36

Después de que Alison dejara a Millie en Cloncurry, esta fue derecha a la taquilla de la estación con la esperanza de marcharse al día siguiente. Tenía ganas de irse a casa a lamerse las heridas, pero sus planes se frustraron cuando se enteró de que en los dos próximos días no salía ningún tren y el siguiente había quedado suspendido por razones técnicas; no podían decirle nada más concreto. Eso significaba que tenía que esperar un tiempo indefinido, como mínimo, cinco días. Cuando preguntó por una línea de autobús, le dijeron que no había autobuses, de modo que se quedó furiosa y decepcionada. En lo que a ella se refería, todo ese viaje había sido una mera pérdida de tiempo, y ahora sus sueños con un futuro dichoso en compañía de Lyle le parecían pura ironía.

Durante los dos días siguientes, Millie se quedó casi todo el rato en el Hotel Central, donde había reservado una habitación. No hizo más que darle vueltas a la cabeza. Estaba enfadada consigo misma porque la habían tomado por tonta, y estaba contrariada con Lyle porque no había tenido el valor de contarle la verdad sobre Elena y el hijo que tenían en común. Incluso comía y cenaba sin salir de la habitación, aunque sin demasiado apetito, cosa rara en ella.

Llegó un momento en que Millie ya no aguantó estar rodeada de las cuatro paredes empapeladas con el peor gusto posible. Supuso que Lyle y Alison estarían recorriendo la zona en avión, de modo que se atrevió a ir al comedor del hotel, desde el que había una vista de la calle principal. Al no ver ni rastro de su exmarido ni de su piloto en la calle, tomó una decisión más temeraria. Salió y se puso a pasear sin rumbo fijo por la calle principal.

El reverendo Flynn vio a Millie en el momento en que esta cruzaba la calle y entraba en una tienda de ropa de señora. Echó un vistazo a la tienda a través del escaparate con la esperanza de establecer contacto visual con ella, pero Millie miraba tan interesada la lencería, que no le vio. Cuando Philomena Whittaker, la mujer del alcalde, que metía las narices en todas partes, le lanzó una mirada de indignación al reverendo, peguntándose qué haría merodeando por una tienda de ropa femenina, este se ruborizó y siguió andando a toda velocidad.

En la oficina de los Médicos Volantes, el reverendo le contó a Alison, que en ese momento hacía anotaciones en el cuaderno de a bordo, que había visto por allí a la señorita McFadden.

—¿Está seguro de que era la señorita McFadden, reverendo? —preguntó Alison.

—Sí, estoy completamente seguro —respondió el reverendo—. ¿Por qué lo pregunta?

—Bah, por nada en especial —dijo Alison.

Lo que no le contó al reverendo fue que pensaba con frecuencia en la futura exmujer de Lyle, por la que cada vez sentía más curiosidad. Daba por hecho que se habría marchado hacía tiempo.

Al día siguiente, mientras Alison esperaba a Lyle, que había ido al hospital a ver a un hombre mayor aquejado de problemas pulmonares, decidió dar un paseo por la calle principal. Confiaba en que, de ser en alguna parte, solo allí podía encontrarse con Millie, pues allí estaban las tiendas de la ciudad.

Alison fue de tienda en tienda; sin embargo, no dio con Millie. Cuando ya iba a desistir, su mirada recayó en el hotel en el que ella había sido alojada los primeros días que pasó en Cloncurry, antes de que el reverendo le encontrara un piso. Alison miró sonriente por la ventana del comedor, que también servía de restaurante para los clientes que no pernoctaban en el hotel. Cuántas veces había cenado allí con Lyle…

En ese momento vio a Millie. La mujer con la que aún seguía casado Lyle estaba sentada a una mesa tomando el té de la tarde. Ni corta ni perezosa, Alison entró en el hotel y fue directamente a la mesa de Millie.

