La presente transcripción respeta fielmente las particularidades del estilo de José S., mucho más próximo al tono oral de la confesión y la evocación que al discurso retórico propio del diario como género literario. Las intervenciones del editor se han limitado a adecuar la ortografía a los usos actuales y, de forma ocasional, a acomodar la puntuación para que un determinado pasaje resulte más comprensible. Los pocos lugares que no han podido ser descifrados se señalan entre corchetes.
Cuando abrí los ojos a la injusta realidad de la vida fue en un helado día de enero del año 1914 en el puerto de Barcelona cuando un cura nos bendecía a todos los soldados que forzados nos enviaban a Marruecos para luchar contra los moros, éramos carne fresca que enviaban al matadero, para defender los intereses de los ricos capitalistas españoles, estuve tres años en aquel infierno hecho en la tierra, me enseñaron a arreglar, montar y desmontar armamento. También allí aprendí a disparar para matar moros.
Ya licenciado del servicio a los militares volví al Penedès con mis padres a La Casona, una masía aislada en donde había nacido. Allí el trabajo del campo nos ocupaba toda la semana de sol a serena, sólo vivíamos pendientes de las estaciones, del tiempo y de las cosechas.
Sólo los domingos descansábamos para ir al pueblo, que hacían el mercado en donde vendíamos y comprábamos lo necesario. A mis padres, para seguir la tradición, les gustaba ir a misa en la iglesia. Pero el cura ni nos saludaba ya que sólo se hacía con los propietarios ricos, para buscar sus ayudas o para satisfacer su tripa de comidas. Uno de estos propietarios me quería hacer casar con una de sus hijas que era más fea que el pecado, yo cansado de tanto insistir, le dije que si la quería casar que la llevase al mercado o que la hiciese monja para que se la tirase un cura. Como yo tenía las cosas claras y decía que la religión era un invento de los ricos para que los pobres trabajen sin protestar para ir al cielo. Toda la gente del pueblo me veía como un empestado y un revolucionario. Los únicos con que me entendía eran con mis padres y Juan mi gran amigo de la escuela.
Con Juan no teníamos claro de quedarnos más tiempo labrando la tierra, primero él se fue a trabajar a Barcelona de panadero y me convenció que yo siguiera su camino de abandonar el campo, para vender la fuerza del trabajo en fábricas o talleres a cambio de un sueldo. Alquilamos los dos una habitación, bastante sucia y llena de pulgas en una pensión. Juan la ocupaba sólo de día ya que trabajaba de noche en un horno de pan. Compartimos esta habitación con Juan unos meses hasta que decidió casarse y se fue a vivir con su mujer Palmira.
Yo trabajaba de mecánico de coches en los Talleres de la Hispano Suiza, en el barrio de La Sagrera.
La situación política de España acabado su imperio colonial que había dejado a los militares y a muchos mercenarios profesionales tratantes de carne barata, que se habían aprovechado de los indios de las colonias para robarlos y saquearlos o como una tapadera de sus ambiciones de mando para hacerse ricos y que chupaban desde el rey hasta el último oficial del ejército que por allí pasaron.
Pero con la pérdida de estas colonias se les acabó este tinglado a todos estos ladrones y explotadores, estos militares con fajines y medallas y los vivillos aprovechados tuvieron que volver a la península para abusar aquí de las masas trabajadoras del país; mientras estos carroñeros vivían del cuento, el pueblo estaba cansado de tener la soga al cuello, ya que el Estado no hacía ninguna política social y era visto como un represor.
Mientras, yo seguía trabajando de mecánico y a ratos libres iba conociendo poco a poco la ciudad. En la zona del Paralelo de Barcelona era donde había para pasarlo bien y bailar; encontrabas desde putas a traficantes de armas que venían de países de Europa que estaban en guerra para comprar también productos y comida para exportar a sus países.
Pero en medio de todo este mundo de negocios y vicio, para los trabajadores los precios de la comida subían, ya que faltaban. La mala leche en que vivían muchos trabajadores, hizo que un día por la mañana cuando me fui a trabajar por la calle toda estaba llena de propaganda de la CNT. Los ferroviarios habían comenzado una huelga pero poco a poco la siguieron otros gremios. El sindicato anarquista convocaba una huelga general revolucionaria contra el hijo de puta del rey y los que mandaban porque no hacían ningún paso para acabar con la política de despilfarros, privilegios y de comisiones en un montón de negocios que se hacían con el favor de los gobernantes que sólo servían para que los ricos como buenos piratas se aprovecharan de la situación en que los trabajadores siempre, por muy entregados y sacrificados que fuéramos, teníamos las que perder contra el Estado español. Como pasaba con la aventura de Marruecos que me costó a mí tres años inútiles de dolor y sangre, sólo para conservar las minas del Rif que ambicionaban un grupo se terratenientes que representaba el conde de Romanones y que sólo sirvió para aspirar la sangre de miles de combatientes y para gastar millones de pesetas que con las tragedias del Barranco del Lobo y el desastre de Annual; estas batallas sirvieron de matadero para muchos españoles. Todas estas militaradas tan desgraciadas y de terrible memoria sirvieron para gastar dinero y empobrecer a los trabajadores, que no nos aumentaban el sueldo y los gobernantes no hacían nada para que los alimentos fueran tan caros.
Un día antes de llegar a los talleres había visto pasar a la guardia civil, con los compañeros de los talleres no sabíamos qué hacer ni qué podía pasar, yo tenía de una banda unas ganas irresistibles de protestar y por otra miedo a los fusiles de los guardias y a las amenazas de los encargados de los talleres.
