33

Seguramente todo esto no habría ocurrido, o por lo menos no lo habría hecho así, si tu aventura con Carla no hubiese comenzado, porque esa aventura terminó del peor modo posible, consideras, mientras ella vuelve a dormir profundamente, según te anuncia lo sonoro y pausado de su respiración.

Llevabais una doble vida que a Carla, por lo que ha dicho, le resultaba muy excitante: la de cuñados que os veíais en torno a Silvio y que incluso compartíais algunos ratos de esparcimiento fuera de casa sin que Tere pusiese objeciones, y la de amantes que os reuníais en tu apartamento para disfrutar de vuestros abrazos, o que teníais curiosos encuentros eróticos, siempre según el capricho de Carla.

Tras haber creado toda una teoría sobre la traición de Tere, sobre su deslealtad, resulta que el gran traidor de esta historia, rey don Rodrigo y conde don Julián al mismo tiempo, has resultado ser tú, pues la incauta de Tere no podía imaginarse tu vida amorosa al margen de los abrazos conyugales cada vez más escasos, primero con la fogosa y activa Gisela, luego con la sumisa y absorta Leni, después con la apacible pero exigente Helga, por fin con esta Carla imprevisible, a quien estimulaban las situaciones absurdas y los lugares más inesperados.

Sin embargo, en ninguna encontré lo que tuve contigo, Tere, piensas, con ninguna de ellas viví el Edén, la disolución física y mental de mi éxtasis en el tuyo, la intuición de eternidad, porque con ninguna el sentimiento era aquel que nos unió a ti y a mí, de ninguna de ellas estaba enamorado.

Con el tiempo, Gisela, salvo aquella tentación que le suscitó el alcohol de una fiesta y algún otro encuentro antes de un viaje a Alemania de los que eras tú el promotor, no insistía en tener relaciones contigo, y Leni organizó su vida conyugalmente con un hombre que le gustaba, y con Helga terminaste en tu penúltima estancia alemana, porque había sabido que estabas casado y te planteó un ultimátum, ella no tenía interés en mantener esa aventura ocasional que os unía, quería saber si estabas dispuesto a separarte de tu mujer española y unirte formalmente a ella, y decidiste terminar la relación, que tampoco encontrabas tan apasionante.

De forma que Carla constituye el cuarto de tus actos de traición. De la parte de Tere hay ocultaciones pero no claras deslealtades, no esas rotundas infidelidades que han ido marcando tu vida. Y como tu deslealtad era demasiado insistente, encontró al fin el resultado lógico.

El año pasado, entre el día de San José y el Domingo de Resurrección, Tere había planeado irse a cierto lugar de la sierra para que Silvio asistiese a una concentración de chicos de su condición, con padres incluidos, una excursión por el monte, un par de visitas a granjas y espacios rurales significativos, reuniones vespertinas para contar historias junto al fuego, el lunes tú te ibas a marchar quince días a la central alemana de tu laboratorio, y Carla estaba preparando un viaje profesional a San Petersburgo.

Tere y Silvio se fueron el martes, y aquella misma noche Carla te dijo que quería dormir contigo en la habitación matrimonial que compartías con Tere. Teniendo a vuestra disposición tu apartamento, a ti la idea de Carla no te agradaba, pero ella insistía:

«¿Por qué no voy a poder dormir en la que fue la cama de mis abuelos? ¿Por qué no voy a recordar las noches en que me acostaba con mi abuela, de pequeña, cuando pensaba en mis padres y tenía miedo de morirme también?».

Tanto repitió su petición, que aquella misma noche la pasasteis juntos allí, y también las noches siguientes. Al parecer, Carla, aparte de evocar rastros de recuerdos infantiles hasta en la forma de las molduras del armario, encontraba muy estimulante en lo erótico dormir contigo en la cama que había sido de sus abuelos.

