S
alieron a caminar, trepando por las faldas de las colinas, resbalando sobre el polvo desmenuzado. Nigel quería ver la Tierra y no se había dado cuenta, hasta llegar allí, de que el nombre del Mare Marginis era el más apropiado, porque desde la Tierra se divisaba sobre el borde mismo de la Luna, mostrando sólo un tercio de su superficie. Para ver la Tierra tuvieron que escalar una sierra escarpada. A Nikka le preocupaba que el ejercicio la agotara, mas no había contado con su entrenamiento. Nigel jadeaba sin cesar pero no acortó el paso hasta llegar a la cima.
—Maravilloso —dijo él, y se detuvo con las manos apoyadas sobre las caderas. Su voz brotaba de la radio del uniforme con un sonido ronco.
—Sí. Veo mi ciudad.
—¿Dónde?
—Yokohama. Allí.
—Es verdad. Y ahí está el oeste de Estados Unidos.
—Nubes sobre California.
—Pero no sobre Oregón.
—¿Dónde está tu amigo Ichino?
—Sí. Me pregunto por qué no he recibido noticias suyas.
—Hummm. Desde aquí ni siquiera se ve el gigantesco cráter de la explosión. Qué curioso. Pero dime, ¿no es demasiado pronto aún para esperar resultados?
—Quizá sí. También es posible que se haya quedado aislado por la nieve.
—Al fin y al cabo, él tampoco ha recibido noticias tuyas.
—Es cierto. Hemos estado demasiado ocupados.
—Y censurados.
—Has puesto el dedo en la llaga —asintió él con una risita seca.
—Es imposible eludir la censura.
—No estoy tan seguro de eso.
—Oh. ¿Cómo?
—Se me ha ocurrido que podemos establecer una línea de comunicación hermética entre nosotros y Kardensky.
—Será difícil.
—Pero no imposible. Quizá podamos hacerla pasar por otro lugar.
—¿De la Tierra?
—No, de aquí. En la Luna. ¿Qué te parece la Base Hiparco?
—No es más que una avanzada. Cuando descubrieron el depósito de hielo en Alphonsus, Hiparco se convirtió en un lugar de segunda categoría.
—Hummm —murmuró Nigel, y se calló—. Mírala —dijo por fin—. La Tierra. Flotando allí como un ángel independizado de todas las religiones.
—Cuidado. Bautízala así y los Nuevos Hijos reclamarán la paternidad de la idea.
—No lo dudo. Esa es su táctica.
—¿Por qué no se conforman con un mundo por vez? ¿Por qué se entrometen aquí?
—Les gusta manosearlo todo. El poder, ¿sabes?, es una droga que produce adictos.
Contemplaron su planeta, la mitad del cual asomaba sobre el horizonte moteado. Nikka arrojó una piedra por la ladera calcinada. El único ruido fue el ronroneo del aire que circulaba por sus trajes.
—Es increíble —comentó Nigel vehementemente—. Nadie se ha dado cuenta, pero esta será la primera auténtica colonia lunar. Siempre habrá una legión de científicos hurgando en la nave accidentada, década tras década.
—Las ciudades cilíndricas ya tendrán ya su propia base. Probablemente más grande.
—¿Te refieres a su cañón electromagnético? Si al fin lo construimos.
—¿No crees que lo construirán ellas?
—Quizá. Ciertamente, los medios están entusiasmados con la idea.
—¿No deberíamos estarlo nosotros?
—Oh… —Nigel se encogió de hombros y entonces se dio cuenta de que su movimiento había pasado inadvertido dentro del traje—. Probablemente. Admito que las ciudades cilíndricas serán buenos centros industriales. Y absorberán la luz del sol y después reducirán la energía a microondas. Conversión fotovoltaica y todo lo demás. Eso será muy útil… ya sabes que están clausurando las plantas de licuado de carbón, ahora que se ha comprobado que el benzopireno es cancerígeno. Los europeos están desesperados otra vez ante la necesidad de conseguir fuentes de energía.
—¿No pueden comprar suficiente combustible de alcohol? Este año Brasil tendrá una extraordinaria cosecha de caña de azúcar.
—No basta. No pueden, ni con mucho, satisfacer la demanda mundial.
—Entonces será mejor que construyamos ciudades cilíndricas y más colectores solares lo antes posible.
—Hummm, sí, supongo que sí. Pero no es esa la razón por la cual le pasan el plumero a la idea de la comunidad espacial y la sacan a la luz.
