástica como la tuya. Yo no era brillante ni ambiciosa como tú. Conocí a Peter cuando tenía diecinueve años, y ya está. Me enamoré a la primera. Podrías sacar un artículo sobre el tema en el Moi!: «Cuando tu primer amor es tu último amor». Eso fue Peter para mí. A ti siempre te ha caído mal, Lily, pero no es tu vida, sino la mía. Yo lo único que quiero es volver con Peter. —Lily miró la mesa, jugueteando con el salero. Por primera vez vi la sombra de la culpa cruzar su hermoso rostro.
—Vamos a ver, ¿seguro que el hijo es suyo? —preguntó un poco violenta.
—Sí, de eso no hay duda.
—¿Y cómo sabe Andie que está embarazada?
—Porque se hizo la prueba.
—¿De cuánto está?
—De dos meses y medio.
—Así que debió de pasar cuando estaban en Estados Unidos.
—No sé cuándo fue —murmuré—. Lo único que sé es que los dos estamos fatal.
—¿Se lo habéis dicho a los niños?
—Todavía no. Peter se lo va a decir al final del trimestre.
—Mira, lo siento. —Lily se levantó para marcharse—. Siento que lo estés pasando mal, de verdad. Pero también pienso que tienes mucha suerte de contar todavía con Jos. —Yo miré por la ventana. Me había llamado la atención un cartel rojo de «Prohibido el paso».
—Sí, supongo que es una suerte.
—¿Seguro que Jos no sabe nada?
—La verdad es que es muy raro, pero no, no sospecha nada.
Volví en metro a Chiswick, sin dejar de pensar en el tema. Era muy raro que Jos no se hubiera dado cuenta de que durante el último mes yo no había sido la misma de siempre. Se me debía notar la emoción de volver a ver a Peter, eso aparte de las mentiras que le había contado. Por eso soñaba con telarañas, pensé, porque me había convertido en una experta en tejer mentiras. Pero Jos no solo no había percibido mi extraño comportamiento, sino que estaba más cariñoso que nunca.
Sí, era muy afortunada, pensé con un amargo suspiro. Y Lily, a pesar de su brusquedad, tenía razón. Mi reconciliación con Peter había sido una ilusión, un engaño, un espejismo. «¿Ahora qué voy a hacer?», me pregunté. Me daba terror quedarme sola, no podría soportarlo. Y la idea de tener que empezar de nuevo con otra persona me daba mareos. Así que decidí mirar el lado positivo de las cosas y seguir con Jos. No estaba muy orgullosa de mi decisión. De hecho me despreciaba a mí misma por ella. Pero ¿qué habría hecho cualquiera en mi lugar? Jos seguía a mi lado, todavía me quería, y yo no quería estar sola. Y aunque no me gustaba nada mi actitud, supongo que todo el mundo hace este tipo de cálculos emocionales.
Cuando llegué a casa encontré un mensaje de Jos en el contestador: «Pasaré a verte el domingo por la tarde. Podríamos ir a ver los fuegos artificiales». Sentí una oleada de alivio. Al fin y al cabo podríamos seguir como antes. Luego había un mensaje de Rory Cheetham-Stabb. Hacía meses que no sabía nada de él.
—Siento haber estado fuera de contacto, señora Smith —me dijo con tono untuoso cuando le llamé.
—No se preocupe.
—Es que tengo muchas clientas.
—Seguro.
—Me imagino que estará usted bastante impaciente, ¿no?
—Pues no. Bueno, sí.
—Gracias por mandarme los papeles firmados.
—De nada.
—Pero creo que ha llegado el momento de presionar un poco. Vamos a poner en marcha el divorcio. No hay razón para demorarlo más, ¿no es así, señora Smith?
—No, ya no.
—La separación llegará a finales de mes y la sentencia definitiva en otras seis semanas y un día. Esto significa que estará usted divorciada para enero. —¿Enero? El mes de nuestra boda—. ¿Quiere usted autorizarme para solicitar la separación en su nombre? El proceso es mucho más sencillo y así no tendrá que firmar más formularios. ¿Quiere que lo hagamos así, señora Smith?
—Sí, por favor.
—Muy bien. ¿Seguro que le parece bien?
—Me parece estupendo.
—¿Un penique para la hoguera? —me pidieron dos niños cuando entré en una tienda a comprar la prensa el domingo.
—¿Qué?
—¿Un penique para la hoguera? —repitieron.
Eché un vistazo al muñeco que llevaban, un maltrecho espantapájaros, y abrí el bolso de mala gana.
—Tomad —les dije irritada, dándoles veinte peniques.
—¿Eso es todo? —preguntó uno de ellos, indignado.
—Sí.
—Casi todo el mundo nos da por lo menos una libra —apuntó su compañero de mal humor.
