4

El día en que Millie echó al buzón esa carta para Lyle se encontró en High Street, en Dumfries, con Alain McKenzie.

—¡Alain! —exclamó con entusiasmo Millie, que enseguida pensó en Lyle porque sabía que los dos hombres vivían en la misma casa en Blackpool—. ¿Ha regresado Lyle también a casa?

—No. En el hospital hay bastante trajín, de modo que nos turnamos para coger las vacaciones. Pero estoy seguro de que pronto tendrá él también unos días de permiso.

A Alain siempre le había caído bien Millie, por eso no le gustaba lo que se traía Lyle entre manos.

—Qué buen aspecto tienes, Alain —dijo Millie, pensando que algo había cambiado en él.

Se le veía más seguro de sí mismo que nunca. Le pareció que el trabajo en el hospital de Blackpool le había sentado bien, pero no se atrevió a decirlo.

—Es que me encuentro bien, Millie —contestó Alain, acordándose de Shirley, a quien siempre llevaba en sus pensamientos. Aunque no podía hablar con nadie de esa relación, en cierto modo, ese halo de misterio la hacía aún más atractiva—. Tenemos turnos de trabajo muy largos, pero es un trabajo que merece la pena el esfuerzo.

—Me gustaría poder decir que Lyle también lo ve así —opinó Millie—. Durante el último permiso que pasó aquí, en Dumfries, parecía estar sometido a una fuerte presión. Me confesó que las horribles heridas que os veis obligados a ver en el hospital le estaban afectando mucho. Para ser sincera, Alain, estoy bastante preocupada por él.

—Yo no he notado que el trabajo le afecte tanto. Con los pacientes se porta de maravilla, y en el tiempo libre se le ve completamente relajado —respondió Alain.

Estuvo tentado de decir que Lyle parecía de lo más feliz, pero luego cayó en la cuenta de que a lo mejor metía la pata.

—¿De verdad? —Millie se quedó perpleja—. ¿Es posible que oculte sus verdaderos sentimientos en el trabajo?

Esa le parecía la única explicación plausible.

Alain no tenía ni idea de qué contestar, de modo que clavó la vista en el empedrado de la calle. Se hizo un silencio algo violento entre ellos.

—No, no creo, Millie —dijo finalmente.

—Tú has tenido que notarle algo, Alain. El Lyle que tú describes no es el mismo que vino a verme en la última visita. ¿Hay algo que no me quieras contar, Alain McKenzie? —indagó Millie.

—Por supuesto que no, Millie. Bueno, ¿y tú qué tal estás? —se interesó Alain para cambiar de tema.

—He estado resfriada, pero supongo que eso no interesará demasiado —contestó Millie, y se dio cuenta de que Alain de repente se había quedado muy cortado—. Mi padre ha tenido pulmonía, pero se está recuperando bastante bien.

—Me alegro —dijo Alain, que ya se disponía a marcharse.

—Siento volver a sacar el tema, Alain, pero es que estoy preocupada por Lyle. Me dijo que ahora veía muchas cosas de manera diferente, y me gustaría saber por qué. Confiaba en que tú me dieras una pista —dijo Millie, notando que Alain no le decía la verdad.

—Creo que de eso deberías hablar con él, Millie —contestó Alain.

Sabía perfectamente lo que le atormentaba a su amigo. El disimulo que se traía Lyle con él le había irritado, pero no hasta el punto de verse obligado a decirle la verdad a Millie.

—Probablemente nos casemos en cuanto Lyle vuelva a Dumfries —dijo Millie—. Por eso tengo que saber la verdad. Quiero comprender lo que ha padecido, pero me resulta difícil hacerlo sin saber el papel que desempeño yo en todo esto.

—¡Os vais a casar! ¡No tenía ni idea! —dijo Alain. De pronto, sintió lástima por Millie. No era justo que Lyle estuviera liado con Elena Fabrizia a sus espaldas, mientras Millie daba por descontado que volvería a casa y se casaría con ella—. ¿Tienes tiempo para tomar una taza de té, Millie? —le preguntó Alain, mirando la hora.

Aún faltaba una hora para que saliera el tren que le llevaría de vuelta a Blackpool.

—Desde luego que sí —dijo Millie.

