wo desplegó la cronografía sobre la mesa.
El barco se balanceaba con un ritmo pausado, pero desde la cabina donde se encontraban podían sentir el casco hendiendo con fuerza el océano, frente a la costa africana. La lámpara de aceite del techo creaba sombras abismales bajo las cejas. El pelotón se reunía por última vez antes de tocar tierra. Sólo Six, al timón, quedaba exento. Habían estudiado el plan una infinidad de veces, pero Two debía repetir las instrucciones una vez más.
La cronografía abarcaba desde dos años atrás hasta el 1 de enero de 1900. En total, un período de quince años. En ella constaban los nombres de los gobernadores y de las autoridades civiles, militares y religiosas, así como el tiempo que habían ejercido su cargo. Constaban los dos censos que se realizaron en este período —absolutamente imprecisos— y el nombre y la posición de todos los enclaves estratégicos, como la capital, los diferentes puertos, las misiones y los cuarteles. Cada uno de ellos la llevaría en un cuaderno del que era vital no separarse.
La cronografía les indicaba a quién dirigirse y cuándo debían hacerlo.
Pero era imposible localizar con total precisión el Punto Cero. Ellos serían los primeros en volver, cincuenta y siete años después de que la Woodsboro Fields Co. abandonara la isla, por lo que una parte del cuaderno tenía las páginas en blanco. Deberían ejercer de documentalistas y transcribir todo aquello que no les constase. Deberían averiguar la ubicación del Punto Cero y comunicarla a la compañía. Luego, iniciar la Fase 2: establecerían una base permanente y abrirían la caja que contenía las instrucciones para realizar los experimentos sobre el terreno.
—Abramos la Fase 2 ya —propuso Five.
—Las reglas son claras —le cortó Two.
—¿Quién iba a saberlo? Quedará entre nosotros.
—Todo se acaba sabiendo. ¿Acaso esto no es una prueba suficiente de ello?
Y pasó la mano por encima de la cronografía.
—Me da muy mala espina.
—Yo opino lo mismo que Five —se sumó Four—. La Fase 2 de los cojones es un peligro. ¿Quién nos dice que cuando lleguemos al Punto Cero y abramos la caja no vamos a encontrarnos con una bomba preparada para estallar?
—¿Prefieres hundirte hecho pedazos a medio camino, entonces? —interrogó Three, socarrón—. Porque si se trata de una bomba, prefiero que me pille lejos y al aire libre.
—No seáis idiotas. No es ninguna bomba —les reprendió One—. Son instrucciones que seguir que sólo pueden ser llevadas a cabo una vez finalizada la Fase 1. Conocerlas antes de tiempo nos pondría en peligro a todos.
—¿Ah, sí? —dijo Five, que ya estaba más que dispuesto a salir en busca de la caja, que estaba en la cabina de mando—. ¿Cuál es la diferencia entre leerla ahora y hacerlo allí? Two, pásame la llave.
La caja fuerte sólo se abría con la combinación de dos llaves, que llevaban colgadas del cuello One y Two. La caja de la Fase 2 necesitaba, además, la introducción de una serie numérica que sólo One conocía.
One era el único miembro de la tripulación sin fecha de defunción conocida. También era el único que tenía un nombre y un rango militar: capitán de la RAF Finnley MacQuarrie.
Pero sus compañeros de viaje desconocían toda esta información, porque desde el momento de su selección habían sido entrenados con miembros de otros pelotones. La Woodsboro Fields Co. disponía de cinco comandos formados por otros tantos integrantes, con un total de veinticinco agentes recogidos en las letrinas del Imperio británico. Cada comando era entrenado de forma autónoma en los diferentes cuarteles de la compañía en toda Gran Bretaña, y sólo cuando llegaba la fecha necesaria sacaban a un agente de cada grupo para enrolarse en el Equipo de Intervención. El sexto miembro de cada equipo, que siempre recibía el nombre en clave de One, se encargaría de que las órdenes centrales se ejecutasen con precisión milimétrica.
El capitán Finnley MacQuarrie frunció el ceño ante la insolencia del joven. Two no respondió a la demanda de Five, así que este insistió.
—Dame las llaves, Two.
—Que no podamos matarte no significa que no podamos infligirte dolor. —La serena amenaza de One.
La primera de las reglas: estaba terminantemente prohibido matar a nadie. Las armas y el entrenamiento servirían para neutralizar, pero nunca para asesinar. Cada vez que habían preguntado cuáles serían las consecuencias de la muerte de alguien, aunque fuera accidental, la respuesta siempre era la misma: todas. Una de las tareas de MacQuarrie consistía en garantizar el escrupuloso cumplimiento de esta regla.
—¿Quién te crees que eres para mandarme callar, eh, abuelo? —Five sacaba pecho y se enfrentaba a MacQuarrie.
Two se levantó de un salto y agarró a Five por el gaznate. Los genes de marinero irlandés que no sabía que llevaba en las venas se imponían. Five no podía respirar; su cara se iba tiñendo de rojo. Two le mantuvo contra la pared, agarrándole por el cuello, durante un minuto exacto, hasta que MacQuarrie pronunció un ya puedes soltarlo. Five aspiró una bocanada de aire y tosió durante un buen rato, hasta que escupió un sanguinolento gargajo. No volvería a hablar hasta que llegaran a la isla. Three y Four también habían captado el mensaje, por si quedaba alguna duda.
Las fases se respetarían.
Encontrarían el Punto Cero y entonces, sólo entonces, iniciarían la Fase 2.
Sin embargo, el capitán MacQuarrie no necesitaba leer las instrucciones que había dentro de la caja para saber lo que les esperaba.
Las había escrito él.
En 1984.