—Pues yo no os daré más.
—Venga, señora, denos un poco más.
—¡De eso nada, desagradecidos!
Graham alzó las cejas sorprendido. Como ya he comentado, es muy sensible a mi estado de ánimo. De todas formas, pensé furiosa, aquello era pura mendicidad. Debería estar prohibido. Yo nunca dejaría a Matt hacer una cosa así. Y entonces, horror de los horrores, pasó una mujer embarazada y al ver su enorme barriga, que parecía una vela de barco hinchada al viento, me dieron ganas de vomitar. Luego una joven madre me empujó con el cochecito del niño y casi me caigo de puro disgusto. Tenía depresión preparto, pensé con amargura. Porque la idea de que Andie llevara dentro al hijo de Peter me llenaba de bilis. Me sentía del todo insociable. Y nada más entrar en el quiosco, ¿qué es lo que veo? La revista Ser padres. ¡Dios mío! Y Madre e hijo. Pero mi rabia se evaporó de golpe al ver los titulares de la prensa. Me quedé de piedra:
ESCÁNDALO SEXUAL EN LA AM-UK!, proclamaba el Sunday Express. VERGÜENZA PARA PRESENTADORA DE TELEVISIÓN MATINAL, gritaba el Mail. ¡REVOLCONES EN EL SOFÁ CON SOPHIE!, anunciaba el Sunday Mirror. LA VERGÜENZA DEL SECRETO DE SOPHIE —gritaba el News of the World—. Reportaje en exclusiva en páginas 2, 3, 4, 5, 6, 7, 9 y 23.
Me quedé boquiabierta. Se me había acelerado el corazón. Volví corriendo a casa con un montón de periódicos y los extendí en la mesa de la cocina. Estaba tan pasmada que casi se me cayeron las lentillas.
«La presentadora de la AM-UK!, Sophie Walsh, aparece tranquila y compuesta delante de las cámaras todas las mañanas —decía el Mail—. Pero nuestra intelectual de Oxford, de veinticuatro años, escondía un sórdido secreto que ahora amenaza con arruinar su carrera. Una antigua amante ha exigido la devolución de joyas y otros objetos de valor que regaló a Sophie durante sus dos años de relación. Lavinia Davenport, de cuarenta y cinco años, presidenta de Digiform, una compañía de componentes de radio y televisión, ha exigido la devolución de objetos valorados en diez mil libras. La pareja terminó de forma violenta, hace ocho meses, cuando Sophie Walsh inició una relación sentimental con Alexandra Jones, de veintitrés años, una elegante relaciones públicas del mundo de la moda. A consecuencia de estas revelaciones el futuro de Walsh en la AM-UK! ha quedado en entredicho».
Ah, pensé. Así que «Alex» era Alexandra. Pero ¿por qué estaba en entredicho el futuro de Sophie? ¿Qué tenía de malo que fuera homosexual? Los editores de los periódicos eran unos mojigatos y unos imbéciles. Pero entonces seguí leyendo y se me cayó el alma a los pies.
Lavinia Davenport relataba en una entrevista a un periódico cómo se conocieron las dos mujeres, cuando Walsh trabajaba como stripper lesbiana en un club del Soho, el Candy Bar. Davenport admitía haber metido un billete de veinte libras en el sujetador de Sophie…
En el News of the World, en el artículo de las páginas 5 y 7 salía una foto de Lavinia Davenport con aspecto lacrimoso, hablando de su decepción con Sophie.
«La infidelidad de Sophie fue todo un trauma para mí… La había estado manteniendo durante dos años… Se lo había dado todo… Chanel, Ferragamo… ahora me siento utilizada y traicionada… Creo que las madres que la ven todas las mañanas deberían saber la verdad sobre su turbio pasado».
«Qué rastrera —pensé horrorizada—. Qué rastrera». Aquella mujer era la presidenta de una gran compañía, no necesitaba hacer aquello. Solo podía tener un motivo: la venganza. Se había propuesto destruir la carrera de Sophie. Y entonces me acordé de los malintencionados comentarios que había hecho Terry a Sophie el viernes. Aquello era una bomba. Terry y Tatiana. Por supuesto. ¿Quién, si no? Sí, esos dos habían estado investigando por su cuenta.
Durante todo el día estuvieron estallando cohetes, sobresaltándonos continuamente a Graham y a mí. A las siete llegó Jos y yo preparé la cena. Todo iba bien. Decidimos no ir a los fuegos artificiales de Ravenscourt Park. En lugar de eso nos quedamos a verlos desde el jardín. El cielo se iluminaba en estallidos rojos y anaranjados.
