Agosto

Últimamente mis sueños son distintos de los de antes. Lo sé muy bien porque los transcribo. A principios de año, por ejemplo, soñaba mucho con teléfonos móviles. Supongo que era porque la comunicación no era muy buena entre Peter y yo. También soñaba con pepinos, lo cual imagino que significaba el deseo reprimido de que llegara el verano. Cuando empecé a sospechar de Peter soñaba que me había quedado bloqueada en plena montaña, y lo curioso es que no sabía si quería subir o bajar. Cuando Peter me confesó su aventura empecé a soñar con frecuencia que me caía de un edificio alto y veía, aterrorizada, cómo me acercaba al suelo. Lo único que veía abajo era cemento y asfalto, nada de hierba. Pero justo cuando me iba a estrellar me daba cuenta de que tenía alas, y ya no caía, sino que volaba. Era un sueño rarísimo. Últimamente sueño que Peter está en la cama, ahí tumbado, sin hacer nada, solo mirándome, en una enorme cama con dosel. Supongo que significa que él mismo se ha buscado esta situación y ya no puede hacer nada. También aparecen muchos puentes en mis sueños. Creo que simbolizan el hecho de que yo he tendido un puente hacia Jos. Y sería una locura no cruzarlo, porque él parece más enamorado que nunca.

—Te quiero, Faith —murmuraba el sábado por la mañana, todavía en la cama. Últimamente me lo dice bastante. También me manda románticos e-mails al trabajo—. ¿Me quieres? —Yo asentí con la cabeza—. Es que desde el partido de polo estás un poco distante, como sí… Faith, ¿me escuchas?

—Perdona, ¿qué decías?

—Que es como si tuvieras otras cosas en la cabeza.

—No, no, no, que va.

Y entonces, no por cambiar de tema ni nada, pero me puse a contarle mi sueño.

—¿Y yo estaba al otro lado del puente? —me preguntó Jos, acariciándome el pelo—. ¿Era yo el que te esperaba en la otra orilla?

—Sí. Te veía muy bien la cara.

Esto no era verdad. Jos no aparecía en mi sueño, pero yo no quería herir sus sentimientos. No me importó mentirle porque, igual que él, yo solo miento por una buena razón.

—Seguro que tienes un subconsciente fascinante —murmuró dándome un beso—. Por eso tus sueños son tan vívidos. Yo también he tenido un sueño curioso —comentó, poniéndose las manos bajo la cabeza—. He soñado que estaba en el vestíbulo del Opera House y empezaba a desnudarme, no sé por qué.

Me eché a reír.

—¿De verdad?

—Sí. Me quitaba la ropa mientras la gente empezaba a entrar.

—Qué vergüenza.

—Bueno, por suerte nadie me prestaba atención. Pero a mí me aterrorizaba que me vieran sin ropa.

—¿Y te vieron?

—No lo sé. Creía que me habían visto, pero que me ignoraban por educación. Al final del sueño estaba totalmente desnudo, rezando para que nadie me viera.

—Qué raro —dije con una risita—. ¿Qué significará? ¡Ya lo sé! Significa que eres honesto, porque estás dispuesto a desnudarte en público. Ya le preguntaré a Katie cuando vuelva, que a ella se le dan muy bien estas cosas.

Sí, Katie es una entusiasta de los sueños. Dice que está de acuerdo con Freud en que los sueños son el camino hacia el inconsciente, y cree que contienen mensajes importantes que nos enviamos a nosotros mismos.

—¿Qué soñará Graham? —dije. El perro dormitaba junto a la puerta.

—Seguro que está soñando con cuchillos y tijeras —saltó Jos con una risa sombría—. Lo digo en serio, Faith, deberías hablar con el veterinario.

—¿Tú crees? —Suspiré y él me dio un beso.

—Sí. Si Graham y yo vamos a convivir, no hay otra solución. Oye, ¿cómo va lo del divorcio? —Jos se sentó en la cama y se estiró.

—Está parado. Hace mucho tiempo que no sé nada de Rory Cheetham-Stabb.

—Pero imagino que Peter querrá seguir adelante. Es evidente que va en serio con Andie.

«Sí —pensé con amargura—, va en serio, muy en serio». Mientras Jos iba al baño yo repasé mentalmente la conversación que había tenido con Peter.

«Me voy a Virginia —me había dicho—. Voy a conocer a los padres de Andie». De modo que la relación debe de ir muy bien, si han llegado a la fase de Conocer a la Familia. Se me partió el corazón cuando se lo oí decir, a pesar de que nos estemos separando, porque fue como si hubieran blindado la puerta que hay entre nosotros con un cartel de «Prohibido el paso». Pero de eso hace ya una semana, y entretanto he intentado racionalizar las cosas, como suelo hacer. El caso es que, como Lily no se cansa de decirme, tengo que evolucionar. Tengo que dejar atrás mi antigua vida porque… ¡Claro! ¡Eso era lo que el sueño intentaba decirme! Tengo que cruzar el puente hacia mi nueva vida, una vida en la que Peter ya no estará en el centro, sino a un lado. Andie, la cazadora, ha conseguido cazarle.

—¿Cuándo vas a presentarme a tus padres? —me preguntó Jos cuando entré en el baño para ponerme las lentillas.

—Pues… cuando vuelvan de Francia, la semana que viene. ¿De verdad quieres conocerlos?

—Sí. Al fin y al cabo, llevamos juntos tres meses. Lo nuestro va en serio, ¿no?

En serio. De nuevo esa expresión.

—Sí.

Jos cogió su cepillo de dientes del vaso donde están los cepillos de todos. La verdad es que a mí no me gustaba que lo tuviera allí, pero tampoco quería decírselo. Cuando puso la pasta de dientes me di cuenta de que él siempre aprieta el tubo por el final, como es debido, mientras que Peter siempre lo estruja por el centro.

—También va siendo hora de que conozcas a mi madre —dijo Jos, cerrando el tubo de pasta—. ¿Te apetece?

—Claro que sí.

Jos se lavó los dientes, se enjuagó la boca y luego me dio un beso mentolado.

—Te quiero, Faith —sonrió—. Eres mi inspiración.

