Elena se hallaba sentada junto al escritorio de la consulta del doctor Robinson ordenando las fichas de los pacientes, cuando de repente se abrió la puerta y entró precipitadamente su madre.
—Elena, acaba de venir a la tienda la señorita Wilmington —jadeó sin aliento—. Ha tenido que volver deprisa al colegio para cuidar de los niños; por eso no ha podido acercarse aquí.
—¿Qué ha pasado? ¿Es algo de Marcus?
—Sí, le ha dado… otro ataque espasmódico —dijo Luisa, cogiendo aire.
Elena se levantó de un salto.
—¿Está en el hospital?
—Sí, la señorita Wilmington le ha llevado inmediatamente al hospital. La profesora no sabía si te encontrabas en la ciudad, y Marcus no estaba en disposición de contárselo. La he visto bastante afectada.
Luisa sabía con exactitud cómo se sentía la profesora; la comprendía perfectamente.
Aunque el doctor Robinson atendía en ese momento a una paciente, Elena entró sin pedir permiso en el despacho de la consulta. Se disculpó por su intromisión ante su jefe y ante la señora Emily Pennishaw, una paciente que acudía con regularidad. Poco antes, en la sala de espera, había preguntado por Marcus.
—Lo siento, pero es una urgencia. Marcus ha tenido otro ataque y he de ir enseguida al hospital —dijo con cara de pánico.
—Siento oír eso, Elena —respondió el doctor Robinson. Solo hacía dos semanas que el chico había tenido el primer ataque, de manera que el médico sabía que para Elena era un duro golpe—. Váyase tranquilamente. Me las arreglaré sin usted. Llamaré al hospital cuando termine con los pacientes.
—Gracias, doctor Robinson.
Elena se marchó a toda velocidad.
—Espero que Marcus se recupere… —dijo a gritos la señora Pennishaw mientras Elena se alejaba.
Esta vez también atendió a Marcus el doctor Thompson en el hospital. Ahora estaba en el despacho haciendo anotaciones en el historial clínico del muchacho. A la enfermera Deirdre Caven le había dado instrucciones para que se quedara con el paciente y le controlara las funciones vitales con regularidad.
—¡Marcus! ¿Ya te encuentras bien? —preguntó Elena, acercándose a la cama de su hijo.
—Sí, mamá, pero estoy muy cansado.
Elena miró a Deirdre. Conocía a la joven porque era la sobrina del doctor Robinson.
—¿Es normal eso, Deirdre?
—Sí —dijo la enfermera—. En cuanto haya descansado un poco, se encontrará bien, Elena.
—No puedo entender que le haya vuelto a pasar —dijo Elena decepcionada—. Después de la primera vez, Neil y Ted decían que probablemente no se volvería a repetir. A la vista está que se equivocaron.
—El doctor Thompson se ocupará de eso y seguro que pronto encontrará la causa de las convulsiones —le aseguró Deirdre.
—Me gustaría volver a ver al doctor MacAllister —le dijo Marcus a Deirdre.
A Elena los ojos se le pusieron como platos y, del susto, se quedó boquiabierta. ¿Había dicho su hijo realmente el doctor MacAllister? No, seguro que estaba equivocada.
—Le conociste cuando ingresaste la primera vez, ¿verdad, Marcus? —preguntó Deirdre, sin haber percibido la reacción de Elena.
—Sí, y me dijo que no me preocupara, que él averiguaría por qué me dan esos ataques —respondió Marcus—. Me cae muy bien. —De repente se quedó muy cortado—. Bueno, los doctores Thompson y Rogers también son buenos, pero el que mejor me cae es el doctor MacAllister.
—Es un buen médico —dijo Deirdre—. Y tiene un trato maravilloso con los pacientes.
Por el tono de voz y la mirada absorta se veía claramente que a ella también le caía muy bien.
Elena oía como en trance lo que decían Deirdre y su hijo, pero le parecía algo completamente irreal.
—¿De quién habláis, Deirdre? —preguntó, esforzándose desesperadamente por parecer tranquila; en realidad, el corazón le palpitaba con tal fuerza que creía que se le iba a salir por la boca—. El tal doctor MacAllister, ¿lleva poco tiempo en este hospital?
Llevaba tantos años sin pronunciar en voz alta el nombre de Lyle que se le hizo raro. A su mente acudieron muchos viejos recuerdos.