¡BUUUUUUUM! ¡BANG! Parecían los cañones de la Primera Guerra Mundial. ¡RAKA-TAKA-TAKA-TAKA-TAAAAAAK! Como fuego de ametralladoras. Algunos cohetes surcaban el cielo como bengalas de salvamento, dejando una estela en la oscuridad. ¡CHUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIISSS! ¡CHUIIIIIIIIIIIIIIIIIIISS! Como el siniestro silbido de las bombas. A continuación varios enormes renacuajos de plata se agitaron en el cielo. Parecían espermatozoides.
—¡Oooooooooh! —exclamamos—. ¡Aaaaaahhhhh!
Los últimos cohetes salieron disparados como misiles tierra-aire. Volaron unos instantes y luego se disolvieron y murieron.
En las casas vecinas todavía se oían estallidos mucho después de que nos fuéramos a la cama. Yo me quedé mirando al techo escuchando las detonaciones.
—¿Estás bien, Faith? —susurró Jos—. Es más de la una.
—¿Cómo?
—¿No puedes dormir?
—No sé.
—¿Te preocupa algo?
—No, no, qué va —mentí—. Son los fuegos.
Al final debí de quedarme dormida, porque a las tres y media sonó el despertador hendiendo mi duermevela como un montón de agujas. Tuve que hacer un auténtico esfuerzo para levantarme.
Al llegar al trabajo a las cuatro y cuarto me tomé dos cafés dobles y eché un vistazo a los periódicos. Sophie seguía en primera página.
¡SOPHIE DESPEDIDA!, proclamaba el Mirror. ¡LESBIANA EN LA CALLE!, gritaba el Sun. ¡LA PAUSA COMERCIAL DE SOPHIE!, anunciaba el Mail.
Había fotos de Sophie saliendo de su piso de Hampstead. Estaba pálida. El Daily Express incluía una entrevista asquerosa con Terry, en la que éste comentaba lo «triste» que se sentía. «Una lástima… su carrera iba tan bien… debería haber sido más franca desde el principio… no, ninguno sospechábamos nada… Bueno, el nuestro es un programa para toda la familia… No, no, por supuesto que no me alegro… De hecho lo he sentido mucho».
«Seguro que sí», me dije furiosa, viéndole pavonearse por la oficina.
—Pobrecita —comentó Iqbal en maquillaje—. Le iba tan bien…
—Es una presentadora magnífica —señaló Marian—. No se merece toda esta mierda. Pero en fin, Tatty ha conseguido lo que quería. ¡Mirad!
En el monitor de la esquina vimos a Tatiana asumir su codiciado lugar en el sofá junto a Terry.
—¿Crees que Sophie volverá? —pregunté a Iqbal mientras me ponía la base de maquillaje.
—Lo dudo mucho.
—Pero esto no tiene nada que ver con su carrera.
—Sí, pero ya sabes cómo es Darryl. Se ve que ha estado diciendo por ahí que Sophie ha traído mala reputación al programa.
—¡Mala reputación! —exclamé—. ¿Cómo se puede dar mala reputación a un programa que se dedica a sacar abuelas videntes y gatos patinadores todos los días?
Pasé la mañana como pude. Además del disgusto que tenía con lo de Peter, echaba de menos a Sophie. Es verdad que no éramos lo que se dice íntimas, pero nos habíamos hecho aliadas en los últimos meses. Nunca olvidaré lo bien que se portó conmigo. Ahora quería ayudarla, ¿pero qué podía hacer? Decidí llamarla cuando saliera del trabajo.
«La llamo esta misma tarde», me dije al llegar a casa a las diez y cuarto.
Llevé a Graham al parque, que estaba lleno de restos de cohetes y petardos. Luego me metí en la cama. Pero aunque estaba agotada, tenía tantas cosas en la cabeza que no pude dormir. Desesperada tendí la mano y encendí la radio, que estaba sintonizada en Radio 4.
«Mañana podrán volver a oír La hora de la mujer a la misma hora —decía un locutor—. El programa ha sido presentado por Jenny Murria y producido por Mimi Clark».
«Mimi», pensé. Hacía meses que no sabía nada de ella. Seguro que había estado muy ocupada con el niño. Yo, por otra parte, había evitado a nuestros amigos comunes desde que empezó el divorcio. Recordé que Mimi había querido invitar a Lily al programa La hora de la mujer. Era un buen programa. La hora de la mujer… ¡Claro! Aparté de golpe las mantas y bajé corriendo a llamar a la radio.
—¡Faith! —exclamó Mimi—. ¡Qué alegría! He estado pensando en ti, con todo el follón de la AM-UK!
—De hecho te llamo por eso —expliqué, casi sin aliento—, porque Sophie Walsh es amiga mía. Le han hecho una buena jugarreta, Mimi, y necesita un poco de publicidad. ¿Tú la invitarías al programa?