Al oír esto miré el mural a medio terminar. El mar es de un turquesa luminoso, el cielo totalmente azul. Las palmeras parecen tan reales que casi se oye el rumor de las ramas en la brisa. Me di cuenta de que Jos ha cambiado mis perspectivas, ha ensanchado mis miras. Y sin embargo…

—Me agradaría que me dijeras que me quieres —añadió suplicante, mirándose al espejo.

—Ya sabes que sí.

—Entonces dilo: «Te quiero».

—Que sí.

Jos me miró con los ojos entornados y comenzó a ponerse espuma de afeitar.

—Jos, ¿tú por qué me quieres? —pregunté de pronto, sentada en el borde de la bañera.

—¿Que por qué te quiero? —Ahora tenía la cara cubierta de espuma como si fuera una máscara—. ¿Que por qué te quiero? Pues porque eres adorable —sonrió—. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque puede que sea atractiva, pero tampoco tanto. Y no soy rica ni famosa. Tengo dos hijos adolescentes y un perro al que no soportas. Además, con la cantidad de mujeres que hay, ¿por qué te fijaste en mí? —pregunté con atrevimiento.

—¿Sabes por qué? Por lo enfadada que estabas. Estoy acostumbrado a que las mujeres me sonrían, a que intenten conquistarme. Pero tú hiciste justo lo contrario. Estabas furiosa conmigo, Faith. De hecho me mandaste al cuerno.

—Sí, es verdad. —Reí.

—Y cuanto más furiosa estabas, más pensaba yo: Voy a conseguir que esa mujer me quiera.

Miré por la ventana. El resplandor del cielo amenazaba con lluvia de verano. El sol era un brumoso disco blanco, intentando abrirse camino entre el velo de nubes.

—Dilo. —Me abrazó. Yo me miré los pies y advertí que tenía estropeado el esmalte de las uñas—. Venga, Faith, di que me quieres.

—Ya sabes que sí —murmuré.

Sonrió con una expresión un poco rara y me acarició el pelo. Luego se vistió para irse a trabajar. Muchos fines de semana tienen ensayo en Covent Garden. Hoy era el primer ensayo general de Madame Butterfly, y Jos tenía que ir para ver si la escenografía funcionaba bien.

—¡Volveré a casa a las siete! —me dijo desde la puerta—. ¿Me oyes, Faith? ¡A casa! ¿Me has oído? Estaré de vuelta a las siete.

—Vale —contesté.

Unos minutos más tarde Graham ladró al oír al cartero. Había una postal de los niños —On s’amuse, escribían— y otro horrible sobre marrón. Lo dejé con los demás, en la pila encima de la caldera, y luego puse Radio 4. Estaban emitiendo el programa Verdades de casa, con John Peel, y hablaban de álbumes de fotografía. De fondo se oía la canción «De esto están hechos los recuerdos». Saqué unos cuantos álbumes de fotos y me puse a hojearlos mientras tomaba el té. «Un beso fresco y tierno. Añadir una noche de pasión», cantaba Dean Martin. En una foto aparecíamos Peter y yo en la universidad, cada uno con su bufanda en torno al cuello del otro. «Un hombre, una mujer». No se veía bien dónde terminaba la suya y empezaba la mía. «Un poco de dolor, un poco de alegría». Peter me rodeaba con el brazo y los dos reíamos como locos. Me acordaba muy bien de aquella foto. Nos la hicimos en marzo de 1985. Solo llevábamos saliendo un mes. «De esto están hechos los recuerdos». Peter me gustaba desde el baile del primer año, pero era demasiado tímida para declararme. Un día se sentó a mi lado en un seminario y… bueno, no hizo falta más. «Tus labios junto a los míos. Dos sorbos de vino». Miré de nuevo la foto. «De esto están hechos los recuerdos». Se había descolorido un poco con el tiempo. Parecíamos tan enamorados y tan jóvenes. Claro, lo éramos. Solo teníamos diecinueve años. Peter era mi primer novio, y yo su tercera chica. «Añadir las campanas de boda». En el siguiente álbum aparecían fotos de la boda, al año siguiente. Peter estaba contento, pero un poco asustado, como suelen estarlo los novios jóvenes. «Una casa donde habitan los amantes». Yo me protegía del viento con una capa de terciopelo. En la foto estaba Sarah, hablando con mi madre, por entonces no era mucho mayor que yo ahora, y Lily, por supuesto, muy elegante pero un poco… decepcionada. También salía Mimi, que entonces tenía el pelo largo, charlando con mi padre. «Tres niños para añadir sabor». El siguiente álbum contenía algunas de las primeras fotos de Katie, que ya de pequeña estaba muy seria. «Remover con cuidado durante días». Ahí estaba Peter, el día de la graduación, con la túnica académica y Katie en brazos. «El sabor permanece». Se había puesto el birrete. Yo estoy a su lado, con un vestido de Laura Ashley, embarazadísima de Matt. «Éstos son los sueños que saborearás». El siguiente álbum era de unas vacaciones en Gales. Debía de ser 1989. «De esto están hechos los recuerdos». Peter era ayudante de redacción en Fenton & Friend y estábamos sin un duro. Pero pasamos una semana estupenda en Tenby y Matt dio sus primeros pasos en la playa. Cada vez que se caía yo corría a ayudarle y él lloraba porque quería hacerlo solo. «De esto están hechos los recuerdos». Y mientras la musiquilla familiar de John Peel se desvanecía, abrí el siguiente álbum, que se titulaba «Chiswick, 93». Acabábamos de comprar esta casa. Tuvimos que apretarnos muchísimo el cinturón, pero acababan de ascender a Peter y yo estaba solicitando el trabajo en la AM-UK! Ahí estábamos los cuatro en la cocina, en la primera noche que pasamos aquí. Los niños estaban encantados de tener un jardín, después de haber vivido en un piso. Yo había preparado una enorme fuente de espaguetis. «Servir generosamente con amor». Nos goteaban por la barbilla y estábamos muertos de risa. Peter nos rodeaba con sus brazos. «Un hombre, una mujer». Yo le estoy poniendo un babero a Matt. «Un amor, una vida». Debíamos haber puesto la cámara en automático para sacar la foto. «De esto están hechos los recuerdos…».

«—Y ahora» —oí decir a John Peel—, «la romántica historia de una mujer que ha encontrado un nuevo amor… con su ex marido».

La mujer comenzó a contar la amarga historia de su divorcio.

