No dentro de mucho os pintaré, todo lo bien que alguien sin lienzo pueda, algo semejante a la verdadera forma de la ballena tal como en realidad aparece al ojo del ballenero cuando está amarrada al costado del barco en su propio y cabal cuerpo, de tal manera que allí es posible subirse fácilmente a ella. Puede merecer la pena, por tanto, advertir previamente sobre esos curiosos retratos imaginarios de la ballena, que incluso hasta el día de hoy tramposamente ponen a prueba la credulidad del hombre de tierra firme. Es tiempo de enmendar al mundo en esta materia, probando que tales imágenes de la ballena son completamente erróneas.
Posiblemente, el primigenio origen de todos esos engaños pictóricos pueda encontrarse entre las más antiguas esculturas hindúes, egipcias y griegas. Pues desde aquellos inventivos aunque imprecisos tiempos, cuando en los marmóreos panelados de templos, en los pedestales de estatuas, y en los escudos, medallones, copas y monedas el delfín era dibujado con armadura de escamas de láminas, como la de Saladino, y una cabeza dotada de casco, como la de san Jorge; desde entonces ha prevalecido el mismo tipo de licencia no sólo en las imágenes más populares de la ballena, sino también en muchas representaciones científicas de ella.
Ahora bien, con toda probabilidad, la más antigua representación existente de la ballena, que pretenda ser tal, se encuentra en la famosa caverna-pagoda de Elefanta, en la India. Los brahmanes mantienen que en las casi infinitas esculturas de esa inmemorial pagoda todos los oficios y carreras, cada concebible vocación del hombre, fueron previstos siglos antes de que ninguno de ellos llegara a ser realidad. No es de extrañar, entonces, que de alguna manera nuestra noble profesión de la pesca de la ballena haya sido allí prenunciada. La ballena hindú referida aparece en un compartimento aislado del muro que representa la encarnación de Vishnú en forma de leviatán, la cual es conocida eruditamente como el avatar Matse. Pero aunque esta escultura es medio hombre y medio ballena, de manera que sólo representa la cola de esta última, aun así esa pequeña sección de ella es completamente errónea. Parece más la menguante cola de una anaconda que los anchos lóbulos de las auténticas majestuosas palmas de la ballena.
Pero dirigíos a las antiguas galerías y mirad ahora la representación de este pez por un gran pintor cristiano; pues no tiene mayor éxito que el hindú antediluviano. Es el cuadro de Guido de Perseo rescatando a Andrómeda del monstruo marino o ballena. ¿De dónde sacó Guido el modelo de una criatura tan extraña como ésa? Tampoco Hogarth, al pintar la misma escena en El descenso de Perseo, logra un resultado ni una pizca mejor. La enorme corpulencia del monstruo hogarthiano ondula en la superficie, desplazando apenas una pulgada de agua. Tiene una especie de silla de montar elefantes en su lomo, y su distendida boca dotada de colmillos, en la que las olas están entrando, podría confundirse con la Puerta de los Traidores, que conduce por el agua desde el Támesis a la Torre. También están la ballena del Prodromus del antiguo escocés Sibbald, y la ballena de Jonás, tal como se representa en las ediciones de antiguas Biblias y en los grabados de antiguos libros de texto. ¿Qué podemos decir de éstas? En cuanto a la ballena del encuadernador que se enrosca como un pámpano alrededor de la caña de un ancla descendiente –tal como aparece estampada y dorada en los dorsos y portadas de muchos libros antiguos y nuevos–, ésa es una criatura muy pintoresca, pero enteramente fabulosa, imitada, supongo, de la figura similar de los vasos antiguos. Aunque universalmente denominada un delfín, yo, no obstante, llamo a este pez de encuadernador un intento de ballena; pues eso intentaba ser cuando el escudo fue inicialmente presentado. Fue introducido por un antiguo impresor italiano, alrededor del siglo XV, durante el renacimiento del estudio; y en aquellos años, e incluso hasta un periodo comparativamente tardío, los delfines eran considerados vulgarmente una de las especies del leviatán.
