15

N

igel se recostó contra la pared, en el fondo de la galería de la tridimensional. Las figuras se atropellaban en la pantalla, pateando un balón, cayendo, practicando maniobras de pinzas y bloqueándose. Nunca le había gustado mucho el fútbol americano pero ahora entendía su lógica, entendía que los hombres lo necesitaran. Un juego de caza en pequeños grupos, corriendo y gritando y sabiendo quién era el enemigo y quién el amigo. Propio del grupo y ajeno al grupo, simple y satisfactorio. Y ni un vegetariano entre todos.

Unos pocos hombres miraban la tridimensional. Un delantero erró un tiro y uno de los espectadores se rio. La pantalla titiló y apareció una mujer. Sonrió sensualmente en dirección a la cámara, alzó una botella verde y dijo:

—¡Exprimidla para levantar el ánimo! ¡Estimula! Probad…

Nigel se volvió para irse y tropezó con Nikka.

—¿Lo tienes todo?

Nigel le mostró el paquete de papeles y fotos que llevaba bajo el brazo.

—Todo lo que descubrimos, incluyendo aquello que no entendemos.

—¿No deberíamos advertir al Equipo Número Uno que dejaremos el turno temprano?

—No, no quiero que nadie se entretenga por ahora con la memoria del ordenador. Mientras no sepamos qué fue lo que borró hoy las secuencias, nadie deberá tocar la consola.

Nikka señaló hacia el otro extremo del corredor y se pusieron en marcha.

—¿Llamaste a Valiera? —preguntó ella.

—Sí, y dijo que vayamos cuando se nos antoje. Creo que no debemos postergarlo más. Y prefiero que Sanges no meta la cuchara antes de que hablemos con Valiera.

Nikka se encogió de hombros.

—Me parece que eres demasiado severo con él. Debe de tener el corazón en su sitio porque de otra forma no se habría incorporado a esta expedición. No es justo que pensemos lo peor de él sólo porque es un Nuevo Hijo. Hay hijos de puta que son Nuevos Hijos y otros que no lo son, y no veo mucha diferencia entre unos y otros.

—Es posible —respondió Nigel con indiferencia.

Estaban frente a la puerta del despacho de Valiera. Golpeó, sostuvo la puerta para que entrara Nikka, y la siguió. Sanges y Valiera los miraban en silencio, sentados, esperando.

Nikka se detuvo un momento, atónita, pero Nigel no dejó traslucir ninguna emoción y le acercó una silla desde el fondo de la habitación. Intercambiaron unas frases corteses y Valiera dijo:

—El señor Sanges me ha informado de que desaparecieron algunas de las secuencias que ustedes habían descubierto.

—Sí —respondió Nikka—. Pensamos que se han borrado de alguna forma. Debe de haber algún sistema de recuperación y eliminación de datos, y es lógico que lo active algún control de la consola. Si cualquiera de los tres equipos ensaya nuevas secuencias corremos el riesgo de perder información.

—Pero si dejamos de explorar no encontraremos nada —objetó Sanges sensatamente.

—Hemos venido a pedir que se suspendan todos los trabajos, en la consola, hasta que hayamos asimilado el material que tenemos —explicó Nigel—. Sencillamente no contamos con información y personal suficientes para manipular el material compilado. Necesitamos correlaciones cruzadas, diversificación: antropología, historia, radiología, un pozo de física y teoría de la información y muchas otras cosas. La NSF debería publicar lo que hemos descubierto y pedir consenso…

—Creo que es demasiado pronto para eso —respondió Valiera parsimoniosamente—. Apenas hemos empezado a…

—Me parece que tenemos suficientes estímulos para la reflexión —lo interrumpió Nikka—. Ya contamos con dos fotos de esas criaturas altas y peludas…

—Sí. He visto una en el informe de su turno. Interesante. Podría ser una forma primitiva de hombre —comentó Valiera.

—Estoy seguro de que lo es —dijo Nigel. Se inclinó hacia delante en su silla—. He elaborado algunas hipótesis a partir de lo que encontramos y pienso que apuntan en una dirección muy significativa. Más tarde presentaré un informe, con abundante documentación. Pero creo que debería enviar inmediatamente una conclusión preliminar a la NSF, para reclutar más investigadores y para ampliar la gama de opiniones. Sospecho que existen grandes probabilidades de que los extraterrestres que se estrellaron aquí hayan ejercido una influencia significativa sobre la evolución del hombre.