«—Yo no me imaginaba nada… alguien que había conocido en el trabajo… es como si te destrozaran el corazón… como si mi vida se detuviera… como no tenía hijos me marché a Devon… él se quedó con su amante —dijo con asco. Sonreí comprensiva—. Poco a poco comencé a recuperarme… un par de relaciones… nuevos amigos… pero entonces…».

«—¿Sí?» —la animó John Peel—. «¿Entonces…?».

«—Yo quería recuperar mi antigua vida. Durante cinco años intenté reprimir los recuerdos, pero no podía. Habían sido muchos años de compartir experiencias, de compartir la vida. Las viejas fotografías… nuestra historia. Yo quería recuperarla. Mi deseo de volver al pasado era cada vez más fuerte. No podía desprenderme de mi antigua vida como un lagarto que cambiara de piel».

«—¿Qué hizo?».

«—Pues un día le llamé al trabajo. Hacía seis años que no hablaba con él y no tenía ni idea de su situación. Me habían dicho que su relación no había durado mucho, pero no sabía si estaba con otra. Tampoco sabía qué quería decirle. Fue simplemente uno de esos momentos en los que una decide actuar, porque sabía que si no lo hacía en aquel instante, en ese mismo instante, no lo haría nunca. Tenía el corazón en un puño. Por fin él contestó el teléfono. Yo le dije: “Mark, soy Gill”. Se produjo un silencio y yo pensé que había cometido un error, que aquello era una tontería y que me arrepentiría el resto de mi vida. Pero entonces él contestó: “Gill, dime dónde estás y no te muevas. Voy para allá ahora mismo”. Y desde entonces no nos hemos separado».

«—¿Y ahora cómo están?» —preguntó John Peel.

Se produjo una corta pausa durante la cual oí las uñas de Graham en el linóleo y luego noté su cabeza en el regazo.

«—Bueno, mentiría si dijera que estamos mejor que antes. Es evidente que habría sido mejor si él no hubiera tenido aquella aventura. Pero es diferente. Sí, nuestro matrimonio se ha salvado». —Acaricié distraída a Graham—. «Hemos pegado los trozos, digamos, y aunque es verdad que se ven las junturas, esas junturas forman también parte de nuestra historia, de nuestra identidad, y sabemos que tienen su lugar».

Ahora aparecían fotos del perro tumbado en el regazo de Peter, cogiendo pelotas de tenis en el parque, saltando y dando giros en el aire, mientras los niños gritaban y aplaudían. Al volver la página me encontré con una foto mía. No era muy interesante, simplemente estaba planchando las camisas de Peter. No sé por qué me sacó esa foto, debió de ser un capricho del momento. Yo estoy mirando a la cámara y riendo. Debía de ser el otoño de 1999, antes de que Peter empezara a tener problemas en el trabajo, cuando las cosas todavía iban bien. Y de pronto vi a Andie en mi lugar, planchando las camisas de Peter y riendo, y no pude soportar la idea de que hiciera una cosa tan común y corriente para Peter, o que metiera su ropa en la lavadora, o le pasara la esponja por la espalda en la bañera. No podía soportar la idea de que Andie supiera todos esos pequeños detalles que yo conozco de Peter, como que le falta el dedo pequeño del pie izquierdo, por ejemplo, o que le gusta Gladis Knight and the Pips. Y no podía soportar la idea de que Andie compartiera los infinitos momentos de intimidad doméstica que Peter siempre, siempre había compartido conmigo.

Cuando terminó el programa y volvió a sonar la voz de Dean Martin noté de nuevo un nudo en la garganta y una opresión en el pecho. Estaba mirando una foto del último mayo, en la que salimos Peter y yo sentados en el banco del jardín. Peter me rodea con el brazo. «Un hombre, una mujer». La imagen se tornó borrosa y grandes lagrimones me surcaron la cara. «Un amor, una vida». Entonces oí un gemido: Graham odia verme llorar. Me puso las patas en el regazo e intentó lamerme la cara. «De esto están hechos los recuerdos». «Desde luego», pensé con amargura. En todas aquellas fotos Peter y yo estábamos juntos. Juntos. Pero pronto estaríamos definitivamente separados.

—¡Ay, Peter! —sollocé.

En un proceso de divorcio es normal sentirse trastornada. Las emociones van de un lado a otro, arriba y abajo como en una noria, y la perspectiva queda totalmente distorsionada. Vamos, que no puede una confiar en su propio criterio.

—Tienes que mantener los sentimientos a raya —me aconsejaba Lily una semana más tarde, en el bar Nail de Maddox Street. Había ido a hacerse su manicura semanal. Jennifer Aniston gruñía en mi regazo. Estábamos sentadas en los taburetes de color rosa Barbie en la barra en forma de zigzag—. Ahora estás deprimida no porque quieras volver con Peter, sino porque no quieres que él esté con otra.

Yo no lo había pensado así, pero no dejaba de tener razón.

—Es un síndrome psicológico muy normal —prosiguió ella, mientras la manicura, o más bien la «técnica en uñas» le quitaba el esmalte viejo rouge noir. Hacía tanto tiempo que sus uñas no veían la luz del día que habían tomado un violento tono amarillo—. Tú no quieres que Peter vuelva —aseguró por encima de la música.

—¿Ah, no?

—No. Pero tampoco quieres que esté con Andie.

—Eso seguro.

—Y por eso llevas deprimida toda la semana, porque se ha ido con ella a Estados Unidos.

En ese momento imaginé a Peter y Andie en Virginia, tal vez navegando por la bahía Chesapeake o de excursión por la cordillera Blue Ridge.

—Siento ser tan brusca, cariño —prosiguió Lily, entre sorbos de zumo de saúco que tomaba delicadamente con una pajita—. Ya sabes que por lo general no es mi estilo, pero es que solo analizando las cosas de la forma más clara puedo demostrarte que digo la verdad. Tú quieres a Jos. —Mientras tanto le aplicaban una primera capa de esmalte en sus uñas perfectas.

—¿Ah, sí? —pregunté, oliendo a acetona.

—Sí. Pero por desgracia te estás permitiendo ponerte sentimental con Peter.

—Pero es que estoy sentimental.

Lily colocó las manos bajo la máquina de secado. Me miré las cutículas, que las tengo destrozadas.

—Al fin y al cabo llevamos quince años casados.

—Sí, cariño, todo eso está muy bien, pero no te dejes llevar. Aunque pienso que eres muy buena al sentir todavía algo por él, después de lo que te ha hecho.