A Lyle le correspondían dos días de permiso en el hospital, después de haber estado trabajando nueve días seguidos durante doce horas diarias; de modo que un viernes cogió el tren de la noche con destino a Dumfries. Alain había vuelto, pero no había contado demasiadas cosas de su estancia en casa. Lyle le explicó a Elena que un amigo de la familia estaba muy enfermo y que por eso tenía que marcharse, pero que regresaría tan pronto como le fuera posible. Aunque le costaba trabajo abandonarla y tenía horribles remordimientos de conciencia por mentirle, se consolaba pensando que sería la última vez. Habían hablado largo y tendido sobre la vida que querían compartir, y Elena se había sentido inmensamente feliz. Lyle sabía que tenía que concentrarse en su futuro compartido con Elena, pues solo así era capaz de dejar atrás el pasado y a Millie. Lo más importante para él era su futuro con Elena.

Durante el viaje a casa, Lyle intentó pensar solo en Elena y en lo mucho que la amaba. Solo así lograba mantenerse de buen humor. Temía el momento en que tuviera que decirle a Millie que quería romper con ella. Por fin había decidido no hablarle de Elena; habría sido demasiado cruel.

En lugar de ir primero a ver a sus padres, Lyle fue derecho de la estación a casa de Millie. No sabía si todavía estaría levantada; por eso le tranquilizó ver luz en la ventana del cuarto de estar de su casa. Respiró hondo y llamó a la puerta.

—Siento molestarte tan tarde —le dijo Lyle a Millie cuando esta le abrió la puerta.

—No digas esas cosas, Lyle; tú siempre eres bienvenido —contestó Millie, dejándole pasar.

Cuando le cogió el abrigo para colgarlo, pensó que su Lyle de toda la vida no se habría preocupado de si molestaba por venir tan tarde. Siempre se había sentido parte de la familia.

Millie y su madre habían estado por la tarde en el hospital. Después de una cena ligera, Bonnie se había acostado, pero Millie se había quedado un rato junto a la chimenea pensando en Lyle. Ahora se sentía contentísima de verle, pero se preguntaba por la razón de la visita. Después de contarle lo último sobre su padre, que al día siguiente ya volvía a casa, le pidió que se sentara en el sofá y, cogiéndole las manos, le dijo que además tenía que contarle otra novedad muy emocionante, algo que les concernía a los dos. Cuando Lyle oyó esto, se le bajó la moral, pero aún seguía decidido a hacer lo que tenía que hacer.

—Déjame que te diga antes una cosa, Millie —le rogó.

A Millie se le aceleró el corazón. Intuía lo que iba a decirle Lyle, pero no podía consentirlo. No hasta que le hubiera contado una cosa que lo cambiaría todo.

—¿No me dejas que te cuente yo antes mi novedad? —preguntó Millie con zalamería.

—Bueno, está bien —dijo Lyle.

Después del acopio de valor que había hecho para hablar con Millie, tener que seguir esperando le resultaba una tortura.

—Lyle —empezó Millie con cuidado—, dentro de nada volverás a casa para siempre, ¿no? —le preguntó.

—Yo… yo no… —contestó Lyle, y cuando iba a soltar el discurso que llevaba preparado, Millie le interrumpió.

—Ya sé que las tropas vuelven a casa y que te necesitarán todavía un tiempo en el hospital, pero esperemos que no sea por mucho tiempo, Lyle, porque… —los ojos azules de Millie lanzaron un destello de alegría anticipada— vamos a tener un hijo —soltó de sopetón—. ¡Vamos a ser padres!

Lyle se quedó boquiabierto con cara de lelo, medio aturdido. Miró a Millie sin dar crédito a lo que oía. Confió en que le hubiera entendido o, al menos, oído mal. Finalmente, solo fue capaz de proferir una palabra:

—¿Qué?

A Millie se le desdibujó la sonrisa.

—Vamos a tener un bebé. Me he enterado hace un par de días. Llevaba unas semanas sin encontrarme bien del todo, pero ni se me pasó por la imaginación pensar que estaba embarazada. Como tenía catarro, atribuí a eso mis irregularidades en el ciclo mensual. En una de las visitas que hice a mi padre en el hospital, fui a que me viera un médico. Ha sido un tormento para mí no poder compartir contigo la noticia, pero no te la quería dar por carta ni por telegrama. Quería ver la cara que ponías al decírtelo. —Tuvo que admitir que Lyle parecía todo menos contento, pero estaba segura de que en cuanto asimilara la noticia, todo cambiaría—. ¿Te alegras tanto como yo? Ya sé que todavía no estamos casados, pero mi madre ya está planeando la boda. Al principio se mostró un poco enfadada: tú en Blackpool, yo aquí… sin estar casados…, pero ya ha superado el susto y ahora está muy ilusionada por poder ser abuela. A mi padre se lo diremos cuando esté en casa, cuando haya descansado un poco y hayamos fijado una fecha para la boda.