Se produjo una pausa tensa. Sanges meneó la cabeza.

—No entiendo por qué… —murmuró Valiera.

—Admito que no es todavía más que una idea. ¿Pero no le parece extraño que hayamos tropezado tan rápidamente con cosas tales como el derivado de la fisostigmina, visto a lo largo de cada uno de sus ejes mayores de simetría? Hay rastros de ácido desoxirribonucleico, algunas otras moléculas orgánicas de cadena larga que no logramos identificar, y Kardensky acaba de enviarme un informe sobre esa criatura hirsuta. Los estudiosos de Cambridge no consiguen encajarla en el esquema habitual de la evolución de los primates. Es corpulenta, probablemente bastante adelantada, y puede tratarse de una variante que aún nadie ha exhumado. Esos científicos están acostumbrados a inspeccionar huesos, como usted sabe, y es difícil discernir muchos detalles debajo de tanto pelo.

—Es precisamente por eso por lo que tenemos que encontrar más elementos —argumentó Sanges.

—Pero no podemos arriesgarnos a borrar más ítems de la memoria del ordenador. No después de los que perdimos hoy —afirmó Nikka con tono grave.

—Es cierto —prosiguió Nigel atropelladamente—. Y puede tratarse de un asunto de capital importancia: es imposible reemplazar la información del pasado. Lo que me preocupa desde hace varios días es el hecho de que parece una gran coincidencia que esta nave haya caído aquí hace quinientos mil o un millón de años. Las últimas teorías sobre nuestra evolución sitúan muchos cambios en ese mismo lapso.

—Pero la evolución empezó mucho antes —manifestó Valiera.

—Es cierto. Sin embargo gran parte de nuestro progreso se materializó durante el último millón de años. En ese período aprendimos muchas cosas: la formación de grupos numerosos, la caza mayor, toda la gama de las relaciones familiares, los tabúes. El arte. La religión. Creo que existe la posibilidad de que los extraterrestres hayan influido en ese proceso. El hombre siempre ha sido una anomalía, una especie que evolucionó en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Y usted piensa que ello se debió a que los extraterrestres utilizaron la fisostigmina para alterar nuestro antiguo material genético? —preguntó Sanges deliberadamente.

—Eso casi podemos hacerlo ahora —respondió Nikka—. Estamos aprendiendo a manipular tramos del complejo del ácido ribonucleico. Hay una legislación al respecto.

Valiera la estudió con expresión distante y después se volvió hacia Nigel.

—Por supuesto, no soy un antropólogo profesional, pero creo que incluso hay una laguna en lo que acaba de decir. Si los extraterrestres se limitaron a enseñar estas cosas a nuestros antepasados, ¿cómo explica la evolución simultánea de las manos, los mayores cerebros, la postura erguida y todo lo demás? Lo que tanto interesa en el hombre primitivo es esta evolución paralela de lo mental y lo físico. Es inútil enseñarle una operación a un animal que no está en condiciones de ejecutarla.

Nigel pareció preocupado y reflexionó un momento.

—Sí, entiendo lo que quiere decir. Esto elimina el nexo motor entre la evolución física y la mental. Pero verá, pudo tratarse de una ayuda selectiva. Bastaba esperar que una pequeña horda de primates adquiriera una determinada aptitud, digamos la de arrojar cuchillos de piedra afilados en lugar de acercarse para usarlos a mano. Entonces sólo hacía falta enseñarles a utilizar mejor esa aptitud. A emplear lanzas, que son más útiles para la caza mayor. Con una intervención directa sobre los componentes del ARN se podía acelerar la evolución, darle un empujoncito cuando se apartaba del rumbo fijado. Hace un millón de años el hombre aún era plasmado por su entorno. Pienso que un golpe de timón en la dirección correcta (y esto depende de lo que se entienda por correcta) tendría efectos de muy largo alcance.

Sanges se levantó con un súbito estallido de energía nerviosa y se apoyó contra el borde del escritorio de Valiera. Cruzó los brazos y dijo:

—¿Por qué alguien habría de hacer eso? Se necesitaría muchísimo tiempo… ¿y con qué fin? Nigel esbozó un ademán de impotencia.