—Pues sí, siento algo por él.

—Pues es una tontería —aseveró ella, mientras le ponían una capa de bermellón con rápidas pinceladas—. Y una muestra de debilidad. Y más vale que no te dejes llevar demasiado, porque corres el riesgo de alejar a Jos. —Entonces me miró de reojo—. Y no querrás perderlo, ¿verdad? —Yo guardé silencio—. No, ¿verdad?

Yo estaba pensando, imaginándome cómo sería la vida sin Jos.

—¿Quieres quedarte sola, Faith? —la oí decir.

—No.

—¿Quieres tener que hacer vida social por tu cuenta? Hazme caso, Faith. Te aseguro que no es nada divertido.

—Pues tú pareces divertirte.

—Bueno, lo mío es diferente, porque siempre he estado sola. Pero para ti sería un infierno. Te sentirías tímida, muerta de miedo, vulnerable, sola. Si a eso le añades que cada vez que te guste un tipo habrá otras quinientas mujeres detrás de él… No, te aseguro que no tiene ninguna gracia.

—Sí, lo sé. Es que me siento un poco insegura.

—¿Por qué? ¿Qué pasa con Jos?

—No lo sé. No es que haya hecho nada. La verdad es que siempre se porta muy bien conmigo. Es muy atento y sensible y todo. Aunque el otro día se puso a gritarle a Graham, y a mí no me gustó ni un pelo.

—Bueno, es evidente que Graham y él no se llevan bien. Pero Jos y tú sí. El otro día en el polo pensé que erais de lo más compatible.

—¿Compatibles? —repetí, acordándome del cuestionario—. Sí, supongo que sí. Sé que tengo mucha suerte. Jos es muy guapo, y todo un artista. Pero hay algo… No sé exactamente qué es.

—A mí me parece que has tenido mucha suerte. Muchas mujeres darían cualquier cosa por un hombre como Jos.

—Dicho así parece que Jos fuera un premio de feria, Lily. Esto no es una competición, ¿sabes?

—¡Desde luego que sí! —exclamó ella—. No seas ingenua, Faith. De hecho, nuestra redactora de belleza, Arabella, estaba mirando las fotos que os hicieron a Jos y a ti y exclamó: «¡Madre mía! ¡Ese tío está buenísimo!».

—¿Eso dijo? —pregunté, algo indignada.

—Sí. Se le caía la baba con Jos. Como les pasa a otras chavalas del Moi!.

—Vaya. —No sabía si sentirme orgullosa o molesta.

—Así que ten en cuenta que estás compitiendo con otras mujeres. Pero de momento vas en cabeza. Ahora bien, Jos se alejará si cree que todavía quieres a Peter, así que yo en tu lugar no hablaría mucho del tema.

—Sí —suspiré—, puede que tengas razón.

—Claro que la tengo. —Lily observó sus brillantes uñas color rojo sangre—. Bien hecho —aseveró con una sonrisa. A continuación cogió a Jennifer Aniston, se la puso en el regazo y le apoyó las patas en la barra—. Aquí tienes a tu nueva clienta —le dijo a la manicura—. A Jennifer le gusta el rosa perfecto de Channel.

El viernes siguiente mis padres trajeron a casa a los niños. Ellos no tuvieron tiempo de entrar, porque al día siguiente se marchaban a Tierra del Fuego. Matt y Katie estaban muy morenos y habían crecido un poco. Graham se volvió loco al verlos, ladrando y gimiendo de alegría.

—¿Lo habéis pasado bien? —les pregunté, dándoles un abrazo.

—¡Ha sido increíble! —exclamó Matt.

—Vaya, me alegro. ¿Y la abuela? ¿Ha hecho lo que tenía que hacer?

—Sí —terció Katie—. Hemos estado hablando francés todo el rato.

Tout le temps —sonrió Matt.

—Bueno… tres bien —dije yo—. Tenéis correo —anuncié, mientras llevaba sus cosas al primer piso. El día anterior había llegado un sobre azul de correo aéreo que les había enviado Peter.

—¿Se lo está pasando bien papá? —pregunté, con toda la indiferencia que pude fingir mientras Katie leía la carta en la cocina.

—¿Qué si se lo está pasando bien? Bueno, míralo tú misma —me contestó ella, tendiéndome el papel.

«Un sitio muy interesante —leí—. El enclave del primer asentamiento permanente europeo en Norteamérica (1607)… estado nombrado en honor de Isabel I, la Reina Virgen… también conocido como estado Old Dominion… uno de los trece estados originales de EE. UU. Primer productor de tabaco, cacahuetes, manzanas, tomates… madera… las minas de carbón son también muy importantes. Muchas ciudades históricas como Williamsburg, Jamestown y Fredericksburg… población de seis millones y medio… sus accidentes geográficos principales son la cordillera Blue Ridge… el río Shenandoah… la bahía Chesapeake… Los padres de Andie son muy agradables».

—Se ve que es un viaje fascinante —dije, devolviéndole la carta a Matt.

—Sí, papá está fascinado con la historia del estado —replicó Katie.

—Bueno, parece interesante.

—Y la flora y la fauna —añadió ella.

—Desde luego.

—Y la política.

—Mmmm.

—¿Conclusión? —preguntó Katie.

—Se lo está pasando fatal —contestó Matt.

Mi corazón brincó como un salmón nadando río arriba para poner los huevos.

—Es la típica omisión freudiana —explicó Katie—. No menciona a Andie para nada. Y eso de que «los padres de Andie son muy agradables»… Es obvio que le han caído fatal.

—¿Eso crees?

—No lo creo, lo sé. Pobre papá. Pero ella lo tiene bien agarrado y no piensa dejarlo marchar. ¿Cómo está Jos? —preguntó de improviso.

—Pues… bien, bien. Mañana viene a cenar.

Je m’en fou —replicó Katie con un encogimiento de hombros muy francés—. Cela m’est egal.

—No parecéis muy contentos.

—No, la verdad —contestó Matt.

—Pues me parece que estáis siendo un poco injustos, porque Jos siempre se porta muy bien con vosotros. A ver, ¿qué tiene Jos de malo?

—No, nada —dijo Katie de mala gana—. Es que se esfuerza demasiado.

—Eso no es malo.