—Bueno, sería posible —contestó ella pensativa—. Pero no sé muy bien en qué contexto. Mira, voy a hablar con el editor. Te prometo que haré lo que pueda. ¿Sabes quién es su agente?
—Swann Barton. Están en la guía.
—¿Y tú, cómo estás, Faith? Siento no haberte llamado antes.
—Estoy bien —suspiré—. Estoy bien.
—Me han dicho que a lo mejor vuelves con Peter.
Sentí una puñalada en el corazón.
—No es verdad. Nos estamos divorciando.
—Lo siento, Faith. Parecíais tan felices…
—Y lo éramos. Hemos sido muy felices durante quince años.
Al colgar me di cuenta de que no había hablado con Peter hacía cinco días. Tal vez era lo mejor. ¿Qué demonios podíamos decirnos? Los animales heridos corren a esconderse, y eso era lo que habíamos hecho. Y como los niños no iban a venir a casa durante un par de fines de semana, Peter no tenía por qué llamar. Para mí era un alivio, aunque es verdad que le echaba muchísimo de menos. Pero es que hablar con él me habría dolido más, puesto que no había posibilidades de estar juntos. Y verle sería una tortura. «Debo mirar hacia delante —me dije con firmeza—. Debo seguir con mi vida. Tengo que intentar superar esto, porque mi matrimonio está acabado». Así que ahora, después de la desorientación de mi última aventura, la aguja de mi brújula emocional comenzaba a girar lentamente hacia Jos.
Esa noche, durante la cena, le conté lo del embarazo de Andie. Jos pareció genuinamente sorprendido.
—¿Peter sabía que ella quería tener un hijo? —me preguntó.
—No. Pero de todas formas ella fue a por él.
—Me parece muy mal. Ninguna mujer debería hacer eso.
Sentí un escalofrío.
—No te preocupes —dije—, yo nunca te haría una cosa así.
Él me cogió la mano.
—Ya lo sé.
—Pero es lo que ha hecho Andie. Estaba segura de que así Peter se quedaría con ella. Y no se equivocaba. Peter es un hombre decente. Siempre hace lo correcto.
Jos recogió los platos de la mesa y me rodeó con los brazos.
—¿Ésa es la razón de que hayas estado un poco distante, Faith? ¿El embarazo de Andie?
Asentí, aliviada de que él mismo me diera una excusa.
—Supongo que fue un poco traumático —comentó.
—Y que lo digas.
—¿Cómo?
—Que sí, que fue un trauma porque… bueno, todavía no estamos ni divorciados siquiera.
—Pero a ti esto no te afecta —prosiguió Jos. «Si tú supieras», pensé yo—. Es evidente que Peter seguirá adelante con su vida —añadió él—. Y tú tienes que hacer lo mismo. Mira, vamos a hablar de algo más agradable. Quiero reservar el billete para Turks y Caicos. ¿Por qué no hablamos de fechas?
La perspectiva de un viaje me animó. Hacía más de un año que no salía. Un cambio de aires y un poco de sol me sentarían bien. Tal vez si Jos y yo pasábamos un tiempo a solas volveríamos a estar unidos. Así que al día siguiente pedí vacaciones en el trabajo y Jos sacó los billetes para el Caribe. Nos marcharíamos el 5 de diciembre. Esa noche, mientras me lavaba los dientes, miré el mural que había pintado Jos, con las palmeras y el mar azul y pensé: «Ese paisaje será real dentro de muy poco».
Mientras tanto, en la AM-UK! nadie comentaba la marcha de Sophie. La habían borrado del programa como borraban a los disidentes soviéticos de los libros de historia. El lunes por la tarde su nombre había desaparecido de la puerta del camerino. Sophie no existía. Yo la llamé tres veces, pero siempre me salía el contestador así que pensé que no querría hablar con nadie. De modo que fue una sorpresa oír El laberinto moral en Radio 4 el miércoles.
«Nuestra invitada de esta semana, en el tema de la libertad de prensa, es Sophie Walsh», anunció Michael Buerk.
—¡Es Sophie! —exclamé. Graham movió la cola.
«Sophie Walsh —comenzó Michael Buerk—, su vida privada ha aparecido en todos los periódicos esta semana. Seguramente estará usted a favor de una ley de protección a la intimidad».
«Seguro que sí», pensé. Sophie respiró hondo para serenarse.
«El historiador francés, Alexis de Toqueville, dijo una vez que para disfrutar de los inestimables beneficios de la libertad de prensa, es necesario aceptar sus inevitables males. Yo estoy totalmente en contra de la censura y absolutamente a favor de lo que ahora mismo tenemos: la autorregulación».
Esto creó un rumor entre los demás invitados.
«¿Nos está diciendo que no le importa lo que ha tenido que soportar esta semana?», preguntó David Starkey, casi indignado.
