VI

El trueno responde.

—Si me vuelve a escupir a la cara, le hago tragar el reloj —amenaza Baltasar Coronado.

Los han desnudado y colocado ante la entrada de la rojia, la cabaña del bojiammò. La lluvia que cae desde el amanecer es cálida. Julio Veracruz, Cejajunta, Baltasar Coronado, Huevazos y Sincuello son examinados con detenimiento por el brujo de Oloitia. La gente del pueblo les observa a distancia. Sarpulan lo contempla desde la puerta de su casucha mientras clava dentelladas a un trozo de ñame. Surgate y Melitón le acompañan.

El bojiammò obliga a los soldados a arrodillarse y va en busca de un taburete. Se sienta delante de Cejajunta y de una bolsita de cuero saca una bola de tierra amarillenta. Pronuncia la palabra «siobo» y la lleva a la frente del militar. Allí hace una señal, que repite en los hombros, la boca del estómago, el ombligo y los pies. Le coloca un cordón de palma alrededor del cuello, de donde cuelga la hoja del ausam, una hierba que crece a orillas del Lago de los No-Nacidos. Después repite la operación con el resto, mientras recita una salmodia que sólo los espíritus sabrán descifrar.

Un bubi tira de una cabra hacia ellos. El animal se resiste y hace fuerza en dirección contraria, hasta que el bojiammò se acerca y le dice unas palabras que la calman. Ahora la cabra se ha vuelto muy dócil y obedece al bojiammò, que hace señas para que se coloque delante de los soldados. El brujo saca un cuchillo pequeño y curvado de la bolsa y lo acerca al cuello de la cabra.

Canta.

¡Eh’Mochumò, jè, jè, jè eh! ¡Mochumò Eh! ¡Boobem, eh! booberibò; ¡eh! boaeribò; ¡eh! ¡booberibò, ¡eh! Echumoe.

Y los habitantes de Oloitia repiten el cántico, al unísono. Otro trueno asusta a los soldados, que se miran entre ellos.

El bojiammò levanta la cabeza de la cabra por los cuernos con una mano y con la otra la degüella con un gesto corto y rápido. La bestia no se mueve, y de su cuello brota la sangre. El bojiammò dirige el chorro hacia el pelotón y los rocía de pies a cabeza. Los soldados cierran los ojos y sienten cómo la sangre se mezcla con el agua de la lluvia y se extiende por la piel. Cuando se detiene el rayo, el bojiammò se apresura a despanzurrar la cabra y a extraerle las vísceras.

Las esparce a su alrededor, meticulosamente, sin dejar de cantar. Los bubis repiten las oraciones, y algunos sueltan un alarido aislado. El bojiammò se encuentra en pleno éxtasis cuando golpea la cabeza de los soldados. Con cada golpe, un grito. Con cada grito, un trueno. Parece que les amenace, que les rete, que se encare con ellos. Pasa de un soldado a otro y obliga a abrir los ojos a aquellos que los han cerrado, atemorizados. Les abre la boca, les estudia, rebusca dentro de sus orejas y les vuelve a pegar con la palma de la mano bien abierta.

Después, llama a alguien.

Llega un viejo, renqueando. Es calvo, y los pocos cabellos que le quedan son del color blanco de las nubes en un día claro. Desdentado y escuálido, Baltasar Coronado no apostaría ni un solo céntimo a que llega al día siguiente.

—Kugala —dice el bojiammò.

—Kugala —repite el anciano, sin aliento.

Los soldados no saben qué decir ni qué hacer. El bojiammò insiste:

—Kugala.

Y golpea el pecho del anciano.

Julio Veracruz busca ayuda en Surgate. El fang pregunta a Sarpulan:

—¿Qué es Kugala?

El botuko señala al viejo:

—Él es Kugala. Fue el bojiammò del Eököríbba ba o bòllá durante muchos años.

—¿El bojiammò del lago?

Sarpulan se quita un resto de ñame de entre los dientes y asiente con la cabeza.

—Él sabe llegar. No todo el mundo sabe. No todo el mundo conoce camino. Él sabe llegar.

Surgate mira a Julio Veracruz, completamente salpicado de la sangre de la cabra.

—¡El guía! —grita.

Julio Veracruz asiente, y el bojiammò vuelve a decir:

—Kugala.

—Kugala —le imita Julio Veracruz.

El bojiammò se alegra, da palmas y abraza al anciano. Después pasea la vista por el resto de los soldados.

Kugala, van diciendo uno a uno, y el bojiammò responde cada vez con un grito de exclamación.

—¡Ah, Kugala!

Entonces, a una señal del bojiammò, cinco bubis llevan una olla enorme a su cabaña. En ella pondrán agua a hervir y cocinarán la cabra, que el bojiammò despedazará a conciencia, con ñame y vino de palma, y la comida se servirá sólo a los blancos. Les vestirán con harapos y hojas de platanero, y engullirán con avidez tras los últimos días comiendo fiambre en la travesía por el bosque. Sarpulan, el bojiammò y Kugala se añadirán al final. Surgate y Melitón comerán de la misma olla que el resto del poblado, y no podrán reunirse con la expedición hasta que partan al día siguiente, a primera hora.

Julio Veracruz y los soldados pasarán la noche en la cabaña del bojiammò. Bebidos y agotados, caerán rendidos temprano, bajo la protección de los guerreros apostados en la entrada.

Surgate apenas pegará ojo.

Si la ceremonia de preparación ha sido una exigencia de los monstruos blancos… ¿por qué no han aparecido en ningún momento?