1939
Por primera vez desde hacía años, Elena salió de Winton, y aunque tenía muchas ganas, al mismo tiempo, sentía un miedo infundado. Había animado a sus hijos a que recorrieran el ancho mundo e hicieran descubrimientos, pero por alguna razón ella nunca había tenido la oportunidad de hacer lo mismo. Ahora tenía una buena razón para viajar, la mejor de todas las imaginables, y le había costado varias semanas hacer acopio de valor.
Iba a viajar a Brisbane, donde Marcus acababa de hacer el examen final en la facultad de medicina. El viaje duraría dos días, durante los cuales recorrería casi mil quinientos kilómetros. Pasaría por lugares como Longreach, Charleville, Roma, Dalby y Toowoomba, antes de llegar a Brisbane.
En cada parada del tren, Elena, absorta como un niño, miraba las ciudades por la ventanilla y las comparaba con Winton. Entre Winton y Charleville, el paisaje apenas cambiaba, y Elena creía que toda Australia era igual. Pero en cuanto el tren cruzó Roma, el paisaje empezó a cambiar y a ofrecer un gran contraste con respecto al Outback.
El tren continuó su marcha por una cordillera impresionante, la Gran Cordillera Divisoria. Tan pronto traqueteaba por puentes que salvaban un barranco o una garganta, como se pegaba a una montaña con unas cataratas espectaculares, o atravesaba silenciosos lagos volcánicos en los que se reflejaba el azul del cielo. Cada dos por tres, se lo tragaba un túnel que atravesaba una montaña, y cuando salía por el otro lado, aparecía otra vista deslumbrante. La tercera cadena montañosa más larga del mundo se extendía desde el extremo nororiental de Queensland, a lo largo de unos tres mil doscientos kilómetros, por toda la costa oriental de Australia.
Desde la ventanilla del tren, Elena contemplaba embelesada el paisaje, decidida a guardar ese recuerdo para siempre en la memoria. La única nota de amargura la ponía el hecho de que tuviera que hacer ese viaje sola, sin tener a nadie con quien compartir el recuerdo.
Durante los cinco años que Marcus pasó estudiando la carrera, solo había ido en una ocasión a casa, pero nunca había dejado de escribirle una carta semanal a su madre. También había hablado un par de veces con ella por radio. Aunque no había mencionado que hubiera invitado también a su padre y a Alison a su fiesta de fin de estudios, Elena lo daba por descontado. Llevaba mucho tiempo sin preguntar por Lyle, pues cada vez que le hablaban de él, sentía un profundo dolor. Unos meses antes de que Marcus se fuera a Brisbane le había visto por última vez. Neil Thompson le había contado que Lyle trabajaba ahora en comunidades de aborígenes muy apartadas, en zonas como Normanton y Burketown. No sabía dónde se encontraba en ese momento. Dependiendo de dónde estuviera, quizá no se le pudiera localizar, pero Elena esperaba por Marcus que participara en la fiesta de fin de carrera.
Lyle no le había contado nunca a Elena por qué había suspendido tan abruptamente sus visitas a Winton, dejándola en la suposición de que su vida matrimonial con Alison le había llevado a un mundo completamente nuevo y que Marcus había sido su único vínculo verdadero con la ciudad.
Dos días antes de la fiesta de fin de estudios, Elena llegó a Brisbane con el fin de poder comprarse un vestido bonito y arreglarse el pelo. Estaba apabullada por la gran ciudad y por la cantidad de gente que vivía en ella, pero disfrutaba del cambio y tenía muchas ganas de ver a su hijo.
El día de la celebración por los exámenes, Elena cogió un taxi desde su hotel hasta la explanada de la facultad de medicina de Brisbane, donde se había congregado mucha gente, todos ellos ansiosos por disfrutar de la fiesta. Elena estaba satisfecha por la elección de su atuendo: un vestido rojo escarlata con el dobladillo de color violeta con el que se sentía tan segura de sí misma y tan atractiva como no se había sentido en todos esos años anteriores. Además se había comprado un elegante sombrero de color violeta y unos zapatos a juego, y llevaba el pelo recién lavado y ondulado. Elena esperaba que su hijo no se avergonzara de su madre, procedente de una ciudad tan pequeña como Winton.