La cena no fue mal del todo. Jos había pintado para ellos una pancarta de «Bienvenidos a casa» y la había colgado en la barandilla de la escalera. La verdad es que yo preferiría que no lo hubiera hecho. Además les había comprado regalos. Les preguntó por el viaje y, como siempre, se esforzó muchísimo. Ellos, a su vez, estuvieron un poco fríos y distantes, pero eso es normal en los adolescentes, ¿no?

—¿Y qué hacíais por las tardes? —pregunté mientras comíamos nuestro boeuf bourgignon.

—Pues… jugar a las cartas —contestó Katie, toqueteando un trozo de carne en el plato.

—¿A las cartas? Qué divertido. ¿Y a qué jugabais, al rummy?

—Sí, sí, eso —dijo Matt, jugueteando con el pimentero.

—¿Os enseñó la abuela a jugar al bridge?

—Mmmm, sí —dijeron los dos.

—La cena estaba buenísima, mamá —comentó Katie mientras yo recogía los platos.

—Y que lo digas —terció Jos—. ¡De puta madre! —añadió con vehemencia. Yo le miré sobresaltada y los niños se echaron a reír—. Y hablando de eso, Faith, creo que deberíamos decirles lo de la… la operación de Graham.

—¿Qué operación? —preguntaron los dos asustados—. No estará enfermo, ¿verdad, mamá?

Matt corrió hacia Graham, que estaba tumbado en su cama.

—No, no. Está sanísimo.

—¿Entonces de qué estáis hablando? —quiso saber Katie.

—Bueno —comenzó Jos—, aunque Graham es un perro estupendo, tiene la mala costumbre de morder.

—No, no es ninguna costumbre —aseguró Katie—. Solo te muerde a ti.

—¡Katie! —exclamé.

—Pero si es verdad, mamá. Solo ataca a Jos.

—Bueno, no discutamos por eso —prosiguió Jos, sin perder su agradable sonrisa—. El hecho es que lo mejor para un perro con tendencias agresivas es…

—¡Jos! —le interrumpí, mirando inquieta a Graham—. Pas devant le chien s’il vous plait!.

—¿Eso qué quiere decir?

—Quiere decir «delante del perro no» —tradujo Matt.

—Eso ya lo sé. ¿Pero por qué no?

—Porque Graham entiende todo lo que decimos —repliqué bruscamente.

—No digas tonterías, Faith.

—Pero es verdad —apuntó Katie—. Graham entiende un montón de cosas. Tiene un cociente intelectual altísimo y creo que tiene un vocabulario de quinientas palabras por lo menos.

—Dudo mucho que «castración» sea una de ellas. —Jos seguía sonriendo, cosa que no me gustó nada.

—¿Castración? —repitió Katie.

—¿Eso qué es? —preguntó Matt.

—Pues cortarle los… en fin… sus cosas —contesté. Matt me miró con incredulidad y puro terror—. Se supone que el perro se torna más manso.

—¡Pero Graham es muy manso!

—No; tiene problemas de comportamiento —terció Jos—. Es una operación muy sencilla, no duele. Y Graham no los echará de menos, os lo prometo.

—¿Y tú cómo puedes saberlo? —le espetó Katie—. Tú los echarías de menos, ¿a que sí?

—¡Katie! —exclamé—. ¡No seas maleducada!

—Mira, Katie —explicó Jos, impasible a su brusco comentario—, mucha gente opera a sus perros. Es una operación buena, sobre todo porque así dejan de ir tras las chicas.

—¿Y por qué no debería Graham ir detrás de las chicas? —preguntó Katie indignada—. Tú lo haces.

—¡Katie! ¡Eso es muy desagradable! —la reprendí de nuevo.

—Además —dijo Matt—, a Graham no le gustan las chicas. ¡Él solo persigue a los gatos!

Al oír esto Graham se levantó de un brinco y salió disparado, gañendo, hacia la puerta trasera.

—No deberías haber dicho eso —gemí—. Graham, ahí no hay ningún gato, así que ven a tumbarte, por favor. —Graham me miró un momento y volvió a su cesta.

—De todas formas —dijo Jos, sin dejarse amilanar—, Faith y yo creemos que es lo mejor.

—Seguro que mamá no piensa eso —apuntó Katie.

—Katie, no hace falta que hables por mí, gracias. Mi opinión es que deberíamos… deberíamos… esperar hasta que vuelva papá.

Jos puso los ojos en blanco.

—Muy bien —dijo Katie—. Esperaremos a que vuelva papá. Pero estoy segura de que él no querrá saber nada. Aparte de todo, Graham no podría tener crías.

—Sí, pero eso no importa —replicó Jos—, porque Graham no es precisamente un perro de pedigrí.

—Jos —le interrumpió Katie con súbita altivez—, puede que Graham, como tú mismo has señalado, no tenga pedigrí. Pero es de muy buena cuna. Se nota que es todo un caballero.

—Está bien, está bien. —Jos alzó las manos—. Ojalá no hubiera dicho nada.

—Sí, ojalá —terció Matt, dándole a Graham su plato para que lo lamiera.

—¡No hagas eso, Matt! —exclamé—. ¡Es asqueroso!

—¡Más asqueroso es querer cortarle los huevos! Es para que se sienta mejor. Por si se ha deprimido.

—Pues a nadie le importa que yo me deprima —dijo Jos—. A nadie le importa que me muerda constantemente.

—¿Te ha hecho sangre alguna vez? —preguntó Katie.

—No.

—Entonces no te ha mordido de verdad.

—Sí, pero un día de éstos me dará un buen bocado.

—Un buen bocado —murmuró Matt.

—¿Podemos olvidarnos de esta conversación y cambiar de tema? —propuse. Volvimos todos a la mesa y comencé a servir la mousse de chocolate. Graham había cerrado los ojos—. Bien, se ha dormido. Por cierto, Katie, ¿tú crees que los perros sueñan?

—Desde luego. Tienen movimientos rápidos del ojo, como nosotros. En las personas eso indica que están soñando, así que supongo que lo mismo pasa con los perros. Además, Graham a veces gime dormido, como si tuviera pesadillas, o mueve las patas como si estuviera persiguiendo conejos.

—Qué raros son los sueños, ¿verdad? —comenté.

—Por lo general significan deseos que queremos cumplir —informó Katie—. El ello, la parte infantil y hedonista del inconsciente, trata de realizar sus más profundos deseos.

