Matt tiene razón. Jos es encantador, realmente encantador, en una época en que el encanto es muy poco común. Es atractivo, simpático y sabe conversar de maravilla. Siempre tiene algún comentario ingenioso. Es una de esas personas con las que da gusto estar, porque te hacen sentir bien. Por eso parece atraer a gente como la miel a las moscas. A mí me parece increíble la suerte que he tenido al conocerle, porque antes estaba hecha un desastre. Solo tengo que leer el Moi! para darme cuenta. Este mes viene con el suplemento de Bandido, sobre la infidelidad, con la entrevista que me hizo Lily. Nuestros nombres están cambiados por los de Fiona y Rick, para que nadie nos reconozca. Para mí era como leer acerca de otras personas, porque, ahora que estoy con Jos, casi me cuesta recordar lo angustiada que estaba.
«Empecé a sospechar de mi marido… Me sentía fatal… registraba sus cosas… fue un alivio que el detective no encontrara nada… y luego fue un golpe terrible cuando Rick confesó… ¿Qué voy a hacer ahora?… Siento que toda mi vida está destrozada».
Eso fue hace solo tres meses, pero ahora mi vida ha cambiado, porque Jos me ha sanado. Sí, ha hecho honor a su nombre. Y solo con unos diestros toques de su pincel mágico, el cielo nublado se ha vuelto azul.
A mis hijos les cae bien, lo cual es un alivio. Vamos, realmente es algo muy, pero que muy gordo presentar a tus hijos a tu novio. Pero ellos se lo han tomado muy bien. El único que está bastante molesto es Graham. Pero es comprensible, porque Graham no es más que un perro y no puede racionalizar lo que está pasando. Por supuesto no le gusta nada que cierre de vez en cuando la puerta de mi habitación. Jos se queda en casa a veces, aunque nunca los fines de semana, porque es cuando están los niños. Y a él no le importa que suene el despertador a las tres y media. Se vuelve a dormir y en paz. Luego se marcha tranquilamente a eso de las ocho y media para ir a trabajar. De modo que nuestra relación progresa estupendamente. Como ya digo, el único problema es Graham. Pero lo que tiene gracia es que Jos parece bastante molesto con ello. Anoche precisamente hablábamos del tema en la cama.
—No es fácil —comentó con un suspiro exasperado—. Cuando tú estás no hay problema, pero en cuanto desapareces, esto es la guerra.
—¡No te habrá mordido otra vez!
—No, no exactamente. Pero lo intenta de vez en cuando, para que no baje la guardia. Es como si me siguiera una piraña.
—Debe de ser que en el fondo es un perro ovejero —expliqué—. No te lo tomes como algo personal. Es que quiere tenerte vigilado, como yo —añadí dándole un beso.
—Es que me parece que es personal, Faith —replicó con aire herido—. Me parece fatal que siga siendo tan hostil cuando yo estoy haciendo tantos esfuerzos.
Eso es verdad. Jos hace muchos esfuerzos con Graham. Le trae golosinas y trocitos de carne y juega con él a la pelota en el jardín. Hasta le ha comprado el último vídeo de Delia Smith y un collar nuevo. Tiene muchos detalles, y yo espero que al final Graham de su brazo a torcer.
Anoche lo hablaba con Katie mientras veíamos Fraisier en la tele.
—Supongo que para Graham Jos es un intruso que intenta quitarle el puesto de Primer Perro —comenté. Estábamos sentadas en el sofá, con Graham tirado encima de las dos—. No cabe duda de que su comportamiento es neurótico. Tanto cazar moscas, por ejemplo, es un comportamiento clásico obsesivo-compulsivo.
—No, mamá, es una cosa propia de los perros.
—Graham tiene mucha rabia dentro —proseguí. Él lanzó un suspiro—. Seguro que tiene muchas cosas que resolver de su pasado. Si a esto le añades su miedo natural, como perro callejero, al rechazo y el abandono, es evidente que la presencia de Jos es un desafío a su frágil autoestima. Además —añadí, acariciándole las orejas—, creo que puede tener también un complejo de Edipo. Quiere reemplazar la figura del padre, que en este caso es Jos, y casarse conmigo.
Katie me miró escéptica.
—Graham nunca ha querido sustituir a papá.
—Mmm. Es verdad. ¿Sabes? Antes todo esto del psicoanálisis me parecía un rollo, pero ahora me fascina. Para mí es evidente que Graham muestra signos de incipiente paranoia.
—No está mal, mamá, pero hay una explicación mucho más sencilla.
—¿Ah, sí?
—Sí. Es que a Graham no le gusta Jos.
—¡Vaya! Ya veo.
—Son cosas que pasan —aseveró Katie encogiéndose de hombros—. Es una cuestión de personalidades incompatibles, nada más. No creo que sirva de mucho analizarlo demasiado, porque el hecho es que Graham no puede ver a Jos ni en pintura —concluyó.
—Vaya.
—Pero lo que a mí me parece mucho más interesante, es que a Jos le importe tanto.
Hmmmmm.
—Bueno, le importa porque Graham intenta morderle.
—No, mamá, lo que le importa es no caer bien.
—Pero a todos nos gusta caer bien —señalé—. Es de lo más natural.