Pero cuando llegaron unos cuantos huelguistas se bajaron las puertas de los talleres y todos acabamos por las calles en donde grupos de trabajadores protestaban. A partir de aquí me salió mi sentimiento anarquista y revolucionario.
Me afilié a la Confederación del Trabajo Nacional que era el más gran sindicato de Cataluña, había gente de todas clases, el sindicato era un grupo de trabajadores que nos organizábamos para poder usar las huelgas como una demostración de fuerza contra la patronal y obligar a estos a negociar con el sindicato. Pero el gobierno hizo que estas huelgas fueran castigadas con mala leche por los guardias, pero sólo consiguieron fortalecer a la CNT.
En estos años comencé a participar en grupos para responder a esta violencia de los gobernantes, con aquello del ojo por el ojo y el diente por el diente, algunos anarquistas éramos partidarios de las huelgas para encender una chispa que había de servir para encender la revolución, pero sabíamos que una sola chispa no servía para nada, la estrategia era que esta huelga fuese una anilla más de la cadena para hacerla más dura y resistente, para ser la correa de transmisión de la revolución libertaria. En cambio otros compañeros del sindicato creían que se había de negociar las mejoras poco a poco con la patronal ya que muchos trabajadores no estaban preparados para una huelga revolucionaria.
Pero en la CNT aprendí a tomar consciencia de la manera de vivir el anarquismo y llevarlo a la práctica en el día a día, ya que el sindicato era como una escuela de hombres y mujeres con ganas de combatir la injusticia. Como mi trabajo de mecánico me iba bien, cuando acababa la jornada por la noche me iba al Ateneo Libertario para aprender cosas de cultura general, matemáticas e historia.
Pero no todo era trabajo y cultura, también iba a tabernas para jugar al dominó o a cartas y los domingos siempre tenía alguna mujer para pasarlo bien.
Volviendo a la CNT, cuando había de capitán general Milans del Bosch con la ayuda de los capitalistas, empezaron a encarcelar a anarquistas que participaban en las huelgas, que siempre acababan con detenciones, que los echaban fuera del trabajo para acabar en las listas negras o encarcelarlos en el castillo de Montjuïc. A veces la guardia civil cuando tenía localizado algún sindicalista lo esperaban a la salida de la fábrica o taller donde trabajaba, lo paraban para registrarle y asegurarse que no iba armado, luego le pegaban una paliza y lo dejaban ir patitieso con la cara ensangrentada; muchas veces ya lo esperaba algún pistolero pagado por la patronal y protegido por la policía para que lo tirotease, con cobardía y sin tener tiempo de defensarse.
Con estos planes querían cargarse a nuestro movimiento anarquista. El comisario de policía Bravo Portillo, con la ayuda del gobernador civil fue el primero de muchos gobernantes que empezó a organizar estos grupos de asesinos bien pagados que ayudaban a la policía. Pero la patronal era quien pagaba a estos pistoleros que conocían bien su trabajo y provocaron una guerra social. La policía nos machacaba a todos los anarquistas, que éramos sospechosos y la tortura para los detenidos era el pan de cada día.
Esto fue la causa que dentro de la CNT se crearan grupos para defenderse en las huelgas y empezar a utilizar el garrote o alguna pistola, empezando aquí la guerra entre los pistoleros profesionales pagados por la patronal o la policía contra estos grupos armados de anarquistas. Mi participación con estos grupos era que me llevaban algún coche que habían robado para que lo pusiera a punto, aquí nadie me hacía la competencia ya que al oír el motor del coche sabía hasta dónde podía llegar.
También me llevaban armas para arreglar ya que en Marruecos había aprendido en las armerías a ponerlas a punto de disparar. Poco a poco fui formando parte de aquella ciudad clandestina participando en estos pequeños grupos de anarquistas partidarios de apalear o matar a patrones, capataces o a cualquier pez gordo de la policía, políticos o militares. Pero la policía no estaba de historias de sindicalistas y algunos anarquistas cuando eran detenidos sufrieron la tortura del trimotor, que les hacían pasar una cuerda por las manos atadas y los colgaban de una correa atada en el techo con el dolor de todas las junturas de los huesos, clavándoles golpes en los testículos hasta que cantasen el nombre de los que participaban en los atentados; luego la policía entraba en las casas de estos anarquistas, lo registraban todo y los detenían para encarcelarlos en las prisiones de Montjuïc o de la Modelo. En donde cuando los dejaban salir les aplicaban la Ley de fugas, en que la policía decían que intentaban escapar y les disparaban por la espalda.
Ésta fue una de las causas de que entrara en la FAI, que éramos un grupo de partidarios de la acción directa revolucionaria que no nos importaba usar la violencia, si era necesario. Ya no éramos un grupo de fanáticos radicales, sino que actuábamos con autonomía y participábamos también en las decisiones de la CNT. En donde los sindicalistas más moderados se entendían bien con los republicanos de izquierdas. En cambio los de la FAI estábamos decididos a hacer correr la pólvora para hacer caer la sociedad de los ricos ya que queríamos un cambio revolucionario para hacer caer a Primo de Rivera, este general borrachín y camorrista, que había llegado al poder con una militarada ayudado por los terratenientes capitalistas, que se imponía con total desfachatez, igual que lo habían hecho los reyes en España, tratando al pueblo trabajador sin escrúpulos con tiranía e injusticias. Este dictador nos atacó con dureza a los anarquistas, a nuestro grupo nos detuvieron y nos llevaron a la comisaría de Vía Layetana, en donde nos golpearon para que firmáramos unas acusaciones, como no quisimos hacerlo nos dieron una paliza como si fuéramos animales, con golpes de porra en todo el cuerpo hasta llegar a vomitar sangre por la boca. Tardé dos semanas en recuperarme, pero ni las detenciones, ni las torturas nos hacían cambiar de ideas; resistíamos sin decaer. Hasta que a principios del año 1930, el general Primo de Rivera con su gobierno podrido tuvo que marcharse al exilio, y al cabo de poco tiempo le acompañó el rey.
