Capítulo IX

Gran debate en la asamblea general de los houyhnhnms, y qué se determinó. El saber de los houyhnhnms. Sus edificios. Su manera de enterramiento. La defectuosidad de su lengua.

Una de esas importantes asambleas se celebró estando yo en el país, unos tres meses antes de marcharme, a la que asistió mi amo como representante de nuestra región. En este consejo retomaron su viejo debate, en realidad, el único que tenían entre ellos, del que mi amo, a su regreso, me hizo relación detallada.

Lo que se discutía era si había que suprimir a los yahoos de la faz de la tierra. Uno de los miembros que estaban a favor expuso varios argumentos de gran solidez y peso, sosteniendo que los yahoos, a la vez que eran los animales más inmundos, repugnantes y deformes que la naturaleza había dado, también eran tercos e indóciles, resabiados y malignos; mamaban en secreto de las ubres de las vacas de los houyhnhnms; mataban y devoraban sus gatos, pisoteaban los campos de pasto y de avena si no se les vigilaba constantemente, y cometían mil tropelías más. Refirió una extendida tradición que afirmaba que los yahoos no eran autóctonos, sino que hacía muchos siglos apareció una pareja de estos brutos en una montaña, no se sabía si generados por el calor del sol en el barro y el limo corrompidos, o en el cieno y espuma del mar. Su progenie aumentó en poco tiempo a tal extremo que invadieron e infestaron la nación entera. Contó que los houyhnhnms, para librarse de esta plaga, organizaron una cacería general, cercaron finalmente a la manada entera; y tras matar a los adultos, cada houyhnhnm se quedó con dos cachorros, logró domesticarlos hasta donde podía llegarse con un animal de naturaleza tan salvaje, y los utilizó para carga y tiro; que parecía muy verosímil esta tradición, y que esos seres no podían ser ylnhniamshy —o sea originales del país—, dada la insuperable aversión que inspiraban en los houyhnhnms y el resto de los animales, que aunque se la merecían sobradamente por su mala índole, jamás habría llegado a ser tanta de haber sido autóctonos, o haría tiempo que se les habría extirpado; que los habitantes, al haberse aficionado a utilizar yahoos para su servicio, habían abandonado imprudentemente la cría de asnos, que era un animal hermoso, fácil de mantener, más dócil y manso, fuerte para la labranza, y no olía mal, aunque era inferior al otro en agilidad corporal; y si bien su rebuzno no es un sonido agradable, es infinitamente preferible a los aullidos espantosos de los yahoos.

Expusieron su opinión en el mismo sentido algunos más, cuando mi amo propuso a la asamblea un expediente, cuya idea había tomado de mí. Se mostró de acuerdo con la tradición a la que había hecho alusión el «ilustre miembro» que acababa de intervenir, y afirmó que los dos yahoos que según decían fueron los primeros en aparecer entre ellos habían sido llevados allí por mar; que al llegar a tierra, y ser abandonados por sus compañeros, se retiraron a las montañas, donde fueron degenerando gradualmente, y con el tiempo se volvieron mucho más salvajes que los congéneres del país del que eran originarios dichos dos ejemplares. La razón para afirmar tal cosa era que él poseía en la actualidad un asombroso ejemplar de yahoo (refiriéndose a mí) del que habían oído hablar casi todos los presentes, y muchos habían visto. Seguidamente les contó cómo me había encontrado; cómo me cubría el cuerpo con una composición artificial de piel y pelo de otros animales; cómo hablaba una lengua propia y había aprendido enteramente la de ellos; cómo le había contado la serie de vicisitudes que me habían llevado hasta allí; cómo cuando él me veía sin la envoltura con que me cubría era un yahoo en todos los sentidos, aunque más blanco de color, menos peludo, y tenía las garras más cortas. Contó, además, cómo había intentado convencerle de que, en mi país y en otros, los yahoos eran animales racionales y gobernantes, y tenían a los houyhnhnms en condición de servidumbre; cómo observaba en mí todos los rasgos de un yahoo, aunque algo más civilizado debido a cierto vestigio de razón, aunque en grado tan inferior al de la raza de los houyhnhnms, como lo eran los yahoos de su país respecto a mí; cómo, entre otras cosas, le había contado la costumbre que teníamos de castrar a los houyhnhnms, cuando eran jóvenes, a fin de domarlos; que la operación era sencilla y carecía de peligro; cómo no sería ninguna vergüenza aprender dicho saber de los brutos, lo mismo que se aprendía la laboriosidad de la hormiga y la construcción de la golondrina (que así traduzco la palabra lyhannh, aunque se trata de un ave mucho más grande); cómo podría practicarse aquí con los yahoos jóvenes este saber, que además de volverlos más tratables y aptos para el trabajo, con el tiempo podrían acabar con la especie sin quitarles la vida; cómo entre tanto se exhortaría a los houyhnhnms a cultivar la cría de asnos, que, como son en todos los sentidos brutos más valiosos, se tendría la ventaja de que a los cinco años serían aptos para el trabajo, cosa que los otros no lo son hasta los doce.

Eso es todo lo que mi amo juzgó oportuno contarme entonces sobre lo que se dijo en la gran asamblea. Pero prefirió ocultarme una decisión, referente a mí, cuyos desdichados efectos no tardé en experimentar, como sabrá el lector en su momento, y a partir de la cual puedo datar las sucesivas desventuras de mi vida.