«No, no es eso lo que estoy diciendo. Por supuesto que me importa. A nadie le gusta encontrarse con ocho fotógrafos cada vez que sale de casa. A nadie le gusta que anden hurgando en su basura o intentando robarle el correo. A nadie le gusta que los periódicos sensacionalistas estén llamando a todos sus conocidos. Lo que yo digo es que mi pasión por el derecho a la libertad de prensa supera el disgusto personal que pueda sentir viendo que se ha violado mi intimidad».
«Pero no solo han violado su intimidad, la han invadido de manera intolerable», terció Janet Daley acalorada.
«Sí, así es», contestó Sophie.
«Y el gobierno, a raíz de la declaración de derechos humanos en Europa, puede ahora imposibilitar que los periódicos justifiquen la publicación de historias como la suya, que no tienen ningún interés público».
«Es cierto. Pero yo creo que no está bien. Porque a la larga el resultado será que el Parlamento tendría control sobre la prensa, y no me imagino nada peor. Al fin y al cabo, en gran parte del mundo el hecho es que los periodistas son simplemente portavoces de los poderosos o bien actúan como meros propagandistas. Los que son objetivos e independientes corren un gran riesgo. ¿Es eso lo que queremos en nuestro país? Por supuesto que no. La libertad de prensa sigue siendo una garantía vital de la democracia. ¿Cómo podrían haber salido a la luz delincuentes como Maxwell o Jonathan Aitken, si fuera fácil amordazar a los periódicos? Si un ministro del gabinete engaña a su esposa mientras promete a los votantes un gobierno más honesto, ¿no tiene el público derecho a saberlo?».
«Sí, pero su historia personal no tenía ningún interés público, ¿no es así?», señaló Michael Buerk.
«No. Era simplemente una historia sensacionalista. Pero el hecho es que es verdad, así que no me puedo quejar. Nadie me ha difamado. Aunque rechazo de plano la demanda de la señora Davenport de que devuelva ciertos objetos que ella misma me dio voluntariamente, y niego el valor que ella les asigna, yo misma puedo defenderme en ese frente. Pero básicamente, para contestar a su pregunta, yo diría que soy en cierto modo un personaje público».
«¿Cómo puede decir esto tan tranquila? ¿Es que es masoquista?», preguntó Janet Daley incrédula.
«No, soy realista —contestó Sophie—. Sabía que este episodio estaba en mi pasado y que algún día podría salir a la luz. Pero acepté voluntariamente un trabajo que me colocaba todos los días delante de cinco millones de personas. Con esto renunciaba hasta cierto punto al derecho a mi intimidad. Me disgusta haber perdido mi trabajo —concluyó—. No solo porque no era necesario, sino porque sé que lo estaba haciendo bien. Pero eso es un tema muy distinto del que estamos tratando aquí, y serán mis abogados los que se encarguen de ello».
«Muchas gracias, Sophie Walsh».
Llamé inmediatamente a Mimi.
—Mimi, acabo de oír a Sophie. ¡Ha estado fantástica! Seguro que ha sido cosa tuya. Muchas gracias.
—Bueno, me enteré de que en El laberinto moral pensaban hablar sobre la libertad de prensa, así que llamé al editor. Luego me telefonearon todos para comentarme que Sophie había estado impresionante.
Envié un mensaje a Sophie, a través de su agente, en el que le decía que su intervención me había parecido magnífica y que esperaba que se pusiera en contacto conmigo en algún momento. Mientras tanto Tatiana había sido nombrada copresentadora con Terry y la vida siguió como antes. Jos comenzaría a trabajar para Opera North en enero y yo ya tenía ganas de irme de viaje.
—Claro que cuidaremos de Graham —dijo mi madre—. Turks y Caicos, qué bien. Estaréis muy cerca de Cuba, cariño. La Habana es fascinante. Y Haití tampoco queda lejos. También podríais pasaros por la República Dominicana.
—Mamá —la interrumpí—. No me apetece nada de eso. Quiero estar tranquila. Han pasado muchas cosas este año y lo que necesito son unas vacaciones.
—Claro que sí. Si os vais de viaje es que las cosas van bien con Jos, ¿no? ¿Te ha presentado ya a sus padres?
—Voy a ver a su madre la semana que viene. Vive cerca de Coventry.
—¿Y su padre?
—No se ve con él —expliqué—. Y nunca habla de él, así que no le he preguntado.
—Nosotros también tenemos ganas de conocer a Jos. ¿Cómo está Peter?
—Bien, supongo. Aunque la verdad es que no lo sé. —No pude contarle a mi madre lo del embarazo de Andie. Apenas podía soportar pensar en ello siquiera, cuanto menos discutirlo con otra gente. Intentaba eliminar de mi mente la idea de la barriga de Andie.