—Cierto, pero a casi todos nos da bastante igual si le caemos bien o no a un perro.
Ya saben que por lo general le sigo la corriente a Katie, por demenciales que sean sus ideas. Pero es evidente por qué a Jos le importa lo de Graham. Le importa porque le considera, con toda la razón, un miembro de mi familia, y él quiere llevarse bien con todos nosotros. Y lo cierto es que lo ha conseguido, en gran parte. Quiero decir que yo estoy loca por él y a los niños les cae bien, Lily le adora y piensa que he tenido una suerte increíble.
—¡Es divino! —declaraba una vez más en el club Cobden, unos días más tarde. Jos había ido a la barra a pedir unas copas. Lily nos había invitado a la presentación de un nuevo libro de cocina, de Nutella Prince, una chef de alta sociedad—. ¡Es el no va más! Guapísimo, de lo más sociable, está a la moda y es divertido.
Miré a Jos, que en ese momento se abría camino entre el gentío en busca de más champán. Lily tenía razón. Jos destacaba incluso entre aquella multitud de gente guapa. El corazón se me hinchó de orgullo al pensar que aquel hombre maravilloso estaba conmigo.
—Es el hombre perfecto para ti, Faith. Jennifer y yo estamos encantadas.
—¿Dónde está Jennifer?
—En casa. Pensé que sería demasiado excitante para ella venir esta tarde. Ha tenido una semana muy ajetreada.
—¿Haciendo qué? ¿Comer foie gras?
—¡No, mujer! —exclamó Lily con un resoplido indulgente—. Pensando. Se le han ocurrido un montón de ideas. Ah, mira, ahí está Godfrey Barnes, es un famoso especialista en fertilidad. Por cierto, ¿sabes una cosa? Jennifer está pensando en tener cachorros, porque su pedigrí es, por supuesto, soberbio. Pero el veterinario dice que no es bastante fuerte. Una pena.
—Vaya por Dios.
—Así que voy a hacer que la clonen.
—¿Qué?
—Bueno, si han podido hacer a la oveja Dolly y a la vaca Dolly, no sé por qué no van a hacer una perra Dolly. En Estados Unidos hay una compañía investigando el tema. Yo acabo de enviar una solicitud. ¿No te parece maravilloso, Faith? Existirían montones de Jennifers Anistons.
—Mmmm. Una fiesta increíble —añadí, para cambiar de tema.
Y era verdad: doscientos invitados, de los que nunca se pierden la última fiesta de moda, se estaban hinchando de canapés de mariscos y champán. En el centro de la sala había una escultura rotatoria, de hielo, con la forma de un gigantesco salmón dando un salto. Dos gigantescos arreglos florales hacían guardia junto a la puerta.
—Creo que Jos es maravilloso —repitió Lily—. No lo dejes escapar, Faith, porque cualquier otra intentaría llevárselo y eso no se puede permitir.
—No, no —convine—. ¿Y a ti cómo te va la vida amorosa? —pregunté, mojando unos diminutos merengues en un volcán de chocolate de un metro en el que burbujeaba una salsa de mantequilla fundida.
—Un infierno, como siempre —suspiró ella—. He terminado con Frank —me confió, limpiándose el azúcar de los labios.
—¿Con quién? —Con Lily me resulta imposible estar al día.
—El director de orquesta, ya sabes.
—No me acuerdo, perdona. ¿En qué orquesta está?
—¡Vete a saber! —contestó ella con una risotada—. Era guapísimo pero un desastre en la cama. Tenía la manía de gritar «¡agárrate!» en el momento crítico, y al final se me quitaron las ganas, la verdad.
—¿Y qué pasó con el cantante pop, Ricky?
—Ricky, menudo elemento. Me encantaba, pero el muy caradura me combinaba con otras tres, con el trío que le hacía los coros.
—Vaya. Igual deberías salir con alguien más… no sé, más normal. Un médico, por ejemplo, o un millonario de dot.com. ¿O qué tal aquel tratante de vinos?
—Era un imbécil.
—¿Y el tipo de la BBC?
—Demasiado anodino.
—¿Y aquel broker tan simpático? El de las gafas.
—¡Ah, ése! —exclamó ella, poniendo los ojos en blanco. Cogió una salchicha diminuta de una bandeja y la blandió delante de mis narices—. La tenía así —anunció con desdén.
—Madre mía.
—¿Qué tal anda Jos en ese frente? —preguntó. En ese momento Jos volvía abriéndose camino entre el gentío.
—Está… bien —contesté con una risita—. De hecho, genial. Es estupendo estar… activa otra vez. Hacía mil años que Peter y yo no nos enrollábamos.
—Ya. Bueno, seguro que ahora está recuperando el tiempo perdido.
Fue como una puñalada en el corazón, y deseé, como pasa muchas veces, que Lily pensara un poco antes de hablar. Porque por mucho que yo esté evolucionando y todo eso, y por muy feliz que sea con Jos, la verdad es que no soporto la idea de que Peter se esté acostando con Andie. Y entonces me puse a pensar en Peter, como me pasa a menudo, y me pregunté cómo le iría. Y en ese momento vi a Oliver y me dio un brinco el corazón. Lo que era peor: venía hacia mí.
—Hola, Faith —dijo con insolente familiaridad antes de que yo pudiera escapar.