Los houyhnhnms carecen de letras y consiguientemente todo lo que saben lo saben por tradición oral. Pero dado que ocurren pocos sucesos de importancia entre una gente tan unida, inclinada por naturaleza a la virtud, totalmente gobernada por la razón y sin comercio ninguno con las demás naciones, les es fácil conservar los hechos históricos sin recargar la memoria. Ya he comentado que no están expuestos a las enfermedades, por lo que no necesitan médicos. Sin embargo, tienen excelentes medicinas, que confeccionan con hierbas, para curar contusiones y cortes accidentales que se hacen en la cuartilla, o ranilla de la pezuña, con las piedras afiladas, así como otras heridas y daños en diversas partes del cuerpo.

Calculan el año por la revolución del sol y la luna, aunque no utilizan las subdivisiones en semanas. Están familiarizados con los movimientos de estas dos luminarias y conocen la naturaleza de los eclipses, y eso es a lo más que ha llegado su astronomía.

En poesía hay que reconocer que superan al resto de los mortales, en la que la justeza de sus símiles, así como la exactitud y precisión de sus descripciones, son desde luego inimitables. Sus versos abundan en estas figuras, y normalmente contienen ideas exaltadas sobre la amistad y la generosidad, o cantan las alabanzas de quienes salen victoriosos en las carreras y otros ejercicios corporales. Sus edificios, aunque toscos y simples, no son incómodos, sino que están bien ideados para protegerse de la crudeza del calor y del frío. Tienen una clase de árbol que, cuando llega a los cuarenta años se le aflojan las raíces, y lo tumba la primera tormenta; crece muy recto, y sacándole punta como a las estacas con una piedra afilada (porque los houyhnhnms no conocen el uso del hierro), los hincan en el suelo como a diez pulgadas unos de otros, y luego trenzan entre ellos paja de avena, o a veces zarzos. La techumbre la hacen de esta manera, y también las puertas.

Los houyhnhnms utilizan el hueco entre la cuartilla y la pezuña de sus pies delanteros como nosotros las manos, y eso con más destreza de lo que yo había imaginado al principio. He visto a una yegua blanca de nuestra familia enhebrar una aguja —que le presté a propósito— con dicha articulación. De la misma manera ordeñan las vacas, siegan la avena y hacen cualquier trabajo para el que se requieren manos. Tienen una especie de pedernal duro con el que, frotándolo con otras piedras, hacen instrumentos que les sirven de cuñas, hachas y martillos. Con herramientas hechas con este pedernal cortan también el heno y siegan la avena que crece de manera natural en sus campos; los yahoos transportan las gavillas en carruajes, y los criados los pisan en chozas cubiertas para sacar el grano, que guardan en almacenes. Hacen una tosca especie de recipientes de barro y de madera, y los primeros los cuecen al sol.

Si pueden evitar accidentes, mueren sólo de vejez, y son enterrados en los lugares más retirados que pueden encontrar, y sus amigos y allegados no manifiestan ni pena ni alegría por su desaparición; en cuanto a la persona moribunda, no revela más tristeza por abandonar este mundo que si regresase a casa después de visitar a un vecino. Recuerdo que una vez mi amo había citado a un amigo y a su familia para que acudiera a su casa a tratar un asunto de cierta importancia; en el día fijado llegó muy tarde la señora con sus dos hijos; ofreció dos disculpas; una por su marido, quien, como dijo, esa misma mañana se había lhnuwnh. La palabra es enormemente expresiva en su lengua, pero no es fácil traducirla al inglés; significa «retirarse a su primera madre». En cuanto a la disculpa de ella por no llegar antes, era que como su marido había muerto a última hora de la mañana, había tenido que decidir con los criados el lugar adecuado donde debían depositar el cuerpo; y noté que mientas estuvo en nuestra casa se condujo con la misma jovialidad que los demás; murió tres meses después.

Por lo general viven hasta los setenta o setenta y cinco años, muy raramente hasta los ochenta; unas semanas antes de morir experimentan un deterioro gradual, aunque sin dolor. Durante este tiempo, son muy visitados por sus amigos, porque no pueden salir con la facilidad y satisfacción de costumbre. Sin embargo, unos diez días antes de morir, cálculo que casi nunca falla, devuelven las visitas que les han hecho a los vecinos más próximos, en un cómodo trineo tirado por yahoos; vehículo que utilizan no sólo en esta ocasión, sino cuando llegan a viejos, para largos viajes, o cuando se hallan impedidos por algún accidente. Y por tanto, cuando los houyhnhnms moribundos devuelven esas visitas, se despiden solemnemente de sus amigos, como si se fueran a una remota región del país, donde planeasen pasar el resto de sus vidas.

No sé si vale la pena comentar que los houyhnhnms no tienen una palabra en su lengua para designar algo que es malo, salvo las que toman de las deformidades o malas cualidades de los yahoos. Así, designan la necedad de un criado, un descuido de un niño, una piedra que les hace un corte en el pie, un tiempo tempestuoso o desapacible y cosas por el estilo añadiendo a cada una de estas palabras el epíteto yahoo. Por ejemplo: hhnm yahoo, whnahlm yahoo, ynlhmndwihlma yahoo, y una casa mal construida, ynholmhnmrohlnw yahoo.

Me encantaría extenderme más en las costumbres y virtudes de esta gente excelente; pero como tengo intención de publicar en breve un volumen aparte precisamente sobre este asunto, remito a él al lector; entre tanto, prosigo mi relato sobre mi infausta catástrofe.