—Sé que le caerás fenomenal a mi madre —comentaba Jos mientras nos dirigíamos hacia Coventry por la M1—. Ya es casi como si te conociera, porque te ha visto mucho en la tele.
—Seguro que a mí también me cae ella bien. —Entonces suspiré hondo y añadí—: Oye, espero que no te importe que te lo pregunte, ¿pero qué pasa con tu padre? ¿Es que nunca le ves?
—No —contestó él cortante.
—Perdona, no quería ser indiscreta.
—No pasa nada —contestó Jos—. Tienes derecho a preguntar, pero es que no hay nada que decir. Mi padre no se portó bien con nosotros. Abandonó a mi madre cuando yo tenía tres años, así que apenas me acuerdo de él.
—¿Por qué se marchó?
—Decía que mi madre había perdido interés en él porque estaba obsesionada conmigo. No tardó en encontrar a otra. Se fueron a vivir a Francia en 1967 y desde entonces no le he visto.
—¿Y no te gustaría verle?
—Pues no. Para nada. A él sí le gustaría. De hecho me escribe de vez en cuando, pero me temo que ya es demasiado tarde.
Me quedé mirando por la ventanilla, pensando en lo que Jos había dicho. «Qué lástima», pensé. Ha de ser muy triste que te rechace tu propio padre. Eso explicaba ciertas cosas de Jos, como su necesidad de amor y aprobación. Pobre Jos. Probablemente se había pasado la vida intentando compensar esa falta de amor. El día se había teñido de gris y comenzaba a caer una lluvia bochornosa. A través del movimiento de metrónomo de los limpiaparabrisas se veía la cinta negra de la carretera. Los abedules plateados parecían abandonados, despojados de sus hojas. Pasamos Northampton y nos desviamos por la M6. Pronto nos detuvimos junto a una casa adosada al norte de Coventry. Jos hizo sonar la bocina dos veces y su madre abrió la puerta. Se parecían mucho. Los rasgos marcados de Jos eran una versión masculina de los de su madre, aunque el rostro de ella era algo más suave. Compartían los mismos ojos grises y pelo rizado.
—Hola, señora Cartwright —saludé, tendiendo la mano. Mis nervios se evaporaron en cuanto ella me acogió en un cálido abrazo.
—¡Faith! —exclamó encantada—. Qué alegría conocerte. Jos no para de hablar de ti. Y no me llames señora Cartwright —añadió—. Llámame Yvonne.
Sonreí, desarmada con el calor de su bienvenida. Era un alivio que se mostrara tan amable, ya que no había sabido muy bien qué esperar. Le di mi abrigo y alcé la vista sorprendida. Todas las paredes estaban cubiertas de obras de Jos: los diseños de sus escenografías para ópera y teatro se amontonaban con sus premios Olivier. En la escalera había pósters enmarcados de sus producciones. Estaba Carmen, en el Coliseum; Los pescadores de perlas en Roma; Otelo en el Teatro Nacional y Hedda Gabler en la RSC. En cada centímetro de la casa había algún tributo al éxito de Jos. Pero lo que más me llamó la atención fueron las fotos: había por lo menos ocho de Jos colgadas en la escalera y otras seis en la mesa del recibidor. En el saloncito se veían diez o doce en marcos de plata: en su primer día de colegio, en su bicicleta con unos doce años; recibiendo un premio escolar, trabajando en alguna escenografía con un mono manchado de pintura, de viaje con su pelo rubio todavía más claro por el sol. Aparecía en fotos con Bernard Haitink, con Sam Mendes, Trevor Nunn, Darcey Bussell. Y en varias, con Yvonne.
—¡Vaya! —exclamé cortés—. Es evidente que está usted muy orgullosa de Jos.
—Sí, desde luego.
—Siento lo de las fotos —dijo Jos con una mueca—. Me da un poco de vergüenza, pero a mi madre le gusta.
Mientras Jos ayudaba a su madre en la cocina yo pensé en las fotos que tengo en casa. En la mesa del salón hay una de cada uno de mis hijos, y la foto de la boda, que desde hacía tiempo estaba metida en un cajón. Por fin nos sentamos a tomar el té e Yvonne me preguntó por mi trabajo y los niños. Me sentí bien hablando con ella, aunque no perdió oportunidad de alabar a su hijo.
—Es muy buen chico… le ha ido tan bien… nunca se olvida de mí, ¿sabes?… Voy a casi todas sus representaciones… no pude ir a Madame Butterfly porque no me encontraba muy bien… Sí, ya estoy mucho mejor, gracias… Sí, es verdad, Londres queda un poco lejos.
«Jos es toda su vida», pensé. No tiene marido ni otros hijos, de modo que Jos es el centro de su existencia y todos sus pensamientos giran en torno a él.