Después de unas elecciones municipales en que ganarían las izquierdas republicanas [texto ilegible], Pero tampoco cuando llegó la República no cambiaron mucho las cosas y nuestro grupo guardábamos esfuerzos para más adelante ya que teníamos claro que con las elecciones no se llegaba a conseguir la revolución libertaria, sólo se consigue con las pistolas.
Julio 1936. La revolución anarquista
La España negra tramaba algo contra la España roja, yo formaba parte de los Comités de Defensa Confederal que hacía tiempo habíamos creado los anarquistas más radicales y que mamábamos de la FAI, para luchar contra los militares si era necesario.
Yo pertenecía al Comité de defensa del Pueblo Nuevo ya que en el año 1936 tenía un taller mecánico en Pueblo Nuevo en donde trabajaba por mi cuenta. Me encargaron de convocar una reunión en mi taller. Tuve que avisar algunos compañeros anarquistas del grupo NOSOTROS como Juan García Oliver que vivía en la calle Espronceda número 72, Gregorio Jover en la calle Pujades número 276, Buenaventura Durruti que vivía en el Clot, Aurelio Fernández, Antonio Ortiz, José Pérez, Ricardo Sanz. En aquella noche nos reunimos una veintena de hombres, todos de la FAI. Los capitostes hablaron de que los anarquistas teníamos la organización y la fuerza de muchos hombres, pero nos faltaba lo más importante, las armas. No se podía hacer el trabajo de la revolución sin las herramientas. Los anarquistas necesitábamos armas modernas no cuatro fusiles viejos que era lo que teníamos. Si las cosas con los militares van por mal camino, los de la Generalitat no nos darían armas ya que los anarquistas les hacíamos más miedo que los fascistas, por eso teníamos que espabilarnos como habíamos hecho siempre. Pero en aquellos momentos era diferente. No habíamos de luchar contra cuatro pistoleros de la patronal o contra grupos de guardia civiles que siempre nos perseguían, habíamos que enfrentarnos según parecía contra un alzamiento de los militares que se estaba preparando.
Las instrucciones eran estar preparados para conseguir armas y planificar estrategias ya que los de la FAI no nos podíamos fiar ni de los fascistas ni de los republicanos para conseguir armamento, teníamos que conseguirlas por nuestra cuenta ya que estábamos dispuestos a repartir leña para conseguir el comunismo libertario.
Necesitábamos armas y para tenerlas teníamos que robarlas o comprarlas, pagando con dinero, oro o plata y como de estos materiales habían en la iglesias. Ellos decidieron preparar un plan de acción para apropiarse de las armas que había en los barcos anclados en el puerto de Barcelona y atacar algunas armerías.
En cuanto a mí me encargaron que con Tomás fuéramos a mirar por las iglesias de Barcelona donde había piezas de oro y plata y a estudiar la manera de entrar más rápida de todo el edificio para entrar ya que las órdenes eran estar preparados para aprovechar en momentos revolucionarios o de confusión de luchas por las calles de la ciudad, para nosotros entrar en las iglesias para saquearlas y cargar todo en un camión que habíamos confiscado para llevarnos todo el oro y la plata antes de que los curas tuvieran tiempo lo escondieran.
En el sábado 18 de julio el peligro fascista ya no era una amenaza sino que se convirtió en una realidad ya que los militares africanistas se rebelaron y tuvieron ayuda de muchas partes de España. En Barcelona la noticia corrió como la pólvora y la mayoría de los anarquistas de los grupos de defensa confederal capitaneados por el grupo de acción de Los Solidarios se encargaron de dirigir las acciones para combatir a los militares sublevados para perseguirlos y matarlos, ya que éramos conscientes que los anarquistas nos jugaríamos la piel.
Rápidamente me puse a disposición del Comité de defensa, con los jefes ya habíamos planeado confiscar camiones de una fábrica textil del Pueblo Nuevo y yo como conductor hacerme cargo de uno de estos vehículos.
La revolución ya estaba en marcha, mientras la mayoría se preparaban para luchar con los militares fascistas. Las órdenes que tenía del Comité de Defensa eran que tenía que conducir el camión confiscado y con un grupo de compañeros de la FAI, entre ellos Tomás y mi ahijado Mauricio. Las órdenes eran entrar en las iglesias y conventos y saquear las piezas de oro de plata o de más valor que nos servirían para venderlas y comprar armas para la causa revolucionaria. Así lo hicimos, forzamos las puertas de una de las entradas de cada iglesia y una vez nos encontrábamos en el interior de las iglesias nos llevábamos las piezas de más valor y todo lo cargábamos en la caja del camión que tenía aparcado delante de una de las puertas de la iglesia, cuando teníamos lleno de piezas lo llevábamos en unos almacenes que teníamos los de la FAI en el Pueblo Nuevo, y así repetíamos la operación de carga y descarga en cada iglesia que nos disponíamos a asaltar. Si alguien nos preguntaba por qué nos llevábamos tantas piezas, la respuesta era para la revolución.
