l ruido del bosque era ensordecedor.
Al despertar, todos los krumans se habían ido. Y se habían llevado con ellos las vituallas y el agua.
A los hombres de la Woodsboro no iba a faltarles el agua, pues en los días que llevaban serpenteando por la selva se habían topado con multitud de manantiales y arroyos. Pero la pitanza era otra cosa. Mientras los soldados habían ido dosificando las raciones de comida que llevaban empaquetadas desde Inglaterra —seis lonchas de rosbif, cincuenta gramos de legumbres y cien gramos de pasta de sémola por hombre y día—, los krumans comían raíces y fruta.
Five empujó a Six contra los rescoldos del fuego de la noche anterior.
—¿Qué coño hacías durmiendo en plena guardia?
Six, herido en su orgullo, rehuía el enfrentamiento, pero Five no estaba dispuesto a detenerse y seguía imprecándole. Pronto se añadió a la disputa la presencia silenciosa de Four, que siempre apoyaba a Five.
—Estaba agotado, tenía hambre… —se disculpó Six.
Six era, con diferencia, el eslabón más débil de la cadena. Dieciocho años, delgado y de aspecto enfermizo, nadie apostaría que fuera capaz de aguantar más de una noche solo en la selva. Pero la Woodsboro le había mandado allí porque Six tenía una mente privilegiada. Y en el lugar adonde se dirigían, necesitaban a alguien que fuera capaz de resolver paradojas de forma que no implicara derramamiento de sangre.
Five volvió a vapulearle.
—¡Ya basta, Five! —le detuvo el capitán MacQuarrie.
—¿Por qué, One? Por culpa de este chaval estamos perdidos en medio de la nada.
—Ya se han ido, ¿verdad? Ya no se puede hacer nada. Si hubiera estado despierto, ¿no crees que también habrían huido?
—Pero podría haber dado la alarma.
—¿Y qué? ¿Qué habríamos hecho? ¿Les habríamos disparado? Va contra las normas, Five.
—A la mierda las jodidas normas.
—Cuida tu puta boca —dice Two, frunciendo la cicatriz.
—Cuida tu puta boca —le intimida Five, y el capitán MacQuarrie le cruza la cara con el dorso de la mano. No es doloroso, pero sí muy humillante.
—Los braceros se habrían ido igualmente —sentencia el capitán—. Tenían intención de hacerlo desde que partimos. El guía ya nos advirtió que no querían adentrarse más en la selva.
La ascensión había sido lenta, y la vegetación se hacía cada vez más y más espesa, lo cual no tenía sentido. A medida que fueran ascendiendo, la montaña debería ir perdiendo espesor en vez de ganarlo. La selva se estaba convirtiendo en un laberinto del que parecía que no habrían de salir. Además, les acompañaba la sensación de que los días pasaban tan deprisa que ellos no avanzaban nunca. Desde el momento en que dejaron atrás el último camino, en Balacha, los negros se comportaron de forma irracional. De repente detenían la marcha y se quedaban al acecho, escuchando los ruidos del bosque, y de repente aceleraban el paso y dejaban atrás a los soldados de la Woodsboro. El guía aseguraba que no estaban solos, que alguien les estaba siguiendo.
—¿Quién? —había preguntado el capitán MacQuarrie.
—Los monstruos blancos.
Y no podía sacarle más, por mucho que le interrogara. ¿Quiénes son? ¿Una tribu enemiga? ¿Espíritus? Nada, no había manera, el guía sólo repetía que eran los monstruos blancos y acechaba la oscuridad.
Los soldados habían hecho batidas por sorpresa para comprobar que nadie les seguía, y el resultado siempre había sido el mismo: estaban solos.
Finalmente, el miedo al bosque había podido más que el miedo al castigo físico por parte de Templeton Peabody cuando llegaran a la plantación.
Si llegaban.
Y ahora los hombres de la Woodsboro no sabían dónde estaban ni hacia dónde debían continuar, aunque ya hacía días que sospechaban que avanzaban en círculos.
—Esto es una mierda —rezongó Five.
—Estoy tan cabreado como tú, pero peleándonos no arreglaremos nada.
—Abramos la caja.
—No.
El capitán MacQuarrie vio tensarse la mandíbula de Five. Joven, atlético y enfurecido, Five tenía todas las de ganar si se enfrentaba a One.
—Abramos la Fase 2 o te rompo el gaznate.
El grito de un mono al saltar de un árbol a otro. La respiración entrecortada de Six. Una ráfaga de aire que peina la hierba de un verde esmeralda pintado con acuarelas.
—Two, pásame el estuche —cede el capitán MacQuarrie.
—Pero One… —murmura Two.
—El estuche, Two. Démosle a Five lo que quiere.
El capitán coge la llave que lleva colgada del cuello. Espera a que Two le tienda el estuche de piel negra que guardaba en un bolsillo interior. Cuando lo tiene en las manos, MacQuarrie ordena a Five que acerque la caja.
Five da media vuelta y el capitán aprovecha para abrir el estuche.
Five vuelve con la caja y se encuentra con la jeringa clavada en las costillas. One lo mira, impávido. Comprende que lo que ha sacado del estuche no era la segunda clave, y maldice por haber caído en una trampa tan infantil.
No le da tiempo a reaccionar y se desploma, inconsciente.
En un corro alrededor del cuerpo inerte de Five, los cinco soldados de la Woodsboro le observan.
—¿Le ha matado? —pregunta Six.
—No. Dormirá varias horas y basta. Pero cuando se despierte ya no estaremos. Si alguien más quiere quedarse con él, ahora es el momento.
Four le devuelve la mirada. Niega con la cabeza.
—Tendremos que dejar algunos paquetes —aconseja Two.
El capitán lo valora un momento y dice:
—De acuerdo. Atad los monos y las escafandras a vuestro equipaje. El resto se queda. A partir de ahora, si necesitamos alimento, cazaremos. No debemos de estar muy lejos del Punto Cero.
Diez minutos más tarde, abandonan el claro donde habían pasado la noche. Five permanece en el suelo, tal y como ha caído. Solo.
Cuando aún no han recorrido medio kilómetro, oyen unos gritos a sus espaldas, procedentes del lugar de donde vienen. Son alaridos humanos.
El capitán ordena dar media vuelta. Hay que volver corriendo al campamento que han abandonado.
—¡Preparad las armas! —grita.
Las ramas les arañan la cara. Two cae y se queja del tobillo. Three chilla como un loco mientras municiona el cargador de la pistola.
Llegan al claro y no hay nadie.
Nadie.
Five ha desaparecido.
No puede ser, piensa el capitán Finnley MacQuarrie; estaba inconsciente.
Le llaman durante cinco, seis, siete, diez minutos.
La selva se lo ha tragado.