Me quedé pensando en eso, mientras comíamos en silencio.

—Anoche tuve un sueño muy curioso —dije por fin—. Soñé que estaba planchando camisas. Pero sé muy bien por qué soñaba eso. —Aunque no lo expliqué.

—Si sueñas que estás planchando significa que quieres solucionar tus problemas —explicó Katie con una sinceridad que me resultó difícil de asimilar.

—Yo sí que tuve un sueño raro el otro día —terció Jos, decidido a derretir el hielo acumulado en torno a él en la última media hora.

Entonces contó el sueño en que se había desnudado en la ópera. Katie le miraba pensativa. Era evidente que no entendía muy bien su significado.

—Creo que significa que Jos es muy honesto —comenté—, puesto que está dispuesto a desnudarse en público. ¿Por qué no te traes tu libro de sueños, Katie? Así miramos lo que significa.

—No hace falta, mamá. Sé exactamente lo que significa.

—¿Ah, sí? —dijo Jos—. ¿Y qué es? Me encantaría saberlo.

—Cuando sueñas con estar desnudo —explicó ella con toda tranquilidad— es porque tienes miedo de que alguien descubra algún secreto que intentas ocultar.

Jos la miró un momento y luego bajó la cabeza a su plato.

—La mousse está deliciosa —comentó—. ¿Me pones un poco más?

«Querido Alfie —escribía el lunes, después de mi último boletín—. Un rayo es una descarga de electricidad estática entre una nube y el suelo, o entre dos nubes. Si la electricidad sale de una nube es un rayo en zigzag, si se produce entre dos nubes es un relámpago. Espero que esto te ayude en tu trabajo de vacaciones».

«Querida Vicki, los truenos hacen tanto ruido porque durante una tormenta los rayos calientan el aire hasta alcanzar temperaturas increíbles (cinco veces superiores a la de la superficie del sol). Este calor hace que el aire se expanda de pronto, a velocidad supersónica, lo cual produce el estampido que llamamos trueno. Es lo mismo que sucede cuando pasa volando el Concorde. Espero que esto te ayude en tu trabajo de vacaciones».

«Querida Anil, la escarcha es rocío helado. Es blanca porque los cristales de hielo están llenos de aire. Si hace mucho frío, los cristales de hielo toman la forma de afiladas agujas. Esto es la escarcha. Gracias por escribir, y buena suerte con tu trabajo».

Alcé la vista del ordenador mientras se imprimían las cartas y sonreí al ver a Sophie.

—¿Más cartas de admiradores? —me preguntó.

—No exactamente. Son niños que tienen que hacer un trabajo en vacaciones y lo están terminando ahora, una semana antes de que empiecen las clases.

—A mí no me escribe nadie —comentó de mala gana.

—Mujer, alguna carta debe de llegarte.

—No, prácticamente nada.

—Me sorprende. Aparte de todo, yo imaginaba que recibirías un montón de propuestas de matrimonio.

—¿Matrimonio? —dijo Terry, que en ese momento pasaba por allí—. Bah, a Sophie eso no le interesa, ¿verdad, Sophie?

—No —contestó ella muy tranquila—, desde luego que no. A mis veinticuatro años soy demasiado joven. —Terry dio un respingo. Sophie había dado en su talón de Aquiles—. Tengo tiempo de sobra. De momento lo primero es mi carrera.

—No estés tan segura —dijo Terry con una carcajada hueca—. Igual te encuentras con una pausa para publicidad. Yo que tú no me acostumbraría mucho a esta casa, Sophie.

—No, no te preocupes —contestó ella con ambigüedad. Entonces le dio la espalda y siguió hablando conmigo.

—¡Bien dicho! —susurré mientras Terry se alejaba.

—Gracias.

Pero aunque Sophie parecía tranquila, le temblaban las manos.

—¿Y a ti cómo te va todo? —preguntó, sentándose en el borde de mi mesa.

—Muy bien, gracias. Muy bien. Jos está muy ocupado —añadí—. Está haciendo Madame Butterfly.

—¿Madame Butterfly?

—Es una producción nueva en el Opera House. Se estrena dentro de tres semanas. Esta mañana se va a llevar a los niños a ver los ensayos. Ha sido un detalle por su parte.

—¿Ah, sí? —dijo ella, como sorprendida, jugueteando con mi casita del tiempo.

—Sí, la verdad es que es estupendo con los niños. Se desvive por ellos. Y eso que Katie y Matt son bastante desagradecidos a veces, pero con los adolescentes ya se sabe.

—Así que se porta bien con los niños, ¿eh?

—Sí, sí, de miedo.

Matt y Katie habían recibido con educado entusiasmo el ofrecimiento de Jos de llevarles a hacer un tour por las bambalinas de la ópera. Todavía estaban un poco fríos con él por el asunto del perro, pero tuvieron que reconocer que era una buena idea. Yo esperaba que el viaje a Covent Garden les ayudara a hacerse amigos. Tal vez al ver a Jos en su contexto profesional, al ver lo mucho que la gente le respetaba, se llevarían una mejor impresión de él.

Por mi parte, estaba agotada. Los lunes suelo estar cansadísima, aunque para el miércoles ya me he acostumbrado de nuevo a los madrugones y no me cuesta tanto. Hoy, sin embargo, no hacía más que pensar en mi cama. Al llegar a casa me sorprendió que Graham no saliera corriendo a saludarme. Miré en el jardín, pero no estaba allí. Se lo habrían llevado los niños, me dije, mientras subía al primer piso. Graham y los niños son inseparables. Graham se cree que es su hermano pequeño y quiere hacer todo lo que hacen ellos. Me metí en la cama. Estaba tan agotada que en cuanto toqué la almohada me quedé dormida. Volví a tener sueños muy raros. Estaba en una galería comercial, no sé dónde, subiendo por unas escaleras mecánicas, con mis bolsas de las compras. Y justo cuando iba a llegar arriba, las escaleras se detuvieron y comenzaron a bajar. A mí me pareció muy raro, pero pensé que cuando llegara abajo las escaleras volverían a subir. Entonces alcé la vista y vi en la parte de arriba a un montón de gente que me gritaba a pleno pulmón. Lo más curioso es que yo no oía lo que me decían, porque de pronto me había quedado sorda. Todos gritaban y gesticulaban, y por sus expresiones era evidente que intentaban advertirme de algo, pero no sabía qué. Entonces me volví para mirar hacia abajo y vi horrorizada que las tiendas habían desaparecido y solo había un enorme abismo. Las escaleras me llevaban hacia el borde, y ya estaba casi en el último escalón, así que me puse a correr desesperadamente hacia arriba, pero apenas podía mover las piernas. Estaba sin aliento y con una punzada en el costado. Arriba estaban Peter y los niños, al frente de la multitud, gritándome que subiera. Ahora por fin podía oír.

