No infrecuentemente en esta vida, cuando los favoritos de la fortuna navegan al costado correcto a nuestro lado, nosotros captamos algo del impetuoso viento, y jovialmente sentimos llenarse nuestras abolsadas velas, aunque antes estuviésemos completamente abatidos. Así pareció ocurrir con el Pequod. Pues al día siguiente de encontrar al alegre Soltero se avistaron ballenas y se mataron cuatro; y una de ellas la mató Ajab.
Fue muy avanzada la tarde; y cuando hubo concluido todo el lancear de la pelea carmesí, y flotando en el amable mar y cielo del anochecer sol y ballena, ambos calladamente, morían; entonces, tal dulzura y aflicción, tan entretejidas plegarias se alzaron rizándose en aquel aire rosado, que casi parecía como si de lejos, desde los profundos valles verdes enclaustrados de las islas de Manila, el viento de tierras españolas, lujuriosamente transmutado en marinero, se hubiera hecho a la mar, cargado con estos vespertinos himnos.
Calmado de nuevo, aunque sólo calmado en una desolación más profunda, Ajab, que se había alejado de la ballena, estaba sentado viendo sus últimos estertores desde la lancha, ahora tranquila. Pues ese extraño espectáculo que puede observarse en todos los cachalotes agonizantes… el giro hacia el sol de la cabeza, y el expirar entonces… ese extraño espectáculo, observado en tarde tan plácida, de algún modo transmitió a Ajab una prodigiosidad anteriormente desconocida.
«Se vuelve y se vuelve hacia el sol… con qué lentitud, mas con qué tenacidad, su frente que invoca y que rinde homenaje con sus últimos agonizantes movimientos. También él rinde culto al fuego; ¡muy fiel, franco, noble vasallo del sol!… Ah, que estos harto indulgentes ojos vean esas harto indulgentes imágenes. ¡Observad! Aquí, atrapado en aguas lejanas; más allá del murmullo de la humana buena y mala fortuna; en estos mares tan espontáneos e imparciales; donde no hay roca que a las tradiciones proporcione tablas en las que escribir; donde durante largas eras chinas las olas han seguido ondeando sin decir palabra y sin que les hablaran, como las estrellas que brillan sobre las fuentes desconocidas del Níger; aquí también la vida muere en dirección al sol, llena de fe. ¡Mas observad! En cuanto ha muerto, entonces la muerte gira el cuerpo en redondo, y apunta hacia otro lugar…
O vos, oscura mitad hindú de la naturaleza, que de huesos sumergidos habéis construido vuestro individual trono en algún lugar del corazón de estos inferaces mares; sois una infiel, vos, reina, y bien me hablasteis con verdad durante el muy masacrante tifón, y durante el callado entierro de su posterior calma. Y no sin una lección para mí ha girado esta vuestra ballena su agonizante cabeza hacia el sol, y entonces se ha vuelto de nuevo.
»¡Oh, triplemente cinchada y soldada grupa de potencia! ¡Oh, surtidor irisado que a lo alto aspiráis!… ¡Aquélla se esforzó, éste chorreó enteramente en vano! En vano, oh, ballena, buscasteis intercesiones con aquel vivificante sol, que únicamente llama a la vida, aunque no la devuelve. Sin embargo, vos, mitad más oscura, me acunáis con una fe más orgullosa, aunque más tenebrosa también. Todas vuestras innombrables mixturas flotan aquí, debajo de mí; los alientos de lo que una vez vivió, y que ahora es agua, me mantienen a flote.
»Entonces, salve, salve por siempre, oh, mar, en cuyo eterno voltear las aves salvajes encuentran su único reposo. Nacido de tierra, amamantado, sin embargo, por la mar; ¡aunque la colina y el valle me parieron, vosotras, olas, sois mis hermanastras!»