La noche del sábado salisteis a cenar a las afueras, luego estuvisteis tomando unas copas por distintos lugares, y os acostasteis muy tarde y con bastante alcohol en el cuerpo. A mediodía del domingo te despertaste acuciado por la idea de que Carla debería marcharse, porque Tere y Silvio iban a volver aquella tarde y querías que la casa recuperase cuanto antes la rutina habitual, que sentías alterada por vuestra presencia, y además debías evitar que si Tere llegaba antes de lo previsto os encontrase allí juntos. Carla refunfuñó, se hizo la remolona, adoptó una actitud huraña de fastidio, pero al fin conseguiste que se arreglase y recogiese sus cosas, y te la llevaste a comer a un restaurante de las afueras que le gustaba mucho. Cuando regresaste a casa aquella noche, Tere y Silvio ya habían vuelto de su excursión, que Silvio te relataba tan excitado que sus palabras eran casi ininteligibles.

No podías imaginarte que Carla hubiese dejado en casa pruebas indiscutibles de su presencia, uno de sus grandes y vistosos pendientes, un estuche de cosméticos, unas bragas, ni que Tere, al descubrir aquello, interrogase a su hermana, ni que esta acabase confesándole abiertamente vuestra relación. El miércoles, al volver a casa por la tarde, te extrañó no encontrar a Silvio en la sala y preguntaste por él a una Tere mucho más seria de lo normal, tan seria que temiste que al niño le hubiese sucedido algo.

«Silvio está en su cuarto, porque no quiero que sea testigo de lo que te voy a decir».

No te sentaste, esperando con extrañeza sus palabras.

«Ahora mismo te vas de esta casa —añadió—, ahora mismo, y ya no quiero saber nada de ti».

«¿Pero se puede saber qué te pasa?».

Te agarró con fuerza de un brazo, te habló con el rostro muy cercano al tuyo:

«Nuestro matrimonio se acabó, llevas muchos años dándonos un trato fatal a Silvio y a mí, pero lo de mi hermana es la gota que desborda el vaso».

Se separó, como para solemnizar lo que iba a añadir, y te exigió el divorcio inmediato.

Anulaste tu viaje a Alemania con pretextos familiares y trasladaste la mayoría de tus cosas al apartamento, y ya el viernes te llamó un abogado al teléfono portátil para comunicarte que, si estabas conforme, iba a iniciar los trámites de eso que se llama separación de mutuo acuerdo, de tu mujer.

«Ya veo que tiene muchísima prisa —le contestaste, sarcástico—, pero no le quepa duda de que cuenta con mi conformidad».

Después de los planes que habías hecho para terminar la vida en común con Tere, el aviso del abogado te molestó, porque el Daniel menos contemporizador se sentía herido en su orgullo. Aunque ahora te parezca increíble, ese Daniel pensaba que, dadas las circunstancias, no te habías portado tan mal con Tere y con Silvio, al fin y al cabo habías acabado asumiendo tanto el inesperado y nunca consultado embarazo como la discapacidad de tu hijo, y lo de Carla no pasaba de ser una travesura que no tenía por qué acarrear consecuencias tan dramáticas, pero desististe de intentar arreglar las cosas. Era muy posible que el divorcio tuviese lugar antes del verano, y si su solución era razonable, podrías ver a Silvio a menudo, y estaba claro que con Tere tu relación había concluido definitivamente.

De todas formas, ya que habías abandonado la casa conyugal, le propusiste a Tere, a través del abogado, empezar a pagarle una cantidad que te parecía aceptable, y hacerte cargo de Silvio un par de tardes y un fin de semana alterno, lo que también era plausible que fuese ratificado por el juez, y aceptó.

Aunque esas nuevas obligaciones te iban a complicar, habías pensado que, por razones prácticas, y ya que a medio plazo iba a ser inevitable, era mejor ir acostumbrándote antes del verano a lo que resultaría la organización de tu nueva vida. Por otra parte, después de tantos años de mantenerte alejado del pequeño bobo, de repente te enternecía la posibilidad de poder dedicarle algún tiempo.

La primera vez que fuiste a recogerlo al centro especial, volvió a emocionarte la alegría con que corrió hacia ti. Lo llevaste a una cafetería.

«Desde hoy, cuando venga a por ti, te voy a invitar a merendar».

