50.
La lancha y la tripulación de Ajab. Fedallah

—¡Quién lo hubiera pensado, Flask! —gritó Stubb—; si yo tuviera sólo una pierna no me llevarías en tu lancha, a no ser que fuera para taponar el desagüe con mi dedo de madera. ¡Oh, es un viejo asombroso!

—A mí, a pesar de todo, no me parece tan raro en ese sentido —dijo Flask—. Si le faltara la pierna desde la cadera, bueno, sería algo diferente. Eso le incapacitaría; pero le queda una rodilla y una buena parte de la otra, ya sabes.

—Eso no lo sé yo, mi pequeño amigo; nunca le he visto aún arrodillarse.

* * * * * *

Entre la gente que sabe de ballenas se ha discutido con frecuencia si es correcto que un capitán ballenero, considerando la enorme importancia de su vida para el éxito de la expedición, ponga en peligro esa vida en la arriesgada actividad del acoso. De esa manera los soldados de Tamerlán solían argumentar con lágrimas en los ojos si aquella invaluable vida suya debía ser llevada a lo más tupido de la lucha.

Pero con Ajab la cuestión asumía un aspecto modificado. Considerando que con dos piernas el hombre sólo es una renqueante criatura en los momentos de peligro; considerando que la persecución de ballenas se lleva a cabo siempre bajo grandes y excepcionales dificultades; que, de hecho, cada instante particular conlleva un riesgo, ¿es acertado para un hombre mutilado, bajo estas circunstancias, subirse a una lancha ballenera durante la caza? Por regla general, los dueños conjuntos del Pequod habrían pensado sencillamente que no.

Bien sabía Ajab que aunque sus amigos en puerto no darían importancia a que se metiera en una lancha durante ciertas vicisitudes comparativamente inofensivas del acoso, para poder estar cerca del lugar de la acción e impartir sus órdenes en persona, sin embargo, que el capitán Ajab tuviera de hecho una lancha asignada a él como patrón regular en la caza… sobre todo, que el capitán Ajab estuviera provisto de cinco hombres extra como tripulación de esa misma lancha, bien sabía él que esas generosas presunciones nunca cupieran en la cabeza de los propietarios del Pequod. Por lo tanto, no les había solicitado una tripulación de lancha, ni tampoco había en modo alguno sugerido sus deseos en ese sentido. No obstante, había tomado sus propias medidas privadas en lo tocante a todo aquel asunto. Hasta el hallazgo divulgado por Archy, poco lo habían imaginado los marineros, aunque ciertamente, cuando tras algún tiempo lejos de puerto todos los hombres terminaron la acostumbrada tarea de aparejar las lanchas balleneras para el servicio, y cierto tiempo tras lo cual se veía a Ajab ocupado de vez en cuando en la labor de hacer toletes con sus propias manos, para lo que se pensaba iba a ser una de las lanchas de reserva, e incluso cortar solícitamente las pequeñas broquetas de madera que cuando la estacha va soltándose se fijan sobre la ranura de la proa; cuando todo esto se observó en él, y particularmente su preocupación por tener una capa extra de revestimiento en el fondo de la lancha, como para hacerla soportar mejor la presión puntual de su extremidad de marfil; y también la ansiedad que manifestaba al conformar con exactitud la plancha de apoyo, o tojino tosco, tal como a veces se llama a la pieza horizontal de la proa de la lancha donde se apoya la rodilla al lanzar o tirar sobre la ballena; cuando se observó con qué frecuencia estaba en esa lancha con su solitaria rodilla colocada en la depresión semicircular del tojino, y con el formón del carpintero rebajaba un poco aquí y alisaba un poco allá; todas estas cosas, digo, habían despertado mucho interés y curiosidad en su momento. Pero casi todo el mundo suponía que esta particular atención preparativa de Ajab debía de estar sólo orientada al acoso definitivo de Moby Dick; pues ya había revelado su intención de cazar en persona a ese monstruo mortal. Y tal suposición en modo alguno incluía la más remota sospecha de que alguna tripulación fuera asignada a esa lancha.

Ahora, con los subordinados fantasmas, pronto se desvaneció la expectación que quedaba, pues en un ballenero las incógnitas desaparecen pronto. Aparte, tales nefandos deshechos de extrañas naciones surgen a veces de desconocidos rincones y escombreras de la tierra, para tripular estos flotantes forajidos de balleneros; y los propios barcos a menudo recogen a tales singulares criaturas naufragadas, encontradas balanceándose en mar abierto sobre planchas, restos de naufragios, remos, lanchas balleneras, canoas, juncos japoneses reventados y demás; que el propio Belcebú podría trepar por el costado y bajar a la cabina a charlar con el capitán, y no provocaría alguna irreprimible excitación en el castillo.

Mas sea todo esto como fuere, lo cierto es que mientras que los subordinados fantasmas pronto encontraron su lugar entre la tripulación, sin embargo, como que aun en cierto modo fuera distinto de ellos, aquel Fedallah de capilar turbante siguió siendo, no obstante, un enmudecido misterio hasta el final. De dónde vino a un mundo cortés como éste, por qué especie de inefable lazo pronto se manifestó unido al peculiar destino de Ajab; y no sólo eso, incluso al punto de tener alguna clase de medio insinuada influencia (sabe Dios, podría hasta haber sido autoridad sobre él), todo esto nadie lo sabía. Pero uno no podía mantener un aire indiferente en lo referente a Fedallah. Era una criatura como las que la gente civilizada y doméstica de las zonas templadas sólo ve en sus sueños, y eso apenas vagamente; pero de la clase de esas que de cuando en cuando se deslizan por entre las inamovibles comunidades asiáticas, especialmente las islas orientales al este del continente… Esos países aislados, inmemoriales e inalterables, que incluso en estos modernos días todavía preservan mucho de la espectral aboriginalidad de las primigenias generaciones de la tierra, cuando la memoria del primer hombre era un nítido recuerdo, y todos los hombres, sus descendientes, se miraban unos a otros como auténticos fantasmas, ignorantes de dónde venían, y preguntaban al sol y a la luna por qué habían sido creados y para qué fin; cuando, aunque según el Génesis, los ángeles entablaban, de hecho, relación con las hijas de los hombres, también los demonios, añaden los rabinos no canónicos, se entregaban a amores mundanos[69].