—¿Cuál es, entonces?
—Los Nuevos Hijos. Creo que la usan como cortina de humo.
—¿Una cortina de humo? ¿Para qué?
—No para qué, sino contra qué. Contra nosotros. Para desviar la atención y el capital de este programa.
—Oh. ¿Estás seguro?
—No. —Nigel le pegó un puntapié a una roca. Miraron cómo rodaba cuesta abajo, levantando una nube plateada de polvo a su paso, una estela que se remontaba y caía con espectral placidez—. No, eso es lo malo. Sólo puedo basarme en conjeturas, pero sí sé que las comisiones del Congreso no dan prioridad, súbitamente, a grandes presupuestos de gastos, sin que haya una buena razón para ello. Algo pasa.
—Me siento muy cándida.
—No debes sentirte así. Verás, los juegos que se desarrollan en la cúspide no son más que eso: juegos. La política, las relaciones públicas, la agresividad, el histrionismo… Todas estas palabras se han convertido en sinónimos.
—La competencia es entretenida.
—Por supuesto. «Este espectáculo se lo debéis al milagro de la testosterona». Pero tiene que haber algo más. Algo más que un juego improductivo.
—¿Fue por eso por lo que nunca ascendiste a las jerarquías superiores? ¿Para poder utilizar libremente tu influencia en favor de lo que realmente querías… para venir aquí y volverle la espalda a todo lo demás?
—¿Eh? —El tono de Nikka lo tomó por sorpresa—. ¿Volver la espalda? No, mira… mira tu planeta de sorbete. Aquí estamos, tan lejos. Más allá de nosotros no hay nada, excepto la noche. Y el espectáculo que domina el cielo sigue siendo la vieja y condenada Tierra. ¿Volver la espalda? Seguimos mirándonos a nosotros mismos.
Esa noche, después de una sesión extenuante frente a las consolas, ella volvió a la habitación de Nigel. Este intuyó que su copulación tenía una mayor dosis de desesperación. Sintió que la abrazaba con feroz energía, y se preguntó por qué se comportaba así. Sus movimientos sedosos, tan eléctricos, tenían vida propia. Visto como un acto estereotipado, ese era, desde una perspectiva intelectual, un lento bombeo de órganos tumefactos y viscosos, insensibles a lo etéreo. Un desprenderse del limo primigenio con espasmos involuntarios. Pero más allá de esto había una dimensión de regocijo, de regocijo airoso, con una presión quemante que le despojaba de su cómodo caparazón de formalidades. Se desarrollaba en un espacio esférico tan vehemente que las personas debían entrar por parejas: casi nadie estaba en condiciones de afrontarlo a solas.
Sin embargo, aún tumbado en el lugar donde convergían todas las líneas de Nikka, con la cabeza acunada entre sus muslos, Nigel sintió que se alejaba progresivamente de ella, del momento rampante, para replegarse entre los enigmas que le corroían la médula. Junto a Nikka experimentaba una paz abúlica, una sensación que no había vuelto a encontrar desde los tiempos de Alexandría, pero la tensión desquiciante perduraba, la doble atracción hacia esa mujer y hacia la nave caída que descansaba fuera, como si ambos fueran eslabones de un círculo invisible. Hurgó en esos pensamientos y en el nudo que formaban dentro de él, y se durmió instantáneamente, con las fosas nasales impregnadas por el almizcle salado de Nikka, con los brazos pesados y torpes como si hubieran sostenido un peso también invisible.
Se despertó en mitad de la noche. Hizo grandes esfuerzos para deslizarse fuera de la cama sin despertarla, y encendió la lamparilla de lectura del rincón.
El cúmulo de materiales que le había enviado Kardensky era imponente pero lo abordó sistemáticamente, leyendo a la mayor velocidad posible. Los misterios del pasado tenían la fastidiosa costumbre de escabullirse precisamente cuando él trataba de capturarlos. Era mucho lo que sabían, pero generalmente se trataba de una compilación de datos cuyas correlaciones sólo estaban implícitas. Una cosa era encontrar una gran variedad de herramientas, casi todas de piedra, talladas o pulidas para un uso determinado. Pero otra muy distinta era forrar ese esqueleto con carne. ¿Cómo deducir una forma de vida de un trozo de pedernal desconchado?
Casi lamentaba no haber prestado más atención a esos temas en la universidad, en lugar de haberse limitado a memorizar los apuntes inmediatamente antes de los exámenes.