—Oh, no, Elena. No trabaja aquí. Es uno de los médicos volantes, de modo que solo pasa por aquí de vez en cuando. —De nuevo miró a Marcus—. Tuviste suerte de que estuviera aquí justo cuando te trajeron, Marcus.
Marcus sonrió.
—Me dio la mano —afirmó este con orgullo, pues aún lo recordaba con agrado.
Deirdre miró otra vez a Elena.
—A veces, los doctores Thompson y Rogers les consultan cosas a los médicos volantes. —Notó que Elena se había puesto blanca como la pared—. ¿Se encuentra bien? Parece muy afectada.
—Sí, sí, estoy bien —susurró Elena, evitando mirar a Deirdre. Tenía claro que la probabilidad de que ese tal doctor MacAllister fuera su Lyle era de una entre un millón, de modo que intentó sobreponerse. Le resultaba muy raro oír su nombre relacionado con un médico, sobre todo oírselo decir a su hijo—. Estoy bien, de verdad.
Deirdre insistió en que Elena se sentara; luego le llevó un vaso de agua. Creía que Elena reaccionaba así por ver de nuevo a su hijo en el hospital. Le recomendó que respirara hondo.
—¿Puedo ver otra vez al doctor MacAllister, mamá?
—Creo que no, Marcus. Si es de los Médicos Volantes, tendrá su base de partida en Cloncurry.
—Si está haciendo visitas a pacientes en esta parte del país, podría venir otra vez esta misma semana —opinó Deirdre.
—Lyle suele traer a un paciente como mínimo una vez por semana —dijo Neil, que de pronto apareció a su espalda. No le habían oído acercarse, pero al parecer había escuchado la última parte de la conversación—. He hablado con él por radio y lo más probable es que vuelva a venir mañana.
¡Lyle! El doctor Thompson había dicho efectivamente Lyle. A Elena le dio un vuelco el corazón, mientras Marcus sonreía radiante de alegría.
—¿Puedo quedarme aquí hasta entonces, doctor Thompson?
—Quiero que te quedes aquí al menos dos días —le contestó Neil—. El doctor MacAllister tiene alguna idea sobre cómo podemos ayudarte.
Elena empezó a temblar tanto que se le derramó el agua del vaso que sostenía en la mano. ¿Había ido Lyle realmente una vez por semana al hospital de Winton? ¿Cómo era posible que, habiendo estado tan cerca el uno del otro, no lo hubieran sabido o presentido? Tan increíble le resultaba, que no se lo acababa de creer. Dejó el vaso de agua en la mesilla de noche antes de que se le cayera. Sin saber cómo, consiguió ponerse de pie.
—Lo siento —balbució—. Tengo que… hacer unos recados. Volveré dentro de un rato.
Elena no sabía cómo había conseguido salir de la habitación. A duras penas oyó cómo Neil le preguntaba si se encontraba bien. Tampoco oyó cómo Deirdre le contaba al médico que, en su opinión, Elena se había quedado blanca como la pared. Sencillamente siguió y siguió andando sin saber adónde se dirigía. Quería esconderse en algún sitio para poner en orden sus pensamientos; ahora le resultaba imposible volver a su trabajo. Por la calle se cruzó con gente que se dirigía a ella, pero Elena no oía ni una palabra de lo que decían.
Luisa ayudaba a Luigi en la tienda cuando vio por el escaparate que Elena cruzaba la calle y entraba en su casa. También vio las miradas de extrañeza que lanzaba la gente a su hija, de modo que supo que algo no cuadraba.
—Dentro de unos minutos vuelvo, Luigi —le dijo Luisa a su marido, que en ese momento atendía a un cliente.
Entonces Luigi también vio a Elena.
—¿Qué pasa, Luisa? —preguntó.
Sabía que su nieto estaba en el hospital porque su mujer le había contado lo sucedido, y tenía previsto acercarse a verle en cuanto cerrara la tienda.
—Nada, que Elena está preocupada por Marcus. Voy a ver qué le ha dicho el médico y luego te lo cuento.
Luisa salió de la tienda y entró en casa por la puerta de atrás. Se encontró a Elena en la cocina.