—Hola, Oliver. Te presento a Lily Jago.
Los dos se sonrieron sin interés. El rostro alargado y rollizo de Oliver estaba, como siempre, perlado de sudor. Era un tipo de lo más pegajoso. Parecía incluso gotear.
—Siento lo de tu divorcio —comenzó. Yo no respondí—. Y por supuesto sentimos mucho que Peter se marchara. —«Seguro que sí, hipócrita, gilipollas», pensé.
—Ahora le va muy bien en Bishopsgate —comenté.
—¿Ah, sí? —replicó él con lo que me pareció una expresión de sorpresa.
—Pues sí. Le encanta. Y a él le tienen en mucha estima.
—¿Sí?
—Sí.
—Me alegro mucho —dijo untuoso, antes de marcharse.
—Menudo gilipollas —comentó Lily.
—Tú lo has dicho.
—Mira, ahí viene Jos.
—Tomad, chicas. Siento haber tardado tanto, pero me he encontrado a un montón de conocidos. De hecho… Anda, ahí está Melvyn Bragg. Faith, cariño, ¿te importa que vaya a saludar?
—Claro que no.
—¿Seguro?
—Seguro —sonreí—. Anda, vete.
Jos me besó la mano y salió disparado. Al cabo de un momento charlaba animadamente con lord Bragg, que no dejaba de reírse. De hecho parecía encantado con Jos. Pero la verdad es que Jos cautiva a todo el mundo, hombres y mujeres.
Lily y yo nos pusimos a pasear entre aquella elegante multitud. Estábamos un poco achispadas.
—… no te vi en Carines.
—… es el manager de Ali G.
—… muy amiga de Zadie Smith.
—… no. Fue a Faber.
—… allí, mira, con Graham Norton.
—… lo vamos a llamar polvo.punto.com.
El ambiente era de tanto glamour que se hacía opresivo, pero Lily estaba como pez en el agua. Muchas veces pienso que debe de aburrirse de tanta fiesta, pero no es verdad. Lily es la reina de la noche.
—Mira, ahí está la novelista Amber Dane —dijo con una sonrisa torcida—. Sus libros son desconocidos en todo el mundo. Y ésa es Zuleika Jones, la actriz. No ha dejado que el fracaso se le suba a la cabeza. ¿Y ves ese tío alto de allí? —Yo asentí—. Es un gran político.
—¿De verdad?
—Sí. Uno de los mejores que se puede uno comprar. ¡Vaya! Ahí está esa redactora de moda, tan horrible, cómo se llama… La que escribe esos artículos tan espantosos. ¿Cómo puede una mujer con esa pinta de verdulera andar juzgando belleza y estilo?
Esa manía que tiene Lily de echar siempre pestes de todo el mundo se me hace a veces aburrida, pero ahora, suavemente anestesiada por Laurent Perrier, me reía de buena gana de sus mordaces ocurrencias.
—Miraaa, ¿no es esa chica Tarara Dipstick? —pregunté al ver a una rubia de pelo largo con un vestido de leopardo, apoyada en la barra.
—De chica nada —rió Lily—, que debe de tener por lo menos treinta y cinco. Se cree una sirena —añadió cortante—, pero lo único que tiene de sirena es el olor a pescado. ¿Y ves la que va con ella? Es Saskia Smith. A ésa sí le va el dinero.
Yo buscaba a Jos con la mirada, pero no se le veía por ningún sitio. Melvyn Bragg estaba ahora hablando con otra persona. ¿Dónde se habría metido Jos? Mientras tanto, Lily no paraba de hablar.
—¡Mira! —exclamó, dándome un codazo en las costillas—. Ahí está la bruja esa, Citronella Pratt. Allí, allí, la gorda pelirroja. Es horrible, ¿eh? No me extraña que la llamen la Vaca que Ríe.
¿Dónde estaba Jos? Me hubiera gustado que volviera conmigo, sobre todo porque ahora sí me estaba cansando de los cáusticos comentarios de Lily. Pero de pronto su voz pareció desvanecerse, como si alguien hubiera bajado el volumen, porque por fin había visto a Jos. ¡Allí estaba! Junto al signo iluminado en verde de SALIDA. Y justo cuando iba hacia él vi que otra persona se le acercaba. ¿Quién era? Su cara me sonaba. Ah, sí, el novio de Iqbal, Will. He coincidido con él un par de veces, en las fiestas de Navidad, y no puedo decir que me caiga muy bien. Pero en parte es porque sé que trae a Iqqy de cabeza. No es precisamente fiel, sino más bien lo contrario, y eso a Iqqy le parte el corazón. Pero Iqqy no quiere terminar con él porque piensa que es maravilloso. Will también está metido en la ópera. Creo que es ayudante de dirección o algo así. Ahora se dirigía directamente hacia Jos. Yo tuve el impulso de echar a correr para llevarme a Jos de allí, pero me quedé cortada porque los dos parecían conocerse muy bien.
—Citronella escribe una columna espantosa en el Sunday no sé qué. ¡Un horror! La muy bruja siempre está criticando a otras mujeres, ¿sabes? —decía Lily.
—¿Sí? —murmuré vagamente.