Entre el sábado 18 y durante toda la semana siguiente, no paramos de ir arriba y abajo con el camión vaciando de piezas de valor todas las iglesias. Fue entonces que con Tomás coincidimos en la necesidad de guardarnos una piedra en la faja, por si la cosa cambiaba. Pensamos de quedarnos parte de estas piezas de las iglesias. Tomás me explicó que la revolución tenía cosas raras, un día lo tienes todo y al cabo de unas semanas no tienes nada, él ya tenía la experiencia de tener que marchar a Francia por ser anarquista unos años al ser perseguido durante la dictadura de Primo de Rivera en que Tomás se fue sólo con la ropa que llevaba puesta y con poco dinero en los bolsillos, por eso entre los dos acordamos que teníamos que quedarnos parte de aquellas piezas religiosas, las de más fácil transportar y llevarlas a mi almacén en donde tenía mi taller mecánico también en el Pueblo Nuevo. Allí llevamos una gran cantidad de piezas de valor.
Recuerdo que aquellos días quedamos agotados y cansados de cargar y descargar piezas del camión. Pero más lo fueron para muchos compañeros anarquistas que se enfrentaron a los militares sublevados, murieron unos trescientos libertarios en las calles luchando, también había muchos heridos en el hospital Clínico, para ellos había sido una entrada demasiado dura para la guerra civil. Aunque en Barcelona se sofocó el alzamiento militar, nadie sabía como acabaría aquella tragedia y si aquellos hechos que se estaban produciendo eran una revolución o un descontrol total. Aquellos días de julio en Barcelona pero sólo existía el poder de los trabajadores armados; todos los compañeros anarquistas se habían conseguido armar con el saqueo de los cuarteles de los militares.
Todo nuestro trabajo de saquear piezas religiosas que tenían que servir para venderlas para comprar armas para la revolución, ya no era urgente porque sobraban armas en aquellos días en Barcelona.
Los jefes de los comités de defensa, al ser conductor y mecánico de profesión me asignaron un camión Chevrolet de cabina cerrada, descubierto con la posibilidad de poner un toldo. Mi trabajo consistía en trabajos de transporte de mercaderías en una ciudad que había pasado a poder de grupos armados. Para poder circular sin problemas de día y de noche y evitar confusiones pintamos con letras grandes la palabra FAI, con pintura blanca en las chapas laterales de la cabina del camión. De esta manera circulaba sin problemas.
En el movimiento libertario seguimos con la confiscación de locales y edificios. Los Comités regionales de la CNT y la FAI, los Comités de Mujeres y Juventudes, se instalaron sus cuarteles generales en los pisos y oficinas del edificio del Fomento del Trabajo Nacional en la Vía Layetana. En la misma calle también participé en la confiscación de la casa Cambó trasladando con el camión cantidad de objetos y piezas del político de la Lliga Catalanista.
Todos los anarquistas nos sentíamos orgullosos de los cambios revolucionarios que se realizaban y vivíamos en Barcelona como si la derrota de los fascistas en el resto de España era cosa de meses, por eso se crearon las columnas de milicias populares para enviarlas a luchar al frente de Aragón con la intención de echar a los fascistas de Zaragoza.
En el mes de agosto, el Comité Central de Milicias Antifascista, que simplemente se conocía como el Comité, acordó crear las Patrullas de Control. Su principal dirigente era el faísta Aurelio Fernández que era el jefe del Comité Central de Patrullas e Investigación, que era como un servicio de seguridad revolucionario. Las Patrullas de Control estaban dirigidas por José Asens, también de la FAI. El cuartel general estaba situado en la Gran Vía de las Cortes Catalanas número 617. El mismo José Asens nos pidió a Tomás y a mí como conductor de vehículos que pasáramos a formar parte de las patrullas. Le dije a José Asens que aceptaba el trabajo si podía tener de ayudante en el camión a Mauricio para ayudarme. Como José Asens me tenía como un buen mecánico y un conductor de confianza no puso ningún impedimento para que entrara como ayudante.
Las Patrullas de Control las dividieron en secciones con un delegado en cada una. Nuestro delegado era Silvio Torrents, que era el que tomaba decisiones y tenía que explicar nuestras actuaciones al Comité. Silvio se encargaba de hacer cumplir las órdenes que nos daban a todos los patrulleros.
Nuestro cuartel general estaba situado en el antiguo convento de San Elías, que había sido abandonado por las monjas, situado al final del barrio de San Gervasio, debajo del Tibidabo. Era un edificio grande de piedra y ladrillos, había un gran patio con un pozo en el centro rodeado con dos grandes galerías.
El Comité de Investigación de la FAI, lo convirtió en su principal centro de detención ya que llevábamos a muchos detenidos acusados de ayudar o simpatizar con los fascistas que los encerrábamos en los sótanos o en calabozos en diferentes salas del convento.
A los patrulleros nos repartían las órdenes a seguir por grupos, con instrucciones y direcciones de hacer registros y detenciones en casas de sospechosos. En los meses de agosto hasta noviembre de aquel 1936, con nuestra patrulla realizamos detenciones violentas y matamos a personas por su poca simpatía por la revolución.
Antes de salir con el camión, los capitostes nos daban las direcciones de personas que pertenecían a organizaciones consideradas sospechosas y con órdenes de actuar en sus casas. Cuando salíamos ya sabíamos a dónde teníamos que hacer el registro o a detener, excepto en las salidas por la noche en que teníamos órdenes de matar durante los primeros meses.
