LO QUE ESCONDE LA NOCHE

Es mejor tener mil enemigos fuera de casa

que uno dentro.

Proverbio árabe

Dedo Polvoriento se ocultaba tras el tronco de un castaño cuando Meggie pasó corriendo ante él. La vio detenerse junto a la puerta y mirar fijamente la carretera. La oyó gritar con voz atiplada el nombre de su padre. Sus gritos se perdieron en la oscuridad, apenas más fuertes que el canto de un grillo en aquella noche inmensa y negra. Y de improviso, se hizo un silencio sepulcral y Dedo Polvoriento vio la delgada figura de Meggie petrificada, como si nunca más fuese capaz de volver a moverse. Parecía que sus fuerzas la habían abandonado y que la siguiente ráfaga de aire la arrastraría.

Permaneció inmóvil tanto tiempo que en cierto momento Dedo Polvoriento cerró los ojos para no verla. Pero de repente la oyó llorar y su cara ardió por la vergüenza, como si el viento proyectase contra ella el fuego con el que acababa de jugar hacía un rato. Se quedó allí sin proferir palabra, con la espalda apretada contra el tronco del árbol, esperando a que la niña regresara a la casa. Pero Meggie seguía sin moverse.

Por fin, cuando tenía las piernas completamente entumecidas, Meggie se volvió como una marioneta a la que han cortado algunos hilos y regresó a la casa. Al pasar junto a Dedo Polvoriento, ya no lloraba, sólo se pasaba la mano por los ojos para enjugarse las lágrimas, y durante un instante terrible él se sintió apremiado a correr hacia ella para consolarla y explicarle por qué se lo había contado todo a Capricornio. Pero para entonces Meggie ya había pasado de largo. La niña apretó el paso, como si recuperase las fuerzas. El ritmo de su carrera aumentó hasta desaparecer entre los árboles negros como ala de cuervo.

Dedo Polvoriento salió de detrás del árbol, se echó la mochila a la espalda, cogió las dos bolsas con sus pertenencias y caminó presuroso hacia la puerta aún abierta.

La noche se lo tragó como a un zorro ladrón.