Jos fue a la cocina y su madre y yo nos quedamos a solas. Para evitar un silencio embarazoso decidí contarle lo de Parrot Cay, pero antes de que pudiera abrir la boca ella me sorprendió:
—Quiero darte las gracias, Faith —anunció en un susurro de complicidad.
—¿Las gracias? ¿Por qué?
—Por hacer tan feliz a Jos. —Me ruboricé—. Nunca le había visto tan contento.
—¿De verdad? —sonreí.
Yo hubiera preferido cambiar de tema, pero ella prosiguió:
—Ha tenido muchas novias, ¿sabes? —comentó, quitándose una miga de la falda.
—¿Ah, sí? No habla mucho de su pasado.
—¡Sí, madre mía! —exclamó ella con una risita—. Claro, es un hombre muy atractivo.
—Es verdad.
—Y un hombre tan atractivo y tan inteligente es lógico que atraiga a las mujeres.
—Así es.
—Algunas estaban locas por casarse con él.
—¿Sí? —dije cortésmente, aunque aquello era más de lo que yo quería saber.
—Y me temo que una o dos han sido muy, muy persistentes.
—¿Ah, sí?
—Sí, sí, muy persistentes. —¿Qué demonios querría decir eso?—. A veces Jos las traía a verme. Ellas me decían muy enfadadas que Jos no quería comprometerse. A mí me daban pena, claro, ¿pero qué podía yo hacer? Es que Jos no estaba preparado para comprometerse, por lo menos hasta que te conoció a ti. Adora a tus hijos.
—Sí, es muy bueno con ellos.
—Y estoy segura de que será un padre maravilloso.
—Sí, seguro que sí.
En el camino de vuelta a Londres me volví hacia Jos.
—Tu madre me ha estado contando cosas de tu emocionante pasado —sonreí.
—¿Cómo? —preguntó él, algo irritado.
—Ha divulgado tus más oscuros secretos —bromeé.
—Ya. ¿Y qué te ha dicho?
—Uf, de todo. Me habló de tus novias. Todo un harén.
—Pero ¿qué dijo exactamente? —insistió, con los labios apretados en un gesto duro.
—Es broma, cariño. No me dijo nada malo. ¡Pero sí cree que eres lo mejor del mundo! Solo comentó que serías muy buen padre, y eso ya lo sé yo.
Entonces Jos puso la radio. Era la repetición de El comienzo de la semana. Me sorprendió volver a oír a Sophie. Por eso no me había llamado. Estaba muy ocupada. En esta ocasión hablaba de Estados Unidos.
«Una Europa de dos velocidades es una idea peligrosa… Francia y Alemania unidas… Una unión política con todas las de la ley… Extensión del voto mayoritario…».
—¡Es mi amiga Sophie! —exclamé—. La chica de mi trabajo, ya sabes. —De pronto Jos fue a mover el dial—. No, no cambies de cadena, por favor. Me gustaría oírla.
«Europa debería seguir siendo una comunidad de estados igualitarios… Las instituciones norteamericanas pertenecen a todos sus miembros… Y por supuesto debemos conservar nuestro poder de veto».
—¡Es tan lista! Se le da muy bien la política. Estaba muy desaprovechada en la AM-UK!
—¿Tú llegaste a… conocerla bien? —me preguntó Jos con recelo.
—No, no muy bien. Pero me caía estupendamente. Siempre fue muy cariñosa conmigo.
Y de pronto me acordé de lo que Sophie me había dicho sobre Jos. Lo cierto es que se me había ido de la cabeza. Sophie me había dicho que en realidad no le conocía, de modo que, ¿qué habría querido insinuarme? Tal vez estaba preocupada porque sabía que Jos había salido con muchas chicas, tal como su madre acababa de confirmarme. Sí, eso debía de ser. Pero a mí no me importaba, porque Jos parecía muy enamorado de mí.
Al día siguiente, mientras hacía las maletas para irnos al Caribe, decidí llamarla de nuevo.
—Hola, Sophie. Soy Faith. Llamaba para decirte que te he oído en Radio 4. Estuviste fantástica. Me encantaría verte. Llámame, por favor. Me voy el martes y estaré fuera un par de semanas, pero vuelvo el día 15. Espero que podamos vernos, tal vez antes de Navidad. Te vuelvo a dar mi número de teléfono…
Seguí haciendo las maletas, más animada. Metí mi biquini nuevo con mi pareo y los tres vestidos que me compré en Episode, unas sandalias y dos libros. Justo cuando iba a coger la gorra para el sol sonó el teléfono. «Igual es Sophie», pensé.
—¿Eres Faith? —preguntó una voz desconocida.
—Sí. ¿Quién es?
—Tú no me conoces. Me llamo Becky.
—Ah. ¿Y en qué puedo ayudarte?
