Muchos años más tarde, después de que su padre Abd Muhammad alMalik muriera envenenado, Zayn —todavía rengueando por la herida que Dorian le había infligido— ascendió al Trono del Elefante de Omán. Uno de sus primeros actos como califa fue enviar a su hermano Abú Baker a buscar y capturar a Dorian y Yasmini. Cuando aquél encontró a los amantes, se produjo una terrible batalla en la que Dorian le dio muerte. Los enamorados habían escapado una vez más de la venganza de Zayn para reunirse con Tom. De todas maneras, Zayn al-Din seguía sentado en el poderoso Trono del Elefante y seguía siendo califa de Omán. Ambos amantes sabían que nunca estarían totalmente libres de su odio.

Sentada junto al fuego del campamento en aquellas salvajes y deshabitadas costas, estiró la mano para tocar a Dorian. Fue como si él le hubiera leído los pensamientos, pues le tomó también la mano y se la sostuvo con firmeza. Ella sintió que la fuerza y el coraje pasaban de él a ella como la balsámica influencia del kusi, el buen viento del océano Índico.

—Contadnos —ordenó Dorian a sus capitanes—. Queremos saber todo acerca de los importantes acontecimientos en Muscat. ¿Sabéis algo del califa Zayn al-Din?

—Todo lo que sabemos se refiere a él. Alá es testigo de lo que digo, Zayn al-Din ya no es califa de Muscat.

—¿Qué es lo que dices? —reaccionó Dorian—. ¿Finalmente Zayn ha muerto?

—No, mi príncipe. Un espíritu maligno es difícil de matar. Zayn al-Din sigue vivo.

—¿Dónde está entonces? Tenemos que enterarnos de todo este asunto.

—Discúlpame, effendi. —Batula hizo un gesto de profundo respeto, tocándose los labios y el corazón—. Hay alguien en tu compañía que conoce todo este asunto mucho mejor que yo. Viene de lo más íntimo de Zayn-Aldín, y alguna vez fue uno de sus más fieles ministros y confidentes.

—Entonces no es amigo mío. Su amo ha tratado en muchas ocasiones de matarnos a mí a mi esposa. Fue Zayn quien nos envió al exilio.

Él es mi enemigo mortal y tiene un juramento de venganza de sangre contra nosotros.

—Todo esto lo sé muy bien, señor —replicó Batula—, pues he estado contigo desde aquel feliz día en que el hombre que entonces era califa, tu padre adoptivo al-Malik, me convirtió en tu portalanza. ¿Te olvidas que estuve a tu lado cuando capturaste a Zayn al-Din en la batalla de Must y lo ataste detrás de tu camello para arrastrarlo como traidor para alimentar la ira y la justicia de al-Malik?

—Eso jamás lo olvidaré, como tampoco he de olvidar tu lealtad y los servicios que me has brindado en todos estos años. —La expresión de Dorian se volvió triste—. Es una lástima que la ira de mi padre durara tan poco y que su justicia fuera ampliamente atemperada por su misericordia. Pues pronto perdonó a Zayn al-Din y lo abrazó otra vez contra su pecho.

—¡Por el sagrado nombre de Dios! —La indignación de Batula igualaba a la de su amo—. Tu padre murió debido a esa demostración de misericordia. Fue la afeminada mano de Zayn la que sostuvo la copa envenenada que llevó a sus labios.

—Y su gordo trasero fue el que se sentó en el Trono del Elefante cuando mi padre desapareció. —Las hermosas facciones de Dorian fueron maradas por una expresión de fiereza—. ¿Y ahora me pides que acepte en mi campamento al favorito y ministro de ese monstruo?

—No es así, Alteza. Digo que este hombre fue alguna vez todas esas cosas para Zayn al-Din. Pero ya no. Como todos quienes lo conocen bien, también se hartó en su corazón de todas las monstruosas crueldades de Zayn al-Din, él fue testigo de cómo Zayn destrozó los tendones y el corazón de la nación hasta convertirlos en hilachas. Fue testigo impotente cuando Zayn alimentaba a sus tiburones mascota con la carne de hombres buenos y nobles, hasta que les era imposible seguir flotando. Trató de protestar cuando Zayn vendió sus derechos de nacimiento a la Sublime Puerta, a los ranos turcos de Constantinopla. Al final, él fue uno de los principales conspiradores en el complot contra Zayn que derribó su trono y lo expulsó por las puertas de Muscat.

—¿Zayn ha sido derrocado? —Dorian miró a Batula sin salir de su asombro—. Fue califa durante veinte años. Siempre pensé que permanecería en el trono hasta morir de viejo.

—Algunos hombres de gran maldad no sólo son dueños del salvajismo del lobo, sino también de los instintos de supervivencia de las bestias. Este hombre, Kadem al-Jurf, te contará el resto de la historia, si tú lo permites.

Dorian miró a Tom, que había estado siguiendo cada palabra con intenso interés.

—¿Qué piensas, hermano?

—Veamos qué tiene que decirnos ese hombre —sugirió Tom.

Kadem al-Jur debía de haber estado esperando en el campamento de la tripulación junto a la selva el momento de ser llamado pues a los pocos minutos apareció. Todos se dieron cuenta de que lo habían visto con frecuencia durante el tormentoso viaje desde Buena Esperanza. Aunque ignoraban su nombre, habían comprendido que se trataba del recientemente contratado escriba y contador de Batula.

—¿Kadem al-Jur? —lo saludó Dorian—. Eres mi invitado en este mi campamento. Estás bajo mi protección.

—Tu generosidad alumbra mi vida como una salida del sol, príncipe al-Salil ibn al-Malik. —Kadem se postró ante Dorian—. Que la paz de Dios y el amor de su último verdadero Profeta te sigan todos los días de tu larga y provechosa vida.

—Hace muchos años que nadie me llamaba por ese título. —Dorian hizo un gesto de agradecimiento, sintiéndose gratificado—. Levántate, Kadem, y toma tu lugar en este Consejo. —Kadem se sentó junto a quien lo había introducido en el círculo, Batula. Los sirvientes le trajeron café en una taza de plata y Batula le pasó la boquilla de marfil de su pipa. Tanto Dorian como Tom estudiaron al recién llegado con cuidado mientras éste disfrutaba de esas expresiones de hospitalidad y consideración.

Kadem al-Jurf era joven, apenas unos pocos años más que Mansur. Tenía un noble rostro. Sus facciones le recordaban a Dorian las de su padre adoptivo. Por supuesto, no era imposible que se tratara de un bastardo real. El califa había sido un verdadero hombre, y prolífico en sus semillas. Había arado y sembrado en cualquier terreno que le diera placer.

Dorian sonrió apenas, luego apartó semejante pensamiento, y una vez más miró al recién llegado con toda su atención. Su piel era del color de la teca mejor pulida. Su frente era profunda y amplia, sus ojos transparentes, oscuros y penetrantes. Le devolvió con calma el escrutinio a Dorian y, a pesar de sus protestas de lealtad y respeto, le pareció reconocer en su mirada el brillo desconcertante del fanático. Éste es un hombre que sólo vive por la palabra de Alá, pensó. He aquí a uno que otorga escaso valor a la ley y a la opinión de los hombres. Sabía muy bien lo peligroso que un hombre como éste podía ser. Mientras pensaba en la siguiente pregunta, observó las manos de Kadem. Había callos en sus dedos y en la palma derecha. Reconoció en ellos las señales del guerrero, las marcas dejadas por la cuerda del arco y la empuñadura de la espada. Observó otra vez sus hombros y brazos y detectó el desarrollo de músculos y tendones que sólo podrían haber sido cultivados durante largas horas de práctica con arco y espada. Dorian no permitió que ninguno de estos pensamientos se reflejara en sus propios ojos mientras preguntaba con gravedad:

—¿Estuviste al servicio del califa Zayn al-Din?

—Desde la niñez, señor. Soy huérfano y él me brindó su protección.

—Hiciste un juramento con sangre de lealtad a él —insistió. Por primera vez la firme mirada de Kadem se apartó ligeramente. No respondió.

—Sin embargo, has renegado de ese juramento —volvió a insistir—. Batula me dice que ya no estás al servicio del califa. ¿Es cierto?

—Su Alteza, hice aquel compromiso hace casi doce años, el día de mi circuncisión. En aquellos días sólo de nombre era un varón adulto, pero en realidad era apenas un niño y ajeno a la verdad.

—Y ahora puedo ver que te has convertido en un hombre. —Continuó examinándolo. Presuntamente Kadem era un escriba, un hombre de papeles y tinta, pero no lo parecía. Había en él una fiereza latente, como un halcón en reposo. Dorian estaba intrigado. Continuó—: Pero, Kadem al-Jurf, ¿acaso eso te libera de aquel juramento de lealtad hecho con sangre?

—Mi señor, creo que la lealtad es una daga de dos filos. Quien la acepta tiene una responsabilidad respecto de quien la ofrece. Si él descuida su deber y responsabilidad, entonces la deuda queda cancelada.

—Usas una semántica dudosa, Kadem. Es demasiado complicada para mí. Yo creo que un juramento es un juramento.

—¿Mi señor me condena? —Su voz era sedosa, pero sus ojos eran fríos como la obsidiana.

—De ninguna manera, Kadem. Dejo los juicios y las condenas a Dios.

—¡Bismallah! —cantó Kadem, y Batula y Kumrah se movieron en su sitio.

—No hay más Dios que Dios —dijo Batula.

—La sabiduría de Dios va más allá de todo entendimiento —agregó Kumrah.

Kadem susurró:

—Pero sise que Zayn al-Din es tu enemigo mortal. Es por eso que vengo a ti, al-Salil.

—Efectivamente. Zayn es mi hermano adoptivo y mi enemigo. Hace muchos años juró matarme. Muchas veces desde entonces he sentido que su malévola influencia toca mi vida —dijo Dorian.

—Lo he oído contar a sus cortesanos que a ti te debe su pie cojo —continuó Kadem.

—Además de deberme muchas otras cosas. —Sonrió—. Tuve el enorme placer de ponerle la soga al cuello y arrastrarlo ante nuestro padre para enfrentarse a la ira del califa.

—La posteridad y el mismo Zayn al-Din recuerdan muy bien esta proeza tuya. —Kadem hizo un gesto de asentimiento—. Esto es parte de la razón por la que nosotros decidimos acudir a ti.

—Antes era "yo", ahora es "nosotros". ¿Por qué?

—Hay otros que han repudiado sus juramentos de lealtad a Zayn al-Din. Nos dirigimos a ti pues eres el último en la línea de Abd Muhammad al-Malik.

—¿Cómo es eso posible? —quiso saber Dorian, y súbitamente se manifestó enojado—. Mi padre tenía innumerables esposas que le dieron hijos varones, y éstos a su vez tuvieron hijos y nietos. La semilla de mi padre fue fructífera.

—Pues ha dejado de serlo. Zayn ha cosechado todos los frutos de tu padre. El primer día de Ramadán se produjo una matanza que avergonzó al Rostro de Dios y dejó estupefacto a todo el islam. Doscientos de tus hermanos y sobrinos fueron reunidos por los cosechadores de Zayn al-Din. Murieron a causa del veneno, el arma de los cobardes y también por el acero, la cuerda y el agua. Su sangre humedeció las arenas del desierto y tiñó el mar de color rosa. Todo aquel que tuviera algún derecho de sangre al Trono del Elefante en Muscat pereció en aquel sagrado mes. Al asesinato se le agregó diez mil veces el sacrilegio.

Dorian lo miró con horror sin poder creer lo que escuchaba y Yasmini trató de contener sin éxito sus sollozos. Sus hermanos y otros parientes debían de estar entre los muertos. Dorian dejó de lado su propio dolor para consolarla. Acarició el rayo de plata que brillaba como una diadema en sus bucles negros y le susurró algo suavemente antes de volver a dirigirse a Kadem.

—Son malas y amargas nuevas —le dijo—. Se requiere un gran esfuerzo de la mente para abarcar tanta maldad.

—Mi señor, tampoco nosotros pudimos acompañar tan monstruosa malignidad. Es por eso que repudiamos nuestros votos y nos alzamos contra Zayn al-Din.

—¿Se ha producido una revuelta? —Aunque Batula ya le había adelantado esto, Dorian quería que Kadem se lo confirmara. Todo parecía estar mucho más allá de las fronteras de la posibilidad.

—Durante varios días se desarrolló una verdadera batalla dentro de las murallas de la ciudad. Zayn al-Din y los suyos fueron obligados a refugiarse en el fuerte. Creímos que allí perecerían, pero, por desgracia, había un túnel secreto por debajo de las murallas que conducía al puerto viejo. Y escapó por ahí y sus naves lo alejaron del lugar.

—¿Hacia dónde huyó? —quiso saber Dorian.

—Zarpó‚ de regreso a su lugar de nacimiento en la isla Lamu. Con la ayuda de los portugueses y la complicidad de los esbirros de la Compañía inglesa de las Indias Orientales en Zanzíbar, se apoderó del gran fuerte y todas las instalaciones y posesiones de Omán a lo largo de la Costa de Fiebre. Bajo la amenaza de los cañones de los ingleses sus fuerzas en esas sesiones han permanecido leales a él y se han resistido a nuestros esfuerzos para derrocar al tirano.

—¡En nombre de Dios! Tus amigos y la junta en Muscat deben de estar preparando la flota para explotar estos éxitos y atacar a Zayn en Zanzíbar y Lamu, ¿no es así? —intervino Dorian.

—Mi señor príncipe, nuestras filas están infectadas por el disenso. No ay ningún heredero de sangre real para dirigir nuestra junta. Por eso carecemos del leal apoyo de la nación de Omán. En particular las tribus del desierto se muestran vacilantes para manifestarse en contra de Zayn y unirse a nuestro estandarte.

La expresión de Dorian se volvió distante y se endureció como si fuera de madera al darse cuenta hacia dónde apuntaban las palabras de ~Cadem.

