La cubierta… la nocturna guardia de prima
(El carpintero en pie ante su banco y a la luz de dos linternas, limando aplicadamente la vigueta de marfil para la pierna, la cual vigueta está firmemente sujeta en el tornillo. Placas de marfil, tiras de cuero, acolchados, tornillos y varias herramientas de todo tipo desperdigadas por el banco. A proa se ve la llama roja de la forja, donde el herrero trabaja.)
—¡Maldita sea la lima, y maldito el hueso! Es duro lo que debería ser blando, y blando lo que debería ser duro. Así nos va a los que limamos mandíbulas y tibias viejas. Intentémoslo con otra. Sí, bueno, ésta se trabaja mejor (estornuda). Vaya, este polvo de hueso es (estornuda)… pero es (estornuda)… sí, es (estornuda)… ¡Bendita sea mi alma, no me deja hablar! Esto es lo que saca un viejo por trabajar con material muerto. Si sierras un árbol vivo, no sacas este polvo; si amputas un hueso vivo, no lo sacas (estornuda). Vamos, vamos, viejo Smut[137], anda, echa una mano, y pasa esa vara y ese perno de ajuste; voy a necesitarlos inmediatamente. Suerte (estornuda) que no hay articulación de rodilla que hacer; eso podría embrollarlo un poco; sólo una mera tibia… bah, es tan fácil como hacer pértigas; lo único, que me gustaría darle un buen acabado. Tiempo, tiempo; si sólo tuviera tiempo, podría tornearle una pierna tan acabada como (estornuda) cualquiera que se haya deslizado por el suelo ante una dama en un salón. Esas piernas y pantorrillas de gamuza que he visto en escaparates no se le podrían comparar. Empapan el agua, es cierto; y desde luego se vuelven reumáticas, y hay que curarlas (estornuda) con baños y lociones, igual que a las piernas vivas. Ahí; ahora, antes de serrarla debo llamar a su vetusta mogulidad, y ver si la longitud está bien; demasiado corta, si acaso, supongo. ¡Ja!, ése es el tacón; estamos de suerte: aquí viene, o es algún otro, eso es seguro.
Ajab (avanzando)
(Durante la siguiente escena el carpintero continúa estornudando a veces.)
—¡Bien, hacedor de hombres!
—Justo a tiempo, señor. Si al capitán le place, señalaré ahora la longitud. Permitidme medir, señor.
—¡Medido para una pierna! Bien. Bueno, no es la primera vez. ¡A ello! Ahí; mantened vuestro dedo. Convincente tornillo este que aquí tenéis, carpintero; dejad que sienta su presa por una vez. Vaya, vaya; pinza bastante.
—Oh, señor, romperá los huesos… ¡Cuidado, cuidado!
—No temáis; me agrada una buena presa, me gusta sentir algo que pueda sujetar en este resbaloso mundo, marinero. ¿Qué hace ahí Prometeo?… el herrero, quiero decir… ¿qué es lo que hace?
—Debe de estar forjando ya el perno de ajuste.
—Bien. Es una colaboración; él aporta la parte muscular. ¡Abrasadora llama roja, la que tiene allí!
—Sí, señor; debe llegar al rojo vivo para este tipo de trabajo delicado.
—Hum. Así es. Lo considero, en efecto, del mayor significado, que ese viejo griego, Prometeo, que dicen hizo hombres, hubiera de ser un herrero, y animarlos con fuego; pues lo que está hecho en el fuego debe en propiedad pertenecer al fuego; y de este modo es posible el Infierno. ¡Cómo vuelan las pavesas! Éstas deben ser los restos de los que los griegos hicieron a los africanos. Carpintero, cuando él acabe con ese ajuste, decidle que forje un par de omóplatos de acero; hay a bordo un buhonero con un saco que parte una espalda.
—¿Señor?
—Un momento; ya que Prometeo está en ello, encargaré un hombre entero según un modelo apetecible. Primero, cincuenta pies de altura descalzo; luego, un pecho modelado acorde al túnel del Támesis; luego, piernas con raíces en ellas, para estar en un lugar; luego, brazos de tres pies hasta la muñeca; sin corazón alguno, frente de bronce, y alrededor de un cuarto de acre de buenos sesos; y dejadme ver… ¿encargo ojos para ver hacia fuera? No, pero poned una claraboya en la parte de arriba de su cabeza, para iluminar hacia dentro. Listo, tomad el encargo, y marchad.
—Bueno, me gustaría saber de qué está hablando y a quién le está hablando. ¿Me quedo aquí? (aparte).
—Arquitectura indiferente, eso nada más es hacer una cúpula ciega; ya hay una. No, no, no; he de tener una linterna.
—¡Ah, ah! Es eso, ¿eh? Aquí hay dos, señor; con una es suficiente para mí.
—¿Para qué me estáis poniendo ese cazaladrones en la cara, marinero? Luz arrojada es peor que pistola apuntada.
—Pensé, señor, que hablabais al carpintero.
—¿Carpintero? Bueno, esa… pero no… una muy pulcra, y si puedo decirlo, una clase de tarea extremadamente caballeresca en la que aquí os ocupáis, carpintero… ¿o preferiríais trabajar en arcilla?
—¿Señor?… ¿Arcilla?, ¿arcilla, señor? Eso es barro: dejemos el barro a los que cavan zanjas, señor.