Para hacer un registro nos presentábamos con el camión delante de la casa todos armados pedíamos que nos abriesen las puertas si algún propietario se oponía o mostraba resistencia, le decíamos que no estábamos de historias y que si intentaban resistir nos pondríamos todos nerviosos y sacaríamos las pistolas y acabaríamos rápido. No valían las protestas que nos podían hacer, seguidamente registrábamos la casa y les avisábamos que la casa quedaba confiscada y tenían que abandonarla. Pero la mayoría de propietarios ricos ya habían abandonado las casas antes de que llegásemos nosotros por el miedo a ser detenidos, dejaban las casas muy bien cerradas. Pero si las Patrullas de Control teníamos órdenes de confiscarla no había puertas ni rejas que nos parasen para entrar.
Cuando teníamos la casa vacía de sus propietarios, al disponer de camión aprovechábamos con Tomás para llevarnos toda clase de muebles y objetos que nos interesaban o eran de valor y nos lo llevábamos al taller del Pueblo Nuevo, que ya empezaba a estar todo lleno. Mientras nosotros sólo requisábamos material a los ricos algunos patrulleros además aprovechaban estas casas abandonadas por los propietarios para instalarse solucionando el problema de la vivienda; para ellos había llegado el momento de aprovechar de las torres de los ricos y poderosos.
La mayoría de casas de ricos y sus fábricas fueron requisadas o colectivizadas. También todas las iglesias y conventos habían sido saqueada, alguna incendiada y destruida con el fuego, el pico y la dinamita. Las que sólo sufrieron el saqueo, quedaron vacías en sus interiores de altares y ornamentos, la mayoría de estas piezas de orfebrería religiosa de valor, fueron vendidas para ser fundidas para la formación de lingotes de oro y plata, pero de una gran cantidad de piezas fueron guardadas en almacenes clandestinos para esperar que estas cajas se trasladaran a la frontera para ser vendidas en el extranjero. Esto es lo que se hacía en los primeros meses pero poco a poco se ordenó parar todas las requisas descontroladas y que todas las Patrullas de Control entregásemos todas las piezas confiscadas a los Comités de Salvaguarda del Patrimonio Artístico que había creado el conseller Ventura Gassol. Los patrulleros llevamos a este Comité centenares de piezas requisadas en los registros. Más adelante los Servicios de Investigación de la FAI amenazamos de detenerle a Ventura Gassol por haber ayudado a salir de España a una gran cantidad de religiosos. Gassol también tuvo que marchar escondido en una camioneta de muebles hasta el aeropuerto de donde huyó en una avioneta hasta París.
De la misma manera que se habían hecho estas colectivizaciones de fábricas, de talleres y coches. La CNT quería controlar los edificios de la justicia. El abogado anarquista Ángel Samblancat nos ordenó que ocupásemos el Palacio de Justicia de Barcelona con la excusa de que allí se escondían armas aprovechamos para entrar y destruir mucha documentación que los jueces habían hecho servir contra el movimiento libertario y pudieran enviarnos a muchos anarquistas a la prisiones.
Se crearon Servicios de investigación de la FAI propios que estaban instalados en la Vía Layetana número 30, que era la casa que habíamos confiscado al político Francesc Cambó. A nuestra patrulla nos pidió José Asens que le pasásemos toda la información que sabíamos sobre personas contrarias a la revolución, de religiosos y de sus actividades. El máximo responsable de estos Servicios de Investigación de la FAI era Manuel Escorza del Val, un anarquista que tenía un carácter duro y violento, era de muy poca estatura porque tenía atrofiadas las piernas por una parálisis y se tenía que mover con unas muletas de inválido. Manuel Escorza se convirtió en uno de los cabecillas anarquistas más sanguinarios por sus órdenes que daba y que los patrulleros teníamos que cumplir ya que teníamos miedo por su poder. Él era quien nos preparaba muchas de las acciones y registros, que hacíamos nuestra Patrullas de Control, para hacer desaparecer a todo aquel que sabía que era sospechoso. Es que Manuel Escorza tenía poder absoluto para mandarnos hacer acciones violentas siempre en nombre de la revolución ya que en los primeros meses era quien pasaba mucha información al Comité Central de Patrullas e Investigación que su jefe era Aurelio Fernández, ayudado por José Asens y de Dionisio Eroles como jefes de los Servicios de las Patrullas de Control.
Estos tres y sobre todo Manuel Escorza como jefe de los Servicios de Investigación de la FAI formaban un grupo violento y sin escrúpulos que eran los que ordenaron a las Patrullas de Control muchas de las acciones más violentas que hicimos de agosto a octubre de 1936. Éstas se hacían siempre durante la noche, de forma clandestina. Nos desplazábamos en las casas donde había que hacer el registro nos llevábamos al sospechoso al camión y cuando estábamos en un descampado de los afueras de Barcelona, les metíamos un tiro y los dejábamos en las cunetas de las carreteras o caminos. Muertos y sin enterrar en la carretera de L'Arrabassada, Horta, en la riera de Vallcarca o por las montañas de Vallvidrera.
Recuerdo que uno de estos detenidos, antes de morir, nos dijo que no sabía por qué le matábamos. Pero le hicimos callar porque nuestro trabajo era matar y el suyo, morir.
Estas acciones no las habríamos hecho sin la sangre caliente que corría por nuestro cuerpo que con unos cuantos vasos de vino, siempre encontrábamos explicaciones para estas muertes, pero en medio de aquellos días de revolución no estábamos de historias.