—Lo ignoro. Quizá para asumir el control. Lo que más llama la atención en el hombre es la forma en que aprendió a movilizar pequeñas hordas de cazadores trashumantes, y a organizar operaciones de caza mayor en las que perseguía a centenares o millares de animales ¿Cómo se gestó la cooperación? Me parece que este es uno de los rasgos más eficientes del hombre, que en el otro extremo del espectro es francamente hostil a sus semejantes. La guerra es una manifestación de esta tensión.

Valiera sonrió desganadamente.

—¿Por qué molestarse en controlar algo poco mejor que un animal?

—Creo que ni siquiera podemos hacer conjeturas sobre eso —respondió Nikka—. Sus objetivos podrían haber sido incluso económicos, si de lo que se trataba era de adiestrarnos para hacer algo que a ellos les interesaba. O tal vez sólo quisieron legarnos la inteligencia por sí misma. Es bastante probable que esas criaturas hirsutas, las que aparecen en las fotos, ya fueran seminteligentes.

—Sí —se apresuró a asentir Nigel—, aun con nuestros actuales métodos precarios, los derivados de la fisostignina pueden adiestrar a los animales para ejecutar trabajos muy delicados. Esto es suficiente para convencernos de cualquier cosa. —Miró a Sanges con expresión hosca—. O casi.

Sanges resolló desdeñosamente.

—Todo este conjunto de hipótesis es increíble.

El redoble despertó a Ichino y a Graves. Era un ruido portentoso que se oía por encima del agudo murmullo del viento.

—¿Qué… es… eso? —murmuró Graves.

—Un helicóptero —dijo Ichino, aunque ni siquiera él lo creía. Se acercó a la ventana y escudriñó la noche sin estrellas. Vio los árboles más próximos. No había ninguna luz en el lugar de donde procedía el redoble—. Supongo que no es nada grave —agregó—. ¿Es posible que alguien lo esté buscando en un helicóptero?

—Ah… sí, quizás. Un guía que quedó en Dexter. Sin duda, me había echado de menos.

—Es posible que vea nuestra luz.

—Sí.

—No importa. Dentro de uno o dos días podré salir a pie.

—Estupendo. Supongo que no corre prisa.

Ichino encendió la radio de la cabaña para distraer a Graves de la resonancia lenta y grave que parecía hacerse cada vez más intensa. La radio emitió una estática sibilante, pero no sintonizó ninguna emisora. Manipuló los controles. El aparato estaba averiado pero no quería invertir su tiempo en repararlo. Se acercó a la chimenea y arrojó algunas astillas de cedro. Se inflamaron alegremente, crepitando y ahogando el lejano redoble.

—Listo. Se estaba enfriando el ambiente.

—Sí. Qué tormenta tan endemoniada —comentó Graves.

Valiera esbozó una sonrisita.

—Aunque les agradezco que hayan venido a plantearme esto, Nikka y Nigel —dijo con tono circunspecto—, creo que deberían enfocar las cosas desde una perspectiva más amplia.

—Sin duda podrían intentarlo —murmuró Sanges secamente.

—Casualmente sé —continuó Valiera—, que la religión del señor Sanges postula que la Biblia y todos los textos anteriores contienen una metáfora de la creación. No cuestionan seriamente la teoría moderna sobre la evolución del hombre.

—Claro que no —intercaló Sanges—. Como ustedes lo sabrían si se hubieran tomado el tiempo…

—Incluso están dispuestos a admitir que la vida pudo originarse en otra parte —lo silenció Valiera—, pues las condiciones necesarias parecen existir en todo el Universo. Pero lo que sí afirman es que nuestra vida se gestó en la Tierra…

—El divino origen natural —explicó Sanges—. Un principio muy importante para nosotros.

—Y también existen otras opiniones acerca de los orígenes del hombre —prosiguió Valiera—. Pienso que nosotros, como miembros de una expedición científica, debemos tratar de no remover estos problemas a menos que poseamos pruebas categóricas.

—Pero sólo podremos obtener pruebas —replicó Nikka enérgicamente—, si profundizamos los estudios… si contamos con la mayor cantidad posible de especialistas.

—Cuando se comunican estas hipótesis a un grupo de gente, por reducido que sea —manifestó Sanges—, generalmente se filtran hasta la prensa.

—Ese problema recae sobre la NSF, ¿no es verdad? —dijo Nigel con lenta y deliberada frialdad.

—Es un problema que nos afecta a todos nosotros —lo corrigió Valiera.

—De todas maneras solicitamos que todo esto sea transmitido a la Tierra —contestó Nigel.