—¿Qué pasa, Elena? —preguntó Luisa, asustada al ver el estado en el que se encontraba su hija. Temblaba y estaba tan pálida como solo podía estarlo una italiana de tez aceitunada—. ¿Guarda relación con Marcus? ¿Se encuentra bien?
Elena asintió con la cabeza. No podía hablar.
—Sin embargo, hay algo que no va bien, Elena. Te noto terriblemente alterada —dijo Luisa, y se quitó el delantal—. ¿Quieres que vaya al hospital?
Elena meneó con fuerza la cabeza en un gesto de negación, mientras luchaba contra las lágrimas.
—Ya te dije que algún día mi pasado me saldría al encuentro, mamá —susurró con la voz ronca.
Luisa se quedó sin respiración y miró hacia la puerta trasera para asegurarse de que no entraba Luigi.
—¿Qué ha pasado?
—¿Cómo puede estar aquí? ¿Cómo es posible una cosa así? —preguntó Elena, enterrando la cara en las manos. Estaban a miles de kilómetros de Inglaterra, donde había visto a Lyle por última vez—. ¡Con lo aislados que estamos en Winton! Tan lejos de cualquier ciudad… ¿Cómo es posible que el pasado me dé alcance precisamente aquí?
Luisa se sentía perpleja. Vio que su hija sufría tanto, que parecía al borde de un colapso.
—¿De quién estás hablando, Elena?
Elena miró a su madre. Nunca le había mencionado el nombre del hombre con el que había concebido a Marcus. No había hecho falta. Pero ahora se lo tenía que contar. Necesitaba urgentemente el consejo de su madre.
—Del doctor MacAllister. Hablo del doctor MacAllister.
La sola mención de su nombre le trajo una auténtica avalancha de recuerdos. Casi todos los días pensaba en Lyle, sobre todo, cada vez que miraba a Marcus. Sin embargo, ahora el recuerdo que prevalecía en sus pensamientos era el de Lyle diciéndole que otra mujer estaba embarazada de él. Y el dolor que sentía era casi tan intenso como el de entonces, hacía casi catorce años.
Luisa frunció la frente.
—No entiendo…
—Tú le has conocido, ¿no, mamá?
—Tanto como conocerle… pero le he visto con Marcus, sí —respondió Luisa, acordándose de repente—. Parecía muy simpático y a mi nieto le ha impresionado mucho. ¿Qué pasa con él? ¿Le conoces, Elena?
Elena cerró los ojos, pero eso no impidió que le brotaran las lágrimas. Le vino a la memoria lo mucho que había amado a Lyle. Y no estaba segura de si ese amor se había extinguido. Pero la presencia de Lyle en Winton ponía en peligro a su familia.
—¿Qué pasa, Elena? Dímelo. Quiero saber ahora mismo por qué estás tan alterada y por qué crees que tu pasado te ha salido al encuentro. —Luisa no sabía qué pensar. Tan solo intuía que había pasado algo terrible. Pero Elena no encontraba palabras para contarle la verdad a su madre—. Elena, dime inmediatamente qué es lo que te pasa —exigió Luisa.
—Es el padre de Marcus —soltó Elena de sopetón. Las lágrimas rodaban por sus mejillas y le nublaban la vista—. El doctor Lyle MacAllister es el padre de mi hijo.
—¿Qué? —Luisa creyó haber oído mal. Era lo último que se esperaba—. ¡No! ¡No puede ser!
—Es cierto, mamá. Es el hombre del que me quedé embarazada.
Luisa respiró hondo.
—No puedes estar hablando en serio —susurró, y de no ser porque estaba agarrada a la mesa de la cocina, se habría caído.
—Hablo en serio, mamá. ¿Cómo puede ser que haya venido precisamente a Winton? ¿Y cómo es posible que esté tratando a mi hijo, a nuestro hijo?
Luisa se santiguó.
—¿Qué ha dicho cuando te ha visto, Elena?
—No me ha visto. Hoy no estaba en la clínica, pero viene mañana a Winton para ver a Marcus. —Elena suspiró pensando que debía sacar a Marcus del hospital—. ¡Oh, Dios mío! ¡No puede ser verdad!
Se desplomó en una silla porque le claudicaban las rodillas.
Luisa se acercó al armario de la cocina y sacó una botellita de color marrón oscuro que tenía escondida detrás de las tazas y los platos, y echó parte de su contenido en dos tazas.