—No sabía que todavía estuviera en la ciudad, señorita McFadden —dijo Alison—. ¿O debería llamarla señorita Evans o quizá señora MacAllister? ¿Qué nombre se ha puesto hoy?

Consternada, Millie reconoció a la joven piloto y se puso colorada.

—¿Ha hablado… con mi marido? —balbuceó.

—Exactamente. —Sin esperar a que le ofreciera un sitio, Alison se sentó frente a Millie y clavó la vista en ella. Llevaba un bonito vestido estampado, a juego con su llamativo color de pelo—. Pero se le olvidó contarme que Lyle era su marido. ¿Cómo es que ha recorrido un camino tan largo para buscarle, si al final no ha querido hablar con él? ¿Y por qué les ha contado a cuantos se ha encontrado unos embustes tan disparatados?

—Precisamente me preguntaba por qué me había tomado la molestia de hacer un viaje tan largo para hablar con mi marido, cuando en realidad no es más que un mentiroso que siempre ha llevado una doble vida —opinó Millie llena de indignación.

Esa imputación desconcertó a Alison.

—Ese no es el Lyle que yo conozco —dijo, defendiéndole.

—Pues entonces no le conoce bien —la increpó Millie—. Me abandonó sin decir una palabra, sin dejarme siquiera una nota, y eso en la peor época de mi vida. Pasé meses enferma de preocupación porque no sabía dónde estaba, y luego, de repente, me llegaron los papeles del divorcio por correo. Después de catorce años de matrimonio uno se merece un poco más de respeto, digo yo. Al fin y al cabo, acabábamos de perder a nuestro único hijo. —Alison no podía negar que era una conducta desalmada por parte de Lyle afrontar así la situación, pero no expresó en voz alta esa opinión—. Un día encontré una carta del reverendo Flynn de la que se desprendía que Lyle había decidido trabajar con los Médicos Volantes. He hecho este viaje tan largo porque esperaba poder salvar nuestro matrimonio. Entonces vi a Lyle en el hospital con esa italiana con la que tuvo una aventura amorosa durante la guerra y deduje que habían estado en contacto todo este tiempo.

—No creo que eso sea cierto, Millie —dijo Alison.

—Usted quizá no lo crea, pero yo sí —contestó Millie enfurecida—. Sé que solo se casó conmigo porque entonces estaba embarazada de nuestro hijo. —Alison miró extrañada a Millie—. Veo que le sorprende que lo admita, pero he perdido toda clase de autoestima. —Le temblaba el labio inferior de lo nerviosa que estaba—. El día que le conté a Lyle que íbamos a tener un hijo, tuve el horrible presentimiento de que había venido de Blackpool para romper conmigo. Confieso que me aferré a él, pero yo le amaba sinceramente y un bebé necesita un padre. Además, pensaba que acabaría por olvidarse de sus amoríos con Elena. Pero ahí me equivoqué, ¿no cree? —A Alison le pareció de repente muy triste la historia contada desde la perspectiva de Millie. No supo qué decirle a la decepcionada escocesa, pero Millie siguió hablando—. Sencillamente no entiendo por qué aprovechó la muerte de su hijo para venir aquí y restablecer el contacto con la mujer a la que realmente ama, con ella y con el hijo de ambos.

—¿Sabía usted de la existencia de Marcus cuando aún seguía con Lyle? —preguntó Alison con cautela.

Pese a todo el lío que había organizado Millie, no pudo remediar sentir compasión por ella.

—No, eso me lo ocultó mi marido —dijo Millie amargada—. Pero en cuanto oí por casualidad en el hospital que Lyle llamaba a esa mujer Elena, supe que tenía que ser la mujer con la que había tenido una relación en Blackpool. Y luego me di cuenta de que el chico que estaba con ellos tenía más o menos la edad que hubiera tenido ahora Jamie, una edad demasiado parecida a la de Jamie como para que pudiera ser el hijo de su marido. No obstante, no acababa de creerme que fuera hijo de mi marido. Solo tuve la certeza cuando las enfermeras del hospital dijeron que Marcus padecía los mismos ataques espasmódicos que, en su día, nuestro Jamie. Los ataques de ese tipo son muy raros, pero hereditarios.