Abundaban las disertaciones y los datos sobre los monos, pero había pruebas rotundas de que los antepasados prehumanos del hombre no se parecían, ni por su aspecto ni por su comportamiento, a los grandes primates modernos. El solo hecho de que Fred sea tu primo no implica que estudiando sus hábitos puedas aprender mucho acerca de tu abuelo. Todo estaba tan entretejido, era tan denso. Existía un fárrago de teorías y de mecanismos de prueba que aparentemente explicaban la naturaleza del hombre: la caza mayor, el fuego, y después la selección que favorecía a los poseedores de mayores cerebros. Y esto implicaba la dependencia prolongada de niños y mujeres, la pérdida del estro para que las mujeres siempre estuvieran disponibles e interesadas, los comienzos de la familia, de los tabúes, de la tradición. Todos estos eran factores, hilos de la malla.
Los monos de los templos hindúes son generalmente pacíficos cuando están en la selva. Pero apenas se convierten en animales domésticos y se acostumbran a vivir en los templos, se multiplican libremente y forman grandes contingentes. Cuando un contingente tropieza con otro, tiene un acceso de cólera feroz y lo ataca. Son animales que disponen de tiempo libre: al verse privados de la necesidad de cazar han inventado la guerra. Igual que el hombre.
Nigel suspiró. Las analogías con los animales eran muy interesantes, ¿pero acaso el hombre había seguido la misma trayectoria? En verdad, el hombre era la presa más astuta del mundo. La guerra siempre había sido más excitante que la paz, los ladrones más excitantes que los policías, el infierno más excitante que el cielo, Lucifer más excitante que Dios.
Cuando les preguntan por qué viven en grupos pequeños, los bosquimanos de Kalahari responden que temen a la guerra.
Tribus, clanes, pactos. África el caldero, África el crisol. El desfiladero Olduvai. La planicie Serengeti. La Gran Fisura que circundaba el planeta, la costura de un balón gigantesco, que sajaba, retorcía, convulsionaba, las llanuras secas y polvorientas de África. Terremotos y volcanes que forzaban la migración y empujaban al cazador en busca de su presa.
Algunos afirmaban que ahí se había gestado el ritual: el gran sosiego que nace del hecho de repetir algo una y otra vez, con cada operación minuciosamente especificada. El canto adormecedor, reconfortante, los pasos estipulados de la danza, que crean un sistema en el que todo es seguro, regular, un universo de bolsillo para sustituir el mundo exterior incierto e imprevisible.
El seco chasquido que producía al volver las páginas, a medida que leía, turbaba el silencio. Hojeó rápidamente un análisis del ritual como medio de cohesión social. «Correr, vivir, saltar, bullir». Nigel lanzó una risita amarga. «Sólo una vez y al unísono. Alegre cantar eterno amar».
Hizo una mueca.
La cuna: una planicie seca, de color pajizo, con matorrales dispersos, conglomerados de color verde oscuro cerca de las marismas y los pozos de agua, la larga franja sinuosa de verde que bordea el curso de un riachuelo. El lenguaje de la piel, de los cuernos, las garras, las escamas, las alas. La lógica serena de los aguzados dientes amarillos y los garrotes romos. Una criatura que marcha erguida, encabezando un contingente desarrapado. La quijada y la boca salientes, un atisbo de hocico. La frente baja y la nariz chata. Trepa a los árboles, busca agua, aprende y recuerda.
Razón y asesinato. El suculento y maligno olor de la carne.
Las mujeres, que durante la cacería se quedaban rezagadas para recolectar raíces y bayas, prefieren ahora las verduras y las frutas y las ensaladas. En el restaurante del hombre el menú está compuesto de chuletas gruesas y rosbif poco cocido.
Una calavera, de trescientos milenios de antigüedad, con rastros evidentes de un asesinato. Pero con semejante tensión acumulada, con tanta rivalidad, ¿cómo se explica que los hombres se hayan decidido a cooperar? ¿Por qué emergieron de la cuna ensangrentada de África, convertidos en los productos de una formato talmente nueva de evolución? Del Ramaphithecus al Australopitecus Africans al Homo Erectus al Neanderthal al Walmsley, la letanía que debía explicarlo todo y que en verdad no decía nada acerca del gran misterio: por qué había sucedido lo que había sucedido.
Los genes, el empuje bruto de las circunstancias, la máquina sin remordimientos de Darwin. La flexibilidad. La complejidad de las estructuras indiferenciadas del cerebro, decían. Células nerviosas con interconexiones sutiles que no estaban prefijadas a la hora de nacer, pero que han sido configuradas por la experiencia.