En las viñetas y otros ornamentos de algunos libros antiguos a veces encontraréis esbozos muy curiosos de ballenas, en los que todo tipo de chorros, jets d’eau, manantiales calientes y fríos, Saratogas y Baden Badens brotan burbujeando de su inagotado cerebro. En la portada de la edición original del Fomento del saber encontrareis algunas curiosas ballenas.
Pero dejando de lado todos estos intentos no profesionales, observemos esas imágenes del leviatán que pretenden ser sobrias delineaciones científicas, realizadas por aquellos que saben. En la antigua colección de viajes de Harris hay algunas láminas de ballenas tomadas de un libro de viajes holandés, 1671 d.C., titulado Una expedición ballenera a Spitzbergen en el barco Jonás en la Ballena, Peter Peterson de Frieslan, patrón. En una de esas láminas, las ballenas, como grandes balsas de troncos, están representadas flotando entre islas de hielo, con osos blancos corriendo sobre sus lomos vivos. En otra lámina se comete el portentoso error de representar la ballena con palmas perpendiculares.
De nuevo, existe un imponente cuarto, escrito por un cierto capitán Colnett, un capitán de comunicaciones de la marina inglesa, titulado Una expedición rodeando el cabo de Hornos a los Mares del Sur, con el propósito de extender las pesquerías de la ballena spermaceti. En este libro hay un esbozo que pretende ser una «Imagen de una ballena physeter o spermaceti, dibujada a escala a partir de una muerta en la costa de México, agosto de 1793, e izada a cubierta». No dudo que el capitán hiciera realizar esta veraz imagen para el beneficio de sus infantes de marina. Permitidme decir, por mencionar sólo algo de ella, que tiene un ojo que aplicado a un cachalote adulto, según la escala adjunta, haría del ojo de esa ballena un mirador de unos cinco pies de largo. ¡Ah, mi galante capitán, por qué no nos incluisteis a Jonás mirando desde ese ojo!
Tampoco las más concienzudas recopilaciones de historia natural para provecho de jóvenes y neófitos están libres de la misma abominación de desatino. Observad esa popular obra, «La naturaleza animada de Golsmith». En la edición abreviada de Londres de 1807 hay láminas de una supuesta «ballena» y un «narval». No quiero parecer rudo, pero esta antiestética ballena se parece mucho a una cerda mutilada; y por lo que se refiere al narval, basta echarle un vistazo para que uno se asombre de que en este siglo XIX semejante hipogrifo pueda ser presentado como genuino ante un inteligente público de escolares.
También, en 1825, Bernard Germain, conde de Lacépède, un gran naturalista, publicó un científicamente sistematizado libro sobre ballenas, donde te encuentras varias imágenes de las diferentes especies de leviatán. Todas ellas no sólo son incorrectas, sino que sobre la imagen de la mysticetus o ballena de Groenlandia (es decir, la ballena franca), incluso Scoresby, un hombre de gran experiencia en lo tocante a esta especie, declara que aquélla no tiene correspondencia en la naturaleza.
Mas la colocación de la cimera de todo este disparatado asunto estaba reservada para el científico Frederick Cuvier, hermano del famoso barón Cuvier. En 1836 publicó una Historia natural de las ballenas, en la que ofrece lo que denomina una imagen del cachalote. Antes de mostrar esa imagen a algún habitante de Nantucket, mejor sería que prepararais vuestra expedita retirada de la isla. En dos palabras, el cachalote de Frederick Cuvier no es un cachalote, sino una masa informe. Desde luego, él nunca gozó de la ventaja de una expedición ballenera (hombres así raramente la tienen), pero quién puede decir de dónde sacó esa imagen. Quizá la obtuvo como Desmarest, su predecesor científico en el mismo campo, obtuvo uno de sus auténticos abortos; es decir, de un dibujo chino. Y de la clase de atrevidos sujetos que son esos chinos con un lápiz, muchas extrañas copas y fuentes nos informan.