En una gran superficie cubierta de césped, ante un estrado expresamente montado para la ocasión, había unas cuantas filas de sillas. Elena se sentó y esperó al inicio de los festejos. Buscó ansiosamente con la mirada a su hijo. Los recién licenciados llevaban capa negra sobre camisa blanca y el típico birrete, de modo que resultaba casi imposible distinguirle de los demás. Poco a poco se fueron llenando las filas de los espectadores, pues la ceremonia estaba a punto de empezar.
—¿Está libre este sitio? —le preguntó alguien, señalando la silla vacía de al lado.
—Sí —dijo Elena, con la mirada todavía dirigida hacia los estudiantes.
Un hombre se sentó a su lado.
—Buenas tardes, Elena —dijo afablemente.
Elena se volvió.
—¡Lyle! —exclamó—. Ya estaba preguntándome si vendrías. Marcus no me ha contado nada.
—Nada ni nadie podría haberme retenido de aparecer hoy por aquí —contestó Lyle—. Estoy más orgulloso que nunca en mi vida.
Su amplia sonrisa y sus chispeantes ojos eran una señal visible de su orgullo.
—A mí me pasa lo mismo —dijo Elena, respondiendo a su afectuosa sonrisa.
—Estás guapísima —dijo él.
De nuevo le asaltaron los recuerdos azotándole como un látigo. No estaba preparado para encontrar a Elena en Brisbane. Y ahora se veía de nuevo transportado a los viejos tiempos, a veinte años atrás.
—Oh, muchísimas gracias —dijo ella sonrojándose—. No quería ponerle en un apuro a mi hijo.
—Se alegrará mucho de verte —dijo Lyle.
Llevaba un traje oscuro y una camisa recién planchada con corbata.
—Tú también tienes buen aspecto —dijo Elena.
De joven había sido muy guapo, pero era de esos hombres que con la edad no pierden atractivo; ella lo encontraba incluso más atractivo todavía.
—He trabajado años en la selva, donde he tenido mucho tiempo para asearme —dijo Lyle riéndose.
—¿Has visto a Marcus? —preguntó Elena, buscándole por enésima vez con la mirada entre el nutrido grupo de licenciados.
—No, ¿y tú? —dijo Lyle, mirando también a su alrededor.
—No, pero a nosotros se nos reconocerá más fácilmente que a él. ¿Te recuerda esta ceremonia a tu fin de carrera?
—Sí, pero para mí tiene más importancia saber que el licenciado es mi hijo. Nuestro hijo.
Sonrió y miró a Elena a los ojos. Esta empezó a sentir mariposas en el estómago y rápidamente desvió la mirada.
—¿Dónde está Alison? —preguntó luego.
—Ni idea —respondió Lyle.
Elena se desconcertó.
—Eh… no lo entiendo. ¿A qué te refieres?
—Poco después de que Marcus se marchara a Brisbane, Alison se casó con su exmarido. Lo último que he oído de ella es que se fue con él a Nueva Guinea, pero a estas alturas pueden estar en cualquier otra parte. Los dos estaban ansiosos de aventura y tenían planes muy ambiciosos.
—¿Has conocido a su marido?
—Sí. Bob es guapo, deportivo y muy amante de los viajes. Me invitaron a su boda, pero no acudí. Habría sido un detalle de mal gusto. —Lyle sonrió maliciosamente.
Elena notó que en su voz no había ni un atisbo de amargura.
—Siento que no te hayan salido las cosas como esperabas, Lyle —dijo, pero luego también a ella le entró la risa—. Si he de serte sincera, mucha pena no me da porque, desde luego, ella no era tu tipo.
A Lyle le extrañó ese comentario, pero entonces vio el destello malicioso que lanzaban los ojos de Elena.
—En eso puede que tengas razón.
—Yo no soy quién para decirlo. Pero en realidad me sorprende que aguantara tanto tiempo en Cloncurry —añadió Elena—. Una mujer como ella está siempre buscando nuevos retos.