Pero la verdad es que ya no la escuchaba, porque me parecía que allí estaba pasando algo raro. No es que sea una experta en lenguaje corporal, ni mucho menos, pero había algo que no cuadraba. Will es un hombre delgado, de pelo corto negro azulado y la expresión un poco tensa y afectada. Tiene un aspecto bastante exótico, supongo, con sus grandes ojos ovalados, las cejas gruesas y ese extraño brillo en la piel. Pero me di cuenta de que parecía como sintético, falso. A diferencia de Iqbal, pensé, que es tan cariñoso y tan real. Yo adoro a Iqqy, que es un tipo estupendo, pero Will me pone los pelos de punta. A su lado Jos parecía tan viril, con su pelo rubio oscuro hasta el cuello, sus hombros anchos, su cuerpo atlético y su ropa tan atractiva e informal (una camisa de lino verde claro y unos tejanos preciosos).
—Fue todo un notición, Faith —seguía diciendo Lily—. El marido de Citronella se largó con un peluquero. ¡Esa mujer es tan horrible que volvió gay a su esposo!
No se me había ocurrido que Jos y Will pudieran conocerse, pero no era extraño, puesto que trabajaban en el mismo círculo. Al verlos juntos cualquiera diría que eran muy buenos amigos. Sí… íntimos en realidad. Sentí un nudo en el estómago, porque Will estaba demasiado cerca de Jos. Es verdad que la sala estaba atestada de gente, pero tampoco tenía por qué estar tan cerca. Estaba pegado a él, vaya, invadiendo su espacio. Estaba… sí, sí, estaba intentando ligar con él. Se notaba a la legua. «¡Cómo se atreve! —pensé—. ¡Cómo se atreve! Pobre Jos». Además, debía de ser bastante embarazoso para él. Quise acudir en su rescate, pero me detuve al darme cuenta de que Jos tampoco se apartaba. Will estaba muy cerca, pero a él no parecía importarle. De hecho parecía… sí, parecía que casi le gustaba. Le miraba a los ojos, y de pronto se echó a reír. Estaba… No. Miré otra vez. Sí, sí, ¡Jos estaba flirteando! ¡Estaba flirteando con un hombre! Se me pusieron los pelos de punta. No sabía qué hacer. Quería intervenir. Quería acercarme y decirle a Will que se largara. Pero no hice nada porque me sentía como una intrusa. No, peor todavía, me sentía una voyeur. Ahora Will le había puesto las manos en los hombros, y de pronto le dio dos besos en las mejillas.
—¡Faith! ¡Faith! No estás escuchando ni una palabra.
—¿Qué-é? Ay, perdona.
—Mira, ahí está Jos. Vamos a hablar con él.
Yo quería contarle a Lily lo que acababa de ver, pero ella me arrastraba, abriéndose paso entre la multitud como Moisés en el mar Rojo. Para cuando llegamos hasta Jos, Will había desaparecido.
—¡Cariño! —Jos me rodeó con los brazos como si no me hubiera visto desde hacía meses—. Te he echado de menos. Dime —prosiguió con una sonrisa traviesa—, ¿estás cansada? —Asentí—. Bien, porque creo que es hora de irnos a casa.
Dejamos a Lily en la fiesta y atravesamos Londres con el coche bajo el suave atardecer del verano. Jos quitó la capota para poder ver la puesta de sol, roja y dorada en el cielo turquesa.
—Cuando el cielo está rojo significa que mañana hará bueno, ¿no?
Pero a mí no me apetecía charlar. Estaba bastante apagada, todavía intentando asimilar lo que había visto. Había decidido no decir nada, pero cada vez me costaba más trabajo.
—Jos, ¿puedo preguntarte una cosa? —comencé, cuando paramos en un semáforo.
—Lo que quieras —contestó él, cogiéndome la mano.
—Ese chico con el que estabas hablando, Will…
—Sí, ¿lo conoces?
—Le he visto alguna vez. Vive con Iqqy, uno de nuestros maquilladores.
—¿Y qué pasa con él?
—Pues… ¿a ti te gusta?
—¿Que si me gusta? —repitió Jos, mientras giraba por Goldharwk Road. Parecía sorprendido—. ¿Que si me gusta? No… no mucho.
—¿Entonces por qué demonios le diste un beso? —Tenía el corazón desbocado y me sudaban las manos.
—Yo no le he dado un beso, Faith, no digas tonterías.
—Pero si lo he visto yo misma.
—Yo no le he dado un beso. Me besó él a mí.
—Ya, bueno, ¿pero por qué lo permitiste? Tú no eres gay. Es que me has dejado… —Tragué saliva—. La verdad, me has dejado de piedra.
—Faith, cariño —replicó Jos con una sonrisa indulgente—. Mira que eres ingenua. Las cosas no siempre son lo que parecen.
—¿Y qué tengo que pensar cuando veo a mi novio besando a otro hombre?
—Bueno, tienes que pensar que hoy en día es perfectamente aceptable que un hombre heterosexual deje que un homosexual le dé un beso.
—Ah. Ya.
—Un beso en la mejilla. ¡Mira que eres, Faith! —añadió con una sonrisa—. En Francia los hombres se besan entre sí todo el rato. ¿Qué te crees, que son todos gays?
—No, claro que no. Pero no es lo mismo, porque su cultura es diferente.