—Sin un líder nuestra causa se hace cada vez más débil y se divide con cada día que pasa, al mismo tiempo que Zayn recupera su imagen y su fuerza. A sus órdenes está la costa de Zanzíbar. Nos hemos enterado de que ha enviado embajadores al Gran Mogol, el Supremo Emperador en Delhi, y a la Sublime Puerta en Constantinopla. Sus antiguos aliados se están uniendo para darle ayuda. Pronto todo el islam y toda la cristiandad estarán unidos contra nosotros. Nuestra victoria se escurrirá entre las arenas, como la espuma de la marea de primavera.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Kadem al-Jurf? —preguntó con delicadeza Dorian.

—Necesitamos un jefe con derecho legítimo al Trono del Elefante —replicó Kadem—. Necesitamos un guerrero probado que haya comandado a las tribus del desierto en batalla: los saar, los dahm y los karab, los bait katun y los awamir, y sobre todo, los harasis cuyo imperio domina las llanuras de Muscat. Sin todas estas tribus no hay victoria posible y duradera.

Dorian siguió sentado en silencio, pero su corazón se había acelerado mientras Kadem mencionaba aquellos ilustres nombres. En su mente volvió a ver la formación de batalla, el brillo del acero entre las nubes de polvo y los estandartes desplegados. Oyó los gritos de batalla de los jinetes:

"¡Allah Akbar! ¡Dios es Grande!, y el rugir de las filas de camellos galopando hacia adelante por las arenas de Omán.

Yasmini sintió que el brazo de él temblaba bajo la mano de ella, y su corazón se sobresaltó. En mi corazón creí que los días oscuros habían terminado para siempre, pensó, que jamás volvería a oír el sonido del tambor de guerra. Tenía la esperanza de que mi marido permaneciera para siempre junto a mí y que jamás volviera a marcharse a la guerra en su cabalgadura.

Los congregados se mantuvieron en silencio, cada uno absorto en sus propios pensamientos. Kadem observaba a Dorian con su mirada brillante y compulsiva.

Dorian volvió a la realidad del presente con un movimiento de su cuerpo.

—¿Estás seguro de que estas cosas son tal como me las cuentas? —inquirió—. ¿O se trata meramente de sueños nacidos del deseo?

Kadem respondió directamente, sin bajar la mirada.

—Hemos estado reunidos con los jeques del desierto. Ellos, que con tanta frecuencia están divididos, hablan ahora con una sola voz. Y dicen: "Que al-Salil ocupe su lugar a la cabeza de nuestros ejércitos y lo seguiremos dondequiera que él nos conduzca".

Dorian se puso de pie abruptamente y abandonó el círculo alrededor del fuego del campamento. Ninguno de los allí congregados lo siguió, tampoco Tom ni Yasmini. Siguió caminando con sus largos pasos junto al agua, una romántica imagen con sus vestiduras, alto, reflejando la luz de la luna.

Tom y Sarah intercambiaban susurros, pero los demás permanecieron en silencio.

—No debes permitir que se vaya —le dijo Sarah a Tom en voz baja—, por Yasmini y por nosotros. Ya lo perdiste una vez, no puedes dejarlo partir otra vez.

—Pero tampoco puedo impedírselo. Esto es entre Dorian y su Dios.

Batula colocó tabaco nuevo en la ampolla del narguile, que se consumió antes de que Dorian volviera al grupo. Se sentó con las piernas cruzadas, los codos sobre las rodillas y la barbilla apoyada en ambas manos, con los ojos fijos en las crepitantes llamas.

—Mi señor —susurró Kadem—, ¿cuál es tu respuesta? Con los vientos a favor, si zarpas de inmediato podrás ascender al Trono del Elefante en Muscat al comienzo de la Fiesta de las Luces. No puede haber más propicio día que ése para comenzar tu reinado como califa.

Dorian seguía en silencio y Kadem continuó. Su tono no era plañidero sino fuerte y seguro de sus propósitos.

—Alteza, si regresas a Muscat, los mullahs declararán la jihad, la guerra santa, contra el tirano. Dios y todo Omán estarán contigo. No puedes escapar a tu destino.

Dorian alzó la cabeza con lentitud. Yasmini tomó lentamente una larga bocanada de aire y la contuvo. Sus uñas se hundieron en los endurecidos músculos de su antebrazo.

—Kadem al-Jurf —comenzó—, ésta es una decisión terrible. No puedo tomarla solo. Debo orar para pedir ayuda.

Kadem cayó hacia adelante, postrándose sobre la arena ante Dorian, sus brazos y piernas extendidos.

—¡Dios es grande! —exclamó—. ¡No habrá victoria sin la benevolencia de Dios! Esperaré tu respuesta.

—Te la daré mañana por la noche a esta misma hora y en este mismo lugar.

Yasmini dejó escapar el aire lentamente. Sabía que aquello era sólo un respiro y no una decisión.

Temprano a la mañana siguiente Tom y Sarah treparon hasta la cima de las rocas grises que guardaban la entrada a la laguna, y encontraron un rincón protegido y resguardado del viento, pero con todo el sol.

El océano Índico se extendía ante ellos, rizado con ondas cremosas. Un ave marina usaba el viento para seguir suspendida como una cometa sobre las aguas verdes. De pronto recogió las alas y se lanzó desde la altura para golpear la superficie y producir un ligero chapuzón. Casi de inmediato volvió a salir con un plateado pez en el pico. Sobre las rocas, arriba, los hiráceos tomaban el sol. Esas bolas de pelusa marrón, como piel de conejo, los miraban con enormes ojos curiosos.

—Quiero tener una seria conversación contigo —anunció Sarah.

Tom se recostó sobre la espalda y entrelazó los dedos detrás de la cabeza. La miró sonriendo.

—Tonto de mí. Creí que me habías traído a este sitio para gozar conmigo, para apoderarte de mi tierna carne.

—Tom Courtney, ¿es que nunca vas a ser serio?

—Está bien, muchacha, así será, y te agradezco la invitación. —Estiró la mano en busca de la de ella, pero Sarah la retiró.

—Te lo advierto, si sigues así, gritaré.

—Está bien. No lo haré y desistiré, por el momento al menos. ¿Qué es lo que quieres hablar conmigo?

—Se trata de Dorry y Yassie.

—¿Por qué será que esto no me cae tan de sorpresa?

—Yassie está segura de que él se embarcará hacia Muscat para aceptar el ofrecimiento del trono.

—Supongo que a ella no le desagradará la idea de convertirse en reina. ¿Qué mujer rechazaría semejante oportunidad?

—Eso destruiría su vida por completo. Ella misma me lo explicó todo. No tienes una idea de las intrigas y conspiraciones que rodean a una corte oriental.

—¿Crees que no lo sé? —Él alzó una ceja—. He vivido veinte años contigo, mi amor, lo cual me ha dado un buen entrenamiento.

Ella continuó como si él no hubiera hablado.

—Tú eres el hermano mayor. Debes prohibirle que lo haga. Este ofrecimiento del Trono del Elefante es un presente envenenado que los destruirá a ellos y a nosotros también.

—Sarah Courtney, ¿acaso crees de verdad que puedo prohibirle algo a Dorian?, ésa es una decisión que sólo él puede tomar.

—Lo perderás otra vez, Tom. ¿No recuerdas cómo fueron las cosas cuando fue vendido como esclavo? ¿Acaso no pensaste que había muerto y con él había muerto también la mitad de tu propio ser?

—Lo recuerdo muy bien. Pero ahora no se trata de esclavitud y muerte. Se trata de una corona y de poder sin límites.

—Tengo la impresión de que empieza a gustarte la idea de que él se vaya —lo acusó Sarah.

Tom se incorporó con rapidez.

—¡No, mujer! Él es sangre de mi sangre. Sólo quiero lo que sea mejor para él.

—¿Y crees que esto pueda ser lo mejor?

—Fue la vida y el destino para el cual fue preparado. Se convirtió en comerciante conmigo, pero todo el tiempo he sabido que su corazón no esta del todo en nuestra empresa. Para mi es la fuente de pan y vino, pero Dorry ansía algo más de lo que tenemos acá. ¿Acaso no lo has oído hablar de su padre adoptivo y de los días cuando comandaba los ejércitos de Omán? ¿No has notado en ocasiones cómo lamenta no tener todo aquello, no has visto ese deseo alguna vez en sus ojos?

—Tom, tú buscas señales allí donde no hay ninguna —protestó Sarah.

—Me conoces bien, mi amor. —Hizo una pausa y luego continuó.

—Está en mi naturaleza dominar a quienes me rodean. Incluso a ti. Ella rió dejando escapar un alegre y bonito sonido.

—Por lo menos lo intentas, eso es verdad.

—Lo intento también con Dorry, y con él he tenido más éxito que contigo, él es mi obediente hermano menor y a lo largo de todos estos años lo he tratado de esa manera. Tal vez este llamado a Muscat es lo que ha estado esperando siempre.

—¿Lo perderías de nuevo? —insistió ella.

—No. Sólo habrá un poco de agua entre nosotros. Y yo tengo una nave veloz. —Se recostó sobre la hierba y se echó el sombrero hacia delante hasta cubrirle los ojos protegiéndolos del sol—. Además, no sería malo para los negocios tener un hermano en condiciones de otorgar permisos para que mis barcos puedan comerciar en todos los puertos prohibidos de Oriente.

—Tom Courtney, eres un monstruo mercenario. Te odio de verdad.

—Ella saltó sobre él y le golpeó el pecho con los puños cerrados. Con facilidad él la hizo rodar hasta que quedó con la espalda sobre la hierba y le levantó las faldas liberándole las piernas. Eran piernas todavía fuertes y bien formadas como las de una muchacha. Ella las cruzó con firmeza.

—Sarah Courtney, demuéstrame lo mucho que de verdad me odias.

—La mantuvo inmóvil con una mano mientras con la otra se quitaba el cinturón.

—Basta, suéltame de inmediato, pícaro libertino. Nos están mirando.

—Ella luchó, pero no demasiado.

—¿Quién? —quiso saber él.

—¡Ellos! —dijo señalando el círculo de aquellas liebres de las rocas.

—¡Buuuu! —les gritó Tom, y salieron disparadas a refugiarse en sus cuevas—. ¡Ya nadie nos observa!

Sarah descruzó las piernas.

La reunión alrededor de la fogata del campamento aquella noche era solemne y cargada de incertidumbre y ansiedad. Nadie en la familia sabía lo que Dorian había decidido. Yasmini, sentada junto a su marido, respondió a la silenciosa pregunta que Sarah le dirigió desde el otro lado del círculo iluminado por el fuego con un resignado alzamiento de hombros.

Sólo Tom estaba decididamente lleno de entusiasmo. Mientras comían pescado asado con trozos de pan recién horneado, volvió a contar la historia de su abuelo Francis Courtney, y la captura del galeón que venía de las Indias Orientales holandesas frente al cabo Agujhas, hacía casi sesenta años. Les explicó dónde Francis había escondido el botín, en una cueva allá arriba en las aguas principales de la corriente que ingresa en la laguna, cerca de donde Mansur le había disparado al búfalo el día anterior. Luego se rió cuando señaló las trincheras y las excavaciones, en parte cubiertas por vegetación, alrededor del campamento que los holandeses habían abierto en su esfuerzo por encontrar y recuperar el tesoro perdido.

—Mientras ellos sudaban y maldecían, nuestro propio padre, Hal Courtney, ya había desaparecido con el botín mucho tiempo antes —relató, pero todos habían oído la historia demasiadas veces como para mostrarse sorprendidos. Tom fue derrotado por el silencio, y en lugar de seguir deleitando a la concurrencia, se concentró en el plato de guiso de búfalo con especias que las mujeres habían servido después del pescado.

Dorian comió poco. Antes de que trajeran la cafetera de plata desde su lugar entre las brasas, le dijo a Tom:

—Si estás de acuerdo, hermano, hablaré con Kadem ahora y le diré mi decisión.

—Que sea así, Dorry —aceptó Tom—. Lo mejor será acabar con este asunto. Las damas han estado sentadas en un hormiguero desde ayer. —Con un grito se dirigió a Batula—. Dile a Kadem que puede unirse a nosotros, si así lo desea.

Kadem se acercó caminando por la playa. Se movía como un guerrero del desierto, ágil y con largas piernas, y se postró ante Dorian.

Mansur se inclinó ansioso hacia adelante, él y Dorian habían abandonado el campamento muy temprano ese día y habían pasado muchas horas los dos juntos y sin compañía en la selva. Sólo ellos sabían de qué habían hablado. Yasmini observó el rostro brillante de su hijo y su corazón se detuvo. Es tan joven y hermoso, pensó, tan inteligente y fuerte. Por supuesto que se muere por una aventura como la que tiene ahora ante si. La batalla es para él la imagen romántica de los cantores de baladas. Sueña con la gloria, el poder y el trono. Pues, según la decisión que Dorian tome esta noche, el Trono del Elefante de Omán podría algún día ser de él.

Se cubrió el rostro con el velo para ocultar sus temores. Mi hijo ignora cuánto dolor y sufrimiento la corona le traerá cada día de su vida. Nada sabe él de la copa envenenada o del acero del asesino. No sabe que el califato es una esclavitud más opresiva que las cadenas de los esclavos galeotes o las de los hombres en las minas de cobre de Monomatapa.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Kadem saludó a Dorian.

—Que las bendiciones del Profeta lleguen a ti, Majestad, y también la paz de Dios. Que él bendiga nuestra empresa.

—Es apresurado hablar de Majestad, Kadem al-Jurf —le advirtió Dorian—. Espera más bien hasta que conozcas mi decisión.

—Tu decisión ya ha sido tomada por otro, por el profeta y santo Mullah al-Allama. Murió a los noventa y nueve años en la mezquita de Lamu, alabando a Dios con su último suspiro.

—No sabía que había muerto —dijo Dorian con tristeza—, aunque, a decir verdad, a esa venerable edad no podría haber sido de otra manera. Era un hombre santo de verdad. Muy bien lo conocí. Fue su mano la que me circuncidó. Él fue mi sabio consejero, un segundo padre para mí.

—En sus últimos días él pensó en ti y lanzó una profecía.

Dorian inclinó la cabeza.

