Ese domingo, tras mi frustrado arresto de la noche anterior, me desperté serena y hasta de buen humor. Decidí llamar a Lilian e invitarla a almorzar en el Village.
Caminamos por las callecitas de mi barrio hablando de todo un poco hasta que llegamos a mi restaurante vegetariano favorito. La verdad es que yo como carne, pero en este lugar preparan los mejores panqueques del vecindario.
Después de pedir la comida, permanecimos sentadas y en silencio durante un minuto, hasta que Lilian rompió el hielo.
—B, quiero decirte algo…
—Espera, antes que nada, soy yo quien tiene que decirte algo…
Ella me miró con incredulidad.
—¿Te vas a disculpar conmigo?
—Quizá —contesté, haciéndome de rogar—. ¿Por qué? ¿Ibas a disculparte tú primero?
Y entonces empezamos a reírnos a carcajadas.
—Ya sé que soy narcisista y egocéntrica —comenzó Lilian—, pero no lo hago a propósito. Te adoro, y adoro estar contigo, y no es porque me guste ser el centro de atención, sino porque eres inteligente y divertida, y mucho más valiente que yo.
—Caramba, Lilian, me vas a hacer llorar —dije medio en serio, medio en broma.
—¡No te burles, cabrona! ¡Y ahora te toca a ti disculparte!
Yo tomé aire.
—Siento mucho haberme comportado como una idiota, y haber dicho las cosas que te dije el otro día. No quería herirte, pero es que me daba mucho miedo que tuvieras razón. Y lo más irónico de todo es que al final la tenías…
—¿Qué? —gritó.
—No te puedo contar los detalles de lo que ha ocurrido durante las últimas cuarenta y ocho horas. Más adelante, cuando me sienta más fuerte, te prometo que te los contaré. Pero por lo pronto quiero que sepas que ya no trabajo con la Madame.
Lilian soltó un suspiro de alivio.
—Bueno, una de las cosas que sí te tengo que confesar es que desde que empezaste a trabajar con ella se notaba en ti algo distinto, una chispa; pero ahora se ha convertido en una especie de resplandor que antes no tenías.
—Gracias por el cumplido —dije, sabiendo que algo de razón tenía.
—Oye, ¿tienen vino en este sitio? ¡Hay que hacer un brindis por tu ascenso!
Pedimos un par de copas de vino sin sulfitos y brindamos por mi éxito.
—Y ¿qué vas a hacer ahora que tienes a Bonnie a tus pies?
—No sé —contesté avergonzada.
Lilian creía que me habían dado mi nuevo cargo por el eslogan de los tampones. No sabía nada de las grabaciones en el baño, ni del chantaje. Es cierto que me merecía el ascenso, pero no sentía ningún orgullo por la forma en la que lo había conseguido. Al día siguiente tendría que volver al trabajo, y aunque tenía un puesto mejor y un despacho con una ventana al parque, todavía trabajaba para Bonnie, y ahora yo era tan diabólica y manipuladora como ella.
Hay un cine cerca de mi casa que se llama Film Forum, y esa tarde ponían Julieta de los espíritus, otra película de Fellini que acababan de restaurar. Arrastré a Lilian al cine, y aunque ella se quedó dormida a la mitad, yo amé cada fotograma de esa película. Obviamente me hizo pensar en Simon, pero por alguna razón su recuerdo ya no me dolía tanto.
Después de la película me fui a casa y encontré un par de mensajes en el contestador que habían dejado unos cazatalentos profesionales que se habían enterado de mi ascenso y querían ofrecerme trabajo en otras empresas. ¿Cómo se habían enterado tan rápido? Y ¿de dónde habían sacado el teléfono de mi casa? Inmediatamente pensé que Mary Pringle debió de difundir la noticia en el mundillo de la publicidad.
El lunes les devolvería las llamadas; ahora lo que necesitaba era sentarme frente al ordenador para escribir una carta que quería entregar el lunes. Una vez terminada, la imprimí y me fui a dormir. A la mañana siguiente me desperté sintiendo que me había quitado un enorme peso de encima.
Había decidido volver a empezar, pero de cero.