—¡Ay, Faith! ¿De verdad te has creído que soy gay?
—No, no. Vaya, probablemente no. Es que… no sé —añadí débilmente. Jos se echó a reír, pero no era su risa habitual y franca, sino una risa burlona y aguda que nunca le había oído.
—¡Mi chica cree que soy gay! —exclamó. La idea pareció hacerle muchísima gracia—. ¡Eso sí que es el colmo! —Se reía a carcajadas, dando golpes con la mano en el volante y todo. Y de pronto yo también me eché a reír, supongo que de puro alivio—. ¡Pues claro que no soy gay! —dijo Jos por fin, enjugándose los ojos—. Te lo aseguro. Para nada. De ninguna manera. En absoluto. Pero el caso es que tengo que seguirles el juego.
—Ah. ¿Qué juego?
—Mira, Faith, en mi trabajo muchos chicos son gays.
—Sí, ¿pero por qué tienes que flirtear con ellos? Eso es lo que no comprendo. Y no me digas que no estabas flirteando con Will, porque era evidente.
—Cariño, yo flirteo con todo el mundo. Me gusta flirtear. ¿No lo has notado? Así voy tirando.
—¿Vas tirando? —Sentí una oleada de asco mezclado con desdén.
—Así es como consigo trabajo a veces —me explicó Jos, mientras giraba hacia Stamford Brook.
—Yo creía que te daban trabajo porque eres bueno.
—Sí, hasta cierto punto. Pero hay muchos buenos diseñadores, Faith, así que si quiero triunfar tengo que mojarme el culo.
—¿Cómo?
Jos se echó a reír.
—Vaya, que tengo que estar al tanto. Yo sé que a Will le gusto, así que flirteo con él porque no quiero que se aleje.
—Pero ¿por qué no? Will no es importante.
—Sí que lo es. Va a hacer The Rake’s Progress en el Metropolitan de Nueva York el año que viene, y yo quiero hacer la escenografía. Y si tengo que flirtear con ese imbécil para conseguir el trabajo, Faith, flirtearé con él.
Ahora sí me sentía confusa. ¿Qué era peor, me preguntaba, flirtear con un gay cuando eres hetero, o flirtear con un hombre que ni siquiera te gusta?
—Flirtear es esencial en mi trabajo —prosiguió Jos—. Uno tiene que hacerse atractivo a los demás. Eso es lo que hago, ¿lo entiendes?
—Mmm. Supongo.
—Tienes que aprender a mirar a los ojos, a utilizar el apropiado lenguaje corporal, para que la otra persona se sienta bien y así tenerla de tu lado.
—Ya. Así que no es más que una estrategia, ¿no?
—Sí. Y bastante inocua, la verdad. Porque el hecho es que aunque flirteo con mucha gente, solo salgo contigo.
Nos quedamos un rato en silencio, hasta llegar a Elliot Road. El atardecer teñía de rojo los cristales de las ventanas de la casa. La glicinia, que estaba preciosa dos semanas atrás, ahora parecía triste y marchita. Tomé nota mental de que tenía que podarla. Graham hacía guardia en la ventana. Jos gimió al verlo.
—Si no te importa, no voy a entrar. Tengo una reunión de Madame Butterfly a las nueve y todavía me quedan algunos bocetos que terminar. Además, creo que hoy no tengo fuerzas para enfrentarme a Graham.
—No te preocupes —contesté con una sonrisa—. Lo entiendo.
El caso es que fue un alivio, porque aunque la explicación de Jos me había tranquilizado un poco, todavía me sentía turbada. Quería asimilar las cosas, de modo que saqué a Graham a dar un paseo y luego llamé al móvil de Lily.
—¿Sí, cariño? —Iba de camino a su casa, en un taxi. Yo le conté lo que había visto—. Bah, yo no me preocuparía. Seguro que lo que te ha contado es verdad.
—Sí, pero Peter nunca ha flirteado con hombres —señalé.
—No, tienes razón. Flirteaba con mujeres, ¿no? Con muy mal resultado para ti. Mira, Faith, si Jos dice que no es gay, es que no lo es. ¿Por qué demonios te iba a mentir?
—Bueno, igual era gay antes. Es posible, ¿sabes? Y si es ése el caso, no sé muy bien qué pensar.
—Ya. —Lily parecía pensativa—. Sí, te entiendo. No te sentaría muy bien que acabara marchándose con un tío, como hizo el marido de Citronella Pratt.
—Y el caso es que no me he quedado muy tranquila, sobre todo porque cuando hablábamos del tema en el coche, dijo una cosa muy curiosa. Dijo que flirteaba con hombres porque «tenía que mojarse el culo».
—¡Vaya! Menuda forma de decir las cosas.
—Exacto. Luego se corrigió muy deprisa, lo cual me hizo pensar que podía haber sido un lapsus freudiano. Además, negó con mucho énfasis que fuera gay. Dijo: «No, para nada, de ninguna manera, en absoluto». A mí me pareció que se pasaba un poco, que protestaba demasiado, vaya. Igual Jos es gay y ha decidido salir con mujeres durante un tiempo.
—Mmm. Vamos a ver, ¿ha hablado alguna vez de alguna ex novia?
—No. La verdad es que yo tampoco he querido preguntar.