—Nos oponemos a que archiven los materiales —agregó Nikka—. Dados los procedimientos chapuceros que emplean aquí, es demasiado peligroso. Podríamos perder…

—Lo único que les interesa es hacer circular sus propias… sus propias teorías —exclamó Sanges con tono de ira—. Destruir las creencias sin…

Valiera hizo un ademán y Sanges se interrumpió bruscamente. Mantuvo la boca abierta un momento antes de cerrarla con un ruido seco.

—Y creo que ustedes son injustos con las creencias del señor Sanges —dijo Valiera sin alterarse—. La teología de los Nuevos Hijos es sutil y…

—Oh, sí —asintió Nigel—. Nuestro colega es un tipo muy sutil. Dígame, señor Sanges, ¿cuando va a pescar, utiliza granadas de mano?

—No creo que el sarcasmo… —empezó Valiera.

—¿Qué hace falta para despertarles a ustedes dos? —preguntó Nigel, arqueando las cejas.

—¿Para despertarnos? —repitió Sanges.

—Sí, para despertarles y hacerles ver la realidad. Formulamos una petición —Nigel miró a Valiera—. Proceda.

—¿Quieren transmitir libremente a la Tierra? —inquirió Valiera.

Nikka:

—Sí. Ahora.

Nigel:

—Con nuestros nombres.

Sanges frunció la boca.

—¿Con sus nombres, además?

—Por supuesto —respondió Nigel—. Asumiremos la responsabilidad de nuestros actos.

—Ya están asegurándose la fama. Quieren ser los primeros en publicar datos sobre los restos de Marginis.

—Sólo una especie de memorando —contestó Nigel—. Eso es todo.

—Necesitaremos su firma —le dijo Nikka a Valiera.

Valiera se recostó hacia atrás en su sillón y cerró los ojos. Era obvio que estaba sopesando las alternativas.

—Sin duda, ustedes entenderán que en estas circunstancias es necesario garantizar la seguridad…

—Me cago en la seguridad —exclamó Nikka.

—… y sé que cuento con el apoyo de ustedes para mantener el equilibrio entre todas las partes en caso de discrepancia. Sé que el señor Sanges opina que esta información sólo es preliminar y que por consiguiente no debe ser difundida a los cuatro vientos. Creo que si consultara a los otros equipos, estos opinarían más o menos lo mismo. Debo confesar que entiendo muy bien sus argumentos y que me parecen válidos.

A Nigel le temblaba la mano cuando se inclinó hacia delante, escuchando atentamente las palabras de Valiera. Le pareció ver un ligero cambio en el rostro de su interlocutor, una extraña crispación alrededor de la boca.

—Pienso que, en mi condición de Coordinador, debo rechazar esta propuesta. En verdad, en el futuro podré pedir asesoramiento al respecto, y lo pediré…

—Bueno, sí, ya veo —dijo Nigel. Acalló a Nikka con una mirada y sonrió con una expresión amable y resignada que disipó la tensión. Le hizo una seña a Nikka con un dedo y suspiró—. Lamentamos su decisión, pero por supuesto la acatamos. —Se levantó súbitamente, con tanto ímpetu que sus pies casi se separaron del suelo—. Será mejor que volvamos a nuestras ocupaciones, Nikka —agregó con tono impasible.

La cogió muy serenamente por el brazo y se encaminaron hacia la salida. Nigel saludó a los dos hombres con una inclinación de cabeza y cerró la puerta.

Una vez fuera, se apoyó contra la pared del corredor.

—Ha sido una lección de cinismo, ¿verdad?

—Son un hato de malditos lunáticos —exclamó Nikka dominada por la ira—. No son en absoluto científicos. Son…

—Efectivamente. Ahora está claro que Valiera es un Nuevo Hijo.

Nikka se detuvo, sobresaltada.

—¿Te parece? Indudablemente esto explicaría muchas cosas.

—Por ejemplo, nuestras múltiples demoras. He observado que los otros equipos no han perdido grabaciones, y que tampoco han tenido escapes de aire ni arcos de alta tensión. No me extrañaría que nuestro señor Valiera y el señor Sanges actúen en complicidad.

—Debo confesar, sin embargo —comentó Nikka—, que reaccionaste con mucha serenidad. Esperaba que los increparas.

—¿Serenidad? Me alegra que mi simulación haya sido tan convincente. Ahora pondremos manos a la obra, y no quería demostrarles que estaba preocupado. Adelántate y ve a cambiarte en la compuerta, ¿quieres?