—¿Y cree que Lyle sabía que Elena estaba embarazada de él cuando se casó con usted? —A Alison le parecía que eso no tenía sentido.

—Estoy segura de que no lo sabía. De haberlo sabido, se habría casado con ella, no conmigo. —Millie hizo una mueca de dolor—. Lyle adoraba a nuestro Jamie. Ahora ha encontrado un sustituto. —Se le agolparon las lágrimas—. Y yo estoy tan sola…

Alison vio cómo le trastornaba todo eso a Millie. Que en medio de Australia, en una región tan apartada, Lyle se hubiera vuelto a encontrar con Elena era bastante casualidad; eso no podía negarlo.

—Lyle me ha contado que no sabía que Elena viviera en Winton, y yo le creo —dijo convencida, pero incluso a sus oídos sonaba raro.

—¿Cómo puede ser tan crédula? —respondió Millie.

—Me contó que sabía que el padre de Elena había mostrado alguna vez interés por emigrar a Australia porque ella se lo había mencionado en alguna ocasión —dijo Alison para defenderse—. Y admito que la probabilidad de que la haya reencontrado por casualidad en un país tan inmenso es bastante pequeña.

—¡Exactamente! He ahí una prueba evidente de que todos estos años han seguido estando en contacto y que este encuentro estaba planeado. ¿Qué probabilidades hay de que se hayan encontrado casualmente en un país que es más grande que toda Europa? Ninguna, diría yo.

Alison se vio obligada a admitir que Millie tenía razón. Ahora bien, ¿qué significaba eso para ella?

—Si es cierto lo que dice, o sea, que Lyle vino aquí con el propósito de vivir con Elena y el hijo de ambos, entonces debería haber sabido que ella estaba casada y tenía tres hijos —dijo Alison, esforzándose por ocultar sus crecientes dudas.

—Estoy convencida de que tenía intención de abandonar a su marido. Y desde luego no me extraña. Solo le he visto una vez, pero por su conducta me pareció despótico, maleducado y temible. No me sorprendería oír que ha sido desdichada en su matrimonio. Una vez leí que los padres de las chicas italianas disponen el matrimonio de sus hijas y, al parecer, no es infrecuente que las obliguen a casarse con hombres tan abominables como Aldo Corradeo.

—No obstante, lo que usted piensa de Lyle sencillamente no puede ser verdad, Millie. Él y yo… nosotros estamos prometidos —dijo Alison. No quería herir a Millie, pero sí hacerle comprender que no tenía razón al pensar así de Lyle—. Solo se lo cuento para que tenga claro que Lyle no la ha engañado en todos estos años de matrimonio.

Millie se quedó boquiabierta.

—Usted está prometida… ¡con Lyle! ¿Desde cuándo?

—No hace mucho —contestó Alison, levantando la mano izquierda para enseñarle la sortija de compromiso—. Pero en cualquier caso, después de que Lyle volviera a ver a Elena.

—¿Sabía usted que además estaba casado conmigo?

—Me dijo que había iniciado los trámites del divorcio. Yo también estoy divorciada.

Millie no sabía qué decir al respecto, pero al cabo de un rato dijo:

—No lo hará. No se casará con usted.

Alison apenas daba crédito a lo que oía.

—Hace unos días le pregunté si todavía quería casarse conmigo y me dijo que sí.

—Aunque amaba a Elena, se casó conmigo porque estaba embarazada de él. Elena y él tienen fuertes vínculos gracias a su hijo Marcus. Seguirán unidos de por vida.

Alison no contestó nada más. Se despidió de Millie y se marchó del hotel. Ahora tenía muchas cosas en las que pensar.