—¿Y dices que está muy unido a su madre?
—Sí.
—Mmmm. Bueno, esto tampoco significa necesariamente que sea gay. ¿Recorta las recetas de cocina de las revistas?
—No.
—¿Sabe mucho de musicales?
—Sí.
—¿Pero se sabe las letras de las canciones?
—No.
—¿Tiene muchas plantas en casa?
—Sí. Ay, Lily, me encuentro fatal. ¡No sé qué pensar!
—¡Pobrecita! —exclamó Lily con una carcajada—. Hace tres meses estabas obsesionada con que si tu marido te era infiel, y ahora estás obsesionada con que si tu novio es gay. Podríamos sacar algo en el Moi! ¿Es tu novio gay? ¡Las diez señales definitivas!
—Por favor, Lily, que esto es muy grave. Estoy muy preocupada.
—Perdona. ¿No puedes consultar con nadie?
—Igual Sophie sabe algo.
—Pues habla con ella. Que te cuente. Porque en una cosa estoy de acuerdo: tienes que llegar al fondo de todo esto.
Al día siguiente escribí mi guión en un tiempo récord y salí disparada a maquillaje justo después de las seis, que es cuando entra Sophie. Como siempre la AM-UK! era un puro caos.
—¿… Dónde está el guión de Terry?
—… La abuela vidente quiere saber cuándo entra.
—¿… Ha pasado Sophie por maquillaje?
—¡… Pues si es vidente debería saberlo!
—¿… Quién tiene la cinta del erizo deportista?
—¡… Oh, no! ¡El loro cantor está enfermo!
En maquillaje no había señales de Sophie. Iqbal parecía muy deprimido.
—Vienes muy temprano, Faith —comentó.
—Es que hoy he terminado el guión muy deprisa. ¿Cómo estás, Iqqy?
—¡No me lo preguntes! Marian está enferma, lo cual significa que yo estoy hasta las cejas de trabajo. Y la verdad es que no me encuentro muy bien.
—Lo siento. —Iqqy me puso sobre los hombros la bata de nailon—. ¿Te duele la cabeza?
—No, no es nada físico —comenzó, apartándome el pelo de la frente—. Ojalá. Es más bien emocional.
—Vaya por Dios. Mira, no quiero meterme donde no me llaman, pero si puedo ayudarte en algo…
Iqqy negó con la cabeza.
—Gracias, pero nadie puede ayudarme. Es lo de siempre, me temo.
Yo le miré en el espejo mientras él me ponía la base de maquillaje. Tenía una barba de dos días y las ojeras muy marcadas.
—Es Will —murmuró por fin—. Anoche tuvimos una pelea de espanto. Me trae por la calle de la amargura. Ya sé que no es precisamente un buen chico, pero no puedo soportar que se burle de mí de esta manera. Le gusta hacerme sufrir.
—¡Ay, Iqqy! Tú no te mereces eso.
—No, ya lo sé. Ah, hola, Sophie. Enseguida estoy contigo. Sophie cerró la puerta y me sonrió.
—¡Maldita sea! —exclamó Iqqy rebuscando entre los cosméticos de la mesa—. ¡No quedan polvos! ¡Lo que me faltaba! Creo que abajo hay más —explicó, apresurándose hacia la puerta—. Esperad un segundo.
Sophie se sentó y comenzó a leer su guión. Era la oportunidad que yo esperaba para poder hablar de Jos, pero casi no podía pronunciar palabra.
—Sophie —comencé nerviosa—, ¿puedo preguntarte una cosa?
—Claro.
—¿Te acuerdas que dijiste que conocías a mí… a mi amigo Jos?
—Sí. Bueno, más bien conozco a un par de personas que le conocen a él. ¿Por qué lo dices?
—Porque… Te va a parecer una tontería. —Solté una risita. Tenía el corazón acelerado y la boca seca—. Es que tengo una… una amiga que me ha dicho… ya sé que es una tontería… pero ella dice que… bueno, que Jos podría ser gay, o que lo ha sido en algún momento.
Sophie me miraba con una expresión muy rara y se había puesto colorada. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Era verdad. Jos era gay. Eso era lo que Sophie trataba de decirme en el servicio el otro día.
—¿Gay? —repitió.
—Sí. ¿Tú… en fin… has oído algo de eso?
—¡No! ¿Gay? —Sophie se echó a reír—. ¡No, por Dios! ¡Ésa sí que es buena!
—Ah, entonces no es verdad. —Ahora yo también me eché a reír de puro alivio—. No es que me lo creyera, claro. Pero ya sabes cómo son estas cosas. Se oyen tantos cotilleos… Vaya, estoy segura de que hay quien piensa que yo soy gay —añadí alegremente.
—¡Qué va! A mí nunca se me ocurriría una cosa así —respondió Sophie—. Pero no, Faith, en cuanto a tu pregunta, yo no creo que Jos Cartwright sea gay.
—Bien. Genial. ¡Qué tontería! —reí. Se produjo un corto silencio en el que solo oía los latidos de mi corazón—. Así que nunca ha sido gay, ¿no?
—No. Nunca he oído nada de eso.
—¿Y desde cuándo lo conocen esos amigos tuyos?
—Desde hace unos cinco años.
