Un houyhnhnm se lleva a su casa al autor. Descripción de la casa. Recibimiento del autor. El alimento de los houyhnhnms. Se soluciona finalmente la apurada situación del autor por falta de comida. Su manera de alimentarse en este país.
Tras recorrer unas tres millas, llegamos a una especie de edificio largo, hecho con troncos clavados en el suelo y trabados transversalmente; la techumbre era baja y de paja. Empecé a sentirme un poco aliviado; saqué algunas baratijas que suelen llevar los viajeros como regalos para los indios de América y de otras regiones, con la esperanza de que con eso a la gente de la casa me recibiese con simpatía. El caballo me hizo seña de que entrase delante; era un local grande, con el piso de arcilla, con un pesebre y comederos dispuestos a lo largo en uno de los lados. Había tres rocines y dos yeguas, no comiendo, sino algunos sentados sobre sus cuartos traseros, lo que me dejó no poco asombrado; pero más me asombró ver a los demás dedicados a tareas domésticas. Parecían ganado corriente; sin embargo, esto confirmó mi primera impresión de que una gente que era capaz de civilizar a los brutos a tal extremo necesariamente debía de aventajar en sabiduría a todas las naciones del mundo. El tordo entró justo detrás de mí, lo que evitó que me recibiesen con alguna posible hostilidad. Les relinchó varias veces con acento autoritario y los otros respondieron.
Más allá de dicha estancia había otras tres, que se extendían hasta el final de la casa, y a las que se accedía por puertas que estaban una frente otra a manera de una perspectiva; cruzamos la segunda estancia, y llegamos a la tercera; aquí entró el tordo primero indicándome con un ademán que esperase; me quedé en la segunda habitación y preparé los regalos para los señores de la casa: consistían en dos cuchillos, tres brazaletes de perlas falsas, un espejito y un collar de cuentas. El caballo relinchó tres o cuatro veces y esperé oír en respuesta alguna voz humana; pero sólo recibió contestación en el mismo dialecto, aunque un tono o dos más alto que el suyo. Empecé a pensar que esta casa debía de pertenecer a alguien de gran importancia entre ellos, porque parecía haber mucha ceremonia antes de admitirme. Pero que una persona de calidad se hiciese servir sólo por caballos escapaba por completo a mi comprensión. Empecé a temer que se me hubiera trastornado el cerebro con los sufrimientos y las desventuras. Me despabilé, y miré por la habitación en la que me habían dejado. Estaba amueblada como la primera, sólo que de manera más elegante. Me froté los ojos varias veces; pero allí seguían los mismos objetos. Me pellizqué los brazos y los costados para despertarme, convencido de que estaba soñando. Entonces concluí absolutamente que todas estas apariencias no eran otra cosa que magia y nigromancia. Aunque no tuve tiempo de demorarme en estas reflexiones, porque asomó por la puerta el caballo tordo, y me hizo indicación de que le siguiese a la tercera estancia, donde vi a una yegua hermosísima, junto a un potro y una potra, sentados sobre sus ancas en colchonetas de paja, confeccionadas no sin cierta gracia, y completamente ordenadas y limpias.
La yegua, nada más entrar yo, se levantó de la colchoneta, se me acercó y, tras observarme las manos y la cara con curiosidad, me lanzó una mirada de lo más desdeñosa; luego, volviéndose al caballo, oí que decían entre ellos varias veces la palabra yahoo, cuyo significado no comprendí entonces, aunque había aprendido ya a pronunciarla; pero no tardé en tener mejor información, para perpetua humillación mía; porque el caballo, haciéndome una indicación con la cabeza, y repitiendo hhuun, hhuun como había hecho por el camino, que interpreté como que debía acompañarlo, me guio a una especie de patio, donde había otro edificio a cierta distancia de la casa. Entramos aquí, y vi tres de aquellas criaturas detestables con que había topado al desembarcar, comiendo raíces y carne animal, que más tarde averigüé que era de asno y de perro, y a veces de alguna vaca muerta accidentalmente o por enfermedad. Estaban todas atadas por el cuello con fuertes mimbres a una viga; cogían la comida con las garras de las patas delanteras, y la desgarraban con los dientes.