Elena lanzó una mirada inquisitiva a su madre. Ni ella ni su madre habían bebido nunca alcohol.
—Es por razones puramente medicinales —le explicó Luisa.
Las dos vaciaron las tazas de un trago. Durante un rato guardaron silencio, mientras el líquido ardiente se abría paso por sus gargantas.
—Yo creía que el hombre del que te quedaste embarazada, el médico de Blackpool, había regresado a Escocia —dijo Luisa.
—Y lo hizo —respondió Elena.
—Entonces ¿qué hace aquí?
—No lo sé, pero si averigua la edad que tiene Marcus, enseguida sabrá que es hijo suyo —dijo Elena desesperada.
«Seguro que Lyle quiere que Marcus sepa quién es su padre», pensó Elena, y el corazón se le aceleró. No podía imaginar cómo reaccionaría Marcus, o, peor aún, cómo se lo tomaría Aldo. Solo de pensarlo le entró el miedo. Cuántas veces había pensado en Lyle cuando Marcus era tan desgraciado por la dureza con la que le trataba Aldo… Cuántas veces se había preguntado cómo habría transcurrido su vida si las cosas hubieran salido de otra manera con Lyle. Pero el destino había contrariado todos sus proyectos. Aún tenía el corazón destrozado, pero eso no la aliviaba nada.
—¿Acaso tiene que enterarse de la edad exacta de Marcus? —preguntó Luisa, cuyos pensamientos habían tomado otro rumbo.
—Eso será inevitable —dijo Elena, a sabiendas de que llevaba la verdad escrita en el rostro.
—El doctor MacAllister estará en Australia con su mujer, con su familia, Elena. —En el tono utilizado por Luisa aún quedaba un vestigio del disgusto que se había llevado catorce años atrás—. No puedes arruinar dos matrimonios hablándole de Marcus —añadió Luisa. No sabía lo que pensaba Elena, ni tampoco si estaba en disposición de pensar, pero tenía la convicción de que era demasiado tarde para que saliera a relucir la verdad, que afectaría a la vida de demasiadas personas—. A tu padre le daría un infarto si se enterara de que Marcus no es hijo de Aldo. Y tampoco nos perdonaría nunca que le hayamos mentido. Y si Aldo lo averiguara… no quiero ni pensarlo.
—¿Cómo crees que me siento yo, mamá? Tengo tanto miedo de que se entere Aldo, o papá, o Marcus… Créeme, no tengo la intención de confesarle nada a Lyle.
Aparte de eso, Elena tenía buenas razones para suponer que Lyle estaba felizmente casado y con hijos, y no quería echar a perder su felicidad solo porque ella albergara sentimientos de culpabilidad. No obstante, le resultaba tan inconcebible que hubiera pasado eso…
Elena tardó un rato en tranquilizarse; luego tomó una decisión. Le pidió una entrevista al doctor Robinson y le preguntó si podía dejar a Marcus bajo su custodia. Naturalmente, Ken Robinson se mostró enseguida de acuerdo. A Marcus no le hizo demasiada gracia cuando Elena fue al hospital y se lo contó, ni tampoco al doctor Thompson.
—No tengo nada contra Ken —dijo Neil—. Pero creo que Marcus debería quedarse aquí hasta mañana. Ha de estar todavía un mínimo de veinticuatro horas en observación.
—No quiero que importune al doctor MacAllister por culpa de Marcus —insistió Elena.
—Está encantado de poder echar una mano —subrayó Neil—. Pero hay algo que es aún más importante, Elena. Creo que es el único médico en cientos de kilómetros a la redonda que puede ayudar a su hijo.
Elena se asustó al oír eso y se sintió desgarrada. Al fin y al cabo, quería lo mejor para Marcus.
—Quiero volver a ver al doctor MacAllister, mamá —declaró Marcus con resolución.
Elena miró pensativa a su hijo. Era como si hubiera una especie de vínculo entre Marcus y su padre biológico. Apenas podía creérselo. De pronto se sintió insegura. Decidió esperar otro poco hasta que se le ocurriera alguna estrategia.
—Que Marcus se quede esta noche para ser observado —le dijo a Neil—. Mañana por la mañana volveré y entonces hablaremos de cómo seguir procediendo en esta situación.