—Puedes repetir las palabras del santo mullah.

Kadem tenía el don de la retórica, y su voz era poderosa, pero agradable.

—El huérfano del mar, el que ganó el Trono del Elefante para su padre, se sentará en su lomo cuando el padre se haya ido y portará una corona de oro rojizo. —Kadem extendió los brazos—. Majestad. El huérfano de la profecía no puede ser otro que tú. Pues tu cabeza está coronada con oro rojizo y fuiste el vencedor en la batalla que le dio el Trono del Elefante a tu padre adoptivo, el califa Abd Muhammad al-Malik.

A su elocuente discurso siguió un largo silencio y Kadem se mantuvo con los brazos extendidos, como el mismo Profeta.

Finalmente, Dorian rompió el silencio.

—He escuchado tus requerimientos y te diré cuál es mi decisión, la cual habrás de llevar a los jeques de Omán. Pero antes te diré cómo he llegado a ella.

Dorian puso su mano sobre el hombro de Mansur.

—Mi decisión lo afecta a él profundamente, él y yo lo hemos hablado en gran detalle. Su bravo corazón joven arde ante esta empresa, tal como ardía el mío cuando tenía su edad, él me urge para que acepte la invitación de los jeques.

—Tu hijo es muy sabio para los años que tiene —dijo Kadem—. Si es el deseo de Alá, él reinará en Muscat después de ti.

—¡Bismallah! —gritaron al unísono Batula y Kumrah.

—¡Si Dios quiere! —gritó Mansur en árabe. Con una expresión llena de alegría.

Dorian alzó la mano derecha, y los demás volvieron a guardar Silencio.

—Hay otra persona a quien mi decisión habrá de afectar profundamente. —Tomó la mano de Yasmini—. La princesa Yasmini ha sido mi compañera y mi esposa todos estos años, desde que éramos niños hasta el día de hoy. Le hice un juramento hace mucho tiempo, un juramento de sangre. —Se volvió hacia ella—. ¿Recuerdas mis votos de esponsales para ti?

—Lo recuerdo, esposo y señor mío —respondió ella con suavidad—, pero pensé que podrías haberlo olvidado.

—Te hice dos juramentos. El primero fue que, aun cuando la ley y los profetas lo permitieran, no iba a tomar a otra esposa aparte de ti. He mantenido ese compromiso.

Yasmini no pudo hablar, pero asintió con un gesto. Con el movimiento, una lágrima que temblaba en sus largas pestañas cayó sobre la seda que le cubría el pecho dejando una mancha húmeda.

—El segundo juramento que hice ese día fue que no te causaría dolor alguno si estaba en mis manos evitarlo. —Yasmini asintió con la cabeza otra vez—. Que todos los aquí congregados sepan que si yo aceptara la invitación de los jeques para subir al Trono del Elefante, le causaría a la princesa Yasmini un dolor más intenso que el mismo dolor de la muerte.

El silencio reverberó en la noche, como la amenaza de un trueno de verano.

—Ésta es mi respuesta. Que Dios escuche mis palabras. Que los santos profetas del islam sean testigos de mi juramento.

Tom estaba sobrecogido ante la transformación que se estaba produciendo en su hermano menor. En ese momento parecía de verdad un rey. Pero las siguientes palabras de Dorian rompieron esa ilusión.

—Diles que mi amor y admiración continúa estando con ellos, como estuvieron en la batalla de Muscat y en cada día desde entonces. No obstante ello, el peso que pondrían sobre mi es demasiado grande para mi corazón y para mis hombros. Deberán encontrar a otra persona para el Trono del Elefante. No puedo aceptar el califato y respetar a la vez mi juramento a la princesa Yasmini.

Mansur dejó escapar un involuntario gemido de inquietud. Se puso de pie de un salto y corrió hasta perderse en la oscuridad. Tom saltó sobre sus pies y habría salido corriendo tras él si Dorian no hubiera movido la cabeza.

—Déjalo ir, hermano. Su desilusión es grande, pero se le pasará. —Volvió a sentarse y le dirigió una sencilla sonrisa a Yasmini. Una expresión de adoración brilló en el encantador rostro de ella—. He cumplido con mis juramentos a ti —dijo Dorian.

—¡Mi señor! —susurró ella—. ¡Mi amor!

Kadem se puso nuevamente de pie. Ninguna expresión podía leerse en su cara. Se inclinó profundamente ante Dorian.

—Como ordene mi príncipe —aceptó con delicadeza—. Ojalá hubiera podido llamarte "Majestad". Me entristece, pero no podrá ser. La voluntad de Dios se ha cumplido. —Giró sobre sí y se dirigió hacia la oscuridad, en dirección opuesta a la seguida por Mansur.

Era la hora de las oraciones vespertinas y el hombre que se hacía pasar por Kadem al-Jurf realizó sus abluciones rituales en las saladas aguas de la laguna. Una vez purificado, trepó a un lugar alto en las rocas que daban sobre el océano. Desplegó su alfombra de oración, recitó la primera oración y realizó su primera inclinación.

Por primera vez ni el acto de la oración ni la sumisión a la voluntad de Dios pudieron calmar la furia que lo carcomía. Debió recurrir a toda su autodisciplina y dedicación para completar las oraciones sin permitir que sus descontroladas emociones las interrumpieran. Cuando hubo terminado, hizo una pequeña fogata con la gavilla de leña que había juntado cuando subía a la colina. Cuando el fuego ardió brillante Kadem se sentó con las piernas cruzadas sobre la alfombra frente a él y miró fijo las maderas ardientes a través de la cortina de tembloroso aire caliente.

Con un suave balanceo, como si estuviera montado en un camello a la carrera por el desierto, recitó las doce suras místicas del Corán y esperó sus voces. Éstas habían estado con él desde la niñez, desde el día en que fue circuncidado. Siempre se le manifestaban claramente después de orar y de ayunar. Sabía que eran las voces de los ángeles y de los profetas de Dios. La primera en hablar fue la que más temía.

—Has fracasado en tu tarea. —Reconoció la voz de Gabriel, el arcángel vengador y se acobardó ante la acusación.

—Oh, altísimo en las alturas, no era posible que al-Salil rechazara el cebo que fuera tan cuidadosamente preparado para él —murmuró

—Escúchame, Kadem ibn Abú Baker —dijo el ángel—. Fue tu pretencioso orgullo lo que te llevó al fracaso. Estabas demasiado seguro de tus propios poderes.

El ángel usó su verdadero nombre, pues Kadem era hijo de Pasha Abú Baker, el general al que Dorian había ultimado en batalla sobre las orillas del río Lunga hacía veinte años.

Pasha Abú Baker había sido medio hermano y buen compañero de Zayn al-Din, el califa de Omán. Habían crecido juntos en la zenana en la sía Lamu, y fue allí donde sus destinos se habían entrecruzado con los de Dorian y Yasmini.

Mucho más adelante, en el palacio de Muscat, cuando su real padre ya había muerto y Zayn al-Din era califa, éste había nombrado a Abú Baker comandante militar supremo y pasó al servicio del califato. Luego lo había enviado con su ejército a perseguir y capturar a Dorian y Yasmini, la incestuosa pareja fugitiva.

A la cabeza de sus escuadrones de caballería, Abú Baker los había alcanzado cuando trataban de escapar por el río Lunga para llegar a mar abierto en la pequeña nave de Tom, el Swallow. Los atacó cuando quedaron varados en las arenas de la boca del río. La batalla fue feroz y sangrienta. Los escuadrones de Abú Baker se lanzaban a la carga por las aguas Poco profundas. Pero la nave estaba armada con un cañón y fue Dorian quien hizo el disparo de metralla que le voló la cabeza a Pasha Abú Baker e hizo huir en desorden a sus tropas.

Aunque Kadem era casi un bebé en el momento de la muerte de su padre, Zayn al-Din lo tomó bajo su protección otorgándole los favores y preferencia que brindaba a sus propios hijos, en lugar de tratarlo como a un sobrino. Con ello hizo que Kadem se convirtiera en su vasallo, su esclavo de sangre. Lo ligó a sí mismo con cadenas de acero que jamás podrían romperse. A pesar de lo que Kadem le había dicho a Dorian en el campamento, la fuerza de su juramento a Zayn al-Din sólo se equiparaba a la claridad con que concebía su deber de vengarse del hombre que había matado a su padre. Era un deber sagrado, una obligación de sangre que le había sido impuesta por Dios y su propia conciencia.

Zayn al-Din, que amaba a pocas personas, amaba a Kadem, su sobrino. Lo mantuvo cerca de su persona y cuando se convirtió en un verdadero guerrero lo nombró comandante de la guardia real. Sólo Kadem, de los posibles herederos del califato fue salvado de la matanza de Ramadán. Durante el alzamiento que se produjo después, Kadem había luchado como un león para proteger a su califa, y al final fue él quien condujo a Zayn al-Din por el laberinto de pasajes subterráneos debajo de las murallas del palacio hasta la nave que lo esperaba en el puerto de Muscat, él había llevado a su amo a la seguridad de su palacio en la isla Lamu, frente a la Costa de la Fiebre.

Kadem fue el general que aplastó las fortalezas de la costa que intentaron alzarse en apoyo de la junta revolucionaria en Muscat. Él negoció la alianza con el cónsul inglés en Zanzíbar, y fue él también quien ungió a su amo para que enviara embajadores a Constantinopla y a Delhi para conseguir apoyo. Durante aquellas campañas a lo largo de la Costa de la Fiebre, Kadem había capturado a la mayoría de los jefes de las facciones que se oponían a Zayn. Como procedimiento normal, se entregaba a los prisioneros a los inquisidores para que estos extrajeran de ellos toda la información y todos los datos que pudieran.

De esta manera, por medio de la inteligente aplicación de bastonazos, empulgueras y garrote, los inquisidores obtuvieron una preciosa gema: el lugar donde hallar a al-Salil, el asesino de Pasha Abú Baker y enemigo jurado del califa.

Armado con este conocimiento, Kadem le suplicó a Zayn al-Din que permitiera ser el instrumento de la venganza. Zayn lo consintió y Kadem estuvo dispuesto a confiar aquel sagrado deber a manos de ninguno de sus inferiores. Sólo él diseñó la estratagema de atraer a al-Salil hacia los dominios del califato personificando a un enviado de la junta rebelde que todavía tenía en su poder la ciudad capital de Muscat.

Cuando Kadem reveló sus planes a Zayn al-Din, éste se mostró encantado y dio su bendición a la empresa. Le prometió a Kadem el título de pasha, como a su padre antes, y cualquier otra recompensa que Kadem pidiera, si lograra llevar de regreso a la isla Lamu a al-Salil y a su incestuosa cónyuge Yasmini para enfrentar su ira y venganza. Kadem pidió sólo una recompensa: que cuando llegara el momento de la muerte de al-Salil, se le concediera el honor de estrangularlo con sus propias manos. Le prometió a Zayn que el garrote funcionaría con extrema lentitud alargando la agonía. Zayn sonrió y le concedió esta gracia también.

Kadem se había enterado por los inquisidores que el barco mercante; ift of Allah, que con frecuencia entraba en los puertos de la Costa de la fiebre, pertenecía a al-Salil. En la siguiente ocasión que la nave llegó al puerto de Zanzíbar, Kadem logró con engaños ingresar en el círculo de confianza de Batula, el viejo portalanza de al-Salil. El plan se fue desarrollando sin dificultades, hasta ese momento. Cuando el premio estaba casi en sus manos, se produjo la insondable negativa de al-Salil rechazando el cebo que se le ofrecía. Y Kadem debía responder a la acusación del ángel de Dios.

—Oh, altísimo en las alturas, he cometido el pecado de orgullo. —Hizo el signo de la penitencia limpiándose la frente con las manos abiertas, como si quisiera lavar el pecado.

—Creíste que sin la intervención divina tú solo podrías llevar al pecador ante la justicia. Eso fue vanidad y locura.

Las acusaciones resonaban en su cabeza hasta que sintió que sus tímpanos iban a reventar.

—Oh, misericordioso, no parece posible que mortal alguno pueda rechazar el ofrecimiento de un trono. —Kadem se postró ante el fuego y ante el ángel—. Dime qué debo hacer para corregir mi arrogancia y estupidez. Ordéname, oh altísimo en las alturas.

No hubo respuesta. Los únicos sonidos que se oían eran los del choque de las altas olas sobre las rocas y los graznidos de las gaviotas que se movían en círculos por encima de todo.

—Háblame, sagrado Gabriel —suplicó Kadem—. No me abandones ahora, no después de todos estos años en que sólo he hecho lo que me has ordenado—. Sacó la daga curva de su cinturón. Era un arma magnífica La hoja era de acero de Damasco y la empuñadura era de cuerno de rinoceronte cubierto de una filigrana de oro puro. Kadem apretó la punta de la hoja sobre la yema de su dedo pulgar hasta que salió la sangre.

—¡Alá! ¡Alá! —gritó—. Con esta sangre te imploro, bríndame tu guía.

Sólo entonces, por medio de su propio dolor, la otra voz se hizo oír, no el trueno que era Gabriel, sino una voz tranquila y mesurada, melodiosa. Kadem sabía que ésa era la voz misma del Profeta, terrible en su tranquila simplicidad Tembló y se dispuso a escuchar.

—Eres afortunado, Kadem Ibn Abú Baker —le dijo el Profeta—, pues he escuchado tu confesión y tus lamentos me han conmovido. Te concederé una última Oportunidad para redimirte.

Kadem se arrojó con la cara hacia abajo, sin atreverse a responder a esa voz. Ésta habló de nuevo.

—¡Kadem ibn Abú Baker! Debes lavar tus manos en la sangre del corazón del asesino de tu padre, el traidor y hereje, el pecador que se revuelca en el incesto, al-Salil.

Kadem golpeó la cabeza contra el suelo, sollozando de alegría por la misericordia que el Profeta le manifestaba. Luego se sentó sobre sus talones y alzó las manos con los dedos extendidos. La sangre todavía manaba de la herida autoimpuesta —Dios es grande— murmuró. Dame una señal de tu benevolencia, te lo ruego. —Estiró el brazo y mantuvo su mano sobre las saltarinas llamas que la envolvieron—. ¡Alá! —cantó—. ¡Uno! ¡Único!