Por lo que respecta a las ballenas de los pintores de anuncios que se ven en las calles, colgando sobre las tiendas de comerciantes de aceite, ¿qué se puede decir de ellas? Generalmente son ballenas Ricardo III, con jorobas de dromedario[76], y muy salvajes; se desayunan tres o cuatro marineros, es decir, una lancha ballenera llena de tripulantes; sus deformidades chapoteando en mares de sangre y pintura azul.
Pero estos variados errores en la representación de la ballena en verdad no son tan sorprendentes. ¡Consideradlo! La mayor parte de los dibujos científicos se han hecho a partir de los peces varados; y resultan ser tan correctos como un dibujo de un barco naufragado y desfondado correctamente representaría al propio noble animal en todo su inmaculado orgullo de casco y perchas. Los elefantes han posado para sus imágenes de cuerpo entero, pero el leviatán vivo nunca aún ha flotado por sí mismo limpiamente para su retrato. La ballena viva, en su entera majestad y significado, sólo puede verse en el mar, en aguas insondables; a flote, su enorme masa está oculta como un navío de la línea botado; y alzarle corporalmente en el aire fuera de ese elemento, para así eternizar todas sus poderosas sinuosidades y ondulaciones, es algo eternamente imposible para el hombre mortal. Y no hablemos de las considerables diferencias de contorno presumibles entre una joven ballena lactante y un platónico leviatán adulto; aun así, incluso en el caso de una de esas ballenas lactantes izadas a la cubierta de un barco, tal es entonces su ultraterrenal forma, flexible y variante, como de anguila, que su expresión concreta ni el propio Diablo la podría captar.
Pero podría concebirse que del esqueleto limpio de la ballena varada fuera posible derivar sugerencias relativas a su verdadera forma. En absoluto. Pues una de las cuestiones más curiosas referentes a este leviatán es que su esqueleto proporciona muy poca idea de su forma general. Aunque el esqueleto de Jeremy Bentham[77], que cuelga a modo de candelabro en la biblioteca de uno de sus albaceas, transmite correctamente la idea de un viejo caballero utilitario de fornida frente, junto con todos los demás principales rasgos personales de Jeremy, no obstante, nada de esta naturaleza podría ser inferido de los huesos articulados de ningún leviatán. De hecho, como dice el gran Hunter, el esqueleto de la ballena en sí mismo tiene igual relación con el animal totalmente equipado y acolchado que la que tiene el insecto con la crisálida que tan redondamente le envuelve. Esta peculiaridad es señaladamente manifiesta en la cabeza, como en alguna parte de este libro incidentalmente se mostrará. También se exhibe curiosamente en la aleta lateral, cuyos huesos responden casi con exactitud a los de la mano humana, exceptuando únicamente el dedo gordo. Esta aleta tiene cuatro huesos de dedos normales, el índice, el medio, al anular y el meñique. Pero todos ellos están permanentemente albergados en su cobertura carnosa, como los dedos humanos en una cobertura artificial.
«Por muy despiadadamente que la ballena nos trate a veces», dijo una vez el gracioso Stubb, «nunca se podrá decir con verdad que nos manipule sin guantes».
Por todas estas razones, entonces, lo mires como lo mires, debes necesariamente concluir que el gran leviatán es la única criatura del mundo que ha de quedar definitivamente sin pintar. Ciertamente, un retrato puede dar en la diana más que otro, pero ninguno puede dar en ella con un grado de exactitud muy considerable. Así que no hay modo terrenal de descubrir qué aspecto tiene exactamente la ballena. Y la única manera en la que puedes obtener aunque sólo sea una idea aceptable de su contorno viviente es yendo tú mismo a la pesca ballenera; por más que, al hacerlo, corres un no pequeño riesgo de que ella te desfonde y te hunda para toda la eternidad. Debido a lo cual, me parece a mí que mejor sería que no fuerais excesivamente fastidioso en vuestra curiosidad relativa a este leviatán.