Por la mañana la gente encontraba estos muertos y como los diarios hablaban de estos asesinatos […]. Por esto a partir de septiembre nuestros cabecillas nos ordenaron que todas las ejecuciones de detenidos que nos mandaban tenían que hacerse en los cementerios de Las Corts o en el de Montcada, que estaban más alejados de Barcelona, y que los cuerpos de los muertos que nos podían crear problemas, ya que nos habían visto sus familiares o amigos en el momento de la detención, se tenían que hacer desaparecer y la manera era que después de matarlos en las tapias del cementerio a éstos los volviéramos a cargar en el camión y los llevásemos a quemar al horno de la fábrica de cemento de Montcada. De esta manera como sus familiares no encontraban el cuerpo del detenido no sabían si éste había podido escapar o estaba muerto.
Pero los cuervos negros de curas y frailes fueron los más buscados por las acciones de las Patrullas de Control ya que éstos, echados fuera de sus conventos y casas, eran perseguidos en las ciudades y pueblos. Éstos intentaron esconderse en lugares secretos y seguros; que nadie conociera su paradero, era imposible que se instalasen en pensiones a causa de los registros que efectuábamos y tampoco en casas de sus familiares o amigos ya que había los porteros de las casas o los vecinos que si los veían los delataban, sólo bastaba ver a un extraño que podría ser un cura para crear sospechas y nos avisaban a los patrulleros para que los detuviéramos ya que para mucha gente la Iglesia era la organización más carca y rica del país, que había oprimido a los trabajadores igual que hacían los ricos.
Una de las detenciones más sonadas fue la del pez gordo de la Iglesia en Barcelona, uno que algunos le llamaban Uralita. Éste fue detenido por la Patrulla de Control del Pueblo Nuevo, la número 11. En un registro que realizaron en el piso de un joyero de la calle del Call para detener a los denunciados encontraron a dos más que dijeron que eran curas y a dos monjas. Los patrulleros también encontraron en el piso una gran cantidad de piezas religiosas de valor. Todo fue confiscado. Por esconder religiosos detuvieron a siete ocupantes del piso, que primero los llevaron para interrogar al Comité de San Adrián en donde fue dejada en libertad una hija del joyero. A los otros seis los trasladaron al Centro de Detención de San Elías. Cuando llegaron uno de los patrulleros que les acompañaba explicó que todos eran religiosos y gente de misa. Fueron registrados y resultaron ser el joyero Antoni Tort y su hermano, dos monjas y dos curas, pero los patrulleros no sabíamos que entre uno de éstos había el pez gordo de los curas, el obispo de Barcelona. Todos fueron encerrados a los calabozos, pero como siempre hacían nuestros cabecillas los interrogaban uno por uno y por separado a los detenidos para pedirles que si tenían oro, plata o dinero para la revolución, a cambio de entregarlo los podrían dejar en libertad. Se ve que uno de estos dos curas detenidos les habría explicado a nuestros cabecillas que les entregaría piezas religiosas de valor, ya que por la mañana se lo llevaron a uno de estos curas fuera del centro de detención para entregarles lo que les había prometido a nuestros cabecillas, ya que fueron ellos mismos que se lo llevaron en un vehículo, éste ya no lo volvieron a llevar detenido. Los otros que quedaban detenidos, el joyero, su hermano y el cura, como que no habían pagado, al cabo de un día de estar detenidos, nuestros cabecillas nos ordenaron llevarlos a matar en el cementerio de Montcada. En cambio las dos monjas detenidas fueron trasladadas al Palacio de Justicia para ser juzgadas o lo que sea.
Al cabo de unos días cuando los patrulleros nos enteramos de que por la ciudad se hablaba que las Patrullas de Control habíamos tenido detenido al Irurita, éste que era obispo de Barcelona, en nuestro centro de detención sin que ninguno de nosotros nos hubiéramos enterado, hubo muchas discusiones entre los patrulleros y mala leche ya que sospechábamos que era el cura que se había dejado en libertad a cambio de joyas, era el obispo de Barcelona. Pero según nos dijeron nuestros cabecillas cuando les preguntamos por el cura que sacaron del centro de detención si era el obispo, la respuesta fue que lo habían entregado a un consulado, porque el cónsul lo había reclamado a cambio de entregar información a la CNT-FAI y como Manuel Escorza siempre había dado órdenes que siempre teníamos que respetar a los consulados y a las Logias Masónicas que también pasaban información a los cabecillas de las Patrullas de Control.
A los que no respetamos fueron a los frailes maristas, todos éstos al ser confiscados sus conventos vivían donde podían escondidos, si eran descubiertos en los registros que realizábamos las Patrullas de Control, eran detenidos. En septiembre ya se habían matado a más de cincuenta de estos frailes y aquí empezó una de las acciones de las Patrullas de Control más largas y complicadas. Estando detenidos cinco frailes en el canódromo del Guinardó que dependía del comité de defensa de San Martí de Provençals en la rambla Volart. Al saberse que entre estos frailes había uno de los jefes de los maristas, uno de los cabecillas de esta patrulla que era Antonio Ordaz, éste pasó esta información de esta detención a Aurelio Fernández que era el jefe del Comité Central de las Patrullas de Control. Estos dos probaron de chantajear a este fraile llevándolo a la sede del Comité de la Gran Vía de las Cortes Catalanas, número 617, en donde le mandaron que se pusiese en contacto con los cabecillas de los maristas para empezar hacer unas negociaciones en que si entregaban doscientos mil francos franceses para la CNT-FAI.