En las llamas el fluir de la sangre brillante se detuvo y se secó. Luego, milagrosamente la herida se cerró como la boca con tentáculos de una anémona de mar. Su carne se curó ante sus propios ojos.

Apartó la mano de las llamas, siempre cantando alabanzas a Dios y la mantuvo en alto. No había marca alguna allí donde había estado la herida. No había enrojecimiento o irritación producidos por las llamas. Su piel lucía suave y perfecta. Era la señal que había pedido.

—¡Dios es grande! —exclamó exultante. ¡No hay otro Dios más que Dios, y Mahoma es el verdadero profeta!

Después de haber compartido la comida de la noche con el resto de la familia, Dorian y Yasmini se retiraron Yasmini abrazó a Sarah primero, luego a su hijo Mansur. Lo besó en los ojos y le acarició el pelo, que brillaba a la luz del fuego como cobre derretido cayendo del crisol.

Tom abrazó a Dorian con tanta fuerza que sus costillas crujieron.

—Maldito sean mis ojos, Dorian Courtney, creí que por fin nos habíamos deshecho de ti y podíamos enviarte a Omán.

Dorian le devolvió el abrazo.

—¡Qué mala suerte tienes! Me quedaré aquí para molestarte por un tiempo todavía.

Aunque Mansur abrazó brevemente a su padre, no pronunció palabra lo miró a los ojos, y la línea de sus labios estaba dura con amarga desilusión. Dorian sacudió con tristeza la cabeza. Sabía que Mansur tenía su corazón puesto en la gloria, y su propio padre se la había arrebatado de las manos. El dolor era todavía demasiado intenso como para ser calmado con palabras. Dorian lo consolaría más adelante.

Dorian y Yasmini se alejaron de la hoguera del campamento y se dirigieron juntos a la playa. Apenas estuvieron fuera del alcance de la rojiza luz de las llamas, Dorian la rodeó con el brazo. No hablaron pues ya todo había sido dicho. El contacto físico expresaba su amor más que lo que podría hacerlo cualquier palabra. Al llegar al banco de arena donde el canal más profundo se acercaba bastante a la playa, Dorian se quitó la ropa y delicadamente envolvió su turbante. Le entregó las prendas a Yasmini y se metió desnudo en el agua. La marea crecía lentamente entre las rocas que asomaban y el agua tenía la baja temperatura que traía del mar abierto. Dorian se sumergió en el profundo canal y luego volvió a la superficie, jadeando y resoplando por el frío.

Yasmini se sentó a mirarlo desde la arena. Ella no compartía su amor por el agua fría. Sostenía la ropa de él enrollada, luego, casi a hurtadillas sepultó su rostro en ella. Inhaló el masculino olor de su marido y lo disfrutó. Aún después de todos esos años no se cansaba nunca de él. El olor a un hombre la hacía sentir segura y a salvo. Dorian siempre sonreía cuando ella recogía la ropa que él había usado todo el día y la usaba en lugar del camisón.

—Me pondría tu piel, si fuera posible —respondía ella con seriedad a sus delicadas bromas—. Así podría estar más cerca de ti, ser parte de tus atavíos, parte de tu cuerpo.

Finalmente Dorian salió del agua. La fosforescencia del minúsculo plancton en la laguna relumbraba sobre su cuerpo y Yasmini exclamó encantada:

—¡Hasta la naturaleza te cubre de diamantes! Dios te ama, al-Salil, pero no tanto como yo.

Se inclinó sobre ella y la besó con sus labios salados, tomó el turbante de sus manos y lo usó para secarse. Luego se lo puso alrededor de la cintura a manera de taparrabo y dejó suelto sobre la espalda su largo pelo mojado.

—La brisa de esta noche terminará la tarea antes de que lleguemos a nuestra cabaña —le dijo, y caminaron de regreso por la arena hacia el campamento. El centinela los saludó y pronunció una bendición cuando pasaron junto al fuego del vigía. La cabaña de ellos estaba bastante separada de la de Tom y Sarah. Mansur prefería dormir con los oficiales del barco y los demás hombres.

Dorian encendió las lámparas y Yasmini llevó una cuando se dirigió a la parte posterior de un biombo en el otro extremo de la habitación. Ella había decorado la cabaña con alfombras persas, cortinados de seda, colchonetas y almohadones también de seda, rellenos con pluma de gansos salvajes. Dorian oyó el murmullo del agua al caer desde la jarra a la jofaina mientras la voz de Yasmini cantaba suavemente. Dorian sintió que su entrepiernas se tensaba. Era el preludio del acto de amor con Yasmini. Arrojó su ropa y el turbante húmedo a un costado y se estiró sobre el colchón. Observó la silueta de ella producida por la lámpara sobre el diseño de pájaros y flores que decoraba el biombo chino. Ella había colocado la lámpara en el lugar adecuado y sabía que él la estaba mirando. Cuando se paró en la jofaina y se agachó para lavar sus partes íntimas, se volvió para que él pudiera ver ese espectáculo de sombras y viera cómo ella se acicalaba y preparaba el camino para que él lo recorriera.

Cuando finalmente salió de atrás del biombo, dejó caer con modestia la cabeza hacia adelante, con lo cual su pelo colgó sobre su cara como una cortina oscura con un rayo de plata. Se cubrió las partes pudendas con ambas manos, luego inclinó la cabeza y lo espió con un ojo a través del pelo. Era un ojo enorme y luminoso alimentado por la luz de la pasión.

—Eres una suculenta, lasciva pequeña hurí —le dijo él, y se entregó a su total excitación. Ella vio lo que había provocado en él y dejó escapar su cantarina risa. Ella dejó caer sus manos a los lados para que se viera su propio sexo meticulosamente liberado de toda pilosidad. Era una regordeta y desnuda hendidura debajo de la suave curva de marfil de su vientre. Sus pechos eran pequeños y graciosos, de modo que su cuerpo parecía el de una niña joven.

—¡Ven a mi! —ordenó él, y ella obedeció con alegría.

Ya bien avanzada la noche Yasmini sintió que él se movía junto a ella y se despertó de inmediato. Siempre estaba atenta a sus estados de ánimo y a sus necesidades.

—¿Estás bien? —susurró—. ¿Necesitas algo?

—Duérmete, mi pequeña —replicó él también susurrando—. Se trata sólo de tu amigo y ferviente admirador que requiere que se le d‚ una mano. —Se sentó en el colchón.

—Por favor, dale al amigo mis respetuosos salaams y mi deber como esposa —susurró ella.

Chasqueó la lengua un poco adormecido y la besó suavemente antes de abandonar el colchón que compartían. Dorian usaba el bacin sólo en caso de grave emergencia. Sentarse era el modo de hacerlo de las mujeres, salió por la puerta trasera, hacia la letrina que estaba a unos cincuenta metros de su cabaña, protegida por los árboles de la selva virgen. La arena se sentía fría debajo de sus pies descalzos, el suave aire de la noche estaba animado por las flores del bosque y la brisa que venía del mar. Una vez que satisfizo sus necesidades, Dorian desandó el camino. Pero se detuvo antes de llegar a la puerta posterior de la cabaña. La noche era tan hermosa y el brillo de las estrellas tan deslumbrante que quedó como hipnotizado. Levantó la vista para observarlas y lentamente se sintió transportado por una profunda sensación de paz.

Hasta ese momento había estado envuelto en una tormenta de dudas.

¿A caso su decisión de darle la espalda al Trono del Elefante había sido un rasgo de egoísmo, injusto para Mansur? ¿Había abandonado su deber para con el pueblo de Omán que sufría bajo el yugo cruel de Zayn al-Din? Sabía en el fondo de su corazón que Zayn había asesinado a su padre. ¿Acaso las leyes de los hombres tanto como las de Dios no lo obligaban a él con deber de sangre de vengar el terrible crimen del parricidio?

Todas estas dudas desaparecieron en ese momento parado bajo las estrellas. Aunque la noche estaba fresca y él estaba desnudo como un bebé recién nacido, sentía todavía la tibieza de los brazos de la única mujer a la que había amado. Suspiró con satisfacción. Aun cuando haya pecado, ha sido pecado de omisión. Mi primera obligación es hacia los vivos, pensó, no hacia los muertos, y Yasmini me necesita tanto, si no más que los demás.

Retomó su camino hacia la cabaña y en ese momento oyó que Yasmini gritaba. Era un sonido sorprendente, una mezcla de terror y mortal padecimiento.

Cuando Dorian abandonó la cabaña Yasmini se sentó y sintió un escalofrío. La noche se había vuelto más fría, mucho más fría de lo que había estado. Se preguntó si sería el frío natural o el frío del mal. Tal vez algún espíritu maligno los rondaba. Ella creía de manera implícita en el otro mundo, que coincidía con éste tan íntimamente, un reino en que los ángeles, los djinni y los shaitans existían. Su cuerpo tembló otra vez, ahora más de miedo que de frío. Hizo el signo para protegerse del mal de ojo con el dedo pulgar y el índice. Abandonó el colchón y subió la mecha de la lámpara para que Dorian tuviera luz al regresar. Fue hasta el biombo donde estaba colgada la túnica de Dorian y se la puso sobre su cuerpo desnudo. Sentada sobre el colchón, se envolvió el turbante de él en la cabeza. Ya estaba seco, pero podía sentirse el olor de su pelo. Alzó un pliegue de la túnica y lo llevó a la nariz para sentir el olor de su transpiración que emanaba de la tela. Inhaló con placer y la seguridad que le transmitió hizo retroceder la premonición de un mal oculto. Sólo le quedó un débil vestigio de intranquilidad.

—¿Dónde está Dorry? —susurró—. No debería tardar tanto. —Estaba a punto de llamarlo a través de la pared de paja cuando oyó un ruido furtivo detrás de ella. Se volvió y se encontró con una alta figura vestida de negro y una tela negra en la cabeza que le ocultaba la cara. Parecía ser alguna manifestación del mal, un djinni o un shaitan, más que un ser humano. Debió de haber entrado por la otra puerta, y su horrible presencia parecía llenar la habitación con una asfixiante y empalagosa emanación de puro mal. En su mano derecha una hoja curva de metal reflejaba la débil luz de la lámpara.

Yasmini gritó con toda su fuerza y trató de levantarse, pero la cosa se extendió sobre ella. No vio el golpe del cuchillo pues fue tan veloz como para engañar al ojo. Sintió cómo entraba la hoja, tan filosa que su tierna carne ofreció poca resistencia a esa invasión. Sólo sintió una aguda sensación en lo profundo de sus entrañas.

El asesino se irguió sobre ella mientras su víctima se desplomaba sobre sus piernas que se quedaron de pronto sin fuerzas, él no hizo esfuerzo alguno para sacar la larga hoja. En lugar de ello, giró la muñeca y la mantuvo rígida, de modo que el metal quedó apuntando hacia arriba. Dejó que el filo de la navaja se abriera su propio camino de salida, agrandando la herida, cortando a su paso músculos, venas y arterias. Cuando al fin la hoja quedó liberada, Yasmini cayó de nuevo sobre el colchón. La oscura figura miró a su alrededor, buscando al hombre que debía estar presente, pero no estaba allí, él se dio cuenta de que su víctima era una mujer sólo cuando ella gritó, pero entonces ya era demasiado tarde. Se inclinó hacia ella y retiró el turbante del rostro de Yasmini. Observó sus encantadoras facciones, ahora tan pálida e inmóvil a la luz de la lámpara que parecía tallada en marfil.

—En el nombre sagrado de Dios. Sólo la mitad de mi trabajo está hecho —susurró el hombre—. He matado a la hembra, pero el zorro escapó.

Giró sobre sí y corrió hacia la puerta por la que había entrado en la cabaña. En ese momento Dorian entró de golpe en la habitación detrás de él.

—¡Guardias! —gritó Dorian—. ¡Auxilio! ¡A mí! ¡Aquí!

Kadem ibn Abú Baker reconoció la voz y se dio la vuelta de inmediato. Ésa era la víctima que estaba buscando, este hombre y no su mujer vestida con sus ropas. Saltó sobre Dorian, que fue lento para reaccionar pero alcanzó a levantar el brazo derecho para desviar el golpe. La hoja lo hirió desde el hombro hasta el codo. La sangre saltó oscura a la luz de la lámpara y otra vez para luego caer de rodillas. Con los brazos colgando a los costados miró con expresión lastimosa al hombre que estaba por matarlo.

Kadem sabía que su víctima le doblaba la edad, que a juzgar por su primera reacción los años lo habían hecho más lento, que ahora estaba indefenso, ésta era su oportunidad de terminar con él rápidamente y salió ansioso hacia adelante. Pero debió haber sido advertido por la reputación guerrera de al-Salil. Mientras bajaba el puñal que iba una vez mas en busca del corazón dos brazos de acero se interpusieron rápidos como culebras atacando. Su cuchillo quedó atrapado en una clásica toma de muñecas.

Dorian se puso de pie, salpicando sangre que salía de la larga herida en el brazo, y ambos giraron a la vez. Kadem se esforzaba por burlar la toma para poder atacar otra vez con el cuchillo. Dorian trataba con más desesperación todavía de sujetarlo, mientras gritaba pidiendo ayuda.

—¡Tom! —gritó—. ¡Tom! ¡A mí! ¡A mí!

Kadem enganchó su talón en el pie de Dorian y se lanzó contra él para desequilibrarlo y hacerlo caer, pero Dorian pasó su peso rápidamente al otro pie y giró sobre sí, torciendo la mano con el cuchillo hacia atrás, contra la articulación, estirando tendones y músculos. Kadem gimió de dolor y retrocedió ante la presión del dolor. Dorian empujó hacia adelante.

—¡Tom! —gritó—. Tom, en nombre de Dios.