El caballo amo ordenó a un rocín alazán, uno de sus criados, que desatase al más grande de estos animales y lo llevase al patio. Nos pusieron juntos a la bestia y a mí; y amo y criado compararon con atención nuestros semblantes, y a continuación repitieron varias veces la palabra yahoo. Es imposible describir mi horror y mi asombro al reconocer en este animal abominable una figura totalmente humana: en realidad tenía la cara ancha y plana, la nariz deprimida, los labios gruesos y la boca grande; pero estas diferencias son normales en todas las naciones salvajes, en las que los rasgos de la cara se hallan deformados porque los nativos dejan que sus hijos anden a rastras, o los llevan cargados a la espalda con la cara pegada contra los hombros de la madre. Las patas delanteras del yahoo sólo se diferenciaban de mis manos en la longitud de las uñas, la tosquedad y color oscuro de las palmas, y la vellosidad del dorso. Igual semejanza había en nuestros pies, con las mismas diferencias, que yo conocía bien, aunque los caballos no por los zapatos y las medias; y otro tanto ocurría con cada parte de nuestros cuerpos, salvo la vellosidad y el color, como ya he descrito.
El gran obstáculo que parecía desconcertar a los dos caballos era ver el resto de mi cuerpo tan distinto del de un yahoo, por lo que me sentí agradecido a mis ropas, de las que no tenían ni idea: el rocín alazán me ofreció una raíz, que cogió —a su manera, como describiremos en su momento— entre la pezuña y la cuartilla; la cogí con la mano y, tras olería, se la devolví con todo civismo. Trajo de la caseta del yahoo un trozo de carne de asno; pero olía de manera tan repugnante que me aparté con asco; entonces la arrojó al yahoo, y este lo devoró ansiosamente. Después me enseñó un manojo de heno, y un menudillo lleno de avena; pero meneé la cabeza, para indicarle que ninguno de estos alimentos eran apropiados para mí. Y a decir verdad, ahora me daba cuenta de que iba a morir de inanición si no conseguía llegar a alguien de mi especie: porque por lo que se refería a estos inmundos yahoos, aunque pocos había en aquellos momentos que amasen a la humanidad más que yo, confieso que nunca había visto un ser sensible tan detestable en todos los respectos; y cuanto más cerca los tuve, más odiosos se me hicieron en el tiempo que estuve en ese país. El caballo amo se dio cuenta de esto por mi reacción, así que mandó al yahoo otra vez a su caseta. Seguidamente se llevó la pezuña delantera a la boca, lo que me sorprendió muchísimo, aunque lo hizo con toda soltura, y con un gesto que parecía totalmente natural; e hizo otras señas para saber qué quería comer yo; pero no fui capaz de darle ninguna respuesta que él pudiera comprender; y aun de haberme entendido, no veía yo qué podía hacer para proporcionarme algún alimento. Y estábamos así ocupados, cuando vi pasar una vaca; la señalé, y le di a entender que deseaba que me permitiese ordeñarla. Esto hizo efecto: porque me llevó otra vez a la casa y ordenó a una yegua criada que abriese una puerta, donde había buena provisión de leche en recipientes de arcilla y de madera, de manera muy ordenada y limpia. Me dio un gran tazón lleno, del que bebí de buena gana, y me dejó bastante repuesto.
A mediodía vi venir hacia la casa una especie de vehículo como un trineo, tirado por cuatro yahoos. En él viajaba un viejo corcel que parecía de calidad; descendió sacando primero las patas traseras, ya que tenía herida una pata delantera a causa de un accidente. Venía a comer con nuestro caballo, que lo recibió con gran cortesía. Comieron en la mejor habitación, donde les sirvieron avena hervida con leche de segundo plato, que el viejo caballo tomo caliente pero los demás fría. Los comederos estaban colocados en círculo en el centro de la estancia, y divididos en varias secciones, junto a los cuales se sentaron sobre sus cuartos traseros, en almohadones de paja. En el centro había un gran pesebre, con ángulos correspondientes a cada compartimento del comedero, de manera que cada caballo y yegua comía su heno, y su sopa de avena con leche, con gran decoro y pulcritud. La actitud de los jóvenes potros parecía muy modesta, y la del señor y la señora sumamente alegre y amable con el invitado. El tordo me ordenó que me quedara de pie a su lado; y conversaron largamente él y su amigo sobre mí, como comprendí por la de veces que el desconocido me miraba, y repitió la palabra yahoo.