A cambio Aurelio Fernández que era el jefe del Comité Central de Patrullas y de Investigación y que controlaba las fronteras dejaría salir a más de doscientos de estos frailes a Francia. Después de días de negociar llegaron a un pacto en que los frailes maristas pagaron los doscientos mil francos franceses, pero sólo consiguieron salir a Francia un centenar de frailes. Los otros cien que tenían que salir con un barco desde el puerto de la Barceloneta, al final los llevaron en dos autobuses de dos pisos, a nuestro centro de detención de San Elías. En donde un mes más adelante también ingresaron unos cuarenta frailes gabrielistas de un convento de Sant Vicenç de Montait, que fueron ejecutados en el cementerio de Montcada.
Recuerdo que era un día de mucho calor cuando llegaron los autobuses con más de cien frailes maristas, unos treinta patrulleros les esperábamos armados con fusiles de los que llamábamos «naranjeros». Les hicimos bajar a los frailes de los dos autobuses, en medio de una confusión ya que con tantos frailes, los patrulleros les gritábamos «Manos arriba y a caminar en fila de tres» y en grupos les obligamos a subir al patio interior del centro en donde los patrulleros les atamos las manos y los hicimos poner uno al lado del otro de pie hasta que a primera hora de la tarde llegaron al centro de detención Aurelio Fernández, Antonio Ordaz y Dionisio Eroles, que eran los cabecillas de las Patrullas de Control, que nos saludaron a los patrulleros para felicitarnos por la caza de frailes que habíamos hecho y que ya nos divertiríamos luego cazando a estos conejillos afinando bien la puntería y a los frailes les dijeron que los anarquistas no se venden por dinero y nadie se burla de la CNT-FAI.
Más tarde los patrulleros hicimos un registro a los frailes y en tres grupos los encerramos un grupo a los calabozos de la primera galería y los dos otros grupos en los calabozos de los sótanos.
En el centro de detención, nos íbamos a buscar las órdenes a seguir con los detenidos en el Comité central de Patrullas de Control y de Investigación de la Gran Vía de las Cortes Catalanas, número 617, y también íbamos a buscar órdenes al Comité de Investigación de la FAI de la Vía Layetana número 30. Los que dictaban las órdenes eran: Aurelio Fernández, José Asens, Dionisio Eroles y Manuel Escorza, que eran los que ordenaban lo que se tenía que hacer con los detenidos.
En cuanto a estos frailes maristas, las órdenes fueron ejecutar un grupo de unos cincuenta frailes, aquella misma noche, mientras que los otros grupos tenían que ser ejecutados la noche siguiente. En aquella noche sacamos al grupo de frailes de los calabozos de la primera galería y algún otro para transportarlos en vehículos al cementerio de Montcada. Cuando llegamos les hicimos bajar de los vehículos y caminar hasta las paredes del cementerio y les obligamos a ponerse de cara a la pared para ejecutarlos. Matanzas como ésta hicieron mucho daño a las Patrullas de Control que a partir del mes de noviembre, nos limitaron nuestras actuaciones que cada vez eran menos violentas y con la influencia de los comunistas soviéticos nos cargaban todos los males de la revolución a los patrulleros anarquistas.
El ambiente a partir del año 1937, las cosas iban de mal a peor para los anarquistas ya que los comunistas estaban decididos a cargarse a las Patrullas de Control y a todos los núcleos de poder que teníamos los anarquistas de la FAI. Criticaban los comunistas las acciones de las Patrullas de Control, acusándonos de ser unos grupos violentos. Con estas excusas y [texto ilegible] que querían los comunistas crear una nueva policía ayudados por los comisarios soviéticos, para llegar a conseguir el poder. A finales del mes de marzo, nos ordenaron la desaparición de las Patrullas de Control. Pero los patrulleros anarquistas nos negamos a seguir estas órdenes y a entregar la armas, pero al cabo de un mes, ya en mayo, para provocarnos desde la Generalitat, los republicanos y los comunistas querían expulsarnos del edificio de la Telefónica, que controlábamos los anarquistas. Aquí empezaron las rivalidades y los odios, que nos obligaron a los anarquistas encuadrados en las Patrullas de Control a luchar y enfrentarnos con los republicanos y comunistas que querían imponer su dictadura estalinista y cargarse nuestra revolución libertaria.
Los comunistas ayudados por el gobierno de la República se apoderaron de todo el poder, cargándose a las Patrullas de Control y acusándonos a los que éramos patrulleros de ser unos grupos de asesinos con poca cultura. Los patrulleros anarquistas éramos conscientes de los muchos errores que habíamos cometido en nuestras acciones. Pero aquellos comunistas con el Servicio de Información Militar eran más asesinos que nosotros.
Barcelona se había convertido en una olla de grillos, ya veíamos venir la derrota de la República. Con Tomás necesitábamos salir de España pero nos faltaba la documentación necesaria y un permiso de residencia para poder instalarnos a vivir en otro país. Nosotros teníamos guardadas muchas piezas religiosas de oro y de plata de valor en el almacén del Pueblo Nuevo. Todo este material teníamos que buscar la manera de venderlo o enviarlo por la frontera a Francia, de esta manera nos podría servir para empezar una nueva vida en otro país. Pero si nos marchábamos de
España sin todo este material que teníamos guardado nos esperaba una vida de perros.
Empezamos con Tomás, en Barcelona a vender algunas de estas piezas religiosas a brigadistas extranjeros que habían venido a España para ayudar a la Republica. Éstos, todos, antes de volver a su país compraban piezas de valor como recuerdo de España.