Kadem cedió a la presión sobre la muñeca. Esto le dio suficiente libertad como para empujar la cadera hacia Dorian y hacerlo retroceder. Se liberó de la toma de Dorian y lo envió rodando por el piso de la cabaña. Como un hurón tras una liebre, se lanzó tras él y Dorian apenas si alcanzó a tomarlo otra vez de la mano que sostenía el cuchillo mientras caía hacia atrás. Una vez estuvieron pecho contra pecho, pero ahora Kadem estaba encima de él, y la diferencia de edad y el estado físico para la lucha comenzaba a hacerse sentir. Sin la menor vacilación Kadem forzó la punta de la hoja curva hacia abajo, hacia el pecho de Dorian. El rostro del asesino estaba todavía cubierto por la tela negra que bajaba de la cabeza. Sólo sus ojos brillaban por encima de los negros pliegues, a pocos centímetros de los ojos de Dorian.

—Por la memoria de mi padre —dijo Kadem rechinando los dientes y respirando con dificultad por el esfuerzo—. Cumplo con mi deber.

Todo el peso de Kadem se concentraba detrás del brazo que sostenía el cuchillo Dorian no podía contenerlo más. Su propio brazo se doblaba lentamente. La punta del puñal atravesó la desnuda piel de su pecho y se deslizó hacia adentro, cada vez más adentro, hasta la empuñadura.

—¡La justicia es mía! —gritó Kadem en triunfo.

Antes de que el grito muriera en la garganta de Kadem, Tom se lanzó contra la puerta detrás de él, furioso y potente como un león de melena negra. De una mirada vio todo y apuntó con la pesada pistola que llevaba en la mano derecha sin atreverse a disparar por miedo a herir a su propio hermano. El cañón de acero golpeó con fuerza la parte de atrás de la cabeza de Kadem. Sin emitir otro sonido cayó sobre Dorian.

Mientras Tom se inclinaba para sacar al árabe de arriba del cuerpo inerte de su hermano, Mansur entró corriendo a la cabaña.

—¡Por el amor de Dios! ¿Qué es lo que ocurre?

—Este cerdo atacó a Dorry.

Mansur ayudó a Tom a levantar a Dorian hasta que estuvo sentado.

—Padre, ¿estás herido?

En ese momento vieron la terrible herida de puñal en su pecho desnudo. La miraron horrorizados.

—¡Yassie! —dijo Dorian en un suspiro—. Ocúpense de ella.

Tom y Mansur se volvieron hacia la pequeña figura encogida sobre el colchón. Ninguno de los dos la había descubierto hasta ese momento.

—Yassie está bien, Dorry. Está durmiendo —lo tranquilizó Tom.

—No, Tom. Está herida de muerte. —Dorian trató de escapar de las manos que lo retenían—. Ayúdenme. Debo atenderla.

—Yo me ocuparé de mi madre. —Mansur se puso de pie de un salto y corrió hasta el colchón—. ¡Madre! —gritó, y trató de levantarla. Luego retrocedió, mirando sus manos que brillaban con la sangre de Yasmini.

Dorian se arrastró por el suelo hasta el colchón y tomó a Yasmini en sus brazos. Su cabeza se movió sin vida.

—Yassie, por favor, no me abandones. —Dejó caer lágrimas de la mayor desesperación—. No te vayas, mi amor.

Sus ruegos fueron en vano pues el espíritu duende de Yasmini ya estaba recorriendo el fatal camino.

Sarah se había despertado con el alboroto. Rápidamente llegó hasta donde estaba Tom. Un rápido examen le indicó que el corazón de Yasmini había dejado de latir y ya no había nada que hacer por ella. Ahogó su dolor y se volvió a Dorian, que seguía con vida aunque muy débil.

Después de una rápida orden de Tom, Batula y Kumrah arrastraron a Kadem fuera de la cabaña. Con tiras de cuero crudo le ataron los codos y muñecas detrás de la espalda. Luego le ataron los tobillos a las muñecas. Su columna vertebral se arqueó dolorosamente mientras le colocaban un collar de esclavo de acero en el cuello. Lo arrastraron hasta un árbol en el centro del campamento. Apenas las horribles noticias del asesinato se extendieron entre la gente, las mujeres se reunieron alrededor de Kadem para maldecirlo y escupirlo con asco e indignación. Todas habían amado a Yasmini.

—Cuídenlo. Que nadie lo mate. No todavía, no hasta que yo lo ordene —le dijo Tom a Batula con gesto sombrío—. Tú protegiste a este cerdo asesino. Ésta es una obligación tuya, con tu propia vida.

Regresó a la cabaña para brindar la ayuda que pudiera. Pero ésta no era mucha, ya que Sarah se había hecho cargo de la situación. Era sumamente habilidosa en lo que a las artes medicinales se refería. Había pasado buena parte de su vida atendiendo cuerpos rotos y hombres moribundos. Ella sólo necesitaba la fortaleza de él para atar con fuerza los torniquetes para impedir que la sangre siguiera fluyendo. El resto del tiempo Tom se movió en un segundo plano, maldiciendo su propia estupidez por no anticipar el peligro y tomar precauciones para impedir el daño.

—No soy un niño inocente. Debí darme cuenta. —Sus lamentos molestaban más que ayudaban, y Sarah le ordenó que saliera de la cabaña.

Cuando terminó de vendar la herida de Dorian y éste yacía más cómodamente Sarah cedió y le permitió a Tom que entrara. Le dijo que si bien su hermano estaba gravemente herido, la hoja no había tocado el corazón, por lo menos hasta donde ella podía darse cuenta. Pensaba que le había tocado el pulmón izquierdo ya que había una espuma sanguinolenta en sus labios.

—He visto a hombres menos robustos que Dorry recuperarse de heridas peores que ésta. Ahora todo depende de Dios y del tiempo. —Eso fue lo mejor que pudo decirle a Tom. Le dio al herido una doble cucharada de láudano y una vez que la droga hizo efecto, lo dejó con Tom y con Mansur para que lo atendieran. Luego se fue a dar comienzo al doloroso proceso de preparar el cuerpo de Yasmini para el entierro.

Las sirvientas malayas, también musulmanas, la ayudaron. Llevaron a Yasmini a la cabaña de Sarah, en el otro extremo del campamento, la colocaron en una mesa baja y colocaron biombos alrededor de ella. La despojaron de la túnica ensangrentada y la redujeron a cenizas en el fuego del vigía. Cerraron los párpados de aquellos magníficos ojos oscuros de los cuales había desaparecido toda luminosidad. Bañaron el cuerpo casi infantil de Yasmini y la ungieron con aceites perfumados. Vendaron la única y terrible herida que le había llegado hasta el corazón. Peinaron y cepillaron su pelo y el rayo de plata relumbró con el mismo brillo de siempre. La vistieron con una inmaculada túnica blanca y la colocaron en la litera fúnebre. Parecía una niña dormida.

Mansur y Sarah, que después de Dorian eran quienes más la habían amado, eligieron el lugar en la selva para enterrarla. Con la tripulación del Gift, Mansur se quedó para cavar la sepultura pues la ley islámica ordenaba que Yasmini debía ser enterrada antes de que se pusiera el sol el día de su muerte.

Cuando levantaron la litera de Yasmini y la sacaron de la cabaña, los lamentos de las mujeres sacaron a Dorian del sueño inducido por las amapolas y llamó débilmente a Tom, que se acercó corriendo.

—Debes traerme a Yassie —susurró.

—No, hermano, no debes moverte. Cualquier movimiento podría producirte daños terribles.

—Si no me la traes, entonces yo iré por ella. —Dorian trató de sentarse, pero Tom lo detuvo con suavidad y llamó a Mansur para que trajeran la litera funeraria junto al lecho de Dorian.

Tanto insistió, que Mansur y Tom lo ayudaron a incorporarse para que pudiera besar los labios de su mujer por última vez. Entonces Dorian se quitó el anillo de oro sobre el que había pronunciado sus votos esponsales. Salió con dificultad pues jamás se lo había sacado antes. Mansur guió la mano de su padre cuando éste lo colocó en el delgadísimo dedo de Yasmini. Era demasiado grande para ella, pero Dorian le cerró los dedos para que no se cayera.

—Vete en paz, mi amor. Que Alá te tenga en su seno.

Tal como lo había advertido Tom, el esfuerzo y el dolor habían agotado a Dorian, quien se hundió en el colchón. Nuevamente la sangre empapó los vendajes que protegían su pecho.

Yassie fue conducida a su tumba donde la hicieron descender delicadamente. Sarah le colocó un paño de seda sobre el rostro y se quedó a un costado. Tom y Mansur no permitieron que nadie más realizara la desoladora tarea de cubrirla con tierra. Sarah observó hasta que terminaron. Luego tomó a Tom con una mano y a Mansur con otra y los condujo de regreso al campamento.

Tom y Mansur fueron directamente al árbol al que Kadem estaba encadenado. Tom fruncía el ceño con expresión sombría cuando se detuvo con los brazos en jarra ante el cautivo. La parte de atrás de la cabeza de Kadem estaba hinchada a causa del golpe con el cañón de la pistola. Tenía el cuero cabelludo lastimado y la sangre ya estaba convirtiéndose en una cáscara negra sobre la laceración. Sin embargo, Kadem había recuperado la conciencia y estaba una vez más alerta. Le dirigió a Tom una fría mirada de fanático.

Batula se acercó y se postró ante Tom.

—Mi señor Klebe, merezco tu ira. Tu acusación es justa. Fui yo quien protegió a este hombre y lo introduje en tu campamento.

—Así es, Batula. Esa culpa es efectivamente tuya. Necesitarás el resto de tu vida para redimirte. Y al final hasta puede costarte la vida.

—Es así, mi señor. Estoy listo para pagar mi deuda —ofreció con humildad Batula—. ¿Quieres que mate a este masticador de carne de cerdo ahora mismo?

—No, Batula. Primero debe decirnos quién es él realmente y quién fue el amo que lo envió a realizar tan vil acción. Tal vez sea difícil hacer que ~os lo diga. Puedo ver por sus ojos que este hombre no vive en un plano terrenal, como el resto de los hombres.

—Está dominado por los demonios —coincidió Batula.

—Hazlo hablar, pero asegúrate que no muera antes de haberlo hecho.

—Tom se retiró.

—Como tú digas, señor.

—Llévalo a algún lugar donde sus gritos no asusten a las mujeres.

—Iré con Batula —propuso Mansur.

—No, muchacho. Será una tarea horrible. No querrás verla con tus ojos.

—La princesa Yasmini era mi madre —replicó Mansur—. No sólo lo veré sino que disfrutaré cada grito que lance, y me regocijaré con cada gota de sangre que fluya.

Tom lo miró con asombro. No era éste el alegre niño que él conocía desde el día de su nacimiento. Era un hombre duro que había alcanzado la madurez en una sola hora.

—Ve con Batula y Kumrah entonces —aceptó finalmente—, y presta mucha atención a las respuestas de Kadem al-Jurf.

Llevaron a Kadem en la chalupa hasta el nacimiento de la corriente de agua, a más de un kilómetro y medio del campamento y allí lo encadenaron a otro árbol. Le ataron una tira de cuero alrededor de la frente y luego alrededor del tronco del árbol, retorciéndola de manera tal que se le incrustara en la piel y no pudiera mover la cabeza. Mansur le preguntó cuál era su verdadero nombre y Kadem le respondió con una escupida. El muchacho miró a Batula y Kumrah.

—El trabajo que debemos hacer ahora es justo. En nombre de Dios, comencemos —ordenó Mansur.

—¡Bismallah! —respondió Batula.

Mientras Mansur custodiaba al prisionero, los dos capitanes se internaron en la selva. Sabían dónde buscar y al cabo de una hora ya habían encontrado un nido de feroces hormigas soldado. Estos insectos eran de color rojo brillante, y no de mayor tamaño que un grano de arroz. La reluciente cabeza estaba provista con un par de pinzas venenosas. Con cuidado de no hacerles daño y sobre todo tratando de evitar sus picaduras, Batula sacó las hormigas del nido con un par de tenacillas de bambú.

Cuando regresaron Kumrah cortó una caña hueca junto a la corriente de agua y con cuidado colocó un extremo en la oreja de Kadem, introduciéndola lo más que pudo.

—Mira a este pequeño insecto. —Con la tenacilla de bambú Batula sostenía una de las hormigas—. El veneno de su picadura haría rodar por tierra de dolor a un león. Dime, tú que te haces llamar Kadem, ¿quién eres y quién te envió a cometer semejante acto?

Kadem miró al insecto que se retorcía. Una clara gota de veneno se deslizaba por entre los aserrados bordes de sus mandíbulas. Tenía un fuerte olor químico que haría que cualquier otra hormiga que lo percibiera entrara en un frenesí de agresividad.

—Soy un verdadero seguidor del profeta —replicó Kadem—, y fui enviado por Dios para llevar a cabo sus divinos propósitos.

Mansur le hizo una seña a Batula.

—Dejemos que la hormiga le susurre la pregunta con más claridad al oído de este verdadero seguidor del Profeta.

Los ojos de Kadem giraron hacia Mansur y trató de escupirlo otra vez, pero su boca se había secado. Batula colocó la hormiga en la abertura de la caña hueca que tenía en la oreja y cerró el extremo con un tapón de madera blanda recién cortada con un cuchillo.

—Vas a oír a la hormiga mientras desciende por el tubo —le explicó Batula a Kadem—. Sus pasos sonarán como los cascos de un caballo. Luego la sentirás caminar por el tímpano. Tocará la membrana del oído interno con la afilada punta de sus antenas. Luego te picará.

Observaron la cara de Kadem. Sus labios temblaron, luego sus ojos se revolvieron en su sitio hasta mostrar la parte blanca y toda su cara se contorsionó con furia.

—¡Alá! —murmuró—. ¡Dame fuerza para luchar contra los blasfemos!

El sudor salía de los poros de su piel como las primeras gotas de las lluvias del monzón y trató de sacudir la cabeza cuando los pasos de la hormiga sobre el tímpano fueron magnificados mil veces. Pero las ataduras en la frente lo sujetaban como si estuviera prensado.

—Responde, Kadem —insistió Batula—. Todavía puedo sacar la hormiga con agua antes de que te pique. Pero debes responder pronto. —Kadem cerró los ojos para no ver la cara de Batula.