—Es que… es que… —Le falló la voz—. Ay, esto es muy difícil.
—¿De qué se trata? —pregunté—. ¿Quieres decirme qué pasa?
—Mira, esto no me gusta nada. —Estaba llorando—. Pero es que no sé qué otra cosa hacer. Llevo días intentando reunir valor. No quiero hacerte daño, pero es que… no puedo seguir así.
Aferré el auricular con fuerza. Se me habían puesto los pelos de punta.
—Te he visto en la tele —prosiguió ella con voz llorosa. ¡Dios mío! ¡Una admiradora chiflada!—. Y sé lo que te ha pasado —sollozó. ¡Dios!—. Por Sophie. —¿Sophie?—. Y luego vi la foto del partido de polo…
—¿Una foto mía? —pregunté con un hilo de voz.
—En el Moi! La vi por casualidad. Salís Jos y tú. Es que estoy desesperada… pero él no quiere hablar conmigo. Ha bloqueado mis llamadas y todo. Y tú pareces buena persona… y Sophie me dijo que eras muy simpática y, no sé, pensé que lo entenderías.
—¿Qué tengo que entender? —A estas alturas yo estaba del todo desconcertada y preocupada—. ¿Qué tengo que entender? —repetí.
Se produjo un silencio.
—¿Así que no te lo ha dicho? —oí por fin.
—¿Decirme qué?
—¿No te ha hablado de mí?
«Dios mío», pensé. Una exdespechada. Una de las mujeres persistentes de las que me había hablado la madre de Jos.
—Lo siento, pero no. Jos no me ha hablado de ti. Y la verdad es que no sé qué quieres o cómo crees que puedo ayudarte.
—¿Y tampoco te ha hablado de… ella?
—¿Ella? —¡Dios! ¿Otra mujer?—. Mira —dije, ahora bastante enfadada—. No sé de qué me estás hablando.
—¿No te ha hablado de Josie? —sollozó ella.
—¿De quién?
—De Josie.
—¿Quién es Josie?
De nuevo se hizo el silencio.
—Nuestra hija.
Me dejé caer en las escaleras.
—Hace meses que no duermo. Pero Jos no quiere saber nada.
La cabeza me daba tantas vueltas que tuve que sostenerme con la mano contra la pared. La mujer al otro lado del teléfono sollozaba desconsolada.
—Por favor, por favor, dile que me llame. ¡Por favor! ¡Dile que necesitamos su ayuda! Yo no puedo seguir así. Estoy exhausta. No he podido trabajar desde enero. Es imposible, con Josie tan pequeña. Y no puedo pedir ayuda familiar a la seguridad social si no doy el nombre de Jos. No quiero hacerlo a sus espaldas, pero él se niega a hablar conmigo. Y ahora cada vez que le llamo me sale una voz diciendo «este número de teléfono no acepta sus llamadas». —Becky no dejaba de llorar.
Yo no sabía qué cara tendría, pero me imaginaba sus ojos rojos, su mentón fruncido y sus mejillas húmedas.
—¿Tienes una hija de Jos? —dije con un hilo de voz—. Dios mío. No sabía nada. ¿Desde cuándo?
—Nació en febrero. Tiene nueve meses. —De pronto se oyó al fondo el llanto de un niño—. ¡Ssshhh! ¡Calla, cariño! Lo siento. De verdad, lo siento. Ya veo que no tenías ni idea.
—No —murmuré—. Llevo siete meses saliendo con él, pero no me había dicho nada. Me has dejado de piedra —añadí con amargura.
—Yo sabía de ti por Sophie —replicó ella, tragándose las lágrimas—. Pero pensaba que no duraríais. Ninguna de sus otras relaciones ha durado mucho. Jos siempre volvía conmigo. Pero cuando le dije lo de la niña… Se puso furioso. Me dijo que abortara, pero me negué. Pensé que al final volvería. Pero no ha vuelto y ahora yo no sé qué hacer.
—¿No te ha enviado dinero? —pregunté incrédula.
—Ni un penique —sollozó ella—. Se niega a aceptar que la niña es suya. Pero lo es. Se nota con solo verla. Jos dice que no puede aceptar la paternidad sin pruebas de ADN, que cuestan seiscientas libras. Pero si viniera y la viera, se daría cuenta de que solo puede ser hija suya.
—¿Cómo has conseguido mi teléfono? —Me sentía a punto de desmayarme.
—El otro día estaba en casa de Sophie cuando llamaste. Ella estaba en el baño y saltó el contestador. Al darme cuenta de que eras tú anoté tu número y decidí llamarte. Sophie me dijo que no lo hiciera. Pensaba que lo sabías y que no querías saber nada.
—Así que eres amiga de Sophie…
—No. Soy su hermana.