—¿Una mujer como ella? —preguntó Lyle, alzando las cejas.
—Una mujer tan emancipada, con tantas ganas de aventura.
—Ah, te refieres a eso. Pero si te fijas, en realidad ha vuelto a sus viejos retos, ¿no te parece? —dijo Lyle, y los dos se echaron a reír.
Al cabo de un rato, Lyle se puso serio.
—Me encuentro a gusto solo. Ya me he acostumbrado.
Por más que se esforzó por resultar convincente, Elena notó que no era del todo sincero. Vio la soledad en sus ojos. Era la misma soledad que llevaba ella sintiendo desde hacía años.
—Se puede estar a gusto con muchas cosas, pero la soledad tiene su lado sombrío —dijo ella.
Lyle sabía exactamente a qué se refería.
—¿Qué tal está Aldo? —preguntó luego.
—Murió hace tres años. Tenía cálculos en el riñón, pero era demasiado cabezota como para dejar que se los quitaran. Neil le advirtió de lo que podría pasar, pero él no le hizo ni caso.
Lyle dio el pésame a Elena. Aldo no era buena persona, pero de todas maneras su muerte no le dejaba frío.
En ese momento, el decano de la facultad de medicina reclamó atención y silencio a los asistentes, pues iba a dar comienzo la ceremonia. Después de un discurso, los licenciados recibieron su titulación. Fueron nombrados de uno en uno, y Elena y Lyle esperaban impacientes a oír el nombre de su hijo. Cuando por fin llamaron a Marcus, Lyle le cogió la mano a Elena. Los dos se sentían felices y orgullosos. Hasta Lyle tenía lágrimas de emoción en los ojos. Era un día muy especial y, afortunadamente, podían pasarlo juntos. Cuando Marcus recibió el título, aplaudieron hasta que les empezaron a doler las manos.
Después de la ceremonia, Marcus se acercó emocionado a sus padres. Elena le abrazó y le besó, y su padre le estrechó la mano y también le abrazó con mucha ternura.
—Estamos muy orgullosos de ti, Marcus —dijo Elena entusiasmada.
—Gracias, mamá. —La examinó con la mirada—. ¡Jo, qué guapa estás, mami! —dijo admirándola—. Me parece que ninguno de mis compañeros de clase se va a creer que tienes una edad como para ser mi madre.
Elena rechazó el elogio con un movimiento de la mano, pero en el fondo se sintió muy halagada.
—Está realmente seductora —añadió Lyle, mirando a Elena con una sonrisa radiante.
Cuando la vio por última vez estaba muy delgada y muy tensa, pero ahora había engordado un poco y se le había quitado la cara de apesadumbrada. Dolorosamente, adquirió conciencia de que a lo mejor había otro hombre en su vida.
—Gracias por haber venido hasta Brisbane, papá —dijo feliz Marcus—. Brisbane queda muy lejos de Weipa, de modo que sé apreciar tu esfuerzo.
—Aunque hubiera estado en la otra punta del mundo, habría venido, Marcus. Nunca he estado tan orgulloso de ti como hoy, y sé que tu abuelo también se habría enorgullecido.
Lyle deseaba que su padre hubiera podido compartir con ellos ese día. Confió en que los estuviera viendo desde arriba.
—Gracias, papá. Sin tu ayuda no lo habría conseguido, y sin tu ayuda tampoco, mamá. Ni en sueños me habría atrevido a pensar que podía estudiar medicina. Pero los dos habéis creído en mí, y eso me dio valor para emprender mis estudios.
—Siempre has llevado dentro la capacidad para hacer algo grande —dijo Elena.
—Y yo no he hecho más que encauzarte en la dirección adecuada —dijo Lyle—. Y ahora, me gustaría invitaros a comer a ti y a tu madre.
—Eh… —balbuceó Marcus, lanzando una mirada a sus amigos. Una chica muy guapa le saludó con la mano—. En realidad, queríamos beber algo en el bar de la facultad, pero puedo hacerlo en otro momento si queréis ir a comer…
—No, hombre, no pasa nada —opinó Lyle—. Ve con tus amigos.