—¿Quién eres? ¿Quién te envió? —Batula se acercó más y le susurró en el oído libre—: Rápido Kadem, o el dolor será superior incluso a lo que tu loca imaginación puede suponer.

Entonces, muy en el fondo del oído la hormiga encogió el lomo y una nueva gota de veneno apareció entre sus curvadas mandíbulas. Hundió las aserradas puntas en el delicado tejido en donde el nervio auditivo está más cerca de la superficie.

Kadem al-Jurf se consumía en oleadas de sufrimiento, y eran peores de lo que Batula le había anticipado. Gritó una vez. Fue un sonido que no era humano sino algo salido de una pesadilla. Luego el dolor congeló los músculos y las cuerdas vocales en su garganta, las mandíbulas se le trabaron en un espasmo de tal intensidad que una de sus muelas careadas en la parte de atrás se quebró, llenándole de astillas y pus la boca. Los ojos giraban en sus cavidades como los de un ciego. Arqueó la espalda hasta que Mansur temió que se le quebrara la columna. Su cuerpo se convulsionaba con tal intensidad que las ataduras se metían profundamente en la carne.

—Morirá —predijo Mansur con ansiedad.

—Un shaitan es duro de matar —replicó Batula.

Los tres se sentaron en el suelo formando un semicírculo frente a Kadem y observaron su sufrimiento. Aunque era un horrible espectáculo para la vista, ninguno de ellos tuvo el menor sentimiento de compasión.

—Mira, señor —observó Kumrah—. El primer espasmo está pasando.

—Tenía razón. La columna vertebral de Kadem se relajaba lentamente y aunque todavía una serie de convulsiones lo dominaron, cada una era menos violenta que la anterior.

—Ha terminado —dijo Mansur.

—No, señor. Si Dios es justo, pronto la hormiga picará otra vez —explicó Batula con delicadeza—. No terminará tan rápido. —Mientras decía esto, eso fue precisamente lo que ocurrió: el pequeño insecto atacó otra vez.

Esta vez la lengua de Kadem quedó atrapada entre los dientes al cerrarse la boca de golpe. Mordió hasta atravesarla y la sangre se deslizó por el mentón. Sus intestinos se aflojaron con un fluir discontinuo y hasta el deseo de venganza de Mansur pareció diluirse. Los oscuros velos del odio y dolor desaparecieron y su instinto humanitario se abrió paso en él.

—Basta, Batula. Ponle fin a esto. Sácale la hormiga con agua.

Batula retiró el tapón del extremo de la caña y llenó su boca de agua.

A través de la caña hueca lanzó un chorro al interior del oído de Kadem,

y en la corriente de agua que salió pudo verse el cuerpo rojo de la hormiga ahogada que se deslizaba por el tenso cuello de Kadem.

Lentamente, el cuerpo torturado se fue relajando y el prisionero quedó colgando de sus ataduras. Su respiración era rápida y poco profunda y cada pocos minutos dejaba escapar una áspera y desarticulada exhalación, mitad suspiro, mitad quejido.

Una vez más, sus guardianes se sentaron en el suelo en un semicírculo frente a él y lo observaron con atención. Más adelante esa misma tarde, cuando el sol tocaba la cresta de la copa de los árboles de la selva Kadem gimió otra vez. Sus ojos se abrieron y lentamente se dirigieron a Mansur.

—Batula, dale agua —ordenó Mansur. La boca de Kadem estaba negra y con costras de sangre. Su lengua lastimada sobresalía entre los dientes como un trozo de hígado podrido. Batula le acercó la bota de agua a la boca. Kadem se ahogó y tosió mientras bebía. Primero vomitó un chorro de sangre negra gelatinosa que había tragado, y luego volvió a beber.

Mansur lo dejó descansar hasta que se puso el sol, luego le ordenó a Batula que le diera de beber otra vez. Kadem se sintió más fuerte y siguió con los ojos los movimientos de los otros. Mansur ordenó a Batula y a Kumrah que aflojaran sus ligaduras como para que la sangre volviera a circular y también que le frotaran las manos y los pies antes de que la gangrena matara la carne con vida. El dolor de la sangre que regresaba debió de haber sido terrible, pero Kadem lo soportó estoicamente. Después de un rato, ajustaron nuevamente las tiras de cuero.

Mansur se acercó y permaneció de pie frente a él.

—Sabes muy bien que soy el hijo de la princesa Yasmini, a quien tú asesinaste —le dijo—. A los ojos de Dios y de los hombres, la venganza es mía. Tu vida me pertenece.

Kadem le devolvió la mirada.

—Si no me respondes le ordenaré a Batula que ponga otro insecto en tu oído sano.

El prisionero pestañeó, pero su cara permaneció inalterada.

—Responde a mi pregunta —exigió Mansur—. ¿Quién eres y quién te envió a nuestro hogar?

La lengua hinchada de Kadem llenaba su boca, de modo que su respuesta se oyó confusa y apenas inteligible.

—Soy un verdadero seguidor del Profeta —volvió a decir—, y fui enviado por Dios para llevar a cabo sus divinos propósitos.

—Esa es la misma respuesta que nos has dado ya, pero no es la que queremos oír —replicó Mansur—. Batula, elige otro insecto. Kumrah, coloca otra caña en la oreja de Kadem. —Cuando hubieron hecho lo que se les había ordenado, Mansur le preguntó a Kadem—: Esta vez el dolor puede matarte, ¿estás listo para morir?

—Bendito es el mártir —respondió el prisionero—. Ansío con todo mi corazón ser bien recibido por Alá en el paraíso.

Mansur llevó a Batula a un lugar aparte.

—No cederá —le dijo.

Batula se mostró dubitativo. Su tono demostraba cierta inseguridad cuando habló.

—Señor, no hay otra manera.

—Creo que si la hay. —Se volvió a Kumrah—. No necesitamos la caja. —Luego les habló a ambos—. Permaneced con él. Regresaré.

Remó corriente abajo de regreso. Había casi oscurecido cuando llegó al campamento, pero la luna llena ya iluminaba el cielo oriental con un maravilloso resplandor dorado mientras trepaba por encima de las copas de los árboles.

—Hasta la luna se apresura para ayudarnos en nuestra empresa —murmuró Mansur mientras se acercaba a tierra, a la playa que estaba junto al campamento. Vio que la lámpara brillaba a través de las aberturas en la cabaña de su padre y hacia allí se dirigió con rapidez.

El tío Tom y la tía Sarah estaban sentados junto al colchón sobre el que yacía Dorian. Mansur se arrodilló junto a su padre y lo besó en la frente. El enfermo se movió, pero no abrió los ojos.

Mansur se inclinó hacia Tom y murmuró en voz baja:

—Tío, el asesino no cede. Ahora necesito tu ayuda.

Tom se puso de pie y con un movimiento de cabeza le indicó al sobrino que lo siguiera afuera. Rápidamente Mansur le dijo qué era lo que quería y al final dijo simplemente:

—Esto es algo que haría yo mismo, pero el islam lo prohíbe.

—Comprendo. —Tom asintió con la cabeza y miró la luna—. Es favorable. Vi un lugar en la selva, cerca de acá donde se alimentan todas las noches con los tubérculos de las calas. Dile a tu tía Sarah que estoy haciendo y que no se preocupe. No estaré lejos demasiado tiempo.

Tom fue hasta la armería y eligió su enorme mosquete alemán en lugar del mosquete de pólvora. Quitó la carga y le puso un puñado de Big Looper, la formidable munición para matar, se aseguró de que el cuchillo estuviera en el cinturón y le quitó el seguro en su vaina.

Tom Eligió a diez de sus hombres y les dijo que estuvieran atentos a su lado, pero se alejó del campamento solo: el silencio y el disimulo eran fundamentales para tener éxito. Cuando vadeó la corriente del río se inclinó para recoger un puñado de arcilla negra y se la puso por toda la cara Pues la piel blanca brilla a la luz de la luna, y Su presa era astuta y furtiva. Si bien era enorme, la criatura que iba a cazar tenía hábitos nocturnos, por eso eran pocos los hombres que alguna vez la habían visto.

Tom fue hasta la otra orilla del arroyo y siguió durante casi un kilómetro y medio. Al acercarse al pantano en el que crecen las calas, su marcha se hizo más lenta. Se detenía cada cincuenta pasos para escuchar atentamente. En el borde del pantano se sentó en el suelo y puso su enorme arma sobre las piernas. Esperó con paciencia, sin moverse siquiera para espantar a los mosquitos que rondaban alrededor de su cabeza. La luna siguió subiendo y su luz se hizo más intensa, de modo que las sombras arrojadas por cada árbol y cada arbusto tenían líneas más definidas.

Súbitamente se oyó un gruñido y un chillido no lejos de donde estaba él. El pulso se le aceleró. Esperó, inmóvil como uno de los tocones de los árboles muertos, hasta que el silencio volvió a dominarlo todo. Entonces oyó un chapoteo de patas en el barro, más gruñidos, un ruido como de cerdos hocicando y el chasquido de mandíbulas con colmillos.

Tom se inclinó en la dirección de los ruidos. De pronto cesaron tan abruptamente como habían comenzado, él quedó inmóvil. Sabía que ésa era la conducta habitual del cerdo salvaje del bosque. Todos sus sentidos atentos a la presencia de algún predador. Aunque Tom estaba parado en un solo pie, se quedó inmóvil en esa Posición, tieso como una poco elegante estatua hasta que el silencio se rompió. Los gruñidos y los ruidos de la masticación recomenzaron.

Aliviado, bajó el pie. Los músculos del muslo le quemaban, y siguió avanzando con cautela. Hasta que se encontró con ellos de frente. Había varias docenas oscuras hembras con joroba y sus cerditos debajo de sus patas, hocicando y revolcándose Ninguno era suficientemente grande como para ser un cerdo macho maduro.

Con infinito cuidado, Tom se dirigió hacia un montón de tierra más dura al borde del pantano y allí se agachó, a la espera de que los grandes cerdos machos salieran de la selva. Una nube pasó frente a la luna y de pronto, en la más absoluta oscuridad sintió una presencia cercana. Concentró toda su atención en ella y vagamente distinguió un movimiento enorme tan cerca que sintió que podía tocarlo con la punta del cañón de su arma. Acercó la culata al hombro, pero no se atrevió a amartillar. La bestia estaba demasiado cerca. Era imposible que no oyera el ruido metálico de tal operación. Miró en la oscuridad, sin saber si se trataba de algo o era producto de su imaginación. Entonces las nubes pasaron y la luna volvió a brillar.

Frente a él se alzaba un gigantesco cerdo salvaje. A lo largo de su montañoso lomo se levantaba una crin de ásperos pelos, hirsuta y negra a la luz de la luna. Sus mandíbulas estaban armadas con colmillos curvos y afilados como para abrirle el vientre a cualquier hombre o cortarle la arteria femoral en la ingle y hacer que se desangrara en cuestión de minutos.

Tom y el cerdo salvaje se vieron el uno al otro en el mismo momento, el cazador movió hacia atrás los martillos de su arma para dejarla totalmente amartillada, y el enorme macho chilló y se lanzó a la carga directamente contra el cazador. El disparo del primer cañón fue hacia el pecho, y las pesadas municiones atravesaron carne y huesos. El animal trastabilló y cayó sobre sus rodillas pero en un instante se recuperó y volvió a la carga. Tom disparó el segundo cañón para luego golpear con el arma descargada la cara del cerdo a la vez que saltaba hacia un costado. Uno de los colmillos se enganchó en su chaqueta y la abrió como si fuera una navaja, pero la punta no alcanzó a tocar la carne. El pesado hombro de la bestia lo golpeó al pasar, pero con la fuerza suficiente como para hacerlo rodar hacia el fango. Con el cuchillo en la mano derecha se puso de pie, listo para enfrentar el próximo ataque. Alrededor todo era un desorden de cuerpos oscuros chillidos de alarma mientras los cerdos se desparramaban para regresar a la selva.

El silencio fue absoluto apenas se alejaron. Entonces oyó un ruido mucho más suave: respiración dificultosa, bufidos y el convulsivo estiramiento de las patas traseras entre las cañas del pantano. Con cautela se acercó al lugar de donde venían los ruidos y allí encontró al cerdo echado, dando sus últimas patadas en el barro.

Regresó rápidamente al campamento y encontró a sus diez hombres elegidos donde los había dejado, a la espera de su llamado. Ninguno de ellos era musulmán. De modo que no tenía ninguna prevención religiosa acerca de tocar un cerdo. Los condujo hasta el pantano y ataron el enorme y hediondo cuerpo a un palo para transportarlo. Fueron necesarios los diez hombres para llevarlo con dificultad a lo largo de la costa del río hasta donde Kadem todavía estaba atado a un árbol y Mansur lo esperaba junto a él con Batula y Kumrah.

Para esa hora ya estaba amaneciendo y Kadem miró el cuerpo del cerdo cuando lo depositaron frente a él. Nada dijo, pero su expresión demostraba claramente su horror y repugnancia.

Quienes habían transportado al animal habían traído palas. Mansur los puso a trabajar de inmediato, a cavar una tumba junto al cuerpo muerto. Ninguno de ellos dirigió la palabra al prisionero y apenas si miraron hacia donde estaba mientras trabajaban. Sin embargo, su agitación aumentaba mientras los observaba. Transpiraba y temblaba otra vez, pero eso no era solamente por los efectos de la impresión y el dolor de las picaduras de la hormiga. Había comenzado a comprender el destino que Mansur le estaba preparando.

Cuando la tumba alcanzó la suficiente profundidad, los hombres dejaron de lado las palas siguiendo la orden de Tom y se reunieron alrededor del cerdo salvaje muerto. Dos de ellos comenzaron a asentar las hojas de sus cuchillos para desollar mientras los demás daban vuelta al animal para dejarlo con las patas en alto, manteniéndolas separadas para facilitar la tarea de los desolladores. Eran expertos y el grueso cuero de hirsuto pelo pronto fue separado de los rosados y rojizos músculos y la blanca grasa de la panza. Finalmente terminaron de sacarlo y los desolladores lo extendieron en el suelo.