Nikka lo miró con expresión perpleja.

—¿Para qué? Pensé que no continuaríamos nuestro turno.

—No lo continuaremos. Pero yo sospechaba que podría suceder algo semejante. Por eso insistí tanto para que nos suministraran una línea de comunicación directa con Alphonsus. Quiero transmitir todo este material —blandió el paquete de papeles que llevaba bajo el brazo—, y asegurarme que Alphonsus lo retransmitirá inmediatamente a la Tierra. Si utilizamos esa estación intermedia no creo que Valiera pueda impedirlo.

Nigel se detuvo en la angosta escotilla y miró cómo Nikka cruzaba la planicie en dirección a la imponente ruina. Ahora esta se hallaba circundada por un laberinto de huellas de neumáticos y por pilas caóticas de equipos. A lo lejos, un grupo de figuras que parecían pequeñas como muñecas trabajaba en una perforación. La puesta de sol lunar agigantó la sombra de Nikka. La blanca bola refulgente estaba clavada en el horizonte. Allí, pensó él, los vientos dormían eternamente. Nada se movía, si no era por obra de la mano del hombre. Una molécula de gas, expulsada por una válvula de descarga, podía recorrer diez mil kilómetros antes de encontrarse con una molécula de la misma fuente. En la Tierra, la distancia que separaba las colisiones era menor que la que podía captar el ojo humano. Ese era un lugar extraño, con diferentes escalas de tiempo y longitud. Si nadie las tocaba, las pisadas de Nikka sobrevivirían durante medio millón de años, hasta que quedaran borradas por la fina pulverización de partículas del viento solar. Contra el telón de fondo de semejante inmensidad, la disputa con Sanges y Valiera resultaba un hecho trivial.

Pero, por supuesto, esa impresión era falsa, se dijo. Él y Nikka sólo habían mostrado una punta del témpano, al hablar con esos dos. Las pruebas de una tentativa de comunicación, de manipulación, eran muy evidentes. Pero él había omitido mencionar las novas de Águila, la civilización de ordenadores… elementos que tal vez convergerían, con el transcurso del tiempo.

De modo que él y Nikka habían conspirado para perpetrar esa maniobra irreversible mediante la cual eludirían, provocativamente, la astuta red de Valiera. Podrían transmitir un cúmulo de información antes de que Sanges y Valiera se diesen cuenta, y quizás esto iluminaría algunos cerebros en la Tierra, desenmascararía la política empleada para manipular los restos de la nave abandonada en Marginis.

Quizá, quizá…

Nigel suspiró. Comprendió que ahora el conflicto debería estimularle, pero esa sensación se le escapaba. De Ícaro a Marginis, pasando por el Snark, había corrido en pos de algo que no atinaba a definir, de un elemento que sólo experimentaba como una apremiante tensión interior. Ese elemento le había convertido en un extraño dentro de la NASA. Se había trocado en una barrera transparente pero inamovible que se levantaba entre él y casi todos los demás. No podía entender a los otros, ni sondear sus motivaciones, y evidentemente los otros no comprendían en absoluto a Nigel Walmsley. Claro que había habido momentos, con Alexandría, y últimamente con Ichino y con Nikka, momentos en los que había irrumpido hasta la superficie de lo que él era, en los que había perdido la armadura constrictiva que Nigel Walmsley había forjado a lo largo de todos esos años, en los que se había liberado para remontarse hasta la cúspide. Y por supuesto había vuelto a caer inmediatamente, porque esos momentos pasaban en un abrir y cerrar de ojos, y sólo después tomaba conciencia de ellos. Porque tal era la naturaleza de aquellas situaciones: no se trataba de estados de análisis sino de nuevos mares de percepción. Mares, con sus propias mareas.

—Nigel —dijo roncamente el altavoz de pared. Era Nikka.

—Te oigo —respondió él después de pulsar el control de transmisión de la consola—. Despachemos ahora mismo el material.

—¿Piensas… piensas realmente que es…?

—Por favor. No te acobardes ahora.

—No me gustan las disputas políticas intestinas.

—Y yo no quiero ser tedioso, cariño, pero…

—Está bien, está bien.