Bueno, por fin estaba claro. Había sido horroroso tener que preguntarlo, pero por lo menos Sophie había dicho lo que yo quería oír. Jos no era gay, gracias a Dios. ¡Claro que no! Sonreí aliviada, pero vi que Sophie estaba muy seria.
—Faith —dijo por fin, mirándome en el espejo—. Somos amigas, ¿verdad?
—Pues claro que sí.
—En ese caso espero que no te importe que te dé un consejo. Es sobre Jos. —Vaya. Se me cayó el alma a los pies—. Mira, espero que todo vaya bien con él. Seguro que lo encuentras encantador, como casi todo el mundo. Yo no quiero meterme en tus cosas, pero te aconsejo que vayas con un poco de cuidado.
—¿Que vaya con cuidado?
¿Qué demonios quería decir? Por un lado me molestaba un poco que no fuera más clara, que no me dijera las cosas directamente. Pero mientras hacía acopio de valor para preguntar, Iqqy irrumpió en la habitación.
—Muy bien, Sophie —resolló—, pasa al sillón, por favor.
De modo que me quedé sin saber qué había querido decirme. El momento había pasado. Me quedé preocupada, pero al mismo tiempo contenta. Sí, lo admito, me alegré porque la verdad es que no quería saberlo. De todas formas me pasé la mañana dándole vueltas al tema.
—Es que no imagino lo que Sophie quería decir —le comenté a Lily por teléfono, después de comer.
—Yo creo que todo esto aumenta el misterio de Jos —contestó ella—. Puede que ande metido en asuntos de droga —apuntó—. ¿Le moquea mucho la nariz?
—No.
—Igual tiene problemas con la bebida.
—Me habría dado cuenta.
—O antecedentes penales. O contactos peligrosos. ¿Habla mucho de sus «asociados»?
—No.
—¿No será un pervertido sexual? ¿Has visto látigos o cadenas en su casa?
—No.
—Puede que le guste vestirse de mujer.
—¡No creo! —exclamé echándome a reír.
—O puede que ya esté casado.
—No.
—¿No tendrá a su mujer loca encerrada en el ático?
—Yo no he oído gritos.
—Pues entonces tranquilízate, Faith. Yo de ti no me preocuparía. De momento lo único que ha hecho mal, según tú, es flirtear con un hombre. Pero ahora que sabemos que no es gay, yo no le daría muchas vueltas. El mundo de la ópera es un poco así, bastante acaramelado. Yo no se lo tendría en cuenta. Me da en la nariz que Jos es una especie de camaleón social, que sabe adaptarse a su entorno. Eso no es ningún delito.
—¿Pero por qué querría Sophie advertirme contra él? —insistí—. Eso es lo que no entiendo.
—Puede que a ella también le guste Jos.
—Seguro que no. Me da la impresión de que no le cae nada bien. Ella sale con un tal Alex.
—Puede que Jos sea un caníbal. O de derechas.
—Sí, o un extraterrestre. Es verdad, Lily. Tienes razón. Estoy un poco neurótica, supongo que es porque Jos es perfecto en todos los demás aspectos.
—Sí. ¿Por qué quieres buscarte problemas? Te lo he dicho otras veces y te lo repito ahora: Jos es guapo, atractivo y divertido, y además tiene talento. Es considerado, tiene dinero y es bueno con tus hijos.
Lily tiene razón. La verdad es que Jos es fantástico con los niños. Se desvive por ellos. El sábado, por ejemplo, que Katie cumplía quince años, Jos se presentó con un pastel enorme y le regaló el último libro de Anthony Clare, no solo firmado, sino con una dedicatoria del autor: «Para Katie, de un psiquiatra a otro». Katie no se lo podía ni creer.
—¡Guau! ¡Muchas gracias, Jos! Qué detallazo.
—De nada. Dime, ¿te han enviado muchas tarjetas de felicitación?
De pronto oímos el chasquido del buzón de la puerta y Graham salió disparado ladrando. Habían llegado cinco tarjetas de cumpleaños para Katie, varias cartas para Matt y un sobre marrón para mí. Lo cogí con un escalofrío y lo puse encima de la caldera, con los demás sobres marrones que tampoco había abierto. Ya se encargaría Peter de ellos la próxima vez que viniera.
A continuación sonó el teléfono. Era mi madre, que llamaba por el móvil desde Budapest. Katie habló con ella un par de minutos y luego llamó a Matt.
—La abuela quiere hablar contigo, para variar. Hay que gritar porque la línea está fatal.
Yo pensé una vez más que es estupenda la relación que tiene mi madre con Matt. De hecho últimamente habla más con él que con nadie. Estuvieron charlando un buen rato, mientras Katie, Jos y yo tomábamos el sol en el jardín. Desde allí se oían retazos de la conversación:
—Bolivia… gobierno… Amazonas. —Es verdad, Matt estaba muy interesado en Latinoamérica—. Osos… depredadores… —Ahora parecía bastante agitado. Era evidente que estaban manteniendo una interesante discusión sobre la conservación de los osos en Hungría.
Yo estoy encantada de que Matt esté por fin saliendo de su concha. Por eso regaló todos sus juegos de ordenador, porque se ha hecho mayor y ahora ha entrado en el mundo de los adultos.