Mansur y los dos capitanes se mantuvieron a buena distancia, cuidando de que ni siquiera una gota de la sangre del vil animal los salpicara. Su repugnancia era tan evidente como la de su prisionero. El hedor de la grasosa carne del viejo macho resultaba asqueroso en el primer aire de la mañana y Mansur escupió ese gusto de su boca antes de hablar con Kadem por primera vez desde que habían traído al animal muerto.

—Tú, hombre sin nombre que te consideras un verdadero seguidor del Profeta, enviado por Dios para llevar a cabo sus divinos propósitos, ya no te necesitamos más a ti ni a tu traición. Tu vida en esta tierra ha llegado a su fin. —Kadem comenzó a dar señales de una mayor agitación que la mostrada cuando el insecto lo había picado. Farfullaba como un idiota y sus ojos iban de un lado a otro. Mansur ignoró sus protestas y continuó sin misericordia alguna—. Cuando lo ordene, serás envuelto y cosido en esta húmeda y hedionda piel de cerdo, para ser enterrado vivo en la tumba que hemos preparado para ti. Colocaremos el cuerpo sin piel de la bestia sobre ti para que mientras te asfixias su sangre y su grasa goteen en tu cara. A medida que tú y el cerdo se vayan pudriendo, los hediondos jugos de ambos cuerpos se mezclarán hasta convertirse en uno solo. Quedarás deshonrado, para siempre. Los rostros de Dios y de todos sus profetas se apartarán de ti por toda la eternidad.

Mansur hizo un gesto hacia los hombres que esperaban atentos y éstos se acercaron. Mansur liberó las cadenas que ataban al prisionero, pero lo dejó atado por los tobillos y las muñecas. Los hombres lo trasladaron hasta la piel extendida y lo colocaron sobre ella. El marinero que hacía las velas de los barcos enhebró su aguja y se colocó en la palma el cuero para coser a Kadem dentro de la envolvente mortaja en que se convertiría aquella piel.

Cuando Kadem sintió los húmedos y grasientos pliegues que lo abrasaban, lanzó un chillido propio de un alma condenada a la oscuridad eterna.

—Mi nombre es Kadem ibn Abú Baker, hijo mayor de Pasha Suleiman Abú Baker. Vine a este lugar a buscar venganza por la muerte de mi padre y cumplir la voluntad de mi amo, el califa Zayn al-Din ibn al-Malik.

—¿Cuál fue la voluntad de tu amo? —insistió Mansur.

—La ejecución de la princesa Yasmini y la de su incestuoso amante, Al-Salil.

Mansur se volvió a Tom que estaba cerca, sentado en el suelo.

—Eso es todo lo que necesito saber. ¿Puedo matarlo ahora, tío?

Tom se puso de pie y sacudió la cabeza.

—Su vida no me pertenece a mi, sino a tu padre. Además, podríamos necesitar todavía a este asesino, si es que queremos vengar a tu madre.

Con uno de sus tímpanos dañados, Kadem no podía mantener el equilibrio por lo que trastabilló y se cayó cuando lo sacaron de los pliegues de piel de cerdo, le quitaron las ligaduras y lo pusieron de pie. Tom ordenó que lo ataran al palo en que habían traído el cuerpo del cerdo salvaje. Los salteadores lo llevaron como si fuera una pieza de caza de regreso a la ría de la laguna.

—Será más difícil que se escape del barco. Llévalo al Gift —le dijo Tom a Batula—. Encadénalo en el sollado y ordena que sea custodiado día y noche por tus hombres de mayor confianza.

Permanecieron en el campamento junto a la laguna durante los cuarenta días de duelo por Yasmini. Los primeros diez, Dorian estuvo sumergido sobre el negro vacío de la muerte, pasando del delirio al coma para volver atrás otra vez. Tom, Sarah y Mansur se turnaban para estar a su lado.

A la décima mañana Dorian abrió los ojos y miró a Mansur. Habló con dificultad, pero claramente:

—¿Ha sido enterrada tu madre? ¿Has dicho tus oraciones?

—Ella ha sido enterrada y he orado sobre su tumba, por ti y por mí.

—Eso es bueno, hijo mío. —Dorian se hundió otra vez, pero al cabo de una hora volvió a despertar y pidió comida y bebida.

—Vivirás —le anunció Sarah cuando le acercó un cuenco con caldo.

—Estuviste cerca, Dorian Courtney, pero ahora vivirás.

Aliviado de la terrible ansiedad producida por el estado de su hermano, Tom dejó que Sarah y las sirvientas cubrieran sus turnos de vigilia junto al lecho del enfermo, él y Mansur se dedicaron a otras cosas.

Todos los días Tom hacía que trajeran a tierra a Kadem para que hiciera ejercicios en el sol y al aire libre. Cuidó que estuviera bien alimentado e hizo que le curaran la horrible herida en la cabeza para que cicatrizara limpiamente. No se trataba de compasión por el prisionero, sino que quería asegurarse de que sobreviviera en buenas condiciones ya que formaba una parte importante de sus planes para el futuro.

También ordenó que la piel del cerdo salvaje fuera salada y colgada en los avíos del Gift. Interrogaba a Kadem casi todos los días en fluida lengua árabe, obligándolo a sentarse a la sombra de la piel del cerdo que flameaba sobre su cabeza, como un constante recordatorio del destino que le esperaba si se negaba a responder.

—¿Cómo te enteraste de que este barco nos pertenecía a mi hermano y a mí? —quiso saber, y Kadem dio el nombre del mercader que le había dado esa información en Zanzíbar, antes de que su vida fuera ahogada por el garrote.

Esa información Tom se la pasó a Dorian cuando éste estuvo suficientemente fuerte como para mantenerse sentado sin ayuda.

—De modo que ahora nuestra identidad es conocida por los espías de Zayn al-Din en todos los fondeaderos de la costa desde Buena Esperanza hasta Ormuz en el Mar Rojo.

—Los holandeses también nos conocen —coincidió Dorian—. Keyser prometió que todos los puertos de la Compañía Holandesa Unida de las Indias Orientales estarían cerrados para nosotros. Tenemos que cambiar nuestras apariencias.

Tom se dedicó a alterar el aspecto de ambas naves. Una primero y otra después fueron remolcadas hasta la costa y aprovecharon las mareas altas y bajas para carenarlas. Primero les quitaron la densa capa de algas y gusanos que se habían instalado con fuerza en los cascos. Algunas de estas desagradables criaturas tenían el grosor de un pulgar humano y a veces eran tan largas como un brazo. Estos gusanos eran capaces de llenar la madera de agujeros hasta que toda la nave estuviera podrida como un queso y lista para romperse en la primera tormenta. Cubrieron de brea el fondo de las naves, repusieron las cubiertas de cobre allí donde se habían perdido dejando entrar a los gusanos. Era la única cura efectiva. Luego Tom cambió los mástiles y todos los avíos. Le agregó un palo de mesana al Gift. Esto era algo que ambos hermanos ya habían conversado alguna vez. El mástil adicional alteraba totalmente la apariencia y el rendimiento de la nave, cuando la echó al agua para probarla, navegó aprovechando mejor el viento y agregó dos nudos a su velocidad. Tom y Batula estaban encantados e informaron del éxito con orgullo a Dorian, quien insistió en que se le permitiera trasladarse a la playa para ver su barco.

—Alabado sea el nombre de Dios, estás otra vez nueva como una gen.

—Tenemos que darle un nuevo nombre, hermano —coincidió Tom—. ¿Cómo la llamaremos?

Dorian ni siquiera vaciló.

—El Revenge. Venganza.

Por su expresión, Tom se dio cuenta qué era lo que estaba pensando y no ofreció oposición alguna.

—Ilustre nombre. —Asintió—. El padre de nuestro tatarabuelo navegó con Sir Richard Grenville en el viejo Revenge.

Pintaron de nuevo el casco color celeste, ya que ése era el color de la pintura que habían traído en cantidad suficiente y destacaron las troneras en azul más oscuro. Esto le daba al Revenge un aspecto atrevido.

Luego comenzaron a trabajar en el Maid of York. La nave había mostrado siempre una ligera tendencia a desviarse cuando navegaba empujada con fuerza por el viento a favor. Tom aprovechó la ocasión para agregar tres metros al palo mayor y darle cinco grados de inclinación. También largó el bauprés y movió el foque y la vela de cuchillo un poco adelante. Cambió de lugar los soportes de los barriles de agua en los compartimientos cercanos a la popa para alterar el equilibrio. Estos cambios no sólo modificaron su perfil sino que la hicieron más sensible al timón y corregían la tendencia a inclinar la cabeza.

Tom pintó este barco con un esquema de color inverso al Revenge: azul oscuro y celeste las troneras.

—Había sido bautizada en tu honor, Maid of York —le recordó a Sarah—. Lo que es justo es justo. Tú debes darle su nuevo nombre.

—Water Sprite —dijo ella de inmediato y Tom se sorprendió.

—¿Cómo se te ocurrió? Es un nombre singular.

—Pues yo soy una dama muy singular. —Ella rió con ganas.

—Seguro que lo eres. —Él rió con ella—. Pero sólo Sprite sería mejor.

—¿Lo estás bautizando tú o yo? —preguntó con dulzura Sarah.

—Digamos que ambos lo estamos bautizando. —Sarah alzó las manos en gesto de capitulación.

Cuando los cuarenta días de duelo por Yasmini pasaron, Dorian estaba suficientemente recuperado como para caminar sin ayuda hasta un extremo de la playa y regresar nadando a través del canal. Aunque había recuperado sus fuerzas, la soledad y la profunda tristeza lo habían marcado.

Cada vez que Mansur encontraba un tiempo en medio de sus actividades, él y su padre lo pasaban juntos, sentados conversando.

Todas las noches la familia se reunía alrededor de la fogata y hablaban de sus planes. Pronto resultó obvio que ninguno de ellos quería hacer de la laguna su nuevo hogar. Como estaban sin caballos, las expediciones de exploración de Tom y su sobrino hechas a pie no llegaban demasiado lejos tierra adentro y no encontraron ninguna de las tribus que alguna vez habían habitado aquellas tierras. Los viejos caseríos habían sido quemados y abandonados.

—No hay intercambio comercial si no tienen con quien intercambiar —señaló Tom.

—Es un lugar poco saludable. Ya hemos perdido a uno de los nuestros debido a la fiebre. —Sarah lo apoyaba—. Tenía tantas esperanzas de encontrar a nuestro Jim por aquí, pero en todo este tiempo no lo hemos visto ni hemos tenido señales de él. Debe de haberse ido más hacia el norte.

—Había otras cien posibles razones por las que Jim habría desaparecido, pero ella ni siquiera las consideró. —Seguro que lo encontraremos allí— concluyó con firmeza.

—Yo tampoco deseo quedarme acá —intervino Mansur. En aquellas últimas semanas él había tomado su lugar con toda naturalidad en los consejos de familia—. Mi padre y yo tenemos la sagrada obligación de encontrar al hombre que ordenó la muerte de mi madre. Yo sé quién es. Mi destino está en el norte, en el reino de Omán. —Dirigió a su padre una mirada inquisidora.

Lentamente éste dio su asentimiento con un gesto.

—El asesinato de Yasmini lo ha cambiado todo. Yo ahora comparto contigo la sagrada obligación de la venganza. Iremos juntos hacia el norte.

—Entonces está decidido. —Tom habló por todos ellos—. Cuando lleguemos a la bahía Nativity, podemos decidir otra vez.

—¿Cuándo podemos zarpar? —quiso saber Sarah ansiosamente Fija el día.

—Las naves están casi listas, y también lo estamos nosotros. De aquí a diez días. Al día siguiente del Viernes Santo —sugirió Tom—. Un día propicio.

Sarah escribió una carta para Jim. Se extendía por doce páginas de pesado pergamino cubiertas por su elegante escritura. La cosió dentro de una lona y pintó el envoltorio con la pintura celeste de los barcos y selló las costuras con brea caliente. Escribió el nombre de él en letras mayúsculas de imprenta: Caballero James Archibald Courtnei. Luego la llevó hasta la cima de la colina y, con sus propias manos, la escondió en el espacio que había debajo de la piedra postal. Levantó un alto montón de piedras para indicarle a Jim cuando llegara al lugar que había una carta esperándolo.

Mansur salió de cacería por el valle y mató a otros cinco búfalos del bosque. Las mujeres salaron, encurtieron y secaron la carne. También hicieron salchichas especiadas para el viaje que les esperaba. Mansur supervisó las tripulaciones cuando llenaron los barriles de agua de ambas naves. Una vez completado esto, Tom y los capitanes árabes fueron llevados a recorrer alrededor de las naves para inspeccionar su estado. Aunque pesadamente cargados, ambos navíos estaban bien. Se los veía maravillosamente elegantes con su nueva pintura.

Encadenado y fuertemente custodiado Kadem al-Jurf era llevado a cubierta por unas pocas horas cada día. Tom y Dorian se turnaban para interrogarlo. Con la piel seca del cerdo salvaje arrojando su sombra sobre la cubierta Kadem respondió a todas sus preguntas, si no con entusiasmo, por momentos con ciertas manifestaciones de respeto. Aunque Tom y Dorian presentaban las mismas preguntas de diferentes maneras, las respuestas de Kadem eran consistentes y el prisionero evitó las trampas que le tendían, debía saber cuál sería finalmente su destino. La ley dejaba a Dorian y a Mansur poco margen para la misericordia. Cuando lo miraban, Kadem veía la muerte en sus ojos, y todo lo que él podía esperar era que cuando llegara el momento le concedieran una ejecución rápida y digna, sin el horror del descuartizamiento o el sacrilegio de la piel de cerdo salvaje.