Cuando Alison regresó a la oficina de los Médicos Volantes, Lyle ya la estaba esperando.

—¿Dónde te has metido, Alison? —preguntó—. Ni el reverendo ni nadie lo sabían.

Alison miró a Lyle. Conmocionada por lo que le había contado Millie, ya no estaba segura de su relación. Tenía que entender en qué pensaba Lyle cuando abandonó a Millie.

—¿Cómo pudiste abandonar a Millie nada más morir vuestro hijo? —le preguntó—. ¿No te parece cruel? —Normalmente no era de las mujeres que necesitan que se reafirme una y otra vez su relación, pero en esa ocasión no pudo evitarlo. Si Lyle era capaz de comportarse tan despiadadamente, a lo mejor es que todavía no le conocía bien.

Lyle se desconcertó.

—¿Por qué me preguntas eso? —quiso saber.

—Eso fue exactamente lo que pasó, ¿no? —le acusó Alison.

—¿Has hablado con Millie? ¿Aún sigue en la ciudad?

Lyle también había querido hablar con ella, pero durante esos días había tenido que atender una urgencia tras otras y no había sacado tiempo para nada más. Al ver que Alison no contestaba, se dio por enterado.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Yo… —Alison no quería embrollar aún más las cosas—. Déjala en paz, Lyle. Bastante ha sufrido ya la pobre —dijo.

Lyle puso los ojos como platos.

—¿Sufrir ella?

Giró sobre sus talones y se marchó de la oficina. Ni siquiera oyó que Alison le llamaba a su espalda.

Lyle se dirigió a la calle principal. Sabía que Millie se había alojado en uno de los hoteles, de modo que fue al primero que encontró y preguntó por ella en la recepción. Allí no tuvo éxito, hasta que finalmente acabó en el Hotel Central y se enteró de su número de habitación.

Millie se asustó al oír que llamaban a la puerta y ver que era Lyle.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Eso mismo podría preguntarte yo a ti —contestó Lyle, precipitándose hacia el interior de la habitación—. ¿Tienes idea de la cantidad de daño que has infligido a la vida de cinco personas?

—No tenía ni idea de que me había casado con alguien que llevaba una doble vida —replicó Millie.

—¡Doble vida! ¿De qué demonios estás hablando?

—¿Te resultó difícil ocultar a tu hijo, Lyle? ¿Cuántas veces has mirado a nuestro hijo pensando en Marcus?

Lyle se sintió profundamente dolido. ¿Cómo podía Millie hacerle una pregunta tan hiriente? El recuerdo de Jamie era sagrado para él.

—Ni una sola vez, puesto que hasta hace un par de días no sabía ni que existiera Marcus —gritó.

A Millie el enfado de Lyle le pareció sincero; no obstante, seguía sin fiarse de él.

—¿Cómo eres capaz de mentirme a la cara? —le preguntó en tono acusatorio.

—No miento. Hasta que Marcus me lo contó el domingo no sabía que fuera hijo mío. —Millie le taladró con la mirada—. Es cierto. El chico oyó una pelea de sus padres y así se enteró. Pero ¿por qué lo sabías tú si ni siquiera yo tenía la menor idea?

Millie se quedó un momento sin habla, pero luego tuvo un estallido de rabia.

—Eres médico, ¿no? Tuviste una aventura amorosa con una mujer que ahora tiene un hijo de una edad determinada. ¿No has podido echar cuentas por ti mismo? ¿Esperas acaso que te crea? —Lyle miró inseguro a Millie, quien creyó que al fin le había pillado en una mentira—. ¡No esperarás en serio que te crea! —exclamó.

—Su madre me ocultó su verdadera edad. Me dijo que era más joven de lo que realmente es —le explicó Lyle turbado—. No quería que yo averiguara la verdad. Y sobre todo no quería que la averiguara su hijo, pues temía que la odiara por eso.

