Literatura infantil es —en principio— la que un autor escribe pensando en que sus lectores van a ser los niños. Desde el XIX hasta nuestros días escritores como J. M. Barrie, A. A. Milne, Kenneth Grahame, Richmal Crompton, Enid Blyton, Margaret Mahy o J. K. Rowling han dedicado algunos de sus mejores esfuerzos al público infantil. Pero lo escrito conscientemente para ellos no es la única fuente que nutre las colecciones de libros para adolescentes. La literatura infantil y juvenil, como género, funciona con un talante francamente expansionista e incorpora a sus filas obras que sus autores concibieron sin tener en mente a lectores menores de edad. Las novelas históricas de Walter Scott, Las minas del rey Salomón de Haggard, las novelas «científicas» de Julio Verne, los relatos de Sherlock Holmes… de seguro que Wells o London se hubieran sorprendido viendo buena parte de su obra en los catálogos de literatura juvenil. Recopilaciones de tradiciones folclóricas, fábulas, algunos clásicos —aligerados— de anteayer, o que peinan siglos de canas. De todo se utiliza para llenar los catálogos. La infantil realiza continuos secuestros en el repertorio de la literatura de adultos. Y pocas conquistas tan extrañas como la llevada a cabo, desde hace generaciones, con Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift; un misántropo pesimista, sarcástico y en permanente estado de enfado, que publicó bajo firma anónima esta sátira, auténticamente vitriólica, a la cual la censura en el pasado le ha metido las tijeras en repetidas ocasiones.
Salvo en el caso de las novelas de aventuras —que desde antaño se consideraron edificante lectura sobre los logros del esfuerzo, la amistad, el valor, etc.—, lo habitual es que los clásicos de adultos pierdan «algunas plumas» en su adaptación para niños. Suelen reducir longitud, modernizan lenguaje, eliminan —si lo hay— lo truculento o escabroso y ganan en ilustraciones. De todo eso que suele perderse hay algo en Los viajes de Gulliver, sin embargo, en esta edición de la colección Avatares de Valdemar, se aúna las excelentes ilustraciones realizadas por Rackham para una edición de Los viajes de Gulliver «suavizado» —digámoslo así— con la integridad del malintencionado texto de Swift. La edición de Valdemar es, por tanto, íntegra y textual, y sigue fielmente la edición de la Oxford University Press a cargo de Louis A. Landa.
La razón del porqué de la conversión en clásico de la infancia de Los viajes de Gulliver hay que buscarla, quizá, en la afinidad que se ha dado en épocas entre lo fantástico y lo infantil y, posiblemente también, en una cierta proximidad temática entre los cuentos clásicos infantiles y los personajes de los dos primeros viajes de Gulliver. A fin de cuentas se trata de enanos en Liliput y gigantes en Brobdingnag… Algo parece tener que ver esto con un universo infantil de pulgarcitos, habichuelas gigantes, ogros, pequeñas gentes, etc. Bueno, esos dos capítulos y una larga tradición de Los viajes de Gulliver infantiles haciendo gala, generación tras generación, de nuevos y brillantes ilustradores. Lo cierto es que Los viajes… pertenecen ya, tanto al universo infantil, como al sector adulto y casi erudito de aficionados a los clásicos.
Su autor, Jonathan Swift, nace en Irlanda, aunque de padres ingleses, en 1667. En 1689 se traslada con su madre a Leicester, donde será secretario de sir William Temple. Profesa como sacerdote dentro de la Iglesia anglicana en 1693. A la muerte de Temple, en 1699, se convierte en capellán del justicia mayor inglés en Irlanda, lord Berkeley y obtiene, dos años más tarde, su doctorado en Teología. A partir de entonces su intervención en política es constante. Primero en favor del partido whig, luego, cuando estos desatienden sus peticiones como representante del clero irlandés en favor de que les sean suprimidos determinados impuestos, se alinea con el partido tory. Publicando sátiras, siempre anónimas, que todo el mundo sabe que le son atribuibles, siendo el paladín de un influyente grupo de intelectuales donde, junto a él mismo, se alinean autores como Pope o John Gay, dirigiendo el periódico del partido tory, yendo de Inglaterra a Irlanda y de Irlanda a Inglaterra, siendo admirado y temido, pasa esos primeros quince años del siglo XVIII que concluyen con la muerte de la reina Ana en 1714. Con la llegada del nuevo reinado pierde influencia y poder. Decide retirarse a Dublín, donde da comienzo a la redacción de Los viajes de Gulliver y sigue publicando sátiras y panfletos «anónimos». En 1718, contra la política inglesa de aquellos días respecto a Irlanda, publica —anónimamente, cómo no— las Drapier’s Letters. En 1726 se edita su Travels into Several Remote Nations of the World by Lemuel Gulliver (Los viajes de Gulliver) y tres años más tarde una de sus más feroces sátiras, A Modest Proposal. Su actividad continuó incansable hasta que en 1739 se inició un rápido declive mental que le llevó a la incapacitación y la tutela en 1742 y a la muerte tres años más tarde.
En Los viajes de Gulliver sigue el esquema, clásico ya entre los ingleses desde sir John Mandeville a finales del XV, del libro de viajes y, en este caso, más concretamente del de «viajes fantásticos». Respecto al más famoso escrito de Swift, que utilizó siempre el panfleto, la sátira y el anónimo para expresar opiniones y fustigar enemigos, resulta ocioso plantearse si tiene o no intenciones satíricas. Evidentemente sí, y lo que se puede discutir entonces son las claves y los personajes que se ocultan tras nombres como Liliput, o Brobdingnag. Si Blefuscu es Francia, o si tras Bolgolam se oculta, realmente, el conde de Notthingham. Se opina que el primer viaje representa paródicamente la Inglaterra de finales del reino de la reina Ana. Parece bastante identificable una parodia cruel de la Royal Society y de Isaac Newton en la visita, durante el tercero de sus viajes, de Gulliver a la Ilustre Academia de Lagado. Algo más que probable, pues la hostilidad del autor contra las ciencias se manifiesta ya en A Tale of Tub (1699), donde satiriza los excesos del saber. Por tanto, pocas ocasiones como esta para que el lector practique los dos niveles de lectura y, pensando mal, acierte. Casi siempre que alguna actitud resulte condenable o ridícula a los ojos de Gulliver cabe suponer que alguna situación social o conocido particular de Jonathan Swift tenía motivos para darse por aludida o aludido.
Sería injusto sin embargo tener como única conclusión final sobre Swift la de un ser en estado de malevolencia perpetua, dotado de una brillantez excepcional para zaherir mediante la palabra. No parece dudosa ni una fe religiosa profunda, ni un sentido moral sincero, precisamente a raíz del cual brota su indignación ante la conducta de un ser humano que se comporta muy por debajo de sus posibilidades éticas. Excelente prosista, una de las cumbres de la literatura satírica de todos los tiempos, buen poeta y ensayista y, sin que pudiera él sospecharlo ni en sueños… clásico de la literatura infantil. Supongo que le hubiera encantado ferozmente.
ALFREDO LARA LÓPEZ