—El tipo es impío. ¿Por qué estáis estornudando?
—El hueso es algo polvoriento, señor.
—Captad la sugerencia, entonces; y cuando estéis muerto no os enterréis bajo las narices de gente viva.
—¿Señor?… ¡Ah!, ¡oh!… supongo que sí… sí… ¡Ah, caramba!
—Atended, carpintero, yo diría que os consideráis un buen profesional, ¿no es así? Bien, entonces, ¿diría mucho y bueno de vuestro trabajo que cuando me colocara esta pierna que hicisteis sintiera, no obstante, otra pierna en el mismo idéntico lugar que ella; es decir, carpintero, mi vieja pierna; quiero decir, la de carne y hueso? ¿No podéis ahuyentar a ese viejo Adán?
—Verdaderamente, señor, empiezo a entender un tanto ahora. Sí, he escuchado algo curioso sobre eso, señor; cómo un hombre desarbolado nunca pierde enteramente la sensación de su viejo mástil, sino que a veces todavía le pica. ¿Puedo humildemente preguntar si así es en realidad?
—Lo es, marinero. Observad, poned vuestra pierna viva en el lugar donde una vez estuvo la mía; así: ahora, para el ojo sólo hay aquí una única pierna, aunque dos para el alma. Donde vos sentís cosquilleante vida, ahí, exactamente ahí, ahí, hasta el último pelo, la siento yo. ¿Es un acertijo?
—Yo humildemente lo llamaría un enigma, señor.
—Escuchad, entonces. ¿Cómo sabéis que algo completo, vivo, pensante, puede no estar invisible e ininterpenetrantemente, exactamente donde vos estáis ahora; sí, y estar ahí a pesar de vos? ¿No teméis, entonces, que en vuestras horas más solitarias os escuchen? Deteneos, ¡no habléis! Y si yo todavía siento el dolor de mi pierna masticada, aunque hace ya tanto esté deshecha; entonces, ¿por qué no vais vos, carpintero, a sentir los feroces dolores del Infierno para siempre y sin cuerpo? ¡Ja!
—¡Dios mío! Ciertamente, señor, si se trata de eso, debo calcular de nuevo; creo que no tuve en cuenta un pequeño sumando, señor[138].
—Atended, los atolondrados nunca deben dar las cosas por sentado… ¿Cuánto, hasta que la pierna esté hecha?
—Quizá una hora, señor.
—A ello entonces, y traédmela (se vuelve para marcharse). ¡Ah, la vida! Aquí estoy, orgulloso como un dios griego, ¡y sin embargo deudor de este tarugo por un hueso en el que apoyarme! Maldito sea este mortal interendeudamiento que no quiere deshacerse de los libros de contabilidad. Yo sería libre como el aire; y estoy apuntado en los libros del mundo entero. Soy tan rico que habría competido puja a puja con los más ricos pretorianos en la subasta del Imperio romano (que era el mundial); y, sin embargo, debo la carne de la lengua con la que fanfarroneo. ¡Por los Cielos! Me agenciaré un crisol y me meteré en él, y me desharé hasta ser una pequeña vértebra compendiosa. Sea.
Carpintero
(Retomando su trabajo.)
—¡Bien, bien, bien! Stubb es el que le conoce mejor, y Stubb siempre dice que es raro; no dice nada salvo esa pequeña palabra, raro; es raro, dice Stubb; es raro… raro, raro; y sigue soltándosela al señor Starbuck constantemente… Raro, señor… raro, raro, muy raro. ¡Y aquí está su pierna! Sí, ahora que lo pienso, ¡aquí está su compañera de cama!, ¡tiene un palo de mandíbula de ballena por esposa! Y ésta es su pierna; se sostendrá en esto. ¿Qué era eso sobre una pierna que está en tres lugares, y los tres lugares que están en un infierno…? ¿Cómo era eso? ¡Ah! ¡No me extraña que me mirara con tanta sorna! A veces tengo pensamientos extraños, dicen; pero eso es sólo algo fortuito. Además, un cuerpo pequeño, bajo, como el mío, nunca debe meterse en aguas profundas junto a altos capitanes de cuerpo de garza; el agua te hace cosquillas en la barbilla en seguida, y surge un gran grito pidiendo salvavidas. ¡Y aquí está la pierna de la garza!, ¡larga y delgada, cómo no! Ahora bien, para la mayoría de la gente un par de piernas dura una vida, y eso debe ser porque las usan con clemencia, como una vieja dama de tierno corazón utiliza sus viejos rechonchos caballos de tiro. Mas Ajab… ah, él es un cochero duro. Fijaos, condujo una pierna a la muerte, y lisió la otra de por vida, y ahora consume piernas de hueso por docenas. ¡Eh, tú, Smut! Echa aquí una mano con esos pernos, y acabemos antes de que el de la resurrección venga reclamando con su trompeta todas las piernas, verdaderas o falsas, lo mismo que los de la cervecera pasan recolectando viejos barriles de cerveza para llenarlos de nuevo. ¡Menuda pierna es ésta! Parece una auténtica pierna viva limada hasta que sólo quede el núcleo; mañana estará de pie sobre esto; estará tomando altitudes en ella. ¡Vaya!, casi me olvido de la pequeña placa oval, marfil pulido, donde toma la latitud. Vaya, vaya; ahora, ¡formón, lima y papel de lija!