A lo largo de la semana, el encarcelamiento de Kadem en la cubierta del sollado generó sus propios ritmos y rutinas. Tres marineros árabes compartían el deber de actuar como guardias durante la noche, cada uno con un turno de cuatro horas. Habían sido cuidadosamente elegidos por Batula y al principio fueron sumamente respetuosos de sus órdenes. Si bien ellos no pronunciaban palabra alguna, le informaban a Batula hasta el más mínimo e informal comentario de Kadem. Pero las noches eran largas y la guardia tan aburrida como pesada era la necesidad de permanecer despierto. Kadem había sido entrenado por los más famosos mullahs de la real casa de Omán para la dialéctica y el debate religioso. Las cosas que susurraba en la oscuridad de la noche a sus guardianes mientras el resto de la tripulación estaba en tierra o dormía en el puente superior eran fuertes para aquellos devotos jóvenes. Las verdades por él pronunciadas eran demasiado intensas y conmovedoras como para informárselas a Batula. No podían hacer oídos sordos a ellas y al principio escuchaban con admiración cuando él hablaba de la verdad y la belleza de los designios de Dios. Luego comenzaron, contra su propia voluntad, a responder a sus susurros con los propios. A juzgar por el fuego de sus ojos, sabían que Kadem era un hombre santo. Tanto el fervor de su propia devoción como la imbatible lógica de sus palabras, los habían convencido. Poco a poco se fueron convirtiendo en esclavos de Kadem ibn Abú Baker.

Mientras tanto, la excitación producida por la inminente partida crecía en el resto del grupo. Los últimos muebles y mercancías fueron sacados de las cabañas en el borde de la selva y trasladados a las naves. El Viernes Santo, Tom y Mansur arrojaron antorchas encendidas a las cabañas vacías. La paja de los techos estaba seca y pronto se convirtieron en grandes hogueras. El día siguiente al Viernes Santo zarparon temprano en la mañana para que Tom tuviera suficiente luz como para poder ver el canal. El viento era calmo y a favor, de modo que pudo conducir a la pequeña flotilla entre los promontorios hacia el mar abierto.

Era mediodía y la costa se veía lejos y azul en el horizonte occidental cuando un miembro de la tripulación subió desde las cubiertas inferiores en un estado de terrible agitación. Tom y Dorian estaban juntos en el alcázar, Dorian sentado en una silla colgante que Tom había armado para él. En un primer momento no pudieron comprender los gritos salvajes del hombre.

—¡Kadem! —Tom había captado la esencia del mensaje. Corrió escaleras abajo hasta la cubierta del sollado. Kadem estaba acurrucado durmiendo en su colchón de paja, en la jaula de madera bien cerrada que los carpinteros habían construido para él. Sus cadenas seguían sujetas a los pernos de aro fijos en la madera. Tom levantó una punta de la única manta que cubría al prisionero de la cabeza a los pies, la sacó de un tirón y luego pateó al muñeco que estaba debajo. Estaba hábilmente hecho con dos sacos rellenos de estopa y atados con pequeños trozos de cuerdas viejas para darles el contorno de un cuerpo humano debajo de la manta.

Revisaron rápidamente el barco de proa a popa. Tom y Dorian lo hicieron espada en mano metiendo la hoja con rabia en cada agujero, en cada rincón y en cada hendidura.

—Faltan otros tres hombres —informó Batula con cara apesadumbrada.

—¿Quiénes son? —exigió saber Dorian.

Batula vaciló antes de poder tomar fuerzas para responder.

—Rashood, Pinna y Habban —dijo con voz áspera—, los mismos tres hombres que designé para que lo custodiaran.

Tom alteró el curso y dirigió la nave junto al Revenge, llamó a Mansur, quien estaba al mando de la nave. Ambos barcos dieron la vuelta y se dirigieron de regreso a la entrada de la laguna, pero los vientos que les habían permitido abandonar el lugar con tanta facilidad, ahora les bloqueaban el ingreso dejándolos en mar abierto. Durante dos días más permanecieron yendo y viniendo frente a la entrada. Dos veces casi se estrellan contra las rocas cuando el frustrado Tom trató de entrar a toda costa.

Hacía seis días que habían zarpado cuando por fin pudieron anclar en la playa de la laguna otra vez. Después de su partida había llovido fuertemente y cuando bajaron a tierra se dieron cuenta que cualquier huella dejada por los fugitivos había sido lavada.

—Sin embargo, sólo hay una dirección en la que pueden haber ido. Tom señaló el valle. —Pero nos llevan unos nueve días de ventaja. Si queremos alcanzarlos debemos ponernos en marcha de inmediato.

Les ordenó a Batula y Kumrah que revisaran las armas y las municiones. Regresaron a tierra con expresión acongojada para informar que faltaban cuatro mosquetes, el mismo número de machetes, municiones y pólvora.

Tom se contuvo de insultar más a los dos capitanes pues éstos ya habían sufrido bastante.

Dorian discutió con vehemencia cuando Tom le dijo que debía quedarse para cuidar los barcos y a Sarah mientras ellos perseguían a los fugitivos. Al final, la mujer intervino para convencerlo de que no estaba todavía suficientemente fuerte como para una expedición semejante, que tendría duras marchas y tal vez más duros enfrentamientos. Tom seleccionó a diez de sus mejores hombres para que lo acompañaran, es decir, aquellos que eran hábiles con la espada, con el mosquete y con la pistola.

Una hora después de haber bajado a tierra, todo estaba listo. Besó a Sarah y abandonaron la playa para dirigirse tierra adentro. Mansur y su tío caminaban a la cabeza de la columna de hombres armados.

—Me encantaría que el pequeño Bakkat estuviera con nosotros —murmuró Tom—. Les seguiría el rastro aunque les hubieran crecido alas y volaran a tres metros del suelo.

—Eres un famoso cazador de elefantes, tío Tom. Te he oído decirlo desde que era niño.

—Eso fue hace más de uno o dos años —sonrió lamentándose—, además, no debes recordar todo lo que te digo. Las baladronadas y los alardes son como las deudas y las novias de la niñez… con frecuencia regresan para atormentar al hombre que las hizo.

A mediodía del tercer día estaban sobre la cresta de la cadena de montañas que corría formando una muralla sin interrupciones hacia el norte y hacia el sur. Las laderas debajo de ellos estaban cubiertas con manchones de brezos color púrpura, ésta era la línea divisoria entre el litoral y la planicie interior de la plataforma continental. Detrás, las selvas se extendía como una alfombra verde que llegaba hasta el borde del océano. Hacia adelante, las colinas eran ásperas y rocosas y las llanuras interminables, extendiéndose hasta el horizonte azul por la distancia. Pequeñas nubes de polvo levantadas por las manadas de animales en movimiento se agitaban en la tibia brisa.

—Cualquiera de ellas podría indicar el rumbo de los hombres que estamos persiguiendo, pero los cascos de los animales ya deben de haber borrado todas las huellas —explicó Tom a Mansur—. Asíy todo, dudo de que se hayan aventurado hacia ese gran desierto. Kadem tendría que tener el buen sentido de por lo menos tratar de encontrar habitantes humanos.

—¿La colonia de El Cabo? —Mansur miró hacia el sur.

—Más posiblemente los fuertes árabes a lo largo de la Costa de la Fiebre o el territorio portugués de Mozambique.

—Son territorios tan grandes —dijo Mansur preocupado—. Podrían haber ido hacia cualquier parte.

—Esperaremos a que regresen los exploradores antes de decidir lo que haremos luego.

Tom había enviado a sus mejores hombres a explorar el norte y el sur, con órdenes de tratar de cortar el camino de Kadem. No se lo diría a Mansur, no todavía por lo menos, pero él sabía que las posibilidades eran remotas. Kadem les llevaba demasiada ventaja y, como había destacado Mansur, el territorio era demasiado grande.

El punto que Tom había establecido para el reencuentro con los exploradores era un característico pico con forma de sombrero ladeado que podía ser visto desde veinte leguas en cualquier dirección. Acamparon en la ladera sur, en el borde donde comenzaba la selva y los exploradores fueron llegando de uno en uno. Ninguno había encontrado señales de seres humanos.

—Han logrado escapar, muchacho —le informó Tom a su sobrino—. Creo que nada más podemos hacer, salvo dejarlos ir y regresar a las naves. Pero quisiera tu aprobación. Es tu deber hacia tu madre lo que dicta qué hacer ahora.

—Kadem era sólo el mensajero —dijo Mansur—. Mi deuda de sangre es con su amo en Lamu, Zayn al-Din. Estoy de acuerdo, tío Tom. Esto es inútil. Nuestras energías bien pueden ser usadas para otra cosa.

—También piensa, muchacho, que Kadem irá directamente de vuelta con su amo, la paloma que vuelve a su palomar. Cuando encontremos a Zayn, Kadem estará a su lado, si los leones no se lo han comido primero.

La cara de Mansur se iluminó y sus hombros se irguieron.

—En nombre de Dios, tío, no había pensado en eso. Por supuesto, tienes razón. En cuanto a que Kadem muera en estos territorios salvajes, me parece que tiene la suficiente tenacidad animal y fe fanática como para sobrevivir. Estoy seguro de que nos lo encontraremos otra vez. No escapará a mi venganza. Regresemos rápido a los barcos.

Antes de las primeras luces Sarah abandonó su litera en el pequeño camarote del Sprite. Luego, como había hecho todas las mañanas desde que Tom había partido, fue a tierra y trepó la colina sobre la laguna. Desde allí observaba esperando el regreso del marido. A la distancia pudo reconocer su alta y derecha figura, su modo rítmico de caminar a la cabeza de sus hombres. La imagen se empañó al llenarse sus ojos de lágrimas de alegría y alivio.

—Gracias, Dios mío, por escuchar mis plegarias —dijo en voz alta, y corrió colina abajo directamente a sus brazos—. Estaba tan preocupada de que te metieras otra vez en problemas, sin que yo estuviera allí para cuidarte, Tom Courtney.

—Ni siquiera tuve la oportunidad de tener problemas, Sarah Courtney —la abrazó con fuerza—, lo cual es una pena. —Miró a Mansur—. Eres más rápido que yo, muchacho. Corre a avisar a tu padre que hemos regresado y que prepare las naves para zarpar otra vez tan pronto como ponga un pie a bordo. —El joven partió de inmediato.

Apenas estuvo suficientemente lejos como para que el sobrino no pudiera oír, Sarah dijo:

—Eres astuto, Thomas, ¿no? No querías ser tú quien le diera a Dorry esa marga noticia de que el asesinato de Yassie sigue sin ser vengado.

—Es más un deber de Mansur que mío —replicó Tom airosamente—. Dorry no lo aceptaría de otra manera. La única ganancia de todo este maldito asunto es que tal vez sirva para que padre e hijo estén más unidos de lo que jamás estuvieron antes, y eso que estuvieron siempre muy unidos.

Zarparon con la marea baja. El viento favorable les permitió llegar al mar antes de que se hiciera de noche. Las naves estaban a no más de trescientos metros una de otra, con el viento en la dirección que más les convenía para la navegación. El Revenge demostraba su nueva capacidad de velocidad y comenzó a aventajar al Sprite. Y fue a desgano que Tom ordenó achicar velas para pasar la noche. Era una pena no aprovechar del todo el viento que los estaba llevando tan rápidamente hacia la bahía Nativity.

Pero soy un comerciante y no un guerrero, se consoló. Cuando dio la orden de achicar velas vio que Mansur, en el Revenge, recogía la vela de cuchillo y luego la mesana y la mayor. Ambos barcos colocaron faroles en el palo mayor, pues de esa manera les resultaría más fácil mantenerse uno a la vista del otro.

—Tom se disponía a dejar el alcázar en manos de Kumrah para descender al pequeño salón y cenar la comida que Sarah estaba cocinando y cuyo olor era ya perceptible. Reconoció el único aroma de uno de sus famosos platos perfumados con especias y se le hizo agua la boca. Pasó unos minutos más controlando las velas y el rumbo. Finalmente satisfecho, se dirigió a la escalerilla, pero de pronto se detuvo.

Miró fijo hacia el horizonte oriental y murmuró desconcertado:

—Eso es un gran fuego. ¿Será una nave que se incendia? No, es algo mucho más grande. El fuego de un volcán.

La tripulación en cubierta también lo había visto y se amontonaba en la barandilla, todos boquiabiertos y parloteando. Entonces, para el máximo asombro de Tom, sobre el oscuro horizonte hizo su aparición una monstruosa bola de fuego celestial que iluminó la superficie del mar. Sobre el agua, las velas del Revenge brillaron blanquecinas en medio de esa emanación.

—¡Dios mío, un cometa! —gritó Tom con asombro y saltó a la cubierta sobre el salón—. Sarah Courtney, sube de inmediato. Jamás has visto algo como esto, ni volverás a verlo otra vez.

Sarah subió corriendo las escaleras con Dórian siguiéndola. Se detuvieron y miraron maravillados, mudos ante tan esplendorosa visión. Ella se acercó a Tom y se puso dentro del círculo protector de sus brazos.

—Es una señal —susurró—. Es una bendición del Altísimo por la vieja vida que dejamos atrás en Buena Esperanza, y la promesa de una vida nueva que tenemos por delante.

Dorian se apartó de ellos, caminó lentamente por la cubierta hasta que llegó a la proa y cayó de rodillas. Alzó su mirada al cielo.

—Los días de duelo han terminado —dijo—. Tu tiempo conmigo en esta tierra ha terminado. Ve, Yasmini, mi amor, mi pequeña, te dejo en manos de Dios, pero debes saber que mi corazón y todo mi amor se van contigo.

En el otro lado de las oscuras aguas, Mansur Courtney vio el cometa, corrió hasta los obenques y saltó a ellos. Trepó velozmente hacia arriba hasta que llegó a la cofa mayor. Tomó con un brazo el palo juanete dejándose balancear con flexibilidad por el movimiento del casco, magnificado por los veinte metros que lo separaban de la superficie del mar. Alzó su rostro al cielo y su pelo largo y grueso flameó hacia atrás con el viento.

—¡La muerte de los reyes! —gritó—. ¡La destrucción de los tiranos! Todos estos portentosos acontecimientos son anunciados por el dedo de Dios que escribe en los cielos. —Llenó los pulmones y gritó al viento—: ¡Óyeme Zayn al-Din! ¡Yo soy el vengador y voy hacia ti!