—¿De verdad? —De nuevo miró hacia atrás, y esta vez la chica guapa le sonrió—. Puedo aplazarlo, en serio…
—Anda, vete, Marcus. Llevaré a tu madre a comer por ahí —dijo Lyle. Rápidamente lanzó una mirada a Elena, temiendo haberse atrevido a ir demasiado lejos—. Siento haber sido un poco arrogante —dijo—. Quizá tengas otros planes.
A Elena se le notaba la decepción de no poder pasar la tarde con Marcus, pero al mismo tiempo entendía que quisiera celebrarlo con sus compañeros de estudios.
—Como nunca había estado en Brisbane, no conozco a nadie por aquí, así que… así que me parece bien lo de ir a comer —dijo.
Marcus miró primero a su madre, luego a su padre y sonrió.
—Estupendo, así tendréis ocasión de hablar por fin a solas —dijo, sonriendo como si supiera algo que ellos no sabían—. A las tres me reuniré con vosotros en el café de la facultad de medicina. Y más tarde podemos ir a cenar juntos. Si no os importa, me gustaría llevar a una amiga muy especial, para que la conozcáis, ¿os parece bien?
—Claro que sí —respondieron Lyle y Elena.
Se miraron entre ellos y luego a Marcus. Pero este ya iba derecho hacia su guapa amiga, una joven china muy atractiva.
—Este es un día lleno de sorpresas —dijo Lyle.
—Hace veinte años, a mí no me dejaban salir con un hombre que no fuera italiano, y ahora fíjate en nuestro hijo —dijo Elena.
Intentó imaginar a Marcus llevando a su novia china a Winton para presentársela a sus abuelos, y una sonrisa se deslizó por sus labios. Por peores cosas habían pasado.
Lyle llevó a Elena a un restaurante con una pintoresca panorámica sobre el río Brisbane y el Story Bridge.
—¡Oh! —exclamó Elena, mirando por la ventana—. Es un paisaje de ensueño. Qué distinto es esto de Winton.
—Y de Weipa —dijo Lyle.
—¿Dónde está exactamente Weipa, Lyle?
—Es una de las colonias más elevadas, en la península de Cabo York. Es una pequeña comunidad de aborígenes con tan solo tres blancos. La escasez de personas se ve compensada por la multitud de mosquitos y cocodrilos.
—¿Sigues con los Médicos Volantes?
—No, no de manera oficial. Durante los dos últimos años he estado yendo solo donde me necesitaban. Antes de ir yo, en Weipa no tenían ningún médico, de modo que había mucho que hacer. ¿Y qué hay de ti? ¿Sigues trabajando de enfermera en el hospital de Winton?
—Sí, pero ojalá no estuviera allí. Mi hija ha cumplido dieciocho años y está terminando su formación de enfermera en el hospital. Cuando se examine le gustaría ir a Sydney o a Melbourne para trabajar en clínicas grandes.
—¡Maria enfermera! Eso es maravilloso. Deberías estar muy orgullosa de tener un médico y una enfermera en la familia. Es un mérito muy considerable, Elena. ¿Y qué es de Dominic? ¿A qué se dedica?
—Acaba de empezar a trabajar como trasquilador. Hace un par de meses se marchó de Winton con un amigo del colegio y con su padre. Están en alguna parte de Nueva Gales del Sur. Dominic no es muy aficionado a escribir cartas, de modo que no sé mucho de él, pero está claro que esa vida le gusta. Van de granja en granja para trasquilar a las ovejas, y aunque todavía tiene solo dieciséis años, ya gana un dinerito. Tiene previsto hacerse «gran trasquilador», signifique eso lo que signifique.
—La cúspide en su oficio —dijo Lyle—. Entonces sí que ganará un dineral.
—No me lo imagino siempre en el mismo sitio, pero nunca se sabe.
Lyle pidió una botella de vino y luego brindaron por Marcus, Dominic y Maria.
—Bueno, pues aquí estamos, Elena —dijo Lyle con un suspiró, y la miró profundamente a los ojos—. Imagino que ya sabrás por qué tuve que alejarme de Winton y de ti, ¿no, Elena?