Nigel marcó la clave de Alphonsus. Eso quedaría grabado en otras dependencias del edificio, en Comunicaciones. Si Sanges pasaba por uno de sus mejores momentos de astucia, probablemente le estaría vigilando desde Comunicaciones o, lo que era peor, ya habría interferido esa línea. De modo que todo se reducía a una cuestión de tiempo. Si conseguían pasar suficientes datos inéditos al grupo de Kardensky, y a los contactos que Nigel había cultivado allí, se produciría una gran conmoción. Si no, esa tramoya probablemente les costaría a él y a Nikka una patada en el culo y un viaje sin regreso a la Tierra.

—Ya empieza —anunció Nikka.

En la sala en penumbras los dispositivos electrónicos de factura humana lanzaban tranquilizadores destellos amarillos y anaranjados. Nikka cambiaba constantemente de posición con movimientos nerviosos. Las moles oscurecidas de los aparatos que la rodeaban permanecían mudas, pensativas, ominosas. Se dijo que su reacción era estúpida. No tenía ningún motivo para estar inquieta. Había trabajado muchas veces con la interfase del ordenador extraterrestre y esta operación no era distinta.

Se despejó mentalmente y puso manos a la obra. El dispositivo de transmisión podía leer el material electrónico con que lo alimentaba la memoria del ordenador extraterrestre o enfocar las copias que ya habían confeccionado. Ella y Nigel habían decidido despachar el primero y las segundas. Cogió un montón de papeles y fotografías y los apiló pulcramente en el alimentador del equipo. Sabía que probablemente sólo dispondrían de unos pocos minutos antes de que algún técnico de Comunicaciones recibiera la orden de cortar la transmisión. De modo que había que darse prisa. Nikka montó el tablero para el envío simultáneo de las copias y de los datos que procedían directamente de la memoria del ordenador extraterrestre. Una vez hecho esto, pulsó el último interruptor para despachar la señal.

Nigel había permanecido callado mientras ella completaba la operación. Empalmó la señal con la consola de Nigel. Él la vería pasar y podría cortarla si se producía algún contratiempo.

—Ahí va —dijo Nikka.

Oyó un gruñido de esfuerzo a sus espaldas.

—¿Qué cree que va a…?

Dio media vuelta. Sanges se desprendía trabajosamente del borde de plastiforme del túnel.

—Un trabajo de rutina —respondió ella, con voz aguda.

—No, no es eso —bramó Sanges. Consiguió zafar sus pies del túnel y se irguió. Bajo la luz mortecina parecía más corpulento de lo que Nikka creía recordar—. Usted y él… yo pensé que podrían…

—Escuche, estoy enviando a Alphonsus parte del material antiguo. —Nikka habló con un tono informal.

—No es eso lo que me parece a mí. Esa pantalla —señaló hacia donde las imágenes multicolores fluctuaban y danzaban rápidamente— está transmitiendo directamente desde el núcleo de la nave. No son datos archivados… son datos nuevos.

—Yo…

—Imaginamos que podría haber montado algo especial aquí dentro. Algo que introdujo después de su turno anterior. Pero esto…

—Le repito…

—Esto es una violación flagrante de las órdenes del Coordinador.

—¿Por qué no le llama, entonces? —Nikka habló con tranquilidad y retrocedió hacia la consola, con el corazón palpitante.

—¿Para que usted pueda transmitir todo lo que se le antoje mientras completo los trámites? ¡Ja!

—No entiendo qué…

Él arremetió bruscamente.

Nikka se volteó y descargó un puntapié a gran altura, con el talón desviado hacia fuera para amortiguar el impacto. Sanges recibió el golpe en el hombro y se ladeó con rapidez.

Después del puntapié Nikka cayó con excesiva fuerza y perdió el equilibrio. Sanges se abalanzó hacia ella. Nikka se colocó en posición y trató de recordar las lecciones de defensa personal que había recibido hacía mucho tiempo y muy lejos de allí.

—No sea ridícula —dijo Sanges.

—No lo sea usted.

—Me ocuparé de que ni usted ni Walmsley puedan volver a trabajar.

—Lo veremos.

—Se lo advierto.

—Ya lo he oído.

—Le ordeno…

—No tiene autoridad.

—Entonces…

La acometió. Mantuvo las manos bajas, con las palmas vueltas hacia arriba. Era evidente que se proponía atraparla en un abrazo mortal y apartarla de allí. Si conseguía llegar a los interruptores de la consola podría cortar la transmisión.

Nikka le volvió la espalda y levantó el codo.

Sintió que su brazo se clavaba en él con un chasquido reconfortante. Sanges boqueó, tratando de recuperar el aliento. Giró hacia el otro lado. Se detuvo. Se volvió nuevamente hacia ella.

