EL INFORME DE FARID

—Bien —dijo Zoff—. He de decir lo siguiente: quien crea tener un plan mejor, que lo revele.

Michael de Larrabeiti, Los Borribles, tomo 2:

«En el laberinto de los Wendel»

Cuando regresó Farid, Lengua de Brujo le estaba esperando. Elinor dormía bajo los árboles, el rostro enrojecido por el calor del mediodía, pero Lengua de Brujo seguía en el mismo sitio en el que lo había dejado Farid. Al verlo subir por la colina, respiró aliviado.

—Hemos oído disparos —le gritó a Farid—. Creía que no volveríamos a verte.

—Disparan a los gatos —respondió Farid dejándose caer sobre la hierba.

La preocupación de Lengua de Brujo le desconcertaba. No estaba acostumbrado a que se preocupasen por él. «¿Por qué has tardado tanto? ¿Dónde te habías metido?». A esos recibimientos estaba acostumbrado. Dedo Polvoriento, por lo general, se mostraba huraño, reservado e inabordable como una puerta cerrada a cal y canto. Lengua de Brujo, sin embargo, llevaba sus sentimientos escritos en la cara: preocupación, alegría, enfado, dolor, amor… por más que intentase ocultarlos. Ahora, por ejemplo, intentaba plantear la pregunta que sin duda le corroía desde la partida de Farid.

—Tu hija está bien —le informó—. Ha recibido tu nota, a pesar de que la han encerrado en el piso superior de la casa de Capricornio. Sin embargo, Gwin es una magnífica escaladora, superior incluso a Dedo Polvoriento.

Oyó el suspiro de alivio de Lengua de Brujo… Parecía haberle quitado un gran peso de encima.

—He recibido su respuesta. —Farid dejó salir a Gwin de la mochila, la agarró por el rabo y cogió del collar la nota de Meggie.

Lengua de Brujo desdobló el papel con sumo cuidado como si temiera difuminar las letras con sus dedos.

—Papel para guardas —murmuró—. Tiene que haberlo arrancado de un libro.

—¿Qué dice?

—¿Has intentado leerlo?

Farid negó con la cabeza y sacó un trozo de pan del bolsillo del pantalón. Gwin se había ganado un premio. La marta, sin embargo, había desaparecido. Debía de estar intentando recuperar el sueño diurno tan largamente añorado.

—¿No sabes leer, verdad?

—No.

—Bueno, pocos serían capaces de entender esta escritura. Es la misma que utilicé yo. Ya has visto que ni siquiera Elinor logró descifrarla. —Lengua de Brujo alisó el papel, era amarillo mate, como la arena del desierto, leyó… y alzó bruscamente la cabeza—. ¡Cielos! —murmuró—. Lo que faltaba.

—¿Qué ocurre? —El propio Farid mordió el pan que había guardado para la marta. Estaba duro, pronto tendría que robar más.

—¡Meggie también tiene el don! —Lengua de Brujo meneaba la cabeza con incredulidad mientras clavaba los ojos en el papel que sostenía en la mano.

Farid apoyó el codo en la hierba.

—Ya lo sé, está en boca de todos… Yo espié. Dicen que sabe hacer magia como tú, y que ahora Capricornio ya no necesita esperarte. Que ya no le haces falta.

Lengua de Brujo lo miró como si no le hubiera venido a las mientes esa idea.

—Cierto —murmuró—. Ahora nunca la dejará libre. Al menos por su propia voluntad.

Contempló las letras escritas por su hija. A Farid le parecían huellas de serpiente en la arena.

—¿Qué más dice?

—Que han capturado a Dedo Polvoriento y que mañana mismo por la noche tiene que leer para traer a alguien que lo matará. —Dejó caer el papel y se pasó la mano por el pelo.

—Sí, eso también lo oí. —Farid arrancó un tallo de hierba y lo desmenuzó en trocitos—. Al parecer lo han encerrado en la cripta de la iglesia. ¿Y qué más dice la nota? ¿No cuenta tu hija a quién tiene que traer para Capricornio?

Lengua de Brujo negó con la cabeza, pero Farid notó que sabía más de lo que le revelaba.

—Sé franco conmigo. ¿Es un verdugo, verdad? Alguien que sabe cortar cabezas.

Lengua de Brujo callaba como si no hubiera oído sus palabras.

—Ya he presenciado acontecimientos parecidos —explicó Farid—. Así que puedes contármelo con toda tranquilidad. Si el verdugo maneja bien la espada, todo sucede muy deprisa.

Lengua de Brujo lo miró, atónito, después negó con la cabeza.

—No es un verdugo —aclaró—. Al menos no tiene espada. Ni siquiera es humano.

Farid palideció.

—¿Que no es humano?

Lengua de Brujo sacudió la cabeza. Transcurrió un rato hasta que prosiguió.

—Lo llaman la Sombra —dijo con voz inexpresiva—. Ya no recuerdo con exactitud las palabras con las que se le describe en el libro, sólo sé que me lo imaginé como una figura de ceniza abrasadora, gris, ardiente, sin rostro.

