Prólogo

EL NOMBRE de Maquiavelo es conocido en el mundo entero, y aun aquellos que no han leído sus libros se valen del término de maquiavelismo para dar a entender una manera de pensar y de actuar que, rechazando todo escrúpulo, se inspira en la astucia y en la perfidia.

Si el pensamiento de Maquiavelo despierta, desde hace varios siglos, un interés tan grande, es porque trata esencialmente de los problemas del poder, y porque todo lo que se relaciona con el poder apasiona no sólo a quienes lo ejercen o sueñan con ejercerlo, sino también a las multitudes. No hay por qué asombrarse, puesto que las condiciones de la existencia de los habitantes de un país dependen de la manera como éste es gobernado.

¿Cuál es la mejor forma de gobierno? ¿Vale más, para la prosperidad del Estado y la dicha de los ciudadanos, que el poder esté en manos de varios, o de uno solo? ¿Qué medios deben emplear los hombres para llegar al poder, para conservarlo y para asegurar la continuidad del Estado?

Maquiavelo no respondió formalmente a estas preguntas, pero constituyen el tema de sus dos principales obras: El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Trató estas cuestiones fundándose en su conocimiento de la historia antigua y con la experiencia que había adquirido en los acontecimientos de su tiempo, durante los años en que desempeñó importantes funciones en la cancillería florentina, y sobre todo, en el curso de sus numerosas misiones en la península y más allá de los Alpes.

Maquiavelo no teoriza. Indica —ya sea el régimen un principado o una república— los más eficaces medios de gobernar, sin tener en cuenta el derecho ni la moral. El realismo y la audacia de sus preceptos han llamado la atención de todos sus lectores.

Su pensamiento no presenta, como podría creerse, un interés meramente retrospectivo, ya que en ningún país del mundo han encontrado solución definitiva los problemas del poder, que siglo tras siglo siguen siendo esencialmente los mismos. Y aunque los medios de gobierno preconizados por Maquiavelo fueron aplicados mucho antes de él, El príncipe y los Discursos aún pueden ser, para los gobernantes, fuente de reflexión y de inspiración.

Como los hombres reciben tan honda impronta de los acontecimientos de que son testigos, y particularmente de los que afectan las condiciones de su propia existencia —guerras, invasiones, revoluciones, crisis económicas y financieras, desempleo, miseria—, sólo es posible analizar la formación de su espíritu y los móviles de sus actos estudiando de cerca las circunstancias de su existencia.

Maquiavelo es producto de su medio y de su época. Ha sufrido la influencia de lo que ha visto a su alrededor siendo joven, y también de todo lo que ha ocurrido en el plano político y militar mientras él se encontraba en funciones en la cancillería florentina y que, por cierto, constituye la historia de la Europa occidental a principios del siglo XVI.

Si se desea comprender a Maquiavelo y su obra, resulta, pues, necesario estudiar lo que, durante tantos años, era objeto de sus preocupaciones cotidianas, y conviene situarlo en el centro mismo de los acontecimientos en los que tuviera participación directa.