Fue así que conocimos a Steve, que era un brigadista inglés de Londres que había venido a España con las Brigadas Internacionales y después de empezar una buena amistad, le propusimos un pacto, ya que un extranjero como él era la persona ideal que nos podría ayudar. A Steve le explicamos que nosotros dos teníamos escondido en un almacén una pequeña fortuna en material que teníamos que sacar de España para llevarlo a otro país, pero necesitábamos tener un lugar de destino como la casa que tenía Steve en Londres para poder enviarle todo aquel material que habíamos confiscado en iglesias y casas ricas de Barcelona.
Le enseñamos a Steve el almacén del Pueblo Nuevo donde guardábamos todas aquellas piezas de valor que teníamos y que podíamos enviar fuera del país. Le pedimos a Steve que cuando llegara a Londres nos arreglase la documentación a Tomás y a mí para poder desplazarnos y vivir allí.
A cambio nosotros dos desde aquí en cajas le iríamos enviando todas aquellas piezas que teníamos guardadas en aquel almacén del Pueblo Nuevo. Le enviaríamos todo a su casa de Londres y cuando nosotros dos pudiéramos llegar a Londres, lo repartiríamos en tres partes iguales.
Le confiamos a Steve una maleta llena de joyas para mostrarle nuestra buena voluntad de cumplir el pacto y Steve al final aceptó el pacto y se fue al cabo de pocos días de España, para desplazarse a su casa de Londres para esperar que llegasen las cajas que le iríamos enviando. En cambio nosotros dos, desde Barcelona, empezábamos a construir cajas de madera para ir poniendo en su interior todas aquellas piezas del almacén del Pueblo Nuevo y le íbamos enviando en cajas muy bien cerradas, una a una para no levantar sospechas al domicilio de Steve a Londres. Fuimos enviando todo aquel material en cajas en una semana una, en un recadero en otra semana, otra caja en otro recadero pero todas iban con destino al domicilio de Steve.
Cuando acabamos de enviar todo el material, sólo nos faltaba esperar que Steve nos enviase la documentación necesaria mediante el consulado inglés de Barcelona pero los papeles no nos llegaron hasta el mes de diciembre del año 1938.
Sólo nos faltaba salir para Francia para llegar a Inglaterra, para mí después de muchos problemas logré llegar allí pero no lo pudo hacer Tomás ya que dejó su vida en el camino.
Cuando yo llegué a Londres el reencuentro con Steve fue muy emotivo ya que me ayudó en todo lo que pudo, entre los dos intentamos ir vendiendo parte de las piezas de valor enviadas.
Para pagar los gastos del piso en el que me instalé en Londres a vivir fuimos llevando todas las cajas de piezas requisadas para irlas vendiendo poco a poco con los años, ya que en el año 1940, al estallar la guerra por toda Europa, también en Londres, los bombardeos fueron espantosos. En uno de estos ataques, nos escapamos por minutos de morir, ya que con Steve, fuimos a comer en el restaurante Madrid y al poco de salir cayó por la claraboya una bomba que explotó matando a muchos de los que estaban allí ya que el restaurante estaba en los bajos de un bloque de pisos, cerca del Covent Garden.
Pero yo ya había perdido el miedo a las bombas, y el mundo por el que había luchado ya no existía. La guerra mundial terminó, cayeron Hitler, Mussolini. Los exiliados nos pensábamos que Franco caería del poder en 1945, pero este dictador consiguió sobrevivir políticamente y se nos perdieron todas las esperanzas de volver a España.
Fue cuando con Steve empezamos a vender todas las piezas religiosas y joyas que aún nos quedaban, lo hicimos en anticuarios y coleccionistas particulares de Londres y ciudades próximas, sacamos bastante dinero que nos ayudó a vivir sin problemas económicos.
Y los años en el exilio forzoso van pasando y mi única ilusión aquí es la Lilianne con quien me siento profundamente unido, desde que nos conocimos despertó mis sentimientos un poco dormidos, desde mi llegada a Londres. Había conocido a varias mujeres, pero Lilianne que sin ser demasiado bonita cambió mi vida, ya que nuestra amistad comenzó poco a poco, hasta que en el año 1948 decidimos los dos comprar el piso donde vivía ella de alquiler para vivir juntos. Este cambio de piso me llevó bastante trabajo ya que tuve que trasladar de mi antiguo piso, muchas de las piezas que me había llevado de España y que le tuve que explicar a la Lilianne todo sobre la violencia revolucionaria en que participé durante la guerra civil española, ya que ella no entendía por qué yo tenía tantas piezas de oro y de plata ni cómo lo había hecho para sacar tanto material por recaderos en el año 1938 desde Barcelona a Londres, que con la ayuda de Steve pudimos sacar mucho material de las confiscaciones de iglesias y de casas de ricos que gracias a vender estas piezas en Inglaterra, tenía bastante dinero para comprar el piso de Liliane y vivir sin problemas, aunque trabajaba con Steve en su taller mecánico.
Pero los años de convivencia con la Lilianne van pasando tranquilos y en paz, ya que su compañía y las cartas que me va enviando Mauricio desde España son una gran alegría para mí. Espero que los dos me sobrevivan ya que mi vida siento como se va con el tiempo y que me ronda la muerte. Pero no le tengo miedo, ya que a todos nos llega al final. Aunque nunca pierdo la esperanza de poder volver algún día a España, en la masía donde nací.