Casualmente, llevaba yo los guantes puestos; y al reparar en ellos el amo tordo se quedó perplejo, haciendo signos de asombro por lo que había hecho con mis patas delanteras; señaló con una pezuña tres o cuatro veces hacia ellos, como indicando que debía devolver mis manos a su forma anterior, cosa que hice en seguida, quitándomelos y guardándomelos en el bolsillo. Esto dio ocasión a nuevos comentarios; y noté que mi comportamiento agradaba a los presentes, y al punto pude comprobar sus buenos efectos: me ordenaron que dijese las pocas palabras que comprendía; y mientras comían, el señor me enseñó los nombres de la avena, la leche, el fuego, el agua y algunas cosas más; nombres que aprendí a decir sin dificultades después de pronunciarlos él, ya que desde joven he tenido gran facilidad para las lenguas.
Cuando terminó la comida el caballo amo me llevó aparte, y por señas y palabras me hizo comprender lo preocupado que estaba de que no tuviese yo nada para comer. Avena en su lengua se decía hluunh. Dije esta palabra dos o tres veces; porque aunque la había rechazado al principio, sin embargo, tras recapacitar, pensé que podía hacer con ella una especie de pan, lo que, con la leche, sería suficiente para subsistir hasta que pudiese escapar a algún otro país, y encontrar seres de mi especie. El caballo mandó inmediatamente a una yegua blanca, criada de la familia, que me trajese buena cantidad de avena en una especie de bandeja de madera. La calenté ante el fuego lo mejor que pude, y la froté hasta que saltó la cascarilla, que conseguí aventar; la molí entre dos piedras, luego cogí agua e hice con ella una masa o torta, la cocí al fuego, y me la comí caliente con leche. Al principio encontré esta dieta muy insípida, aunque es muy corriente en muchas regiones de Europa; pero con el tiempo se me hizo soportable; y como en mi vida me había visto muchas veces reducido al hambre, no era el primer experimento que hacía sobre lo fácilmente que se satisface la naturaleza. No puedo por menos de decir aquí que no estuve enfermo ni una hora en todo el tiempo que viví en esta isla. Es verdad que de tarde en tarde conseguía cazar un conejo o pájaro con lazos que me fabricaba con pelos de yahoo; y a menudo recogía hierbas saludables que cocía, o las tomaba en ensalada con pan; y de vez en cuando, como cosa excepcional, hacía un poco de mantequilla y me bebía el suero. Al principio echaba de menos la sal; pero la costumbre me reconcilió pronto con su falta; y estoy convencido de que el uso frecuente de sal entre nosotros es consecuencia del lujo, y que fue introducida como estimulante para beber, salvo donde es necesaria para conservar la carne en los viajes largos, o en lugares alejados de los grandes mercados. Porque observamos que ningún animal es aficionado a ella aparte del hombre; y en cuanto a mí, después que abandoné este país, transcurrió mucho tiempo antes de que soportara su sabor en cualquier cosa que comiera.
Ya basta de hablar del asunto de las comidas, con lo que llenan sus libros otros viajeros, como si los lectores estuvieran personalmente interesados en si comíamos bien o mal. No obstante, había que hacer alusión a él, para que nadie crea que era imposible subsistir tres años en semejante país y entre tales habitantes.
Cuando empezó a anochecer, el caballo amo mandó que se me preparase un sitio donde alojarme; estaba a sólo seis yardas de la casa, y separado de la cuadra de los yahoos. Aquí me pusieron paja; y cubriéndome con mis ropas, dormí muy profundamente. Pero poco tiempo después me acomodaron mejor, como sabrá el lector más adelante, cuando aborde con más detalle mi manera de vivir.