Era evidente que Silvio se sentía muy satisfecho, y se tomó un batido y un pedazo de tarta. Cuando hubo terminado, te miró con mucha curiosidad, pero con gesto muy serio, y te preguntó que si era verdad que no ibas a dormir en casa nunca más.

«¿Eso te ha dicho mamá?».

«Sí, me ha dicho que unos días voy a estar contigo y otros con ella».

«¿Y qué te ha parecido?».

«Me da pena que ya no duermas en casa».

«Así es la vida», comentaste, a falta de mejor argumento.

Te parecía demasiado complicado intentar explicarle lo del proceso de divorcio, de lo que, al parecer, tampoco Tere le había hablado.

«Pues el papá de Paula tampoco duerme en su casa —dijo Silvio—, pero es que se ha divorciado de su mamá. ¿Sabes lo que es estar divorciados?».

Intentaste disimular lo mejor posible tu confusión.

«¿Qué es?».

«Pues cuando los papás no se llevan bien, y riñen mucho, y se gritan, el papá se marcha de casa, eso es, aunque Paula también pasa con él muchos días».

Habías acondicionado en el apartamento el cuartito que usabas como lugar de trabajo para que sirviese de dormitorio y cuarto de Silvio, le proporcionaste un ordenador e instalaste una librería para sus libros y cedés.

«Este va a ser tu cuarto cuando duermas en casa», le dijiste.

La primera vez que pasó allí la noche se encontró muy bien. Antes, le habías puesto una película de ese ogro gordo, verde y bueno que le encanta, habías pedido una pizza para cenar y le habías dicho que cada dos fines de semana, uno iba a estar en tu casa.

«Me lo paso muy bien contigo, papá», confesó, cuando se fue a dormir.

La resolución del juez, a finales de mayo, confirmó vuestro acuerdo. También le contaste a Silvio la novedad de las vacaciones.

«Eso de pasar las vacaciones contigo me parece estupendo, porque siempre las pasaba solo con mamá —dijo—, ¿pero puedo pasarlas con ella también?».

«Te vas a repartir entre los dos» —respondiste, y al advertir su mirada de alarma te echaste a reír—: «Quiero decir que vas a estar unos días con ella y otros conmigo, hombre, no que te vayamos a cortar en dos pedazos».

Lo que no querías era continuar tus relaciones con Carla, y ante la evidencia de que el fin de tu matrimonio había sido consecuencia de sus maniobras, sentías hacia ella un fuerte rencor. Se lo dijiste, con sorna rabiosa, la primera vez que te telefoneó, después de tu marcha de la casa familiar:

«No quiero saber nada más de ti, Carla. Te has pasado de lista y de maquiavélica, y ya que me divorcio de la hermana mayor, entras también en el paquete. Digamos que esto es un divorcio familiar».

Pero no lo aceptó, y a partir de entonces comenzó a llamarte, a perseguirte, no porque estuviese enamorada de ti, pensabas, sino porque nunca la habían dejado así, plantada, como se encargaba de repetirte por teléfono o a voces, si te buscaba en la calle, con una inquina que te recordaba la del peor de los Danieles que te habitan.

Una noche, al acostarse, Silvio te preguntó:

«¿Y cuándo os veis mamá y tú?».

Quedaste otra vez desconcertado.

«Mientras estás en el colegio y en el centro», se te ocurrió responderle, impávido.

«¿También vais a comer juntos batidos y tarta?», preguntó.

«Depende de los días, otros tomamos café con leche y churros, y otros montadito de jamón y yogur», respondiste.

De esa forma entrarías con Silvio, a partir de entonces, en un disparatado juego de invenciones, cuando te preguntase qué habías hecho ese día con mamá mientras él estaba en el colegio y en el centro especial, y que al parecer Tere nunca desmintió, como si de tal forma, y a través de vuestro hijo, se mantuviese entre vosotros una peculiar línea simbólica de comunicación:

«Me dijo mamá que anteayer habíais tomado cocacola y pepinillos».

«Pues hoy, no te lo pierdas, huevos fritos de codorniz y zumo de pomelo».