Farid no le quitaba los ojos de encima. Por un instante deseó no haber preguntado.

—Ellos… todos ellos esperan ansiosos la ejecución —siguió contando atropelladamente—. Los chaquetas negras están de un humor excelente. También desean matar a la mujer que se reunió con Dedo Polvoriento. Porque intentó encontrar el libro para entregárselo.

Hundía en el suelo los dedos desnudos de los pies. Dedo Polvoriento había intentado acostumbrarlo a las zapatillas, por las serpientes, pero con ellas tenía la sensación de que al caminar alguien le agarraba los dedos de los pies, por eso acabó tirándolas al fuego.

—¿De qué mujer hablas? ¿Una de las criadas de Capricornio? —Lengua de Brujo le dirigió una mirada inquisitiva.

Farid asintió. Se frotó los dedos de los pies. Estaban llenos de picaduras de hormiga.

—Ella no habla, es muda como un pez. Dedo Polvoriento lleva una foto suya en la mochila. Al parecer esa mujer ya le ha ayudado en otras ocasiones. Además, creo que está enamorado de ella.

No le había resultado difícil echar un vistazo por el pueblo. Allí había muchos chicos de su edad. Se encargaban de lavar los coches a los chaquetas negras, limpiar sus botas y sus armas, llevar recados de amor… Él también había tenido que entregar cartas de amor, antaño, en su otra vida. Botas no había tenido que limpiar, pero armas sí… y había paleado excrementos de camello. Seguro que era más agradable sacar brillo a los coches.

Farid alzó la vista hacia el cielo. Pasaban nubes diminutas, blancas como plumas de garza, esponjosas cual flores de acacia. Ese cielo solía estar nublado. A Farid le gustaba. En el mundo del que procedía siempre estaba raso.

—Mañana mismo… —musitó Lengua de Brujo—. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a sacarla de casa de Capricornio? A lo mejor consigo irrumpir a escondidas por la noche. Necesitaría uno de esos trajes negros…

—Te he traído uno. —Farid sacó de la mochila primero la chaqueta y después el pantalón—. Los robé de una cuerda de tender la ropa. ¡Y tengo un vestido para Elinor!

Lengua de Brujo le observó con tan indisimulada admiración que Farid se ruborizó.

—¡Eres un verdadero demonio! Quizá debería preguntarte a ti cómo puedo sacar a Meggie de ese pueblo.

Farid sonrió, avergonzado, y se miró los dedos de los pies. ¿Preguntarle a él? Nadie le había pedido todavía su opinión. Siempre había sido el perro sabueso, el espía. Eran otros los que urdían los planes: incursiones hostiles, ataques por sorpresa, acciones de venganza. Al perro no se le consultaba. Al perro se le pegaba si desobedecía.

—Nosotros sólo somos dos, y ahí abajo hay por lo menos veinte —le informó—. No será fácil…

Lengua de Brujo miró hacia su campamento y a la mujer que dormía bajo los árboles.

—¿Acaso no cuentas a Elinor? Pues haces mal. Es mucho más belicosa que yo y en estos momentos está muy, pero que muy furiosa.

Farid no pudo evitar una sonrisa.

—Bueno. Entonces, tres —rectificó—. Tres contra veinte.

—Sí, no suena bien, lo sé. —Lengua de Brujo se levantó suspirando—. Ven, contemos a Elinor tus averiguaciones —dijo, pero Farid permaneció sentado en la hierba.

Agarró una de las ramas secas. Una leña de primera calidad. Allí abundaba. En su antigua vida habrían tenido que recorrer grandes distancias para encontrar una leña como ésa. La habrían pagado a precio de oro. Farid contempló la madera, acarició con el dedo la corteza rugosa y miró hacia el pueblo de Capricornio.

—Podríamos recurrir al fuego —sugirió.

Lengua de Brujo le miró sin comprender.

—¿A qué te refieres?

Farid recogió los palos. Apiló aquellos vástagos que los árboles tiraban al suelo como si les sobrasen.

—Dedo Polvoriento me enseñó a domesticar el fuego, que es como Gwin: si no sabes cogerlo, muerde; pero si lo tratas bien, hace lo que tú quieras. Así me lo enseñó Dedo Polvoriento. Si lo utilizamos en el momento oportuno y en el lugar adecuado…

Lengua de Brujo se agachó, cogió una de las ramas y la acarició.

—¿Y cómo quieres volver a dominarlo una vez que le hayas dado rienda suelta? Hace mucho que no llueve. Antes de darte cuenta, arderán las colinas.

Farid se encogió de hombros.

—Sólo si el viento es desfavorable.

Lengua de Brujo negó con la cabeza.

—No —dijo decidido—. En estas colinas sólo jugaré con fuego si no se me ocurre otra idea. Esta noche entraremos a escondidas en el pueblo. Quizá consigamos sortear a los centinelas. Quizá se conozcan tan mal entre ellos que me tomen por uno de los suyos. A fin de cuentas ya conseguimos huir de sus garras una vez. Quizá lo logremos de nuevo.

—Demasiados quizás —dijo Farid.

—Lo sé —respondió Lengua de Brujo—. Lo sé.