Manos, ojos, postura erguida. Un chimpancé macho excitado desgaja una rama de un árbol, la blande, se alza sobre dos pies y se la lleva a rastras. Otro chimpancé lo sigue, chillando entre los árboles, arrancando ramas y agitándolas. Saltan entre las hojas verdes y aterrizan en un claro, corriendo unos metros por la hierba mustia. Es una exhibición, una celebración colectiva.
Inferencia, deducción, evidencia circunstancial. Un chico de unos dieciséis años yace sobre el flanco derecho, con las rodillas ligeramente replegadas y la cabeza apoyada sobre el antebrazo, como si durmiera. Parece pequeño en el fondo de la zanja oscura. Una pila de fragmentos de pedernal forma una almohada de piedra bajo su cabeza y cerca de su mano descansa un hacha de piedra bellamente tallada. También hay costillas asadas y patas de antílope, envueltas en hojas: el chico necesitará alimentos en el país de los muertos.
Círculos y animales dibujados sobre los muros, rostros y guijarros embadurnados con arcilla coloreada. El arte sigue a la religión, por lo menos hace cien mil años. Animales domesticados, las legiones auxiliares de perros y gatos y ganado. Y siempre la ansiedad, el ímpetu expansivo, la agresión, la guerra.
El hombre preferiría matarse antes que morir de hastío. Por tanto… las novedades, los juegos de azar, la exploración, el arte, la ciencia…
—¿Qué… mmm… haces? —preguntó Nikka. Lo miró con expresión adormilada.
—Estudio. Busco pistas.
Nikka apartó las sábanas a un lado y se quedó mirando el techo. Inhaló profundamente, para despejarse, y se sentó. Su cabello negro se onduló y cayó despacio en la escasa gravedad.
—Fue estupendo.
—Hummm.
—Nunca había disfrutado tanto, ¿sabes?
Él levantó la vista.
—¿Cómo?
—Bien, me siento mucho más distendida. Supongo que hay amoríos y amoríos.
—Es cierto —murmuró Nigel, distraído—. Dios se vale del sexo para reírse de los ricos y los poderosos, como dijo Shaw o Wilde o no sé quién.
—No somos ni lo uno ni lo otro.
—Sí. —Nigel continuó leyendo.
—Bueno, supongo que no sé realmente cómo expresar…
Nigel dejó sus papeles a un lado y sonrió.
—No es necesario que lo hagas. Verás, es demasiado temprano para juzgar las cosas. Y a veces se aprende más zambulléndose en la vida que disecándola.
—Yo… oh.
—¿Lo entiendes?
—Un poco.
—Hummm. Bien. —Nigel volvió a coger sus notas.
—¿No tienes un interruptor que te haga suspender el trabajo?
—Sí —murmuró él con tono distraído—. Está en la punta de la verga.
—Ya lo he probado.
—Oh, ámame, ama mi fanatismo.
—Muy bien. —Nikka dejó escapar un fuerte suspiro—. Me doy cuenta de que no hay nada que hacer con el romance. Nunca he visto a alguien que trabaje tanto. Los otros no…
Nigel resolló.
—Ellos no tienen una pista acerca de lo que importa.
—Y tú sí.
—Quizá. Hay muchas cosas con las que aún quiero llenar mis sinapsis envejecidas. Escucha. —Se meció hacia delante, entrelazando las manos—. Está claro que quien pilotó esta nave sabía muchísimas cosas acerca de nuestros antepasados. Debían de estar realizando alguna operación aquí, porque de lo contrario, ¿cómo se explica que hayan aprendido tanto? ¿Y por qué no estudiaron también a los delfines, que son inteligentes? Aunque la suya sea una inteligencia muy distinta de la nuestra.
Nikka se puso una de las camisas de Nigel y se sentó junto a él.
—Muy bien. Jugaré tu juego. Quizás era más fácil hablar con nosotros.
—¿Porqué?
—Bueno, ellos debían de parecerse un poco a nosotros. En los restos de esta nave hay muchas cosas que podemos entender. Su tecnología no es totalmente misteriosa. Debían de tener algunas formas sociales semejantes a las nuestras. Incluso debían de conocer la guerra, a juzgar por su pantalla defensiva y su sistema de ataque.
Nigel hizo un lento ademán afirmativo.