Lyle observaba a Millie con una mirada inexpresiva. Sencillamente era incapaz de comprender lo que le estaba contando. Solo pensaba en que Elena le esperaba en Blackpool. Era como si la voz de Millie le llegara desde muy lejos:

—Ayer me encontré con tu madre en High Street. Me habría encantado contárselo, pero pensé que tú tenías que enterarte antes que tu familia.

Millie se calló al darse cuenta de que Lyle todavía no había dicho nada. Sabía en qué pensaba, y eso le partía el corazón, pero no estaba dispuesta a perderlo. Lyle solo necesitaba tiempo para reflexionar, para adquirir conciencia de lo que realmente importaba. Todo lo demás vendría rodado.

—Todavía no has dicho nada, Lyle —dijo Millie, mirándole detenidamente.

Lyle se levantó y, con las piernas temblorosas, se acercó a la chimenea, donde clavó la vista en las brasas. Lo único que veía era la hermosa cara de Elena, su sonrisa, sus ojos oscuros. Tardó un rato en darse cuenta de que Millie le miraba expectante. No podía mirarla, pero sabía que esperaba una respuesta.

—No sé muy bien qué decirte al respecto, Millie. La noticia ha sido tan… inesperada…

Notó un cosquilleo en las manos y en la cara: las consecuencias del shock.

Millie se levantó, fue hacia él y le cogió una de sus frías manos. Vio que se le había quedado la cara pálida.

—Bueno, si lo piensas, tampoco es tan inesperado —dijo.

Quería recordarle lo bonito que había sido cuando hicieron el amor.

Lyle se obligó a mirar hacia sus ojos azules. Entendía a qué se refería ella.

—Eso es cierto —dijo, desgarrado por dentro. Abatido, volvió al sofá y se desplomó en él—. Un bebé —susurró, sin acabar de creérselo.

—Exacto —dijo Millie, sentándose a su lado—. Vas a ser padre, Lyle, y serás el mejor padre que pueda uno imaginar. Ya te estoy viendo con tu hijito o con tu hijita —dijo, confiando en que él también lo viera.

Millie vio que oía sus palabras, pero parecía que no las entendía. Estaba tan perplejo, que era incapaz de articular palabra alguna. Con las ganas que tenía ella de que llegara este momento, sin embargo, ahora solo sentía una profunda decepción. Hasta entonces, Millie estaba firmemente convencida de que Lyle se alegraría tanto como ella.

De repente, Lyle sintió una necesidad imperiosa de salir corriendo. Se levantó de sopetón y se dirigió a la puerta de la casa. Ni siquiera se detuvo a coger el abrigo del armario.

Millie echó a correr tras él.

—¿Adónde vas, Lyle? —le preguntó confusa.

—No me encuentro muy… bien, Millie. Perdóname, por favor —dijo en voz alta, mirando hacia atrás por encima del hombro—. Mañana seguiremos hablando.

Lyle oyó que Millie protestaba, pero salió de casa sin dar más explicaciones. Se puso a correr, sin poder parar… Tenía que correr tan aprisa como pudiera, alejarse de las palabras que acababa de escuchar. Quería refugiarse en los brazos de Elena y en el futuro que habían planeado juntos.

Millie había notado que Alain iba a contarle algo, pero luego cambió de opinión. El porqué no lo sabía, pero se había quedado tan preocupada, que fue en busca de Brid Carmichael, cuya hermana Georgette trabajaba de enfermera en el Hospital Victoria. La casualidad quiso que, cuando Millie fue a buscarla, Georgette también estaba de vacaciones, pasando unos días en casa, solo que acababa de irse de compras. Millie le dijo una mentira a Brid. Hizo como si Lyle hubiera confesado que tenía una aventurilla con alguien del hospital.

—Qué miserable —se indignó Brid.

—Ya no es el que era, Brid —defendió Millie a su novio—. Está muy afectado por todos esos heridos que tiene que ver día tras día.

—Eres demasiado benévola con él, Millie —insistió Brid—. Demasiado transigente.

—Solo quiero ayudarle —dijo Millie—. Sencillamente tengo que saber qué es lo que me concierne a mí. ¿Crees que Georgette podrá decirme algo?

Con Georgette no era tan fácil tratar como con la buenaza de Brid.

—Si sabe algo, seguro que sí. Antes de irse de enfermera a Blackpool ha estado viéndose con Shamus Connors. No me extrañaría nada que ahora estuviera en su casa.

—¿Estás de broma? —dijo Millie.

Shamus era conocido en todo Dumfries como un conquistador.

—En ese aspecto, Georgette es una completa insensata; si no te cuenta lo que sepa, les hablaré a nuestros padres de Shamus.