—Nueva tecnología… no —le oí decir. A lo mejor quiere ser periodista, pensé encantada, con la pasión que tiene por los asuntos mundiales.
Por fin salió al jardín, donde estábamos tomando café y pasteles. Katie y Jos hablaban de Wagner. Graham estaba sentado junto al macizo de flores, intentando cazar abejas.
—¡Graham! —exclamé—. ¡Como te piquen no vengas lloriqueando!
—Mira, así dejaría de cazarlas. Sería una especie de terapia de aversión. Asociaría el picotazo con las abejas.
—¿Seguro que eso es racional? —preguntó Jos.
Mientras tanto Matt había sacado su ordenador portátil y tecleaba con expresión ansiosa.
—Ojalá pudiéramos hacer contigo un poco de terapia de aversión, Matt —bromeé—, a ver si te olvidas un poco del ordenador. ¿No podrías dejarlo por hoy, que es el cumpleaños de Katie?
—Vale. —Cerró el ordenador de mala gana. Entonces me di cuenta de que no se lo había visto antes.
—Matt, ¿es nuevo ese ordenador? —pregunté con cautela. Él asintió—. ¿De dónde lo has sacado?
—Eh… de ningún sitio.
—¿Cómo que de ningún sitio?
—De verdad, mamá. —Pero se había ruborizado.
—Matt, dime de dónde has sacado ese ordenador.
—Es que… no me acuerdo.
—Mira, sé que los ordenadores portátiles son carísimos, y tú solo tienes una asignación de diez libras a la semana, así que dime de dónde lo has sacado.
Matt no hacía más que moverse de un lado a otro. A mí casi me dio pena. Pero también me sentía muy decepcionada, porque siempre he enseñado a mis hijos a decir la verdad.
—Matt —intenté de nuevo, con voz baja y tranquila, porque tampoco quería avergonzarlo delante de Jos—. Matt, por favor, dime cómo has conseguido un ordenador tan caro. No te lo ha comprado papá, ¿verdad?
Él negó con la cabeza y se sonrojó de nuevo. ¡Claro, qué tonta! Había sido Andie. ¡Menuda caradura! Había intentado sobornar a los niños de nuevo. Cualquier cosa para ponerlos de su lado. Y Matt no quería decírmelo para que no me sentara mal.
—Es de Andie, ¿verdad? —pregunté. Matt no dijo nada—. ¿Es de Andie?
Matt negó con la cabeza.
—Entonces dime quién te lo ha regalado.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque es privado. Lo siento, mamá —añadió, toqueteándose las mangas—, pero no puedo decirlo.
—Yo soy tu madre, Matt, y no quiero que tengas secretos así conmigo.
Matt me miró y luego bajó la vista. Tenía las orejas coloradas.
Yo me estaba enfadando de verdad. De pronto se me ocurrió una idea espantosa.
—¡Matt! Espero que no hayas hecho nada ilegal.
—¿Qué quieres decir?
—Que no… No, tú no serías capaz, ¿verdad? A ti no se te ocurriría robarlo, ¿verdad?
—¡Claro que no! —exclamó él, indignado—. Mamá, no me preguntes más, por favor.
—Mira, Matt, solo tienes doce años. Apareces con un ordenador carísimo y no quieres decirme quién te lo ha regalado. Yo creo que ha sido Andie, y en ese caso tienes que devolverlo, porque no pienso permitir que te soborne de esa manera.
—De verdad, mamá. Te aseguro que no ha sido Andie. ¡Tienes que creerme!
—¿Pues entonces quién ha sido?
—No puedo decirlo, mamá —gimió Matt—. De verdad.
Parecía a punto de echarse a llorar.
—Vamos a ver, cariño, si no fue Andie, ni papá, ¿quién te lo ha regalado?
No respondió.
—Me estoy enfadando, Matt. Venga, dímelo.
Se produjo un silencio ominoso, hasta que Jos dijo de pronto:
—He sido yo.
Matt parecía tan sorprendido como yo.
—Estaba… actualizando mi sistema informático —explicó Jos— y vi que ya no… que no necesitaba el portátil. Así que se lo ofrecí a Matt.
—¡Vaya! —exclamé—. ¡Pero es una cosa carísima!
—Bueno, de segunda mano no valen tanto. —Jos se encogió de hombros—. Y pensé que a Matt le sería útil.
—¿Es eso cierto, Matt?
Mi hijo me miró con cara inexpresiva sin decir nada. Era evidente que era cierto.
—¿Y por qué no me lo dijiste, Jos? —pregunté—. No lo entiendo.
—Pues porque pensé que no te parecería bien. Porque si no quieres que Andie les haga regalos caros a los niños, a mí se me debería aplicar la misma regla. No quería que pensaras que intentaba sobornar a tus hijos, así que Matt y yo estuvimos de acuerdo en no decir nada. Siento que haya sido motivo de discusión. Era lo último que pretendía.
—Matt —comencé, tragando saliva—, te pido perdón. Siento haber dudado de tu palabra. Menuda suerte que tienes. —Matt asintió en silencio—. Y Jos, muchas gracias. Ha sido un detalle increíble de tu parte.
Entonces me pregunté cómo había podido dudar de él. Jos era un hombre maravilloso, generoso y considerado. Le cogí agradecida la mano, con lágrimas en los ojos.