—Además, alguien recogió a los sobrevivientes de esta catástrofe, porque de lo contrario habríamos encontrado algún rastro de sus cadáveres.
—De modo que hubo algo más que una expedición de una sola nave.
—Tal vez. Es difícil determinarlo. Medio millón de años es un larguísimo período de tiempo. Ni siquiera podemos saber con certeza muchas cosas acerca de cómo era nuestra propia vida hace medio millón de años. ¿Cómo domesticábamos los animales? ¿Cómo evolucionó el sistema familiar y cómo salimos de los bosques a la pradera? ¿Cómo aprendimos a nadar? Diablos, los monos se resisten a cruzar un río de más de medio metro de profundidad o diez metros de ancho. Sin embargo, todo eso ocurrió muy rápidamente.
Nikka se encogió de hombros.
—La evolución forzosa. La gran sequía de África.
—Sí, esa es la historia de siempre. Pero todo esto —abarcó el entorno con un ademán—, las bases lunares, la ciencia y la tecnología y la guerra y las ciudades. ¿Todo esto refleja una consecuencia de la caza mayor? Me parece poco verosímil. Escucha esto.
Cogió un pequeño magnetófono y lo apoyó en su rodilla.
—Mantendré el volumen bajo para no despertar a los demás. Es un himno guerrero de Nueva Caledonia. Forma parte del envío de materiales antropológicos. Supongo que Kardensky pensó que lo encontraría divertido, porque cree que mis gustos en materia musical van en este sentido.
La cinta grabada se puso en marcha. Empezó una larga canción monótona, sonora y profunda y casi gritada al compás de los tambores. La entonaban con sentimiento pero con una extraña falta de modulación. No había un ritmo sostenido, sino sólo ocasionales suspensiones fortuitas de cadencia que parecían interrupciones. Un opaco ruido grave llenó la habitación. Durante un rato los intérpretes cantaron al unísono y sus voces y el retumbar del tambor parecieron adquirir fuerza e intención. Después el ritmo volvió a quebrarse.
—Sobrecogedor —comentó Nikka—. ¿Qué pueblo cantaba esto?
—La sociedad humana más primitiva que conocemos. O que conocíamos… Esta cinta fue grabada hace cuarenta años y desde entonces la tribu se ha desintegrado. Son los perdedores… los individuos que no se adaptaron a la formación de grupos cada vez más numerosos y a los mejores sistemas para guerrear y fabricar herramientas. Parecían carecer de un elemento de agresividad que las sociedades «triunfantes» como la nuestra exhiben en exceso.
—¿Por eso han desaparecido?
—Supongo que sí. En alguna época lejana todos debimos ser como esas tribus, pero algo hizo que cambiáramos. ¿Y qué fue ese algo? La evolución, dicen los científicos. Dios, piensan los Nuevos Hijos. Ojalá yo lo supiera.
La fatiga los venció.
Nigel murmuró las buenas noches y se durmió enseguida. Pero Nikka permaneció despierta. Se quedó mirando la oscuridad y la monótona y deshilvanada melopea siguió dando vueltas por su cabeza.
Tuvieron que suspender durante dos días la exploración de la nave cuando todo el personal sumó sus esfuerzos y completó la instalación de los sistemas de sustentación vital. Nigel y Nikka trabajaron en las burbujas hidropónicas, inmensas cavernas excavadas con vaporizadores nucleares en la roca lunar. Sellaron las paredes resquebrajadas, embadurnándolas con una crujiente tintura roja que adquiría una dureza aceitosa al secarse. Al terminar el segundo día, Nigel estaba dolorido por los esfuerzos, y un músculo lacerado de su espalda le hacía cojear. Abandonó el festejo espontáneo que se desarrollaba en el refectorio y volvió a la sala de consolas. Nikka notó su ausencia y lo siguió. Lo encontró dormitando en el sillón, con el rostro oculto por las sombras que proyectaban las titilantes luces verdes.
—Deberías dormir en casa.
—He venido a reflexionar.
—Ya me he dado cuenta.
—Hummm. Allá no exhibía un ingenio deslumbrante, ¿verdad? El interludio en la burbuja hidropónica me dejó extenuado.
—No deberías haberlo hecho. Valiera se eximió y no es más viejo que tú.
Nigel amenazó con el dedo a un rival imaginario que estaba en ese recinto frío y estratificado.
