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La cabeza de la ballena franca… Visión contrastada

Cruzando la cubierta, echemos ahora un buen y largo vistazo a la cabeza de la ballena franca.

De igual manera que por su forma general la noble cabeza del cachalote puede ser comparada a una cuadriga romana (especialmente en su parte frontal, donde es tan abiertamente redondeada); así, en una vista general, la cabeza de la ballena franca mantiene un parecido más bien poco elegante con un gigantesco zapato de puntera en forma de galeota holandesa. Hace doscientos años un viejo expedicionario holandés comparó su forma con la de una horma de zapatero. Y en esta misma horma o zapato esa vieja de prolija nidada del cuento de hadas podría muy confortablemente albergarse, ella y toda su progenie.

Mas cuando te acercas, esta gran cabeza comienza a asumir diferentes aspectos, dependiendo de tu punto de vista. Si estás sobre su cráneo y miras a esos dos orificios surtidores en forma de ƒ, podrías tomar la cabeza entera por un enorme contrabajo, y esos espiráculos por las aberturas de su caja de resonancia. También, de nuevo, si fijas tu ojo sobre esa extraña incrustación crestada, como de peineta, en lo alto de la masa… esa cosa verde plagada de lapas que los groenlandeses llaman la «corona», y los pescadores del sur el «bonete» de la ballena franca; al fijar tus ojos únicamente en aquello, podrías tomar la cabeza por el tronco de algún enorme roble, con un nido de pájaros en la parte donde se bifurcan las ramas. En cualquier caso, cuando observes esos cangrejos vivos que anidan ahí en ese bonete, con casi total seguridad se te ocurrirá esa idea; a no ser, evidentemente, que tu imaginación haya quedado trabada por el término técnico «corona», que también se le confiere; en cuyo caso pondrás gran interés en pensar que este monstruo es en realidad un rey del mar portador de diadema, cuya verde corona ha sido formada para él de esta maravillosa manera. Aunque si esta ballena fuera un rey, sería un personaje de aspecto muy sombrío para lucir diadema. ¡Observad ese labio inferior caído!, ¡qué enojo y qué mueca hay en él! Un enojo y una mueca de unos veinte pies de largo y cinco pies de profundidad, según medidas inglesas; un enojo y una mueca que proporcionarán unos 500 o más galones de aceite.

Una verdadera pena, sin embargo, que esta infortunada ballena haya de tener un labio leporino. La fisura es de alrededor de un pie de ancha. Probablemente la madre estaba navegando por la costa de Perú arriba, durante los meses principales, cuando unos terremotos hicieron que la playa se abriera[97]. Sobre este labio, como sobre un umbral resbaladizo, nos deslizamos ahora dentro de la boca. Palabra mía que si ahora estuviera en el Mackinaw, tomaría esto por el interior de un tipi indio. ¡Dios mío!, ¿es éste el camino que recorrió Jonás? El techo es de unos doce pies de altitud, y desciende en un ángulo bastante agudo, como si allí hubiera una parhilera; mientras que estos costados arqueados, nervados y peludos nos presentan esas portentosas placas medio verticales de hueso de ballena en forma de cimitarra, trescientas, digamos, a cada lado, que pendiendo de la parte superior de la cabeza o hueso de corona, forman esas persianas venecianas que han sido en otro lugar mencionadas de pasada. Los bordes de estos huesos están ribeteados de fibras pilosas a través de las cuales la ballena franca hace pasar el agua, y en cuyos laberintos retiene los pequeños peces cuando, con la boca abierta, atraviesa los mares de copépodo a la hora de la comida. En las persianas de hueso centrales, tal como están en su orden natural, hay ciertas curiosas marcas, curvas, huecos y resaltos, a partir de las cuales algunos balleneros calculan la edad de la criatura lo mismo que se calcula la edad de un roble a partir de sus anillos circulares. Aunque la exactitud de este criterio está lejos de ser demostrable, tiene, no obstante, el sabor de la probabilidad analógica. En cualquier caso, si lo aceptamos, debemos asignar a la ballena franca una edad mucho mayor de la que a primera vista parecería razonable.

En antiguas épocas parecen haber imperado las más curiosas fantasías referentes a estas persianas. En Purchas, un viajero las llama los portentosos «bigotes» de dentro de la boca de la ballena[98]; otro, «cerdas de puerco»; un tercer antiguo caballero, en Hacklyut, utiliza el siguiente refinado lenguaje: «Hay cerca de doscientas cincuenta aletas que crecen a cada lado de su quijada superior, que se arquean sobre su lengua a cada lado de su boca».

Como todo el mundo sabe, estas mismas «cerdas de puerco», «aletas», «bigotes», «persianas», o como os plazca, proporcionan a las damas sus corsés y demás artefactos afianzantes. Aunque en este particular, la demanda hace tiempo que ha ido disminuyendo. Fue en la época de la reina Ana cuando el hueso estuvo en su apogeo, siendo entonces el miriñaque lo más de la moda. Y al igual que esas antiguas damas, podría decirse, se movían de un lado a otro alegremente incluso en las fauces de la ballena; asimismo, en un aguacero, con similar inconsciencia, hoy en día corremos bajo las mismas fauces para protegernos, al ser el paraguas una tienda desplegada sobre el mismo hueso.

Mas olvidad ahora todo lo referente a persianas y bigotes por un instante, y situándoos en la boca de la ballena franca, mirad de nuevo alrededor. Al ver todas esas columnatas de hueso tan metódicamente ordenadas, ¿no pensaríais que estáis dentro del gran órgano de Harlem, y observando sus miles de tubos? Como alfombra del órgano tenemos una de las más suaves alfombras turcas… la lengua, que está, como si dijéramos, encolada al suelo de la boca. Es muy gruesa y tierna, y para izarla a cubierta puede cortarse en trozos. Esta particular lengua ahora ante nosotros, yo diría, en un vistazo superficial, que era de seis barriles; es decir, que os proporcionaría alrededor de esa cantidad de aceite.

Ya antes habéis de haber visto claramente la verdad de por dónde comencé… que el cachalote y la ballena franca tienen cabezas casi enteramente distintas. Resumiendo, entonces: en la de la ballena franca no hay un gran depósito de esperma; ni diente de marfil alguno; ni larga quijada de mandíbula inferior estilizada, como en la del cachalote. Tampoco hay en el cachalote ninguna de esas persianas de hueso; ni grueso labio inferior; y apenas algo de lengua. De nuevo, la ballena franca tiene dos orificios surtidores externos, el cachalote sólo uno.

Mirad ahora por última vez a estas venerables cabezas encapirotadas, mientras aún se acomodan juntas; pues una pronto se hundirá en el mar, sin que nadie siente registro de ella; la otra no tardará mucho en seguirla.

¿Podéis captar la expresión del cachalote? Es la misma con la que murió, a excepción de que algunas de las más largas arrugas de la frente parecen haberse ahora difuminado. Creo que esa ancha frente suya está llena de una placidez como de pradera, surgida de una especulativa indiferencia a la muerte. Mas fijaos en la expresión de la otra cabeza. Observad el asombroso labio inferior, aprisionado accidentalmente contra el costado del barco, de manera que abraza firmemente la mandíbula. ¿No parece esta entera cabeza hablar de una enorme y efectiva resolución al afrontar la muerte? Esta ballena franca me creo que fue una estoica; el cachalote, un platónico, que en sus últimos años podría haberse interesado por Spinoza.