Nikka retrocedió. Necesitaba espacio para maniobrar. Sintió que el borde de la consola se le clavaba en los riñones. Tiempo. Debía ganar tiempo. Los datos seguían saliendo. Pocos minutos más y…

—Escuche, Sanges. —Quizá podría asestarle una patada en los huevos al hijo de puta—. Escuche…

Sanges fintó hacia la derecha. Nikka se desplazó para cortarle el paso. Él se ladeó y se escabulló por la izquierda. Nikka se volvió para seguirlo. Sanges chocó violentamente con ella. Nikka trató de pegarle pero él se precipitó hacia delante y le inmovilizó los brazos. Cayeron juntos hacia atrás. Nikka se sintió despedida más allá de la barra protectora de la consola. Los pequeños interruptores de la terminal extraterrestre se le hincaron en la espalda. Estaban aplastando los delicados controles de alambre, pasándolos de la posición activa a la pasiva, movilizando nuevos elementos…

—¡Basta! ¡La estamos estropeando!

—Déjeme…

Sanges gruñó y manoteó el interruptor de corriente. Lo pasó a la posición pasiva. La pantalla que había sobre sus cabezas se oscureció.

—Listo —dijo Sanges—. Espero que entienda que la única responsable de todos los daños ha sido su…

—Mire —le interrumpió Nikka en voz baja, resollando.

Señaló la terminal extraterrestre. Algunos controles estaban iluminados, y parpadeaban en las sombras con destellos rojos, ciñéndose a una secuencia particular. Las luces danzaban y fluctuaban.

—Funciona sola.

—¿Una fuente de energía interior? —jadeó Sanges, con el rostro congestionado.

—Seguramente. Hemos hecho algo que ha activado…

Los puntos amarillos giratorios latían, titilaban, latían.

—Está en marcha un programa muy complejo —manifestó Nikka—. No se trata de una simple recuperación de datos individuales. Es una secuencia activa de naturaleza desconocida…

Una lámpara que brillaba tenuemente atrajo su atención.

—La línea de entrada de Nigel sigue funcionando. Aún puede leer esto.

—Ya no. —Sanges estiró la mano y cortó la conexión. La lámpara continuó encendida. Sanges agitó el interruptor en una y otra dirección—. Qué curioso —murmuró—. Algo ha sucedido.

Cayó el silencio en el compartimiento oscuro, que ahora sólo era iluminado por el conjunto parpadeante y fluctuante de luces de la consola extraterrestre. Cada elemento electrónico de estado sólido brillaba fugazmente y luego se extinguía por un instante, siguiendo un ritmo nervioso.

—Nigel recibe este mensaje, cualquiera que sea, y no podemos cortarlo —dijo Nikka—. No podemos detenerlo. —El frío espacio rancio que los rodeaba devoró sus palabras.

Nigel había apagado todas las luces de la sala para mejorar el contraste mientras controlaba el material que transmitía Nikka. Se introdujo en el semicírculo de la consola, circundado por los brazos laterales de plastiforme, con la cubierta baja hasta la profundidad máxima. Empezó la serie de Nikka. Nigel se inclinó y vigiló el flujo de datos. Las imágenes se materializaban y se borraban con un ritmo vertiginoso. Tres tomas distintas de la rata gigantesca. Molinetes giratorios anaranjados y azules. Fotos antiguas de la Tierra. Cadenas moleculares. Configuraciones químicas. Las criaturas hirsutas, bamboleantes. Los seres de los uniformes de goma. Cartas celestes, índices. Datos. Nigel los rastreaba a toda velocidad, verificando mentalmente cada categoría a medida que los materiales brotaban de la memoria y eran despachados sobre alas electrónicas rumbo a Alphonsus, a la Tierra, a Kardensky, a la libertad.

La pantalla brincó. Se paralizó.

Escupió una secuencia de puntos, líneas, ondulaciones…

… Nigel lo interpretó al principio como un anónimo espacio vacío. Lo escudriñó fijamente. Algo que vio le hizo estremecer.

Frunció el ceño. Apartó los ojos. Trató de mirar en otra dirección. Y descubrió que no podía.

Le acometió desde la pantalla como un alarido vibrante, coloreado como una ampolla verde moteada que se dilataba hacia él.

Le azotó en la cara y Nigel Walmsley se desintegró.