—Pues no me da ninguna pena —dijo Millie sin compasión.

Sabía que los celos la convertían en otra persona, pero no podía remediarlo.

—Tú no eres así, Millie. Sé que estás herida, pero normalmente no llegarías tan lejos ni harías tanto daño a los demás. Esa no es la Millie que yo conozco.

—Simplemente no me gusta que me tomen por tonta —dijo ella, al borde del llanto—. He venido a Australia porque esperaba poder recuperarte. Luego te vi con ella… y con vuestro hijo…

—No tenía ni idea de que supieras de la existencia de Elena —dijo él.

—Sabía que hacia el final de la guerra tuviste una aventura amorosa. Pero no sabía hasta qué punto había llegado esa relación. Bueno, quizá lo supiera, pero no quería reconocerlo por lo mucho que me dolía. Si no hubiera estado embarazada de Jamie, no te habrías casado conmigo; eso no me lo negarás.

Lyle se sintió fatal porque Millie tenía razón.

—No contaba con volver a ver a Elena nunca más, Millie. Cuando ingresaron a Marcus en el hospital tras su primer ataque, los médicos no daban con la causa. Entonces recurrieron a mi ayuda. Me quedé atónito al enterarme de que Elena era la madre del chico, pero ni por un momento pensé que Marcus fuera hijo mío. Luego, cuando a Marcus le dio otro ataque espasmódico en la cuadra de su casa y fue coceado por un caballo, le llevamos en avión desde Winton para que le hicieran unas radiografías en Cloncurry. Por eso estábamos los tres juntos en el hospital el día que tú viniste. Mi encuentro con Elena fue pura casualidad, Millie. No habíamos concertado una cita. Y ella no me dijo que Marcus era mi hijo. Deberías haber hablado conmigo antes de ir a Barkaroola para informar a Aldo Corradeo.

—Él tenía que saber la verdad —dijo Millie en su defensa.

—Sí, tal vez, pero debería haber sido Elena la que se lo contara todo.

—¿Qué más da quién se lo cuente?

—Puede ser una cuestión de vida o muerte —respondió Lyle.

Millie miró a Lyle echando chispas por los ojos.

—¿Eso qué significa? —preguntó.

—Le horrorizó tanto que le contara una extraña que su hijo no era hijo suyo, que se cayó de la torre del molino de viento y se lesionó gravemente la columna vertebral.

El rostro de Millie empalideció.

—¿Está… muerto?

—No, pero creo que hubiera preferido estarlo. Pasará el resto de su vida en una silla de ruedas.

Millie agachó un momento la cabeza, pero luego volvió a mirar a su marido con gesto desafiante.

—Si su mujer no le hubiera mentido, no habría pasado nada de eso.

—Deberías asumir tu parte de responsabilidad, del mismo modo que también eres parcialmente responsable de que yo te abandonara. Al fin y al cabo, salías con otro hombre, de modo que no tienes derecho a aparecer por aquí toda indignada por haberme alejado de ti.

—Te casaste conmigo pese a que amabas a otra. ¿Cómo crees que me sentía? ¿Cómo crees que me sentía cuando dejaste de hacerme caso después de la muerte de Jamie? Necesito una persona…

—Los dos tenemos parte de culpa, Millie. Firma los papeles del divorcio y terminemos con este matrimonio de una vez por todas.

Lyle se dirigió hacia la puerta.

—Ya sé por qué quieres que firme los papeles del divorcio. Estás prometido —dijo Millie.

—Sí, es cierto —dijo Lyle volviéndose de nuevo hacia Millie.

—Le he dicho a la pobrecita que nunca te casarás con ella porque sigues amando a Elena.

—Elena tiene previsto cuidar de su marido, y yo me casaré con Alison —replicó Lyle.

Millie miró al hombre al que tanto había amado en otro tiempo.

—Eso ya lo veremos —dijo en tono sarcástico.