os músicos del hotel Thompson dejan de tocar, y el silencio se contagia entre los fernandinos. Alguien se tapa los ojos en un gesto infantil, no quiero verlo, no ha pasado nada; alguien se acerca a la barra a pedir otra ronda, ahora que la gente está distraída. Muertecita lo manda a paseo y hace lo que la mayoría, que se apiña alrededor de Moisés Corvo y el bubi que yace con los ojos en blanco.
Pierde sangre por todo el cuerpo y no tardará en morir.
—¡Morritos! ¡Ve a buscar al matasanos!
—Si ya está más muerto que vivo…
Moisés le fulmina con la mirada. Osvaldo se va para despertar al doctor Rozadilla y deja a Moisés impotente, agarrando al bubi por la nuca.
—¿A qué tribu pertenece?
Felisa Scarrow traduce la pregunta, pero ya no obtiene más que estertores. El serrín del comedor del hotel Thompson se impregna de sangre, formando una pasta.
—¿Alguien le conoce? —pregunta, en voz alta—. ¿Alguien conoce a este hombre?
La parroquia va desfilando hacia su casa, no sea que haya problemas. Muchos evitan la mirada del soldado y pasan por encima del cadáver del bubi, persignándose.
—Yo le conozco —interviene Camilo Doherty—. Sé quién es. Es el bojiammò Siacca.
Bojiammò. Moisés ha oído esta palabra antes. Una especie de brujos de la tribu que se comunican con los espíritus. Gente que se comporta de forma extraña, que empalan cráneos de antílope en medio del pueblo y viven en tiendas llenas de regalos de quienes buscan protección. Regalos como ñame, carne de mono o vestidos remendados con la piel de todo tipo de animales. Los bojiammò viven solos y se disfrazan con faldas de paja, cargados de todo tipo de amuletos, y lucen sombreros estrafalarios decorados con cornamentas, pero son respetados y escuchados. No es normal que todo el mundo se desentienda.
—¿Sabes de dónde viene?
—Sí. Su poblado está a unas dos horas de camino.
En su estado, el bojiammò Siacca habrá tardado más del doble de tiempo en atravesar la selva para llegar hasta Santa Isabel. Moisés examina los pies descalzos, llenos de rasguños y guijarros entre los dedos, como si hubiera caminado por un riachuelo. Además de las heridas mortales, tiene espinas clavadas en las piernas y los brazos; ha corrido entre la maleza cuando apenas podía andar. Eso sólo lo provoca el pavor. Y un hombre acostumbrado a tratar con los espíritus no es presa del pánico tan fácilmente. El ataque habrá sido al atardecer. Pero… ¿el ataque de qué? ¿Quiénes son los malvados a los que se refiere?
—El doctor Rozadilla no está en el hospital —informa Osvaldo cuando vuelve—. Y en su casa tampoco. Dice Arsenio Vallés que esta noche ha ido al bosque, a purificarse.
—¿Y Arsenio no puede venir? ¡Él es el puto enfermero!
—Está demasiado bebido. Me temo que todo el mundo está demasiado bebido como para hacer nada.
—Yo les puedo guiar hasta el poblado —se ofrece Camilo Doherty.
—De acuerdo. —Moisés se levanta, las manos en las sienes, hay que serenarse—. Morritos, trae a Arsenio ahora mismo y busca al doctor Rozadilla. Los que aún se tengan en pie que nos sigan. Baltasar está patrullando en Banapá: están lejos, pero que alguien vaya a por ellos, les necesitaremos. —Echa un vistazo al hotel, cada vez más vacío—. Isidro, usted se viene conmigo.
Podría no ir. Podría hacer que llevaran el cuerpo del bojiammò hasta el hospital y al día siguiente ya se encargarían de darle sepultura o lo que sea que hagan en este islote. Podría lavarse las manos —tan literal como figuradamente— e ignorar que aquí haya ocurrido algo. ¿Cuál es su tarea? Vigilar que no haya disturbios en el hotel, ¿verdad? Pues la han cumplido con creces.
Pero hay algo en su interior que se ha despertado y no es capaz de contener. El embrión de un impulso, la chispa que provoca un incendio, una luz que antes no existía.
El cinturón de su padre abre las heridas del bojiammò a latigazos.
El ruido de las nueces agrietándose entre sus puños.
El aroma del ron y el sudor, y el lejano dulzor de los granos de café.
En cierto modo, esta isla es el lugar más alejado donde puede esconderse de sí mismo. Y, por ello, es donde puede encontrar a un nuevo Moisés Corvo. Una isla donde la muerte se pasea a gusto, caprichosa.