—Como Marcus ya no estaba allí, ya no tenías ninguna razón para ir —dijo Elena.
—Los dos sabemos que nunca iba solo por Marcus —contestó Lyle.
Elena suspiró.
—Entonces supongo que Aldo tuvo algo que ver con que no volvieras por allí —dijo—. Desde que empezaste a no venir, me miraba con una cara de satisfacción muy rara.
—Sé que quería que me compadeciera de él, y lo hice, pero sabía que te haría sufrir, y eso yo no podía consentirlo. Con mi presencia en Winton te perjudicaba sin darme cuenta, y quise cortar con eso. Nunca he dejado de amarte, Elena. ¿Lo sabes? Alison lo sabía. Esa es una de las razones por las que volvió con su marido.
Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas.
—Sé que nunca he dejado de quererte yo tampoco, pero por mis remordimientos de conciencia decidí permanecer junto a Aldo. Pasado un tiempo, me harté de sentirme culpable. Cometí un error al ocultarle mi embarazo a Aldo, a Aldo y a ti. Ya no quiero mirar atrás, Lyle. A partir de ahora solo miraré hacia delante.
Lyle alzó su copa.
—Pues hagámoslo, Elena. Brindemos por lo que nos depare el futuro.
Elena levantó su copa.
—Qué bien suena eso —dijo sonriente—. ¿Tienes planes para el futuro?
—Sí, sí que los tengo. Voy a abrir aquí, en Brisbane, una consulta.
—¿De verdad? ¿Te has hartado de trabajar en la selva?
—Sí, ya va siendo hora de volver a la civilización. ¿Ves ese edificio de allí, al otro lado de la orilla, el de los toldos a rayas?
Elena siguió la mirada de Lyle. Era una casa preciosa la que le señalaba. Tenía seis pisos y se hallaba cerca del río. Los jardines que la rodeaban eran verdes y frondosos.
—Sí —dijo—. ¿Por qué?
—He comprado el piso de arriba, el de la balconada, y he alquilado unas habitaciones en la planta baja para poner la consulta. He pensado que viviendo en Brisbane tendré más oportunidades de ver a Marcus con mayor frecuencia, así como de disfrutar de unos cuantos placeres de la vida, como por ejemplo el teatro y los buenos restaurantes. Esta vista la podré contemplar a diario.
—Eso es maravilloso, Lyle. Cómo me alegro por ti.
Lyle se la quedó mirando.
—Necesitaré una buena enfermera en mi consulta. ¿Conoces a alguien a quien pudiera interesarle? —Elena abrió los ojos de par en par y sintió que se le aceleraba el corazón—. Sería como en los viejos tiempos si trabajáramos otra vez juntos —dijo Lyle—. Por aquel entonces formábamos un buen equipo. Sé que podríamos volver a formarlo.
Elena ya no tenía nada que la retuviera en Winton. Un futuro con Lyle era todo cuanto siempre había deseado.
—Si me ofreces el puesto, lo acepto —dijo espontáneamente.
—Te ofrezco mucho más que eso, Elena —dijo Lyle. Elena clavó la mirada en el hombre que lo significaba todo para ella. Apenas podía creerse que sus sueños fueran a hacerse realidad—. Mi corazón te ha pertenecido desde un principio, pero ahora me gustaría también compartir mi vida contigo. Hagamos lo que teníamos que haber hecho hace tantos años. ¿Quieres casarte conmigo, Elena?
Con un nudo en la garganta, Elena se limitó a asentir con la cabeza. Las lágrimas afloraron a sus ojos y rodaron por sus mejillas. Lyle se puso de pie, la tomó entre sus brazos y la besó tiernamente. Luego brindaron juntos.
—Por nosotros, cariño, y por nuestra felicidad —dijo. Y añadió con una sonrisita—: Después de comer, a lo mejor nos da tiempo de comprar una sortija antes de reunirnos con nuestro hijo.
—Me muero de ganas de contarle que sus padres se van a casar —contestó Elena, radiante de alegría.
Lyle la miró sonriente.
—No creo que le sorprenda demasiado.