Cuando Georgette regresó de hacer compras, obviamente sin haber comprado nada, Brid le insistió en que le contara a Millie todo sobre la enfermera con la que se había liado Lyle en el trabajo. Georgette estaba sinceramente sorprendida. Había oído rumores y chismorreos, pero no sabía si Lyle realmente salía con Elena Fabrizia.

—Venga, habla —se empeñó Brid—. Dile a Millie todo lo que sabes; de lo contrario, esta noche le contaré a papá lo de Shamus Connors.

Georgette se puso colorada.

—¿Qué pasa con Shamus?

—Lo sabes perfectamente. Llevas ya un tiempo viéndote con ese granuja.

Daba la impresión de que Georgette se iba a echar a llorar de un momento a otro. Todo el mundo sabía que de niña era una llorona, y Millie temió que si Georgette prorrumpía ahora en llanto, no le iba a ser de mucha ayuda.

—O sea, que no hay nada serio, ¿verdad, Georgette? —dijo Millie con la esperanza de distraerla.

—Yo no lo plantearía de ese modo —respondió Georgette.

Millie no sabía cómo tomarse esa respuesta.

—¿Es muy guapa? —preguntó.

Georgette se la quedó mirando un rato largo con el rostro inexpresivo. No quería decirle que Elena era preciosa.

—Es italiana —contestó, rehuyendo así una respuesta—. No la dejan salir con ninguno de los médicos. Al parecer, entre los italianos lo normal es que sea el padre quien busca los maridos a sus hijas. Por lo menos, eso contaban las otras enfermeras.

—Eso no puede ser cierto —opinó Millie, que efectivamente nunca había oído una cosa igual.

—Sí lo es —dijo Georgette—. Hay otra enfermera que también es italiana y no conoció a su marido hasta un mes antes de la boda.

—Qué horror —dijo Millie. No podía imaginar que su padre le buscara a ella el hombre con quien debiera casarse. Luego le vino a la cabeza algo espantoso y acabó por expresar sus temores en voz alta—. Si Lyle y esa tal Elena están enamorados, a lo mejor se fugan los dos juntos para poder casarse aun en contra de la voluntad de los padres de ella.

—Lyle no te haría una cosa así —dijo Georgette, que no se lo podía imaginar—. ¿O sí?

—No sé —respondió Millie.

Se sentía completamente desconcertada; de pronto no estaba segura de nada.

Al cabo de un rato, entre Brid y Georgette lograron convencer al fin a Millie de que Lyle no la abandonaría por una aventurilla en el trabajo, si es que de verdad la había.

Millie respiró aliviada. Estando embarazada, no podía perder bajo ningún concepto a Lyle solo por eso.

Tom MacAllister salió de casa de Bertie Fairburn y decidió tomarse una cerveza en el Mulligan’s Inn antes de marcharse a casa. Había sido un día particularmente largo y fatigoso. Aunque Bertie padecía de un doloroso herpes zóster, seguía hablando por los codos, y Tom tenía un dolor de cabeza horroroso. Con lo cual necesitaba más que nunca una cerveza.

Cuando Tom entró en la taberna, se enteró por Duncan, el dueño, de que su hijo estaba sentado al fondo, en un rincón al lado de la chimenea, y ya iba por la tercera cerveza, y eso que solo llevaba allí media hora. A Tom le sorprendió encontrar allí a Lyle y que hubiera bebido tanto, cosa nada habitual en su hijo. Picado por la curiosidad de lo que Lyle se traía entre manos, cogió su vaso y se sentó con él. Aunque hacía un día frío y ventoso, a Tom le llamó la atención que Lyle no llevara el abrigo puesto ni tampoco en el brazo. Eso se le hizo raro.

—Hola, hijo mío —dijo Tom—. No sabía que hubieras regresado.

—Hola, papá —murmuró Lyle, distraído.

—¿Dónde tienes el abrigo?

—Me lo he dejado en casa de Millie.

No se había dado cuenta hasta que se quedó helado, cuando ya iba a mitad de camino hacia el Mulligan’s. La cerveza ale le había calentado un poco, y también la lumbre, pero se encontraba tan abatido que solo tenía ganas de llorar.