—¡Mamá! ¡Mamá! —gritaba Matt—. ¡Mamá!

—Vale, vale. Ya te oigo —contesté.

—¡Mamá! —gritó él de nuevo. Entonces noté sus manos en mis hombros—. ¡Mamá, despierta! ¡Graham no aparece!

—¿Qué? —Al abrir los ojos despareció el sueño. Matt estaba junto a la cama. Parecía muy angustiado.

Al cabo de un momento Katie irrumpió en la habitación.

—Lo he buscado por toda la calle —dijo sin aliento—, pero nada.

—¿Qué?

—Graham ha desaparecido, mamá. —Matt estaba llorando—. ¡No está por ningún lado!

—¿Pero no estaba con vosotros?

—¡No! Lo dejamos en casa. Acabamos de volver. Hemos venido en metro.

—¿Graham ha desaparecido?

—Sí.

—A ver, no hay que preocuparse. —Se me había acelerado el pulso—. Vamos a encontrarlo, pero tenemos que conservar la calma. ¿Qué hora es? ¿Las cuatro y media? ¡Dios mío! ¡Lleva fuera todo el día!

Me puse las lentillas, me vestí a toda prisa y bajé corriendo.

—¡Graham! —grité al salir al jardín, dando palmadas—. ¡Graham! ¡Venga! ¡Aquí! ¡Graham!

—Ya lo hemos llamado —dijo Matt—. No está aquí.

—¿Cómo ha salido de casa?

—Por la ventana de la cocina.

—Pero solo está abierta unos centímetros.

—Ya lo sé. Pero consiguió pasar. Mira, aquí se ha dejado pelos.

—¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer?

—¡Vamos a llamar a papá! —sugirió Katie.

¡Claro! Marqué a toda prisa el número de su móvil y Peter contestó después de cinco timbrazos.

—¿Sí?

—Peter, soy yo. Escucha, Graham se ha perdido. Lleva todo el día fuera. Estamos muy preocupados.

—¿Qué se ha perdido? ¡Joder! Voy ahora mismo para ahí. Entre todos lo encontraremos. ¡Oh, no! ¡No puedo! Estoy en América. ¿Habéis llamado a la policía? Tenéis que llamar a la policía, a la policía y a la perrera. Coged el coche ahora mismo y salid a buscarlo. Volveré a llamaros dentro de dos horas.

Llamé a la comisaría de Chiswick, me pusieron con el departamento de perros perdidos y yo di una rápida descripción de Graham.

—Es un cruce de collie… pelaje dorado rojizo… con pinta de zorro… mancha blanca en cuello y pecho… lomo como de galgo… cola larga… sí, claro que lleva collar y placa… no, no, no lleva micro-chip… muy, muy listo… sí, de verdad, es muy listo… Graham. Sí, eso es… Sí, sí, ya sé que es raro… Sí, espero.

Se produjo un angustioso silencio mientras el agente comprobaba la lista de perros perdidos.

—Tengo dos alsacianos, un terrier, un Jack Rusel y tres perros sin raza, ninguno de los cuales responde a su descripción. Si lo traen a comisaría la llamaré. Mientras tanto debería llamar al hogar de perros de Battersea.

—Sí, por supuesto.

—Y a la perrera. Le voy a dar el número…

—Gracias.

—Y a los veterinarios de la zona.

—¿A los veterinarios? ¿Por qué?

—Por si lo han atropellado.

Fue como si me clavaran un cuchillo en el corazón.

—Tú sabes por qué ha pasado esto, ¿verdad? —dijo Katie, mientras yo llamaba al hogar de perros—. Porque Graham no quiere que le operen. Ha desarrollado ansiedad de castración. Ya se lo advertimos a Jos —añadió con vehemencia—. Le dijimos que Graham lo entiende todo, pero él no nos hizo caso.

—Hogar de perros de Battersea, ¿diga? —oí una voz. Di una rápida descripción de Graham, intentando no echarme a llorar, aunque tenía un nudo en la garganta.

—Nunca se había escapado —dije con voz trémula—. Lleva collar y placa de identidad, de modo que es fácil reconocerlo.

—Muchos perros llegan sin collar —explicó la mujer—. Así que es mejor que me diga si tiene algún rasgo distintivo, porque nos están llegando muchos cruces de collie.

—¿Rasgos distintivos? —Miré a los niños buscando inspiración. Matt se señaló la oreja—. Ah, sí, tiene una oreja un poco más corta que la otra. Y mueve mucho la cola.

—Muy bien. Ahora mismo estoy mirando en nuestra base de datos y no tenemos nada que encaje con la descripción. De todas formas, si nos lo traen la llamaremos enseguida. Tenemos abierto hasta las ocho de la tarde.

A continuación llamé a cinco veterinarios, con el corazón en un puño. Ninguno sabía nada. En la perrera tampoco.

—Katie, tú quédate al lado del teléfono. Matt y yo vamos a salir a buscarlo.

Bajamos al parque y estuvimos un rato llamándolo. De haber estado allí Graham habría venido como un rayo. Luego fuimos a Chiswick High Road. Había tanto tráfico que me aterrorizaba la idea de que Graham hubiera intentado cruzar. Matt fue calle arriba y yo calle abajo. Pasé de largo Waterstone’s, Marks and Spencer, The Link, la iglesia y el Café Rouge y luego me dirigí hacia Kew Green. Menuda pinta debía de tener, corriendo como loca por la calle gritando el nombre de Graham con cara de desesperación. Pero estaba tan angustiada que me daba igual lo que pensara la gente. Para cuando volví a casa eran las cinco y media.

—¿Alguna llamada? —pregunté a Katie. Estaba jadeando y empapada en sudor.

—Sí, de papá, para ver cómo iba todo. Y Jos también acaba de llamar. Le he contado lo de Graham y ha dicho que venía para acá para ayudarnos a buscarlo.

