S
e despertó, mirando un cielo de color gris acero inflamado por la aurora.
Se despertó solo.
El ente se había ido. La débil presión tremolante había parecido cabalgar detrás de sus ojos. Ahora Nigel sólo sentía la hueca ausencia de algo que apenas podía recordar.
Se sentó en su saco de dormir, experimentó un vértigo zumbante y se volvió a tumbar. Un lagarto cornudo se inmovilizó sobre una peña próxima y luego, al intuir su distensión, huyó velozmente.
Había dos lugares, pensó, donde la gente se sentía más próxima al principio de las cosas. El océano, con su memoria salada de los orígenes. Y el desierto… blanqueado, tallado, girando bajo una llama amarilla: un lugar reducido a la arista descarnada. Y sin embargo estaba vivo merced a una fina urdimbre de seres. Quizá por eso el ente había querido ir allí.
Recordó haber comprado la mochila, el saco de dormir de plumón y las botas en una tienda de Ciudad de México. Recordó el breve vuelo hasta la meseta desértica. Recordó haber caminado.
Y entrevió algo detrás de sus recuerdos…
Había estado a gran altura, contemplando un damero liso de cosas, de categorías y sistemas y formas coordinados que se extendía a sus pies.
Se había observado a sí mismo. Había visto a un ave refugiada en una planta de mezquite. Había estudiado la primera capa: Ave. Alas. Un marrón lustroso. Familia orden-clase-género-especie.
Había estudiado la segunda capa: Vuelo. Movimiento. Impulso. Análisis.
Y había descubierto por fin que la forma en que él filtraba el mundo tenía una esencia. Que más allá del filtro se extendía un océano. Un desierto.
Que el filtro era lo que significaba ser humano.
Había algo más, algo más vasto. Le llegó a dar un manotazo pero… se le escapó. Vislumbró la trama de algo… y entonces se esfumó.
Nigel parpadeó. Estaba tumbado sobre una cornisa de roca desgastada, con el cuerpo acariciado y entibiado por el saco de plumón. Junto a él la colina irradiaba un resplandor suave y dorado; el horizonte estaba desbordante de luz.
¿Qué había aprendido?, se preguntó. Desde un punto de vista práctico, nada. Había columbrado aspectos, matices, pero nada concreto. El ente había venido. Le había suministrado un cierto apoyo durante las horas lúgubres de Ciudad de México (¿había fluidificado realmente la ventana? ¿Había pensado en saltar?). Y el ente se había ido, se había escurrido en la noche.
Nigel frunció el entrecejo, se relajó. Le dolían las pantorrillas después de tanto caminar. Su estómago emitía gorgoteos de hambre. Estiró la mano hacia la mochila y extrajo una tableta de fruta seca. Su saliva humedeció el bocado y el sabor de fresas le impregnó el paladar.
¿Qué era eso? Después de tantas peripecias, Nigel aún no sabía nada útil acerca del ente extraño. Ni hechos ni datos. Es imposible interrogar a un fantasma.
Masticó, mirando el cielo cada vez más lleno de luz. Alexandría, Shirley… ahora todo eso había quedado atrás. Era curioso, hasta qué punto se podía estar unido a alguien, cuánto había creído amar a Shirley. Ahora, después de todo lo que ella había hecho, sólo le quedaba un recuerdo opaco, agrio.
Y los interrogantes. ¿Había amado realmente a Shirley o esa no había sido más que otra ilusión? En toda su vida sólo había estado seguro de Alexandría. Y ella había muerto. Merced al Snark había tenido un atisbo de ella, durante un tiempo. Quizás una fracción de ella, una sombra, perduraba en el Snark.
Se sonó la nariz con un pañuelo. Retiró la tela manchada de sangre. El aire nocturno le había resecado las vías respiratorias.
Nigel sonrió. ¿La sangre era una señal de vida? ¿O de muerte? La ambigüedad afloraba por todas partes.
Y sin embargo… anhelaba respuestas. Necesitaba saber. De su mundo anterior sólo subsistía un fragmento: el Snark. Allí debía ir. La NASA y Evers serían el punto de partida hacia el espacio. Y habría otros, otros que le ayudarían. Sabía que en la NASA opondrían alguna resistencia, sobre todo después de la estratagema a la que había recurrido para enviar la primera señal al Snark. Nigel Walmsley, el astronauta loco. Pero superaría ese obstáculo.
Se frotó los ojos, alisando el laberinto de arrugas. Lo que necesitaba, después de los dos días que había pasado con el ente-detrás-de-los-ojos, era compañía humana. El simple contacto de su propia especie. Y necesitaba ayuda para negociar con la NASA. Pero sobre todo, compañía humana.