—Qué día más espantoso he tenido —le contó Tom—. En días como este me planteo muy en serio si no debería jubilarme pronto. ¿Por qué todos los bebés tendrán que venir a este mundo a altas horas de la noche? A las tres de la madrugada, Sally Sloan ya estaba con las contracciones del parto y ha dado a luz al niño más robusto que he visto en mi vida. Bill lo ha puesto en la báscula y pesaba casi cinco kilos. Me debo de estar volviendo viejo y blando porque me he sentido como si hubiera padecido cada uno de los dolores de la pobre Sally. A mediodía le he dado a Angus Finlay diecisiete puntadas en la pierna, después de que quedara el segundo luchando contra uno de sus carneros. Luego he ido de visita por las casas: tres pacientes con gripe y dos con paperas. Cuando me disponía a echar una siestecita en casa, ha llegado Maisie McTavish; dos de su pandilla tenían forúnculos que había que abrir. Le he dicho que volviera más tarde, pero me ha amenazado con que lo haría ella misma si no la atendía inmediatamente. Los chavales estaban también histéricos. Luego ha venido a la consulta Nessie Ramsey para pedirme que fuera a la granja Spittle Doup y me ocupara de la gota de Fergus. Me ha dicho que si no iba, le daría un sartenazo en la cabeza porque la estaba volviendo loca. Da la impresión de que los médicos tenemos que salvar tantos matrimonios como vidas. Por último, he estado en casa de Bertie Fairburn. Tiene un herpes zóster con mala pinta, pero de todos modos no ha parado de rajar. Deberías estar agradecido por tener que tratar solo a soldados. Qué dolor de cabeza más espantoso tengo…

Lyle seguía sin levantar la vista de su vaso. Tom se quedó mirándole e intentó averiguar por qué estaba tan alicaído. Si había estado en casa de Millie y había dejado allí su abrigo, tendría que haberle dicho, dedujo, que se había enamorado de una enfermera en Blackpool. Tom se preguntaba si Bonnie le habría echado de casa por haberle partido el corazón a Millie.

—¿Qué ha pasado, hijo? —preguntó, después de guardar silencio un rato largo.

—Millie está embarazada —dijo Lyle.

Ya solo pronunciar esas palabras le causaba dolor.

La novedad conmovió a Tom.

—En fin, espero que le hayas dicho que te has enamorado de otra.

—No, claro que no. ¿Cómo iba a decírselo ahora?

—No habría estado bien, no —opinó Tom—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—No tengo ni idea. He venido a Dumfries para romper con Millie. Elena y yo ya hemos hecho planes para un futuro compartido.

—¿Con o sin la bendición de sus padres?

—Sin. Elena iba a venir conmigo a Escocia. Queríamos casarnos. Eso es lo que yo quería, papá. Eso es lo que los dos queríamos.

—Y ahora vas a ser padre.

Lyle asintió.

—Es que no me cabe en la cabeza que haya tenido que pasar eso precisamente ahora, papá. No lo entiendo.

—A veces el destino toma las riendas y se inmiscuye en nuestros planes, hijo.

—El destino ha echado un jarro de agua fría a mis planes. ¿Cómo voy a romper ahora con Millie?

—Eso tiene una respuesta muy sencilla. No puedes romper con ella. —Lyle miró a su padre—. Ahora tienes que pensar en la criatura, un niño o una niña que dependerá de ti. Ahora no puedes abandonar a Millie.

—¡Ay, Dios mío! —gimió Lyle, enterrando la cabeza en sus manos.

Al día siguiente, Lyle fue otra vez a casa de Millie. Con una noche en blanco a sus espaldas y sintiéndose fatal, sacó fuerzas para mirar las cosas con valentía y para convencerse de que el embarazo de Millie era una buena noticia.

—Millie, siento mucho haberme marchado anoche de esa manera —dijo—. No me sentía muy bien.

—Desde luego, tu comportamiento fue un tanto extraño, Lyle —respondió Millie—. No sabía qué pensar, la verdad. No quería creer que te hubieras puesto tan nervioso por el bebé.

Millie no añadió que no había pegado ojo en casi toda la noche y que había estado llorando, pero Lyle vio que tenía los ojos hinchados y lo dedujo. Y por eso se sintió aún peor.

—Es una bendición, Millie. Ahora ya lo sé —dijo Lyle.

En lo más profundo de su corazón, sabía efectivamente que un bebé era una bendición. ¿Cómo no iba a saberlo siendo médico? Solo que no quería tenerlo con Millie.

Lyle se quedó una hora hablando con Millie y Bonnie sobre la inminente boda. Todavía estaba aturdido cuando fue a la estación y se subió al tren que le llevaría a Blackpool, mientras Millie y Bonnie iban a recoger a Jock al hospital.

Antes de su partida, Lyle le había prometido a Millie que regresaría tan pronto como le fuera posible; como muy tarde, le dijo, al cabo de dos semanas. Bonnie no quería que se retrasara demasiado para que nadie notara el embarazo de Millie vestida de novia.