—En eso te equivocas. Nada le gustaría más a Valiera que tener una prueba de mi incapacidad física para… ¿cómo se dice habitualmente…?, «aportar todos mis esfuerzos al trabajo común». No, debo cuidar mucho los detalles. Pueden resultar fatales.
—Deberíamos tener más personal, para no vernos obligados a… bueno, supongo que no importa. Sin embargo, me gustaría contar con uno o dos especialistas estables, para que nos respalden. En disciplinas como la antropología cultural, por ejemplo —dijo Nikka.
—Eso es demasiado prosaico —murmuró Nigel.
—¿Porqué?
—Aquí hay cosas más importantes que están en juego.
—Hasta ahora todo parece muy inocuo.
Nigel resopló, con una especie de risa brusca.
—Quizá.
—Pero tú no crees que sea así.
—Es sólo una conjetura.
—¿Sabes algo que yo ignoro?
—Lo que importa no es lo que sabes. Se trata de los nexos.
—¿Por ejemplo?
—¿Has leído el estudio sobre el Snark?
—Casi todo. No había muchos datos.
—Nunca los hay en el campo de la investigación, por lo menos hasta que ya has resuelto el problema. No, me refiero a su trayectoria inicial.
—No sabía que la conocíamos.
—No con precisión. Tenía orden de borrar sus huellas. Pero algunos científicos trazaron una proyección en sentido inverso, utilizando como puntos de referencia sus diversos sobrevuelos planetarios, y determinaron con bastante aproximación su trayectoria.
—¿La porción del cielo de donde provenía, quieres decir?
—Sí. El viejo Snarky partió de la constelación Águila. Se trata de un grupo de estrellas que ha sido bautizado así por su forma. Entre ellas se cuenta Altair.
—Fascinante —respondió Nikka secamente.
—Espera, esto no es todo. Estudié los antecedentes de Águila, remontándome unos años atrás. En el Star Atlas de Norton verás que entre 1899 y 1936 hubo veinte novas bastante brillantes, distribuidas por todo el cielo. Son estallidos de estrellas.
—Hummm.
—Cinco de ellas fueron localizadas en Águila.
—¿Y bien?
—Águila en una constelación pequeña. Abarca menos de la cuarta parte de un uno por ciento del cielo.
Nikka levantó la vista con renovado interés.
—¿Alguien más lo sabe?
—Supongo que sí. Un individuo llamado Clarke lo hizo notar en una ocasión… Yo encontré la mención.
—¿Novas de grandes dimensiones?
—Respetables. La nova de Águila de 1918 fue una de las más brillantes de las que se tiene noticia. Sólo en 1936 hubo dos novas en Águila.
—¿De modo que el Snark estaba haciendo de las suyas?
—El Snark no. Estoy convencido de que no es más que una nave de reconocimiento.
—¿O un pointer?
—¿A qué te refieres?
—Un perro pointer. Uno de esos que señalan la perdiz.
—Carajo. —Nigel se quedó inmóvil—. No lo había pensado en esos términos.
—Es posible.
—Diablos, claro que lo es. El Snark no tenía por qué conocer las intenciones de quienes lo habían diseñado.
—De vez en cuando sí les comunica sus descubrimientos.
—Y ellos… utilizan la información.
—No es más que una suposición —se apresuró a decir Nikka—. Esas novas… ¿a qué distancia estaban?
—Oh, a distancias variables —respondió Nigel distraídamente—. Lo importante es que todas estaban sobre el mismo vector, vistas desde aquí. Como si la causa se desplazara hacia nosotros.
—Nigel, es sólo…
—Lo sé. Es sólo una suposición. Pero… encaja.
—¿Con qué encaja?
—Con los restos que hay fuera. —Hizo un ademán enérgico—. Unos seres vivientes vinieron aquí, en un pasado remoto. La nave transportaba lo que el Snark denominó formas orgánicas, y no superordenadores.
—Animales, creo que dijiste.
—Sí, el Snark también nos llamó animales. Sin intención de insultarnos. Nos consideraba especiales.
—¿Por qué?
—Para empezar, somos inusitados. Dijo que casi toda la vida es vida mecánica. Y nosotros pertenecemos…
—¿A qué pertenecemos?
Nigel se sintió curiosamente incómodo al emplear la expresión.
—Al universo de las esencias.
—¿Qué significa eso? He leído tu resumen secreto, pero…
—No tengo la menor idea acerca de lo que suma todo esto.
—Entonces los seres que viajaban en la nave accidentada también pertenecían al universo de las esencias. Vinieron a buscar algo.
—O a dar algo.