—Vaya, qué amable.

—Sí —dijo Katie con expresión culpable—, es todo un detalle.

En ese momento salió Matt de su habitación. Traía unos carteles de «perro desaparecido» que había hecho con su Apple Mac.

—Voy a ponerlos en las farolas. Tomad, aquí tenéis veinte.

Cuando se marchó, Katie y yo nos pusimos a pensar dónde podría estar Graham.

—¿Adónde le gusta ir? —pregunté.

—A Chiswick House. Le encanta. Y al río… Mira, ahí está Jos.

Jos hizo sonar el claxon. Yo salí corriendo con los carteles de Matt y un rollo de papel celo.

—Gracias —resollé, dándole un apretón en la mano.

—Espero que tengamos suerte.

Bajamos por Duke’s Avenue muy despacio, mirando bien los jardines y las calles laterales. Al final de Duke’s Avenue estaba la autovía de Great West Road. Miré horrorizada la cantidad de coches y camiones que pasaban a toda velocidad y me imaginé a Graham intentando cruzar.

—Lo atropellan seguro —susurré—. Es peor que una autopista.

—No creo que lo haya intentado siquiera. Es demasiado listo, además le daría miedo.

Atravesamos la autovía y giramos a la izquierda, hacia Chiswick House. Jos aparcó el coche y entramos por la puerta lateral.

—¡Graham! —grité—. ¡Graham! ¡Aquí!

Había cientos de perros con sus amos: setters, dálmatas, alsacianos… Estuvimos andando durante veinte minutos, más allá del templo jónico, el invernadero y la casa de las camelias. La luz comenzaba a irse, junto con nuestras esperanzas. Puse unos cuantos carteles en los árboles, rezando para que alguien lo encontrara. A continuación fuimos al río. Se estaba haciendo de noche. Aparcamos junto a las pistas de tenis y anduvimos unos dos kilómetros llamando a Graham a gritos. Pero solo oímos el chapaleo del agua y el susurro del viento en los árboles.

—Deberíamos volver —dijo Jos. Asentí con la cabeza.

Yendo en el coche me imaginé a Graham herido o vagando angustiado y desorientado, incapaz de encontrar el camino de vuelta a casa. Fui a abrir la puerta de casa con el corazón en un puño, pero Katie se me adelantó. Estaba llorando. Dios mío, Dios mío.

—¿Qué hay? —pregunté, llorando yo también.

—Está en Battersea —gimió ella, enjugándose los ojos—. Acaban de llamar. Está bien. Podemos ir a buscarlo mañana.

Así que esta mañana a las diez y media estábamos esperando en la puerta del hogar de perros. Éramos los primeros de la cola.

—¡Vamos! —exclamó Matt impaciente—. ¡Que abran ya!

Por fin se alzó la verja metálica y entramos. En el suelo había varias hileras de huellas de perro de distintos colores. La recepcionista nos dijo que siguiéramos las amarillas hasta el departamento de perros perdidos. Se oía toda una cacofonía de ladridos indignados, gruñidos y gemidos. Yo rellené el formulario, presenté un carné de identidad y por fin la encargada procesó nuestra solicitud. Mientras esperábamos miramos el tablón de noticias, lleno de carteles de perros perdidos, como el nuestro. Algunos ofrecían recompensas de mil libras y más. Algunos perros se habían escapado o perdido, pero muchos habían sido robados. Había una foto de un alsaciano llamado Toby que había sido robado en la puerta de un Sainsbury, en Kenton, y otra foto de Bumble, un cachorro de perro de caza. «La última vez que lo vieron, cuatro hombres lo estaban metiendo en una furgoneta».

—Es horrible —dijo Matt.

Por fin la encargada nos llevó a los corrales donde tenían a los perros callejeros. Había un olor fuertísimo a desinfectante y a perro.

—Está al final —nos informó, mientras avanzábamos entre las jaulas.

Viejos labradores y bullterriers nos miraban con tristeza. Un spaniel de aire muy vivo nos ofreció su juguete. Un jack rusel se puso a dar brincos y gemidos al vernos. Pasamos de largo dos alsacianos, un chow-chow cojo, un maltés que estaba durmiendo, y por fin nos detuvimos ante el último corral.

—¿Es él? —preguntó la encargada.

Era el mismo color, el mismo tamaño, el mismo tipo. Pero para nosotros igual podía haber sido un gran danés. Volvimos a Chiswick en silencio y nos sentamos desconsolados en la cocina. Matt llenó el cuenco de agua de Graham y puso unas galletas en su plato.

—Tendrá hambre cuando vuelva.

—Sí, cariño, es verdad.

—Tendremos que bañarlo, porque estará sucio.

—Sí, probablemente.

—Le he comprado esto —añadió Matt, alzando un vídeo de El chef desnudo.

—Muy bien, Matt. Creo que ése no lo ha visto.

Para hacer menos dolorosa la espera, estuvimos jugando a las cartas y al Scrabble. Los niños me contaron la excursión a la ópera y me hablaron de los magníficos murales de Jos. A la hora de comer Peter volvió a llamar. Un poco más tarde llamó Jos desde el trabajo. A las cinco sonó de nuevo el teléfono.

—¿La señora Smith? —preguntó una voz de hombre.

—Sí.

—Llamo del ayuntamiento de Westminster, de la perrera. Quería decirle que tenemos a su perro.

—¡Gracias a Dios! —murmuré, dejándome caer en la silla del recibidor y llevándome la mano al pecho—. Gracias a Dios —repetí—. ¿Seguro que es el nuestro?

—No hay duda. Lleva el collar y la placa de identidad. Oiga, igual me estoy metiendo donde no me importa, pero Graham me parece un nombre muy curioso para un perro.

—Ya lo sé. —Me eché a reír. Tenía los ojos llenos de lágrimas de puro alivio—. Es un nombre muy curioso —sollocé—. De hecho es un nombre ridículo para un perro. Muchísimas gracias. Estábamos muy angustiados. ¿Dónde lo han encontrado? —pregunté, mientras anotaba la dirección de la perrera.

—Muy cerca de la Tate.

—¿La Tate?

—Sí, estaba sentado a la puerta de una casa en Ponsonby Place.

—¿Ponsonby Place?

—Sí. El número 78.

—¿El número 78?

—¿Sabe usted quién vive ahí?

—Sí. Mi marido.