43.
¡Escucha!

—¡Chsst! ¿Has oído ese ruido, Cabaco?

Era la guardia de media: buena luz de luna; los marineros formaban hilera, que se extendía desde los toneles del agua potable del combés, hasta el tonel del escotillón, cerca del coronamiento. De esta manera pasaban los baldes para llenar el tonel del escotillón. Situados en su mayor parte sobre los sagrados lugares del alcázar, tenían cuidado de no hablar o arrastrar los pies. De mano en mano iban los baldes en el más profundo de los silencios, sólo roto por el ocasional ondear de una vela y el incesante zumbido de la quilla al avanzar.

Fue en medio de esta quietud que Archy, uno de los de la hilera, cuyo puesto estaba cerca de los cuarteles de popa, susurró a su vecino, un cholo, las anteriores palabras.

—¡Chsst! ¿Has oído ese ruido, Cabaco?

—Agarra el balde, ¿quieres, Archy? ¿Qué ruido dices?

—Ahí está otra vez… bajo los cuarteles… ¿No lo oyes…? Una tos… sonaba como una tos.

—¡Condenada sea la tos! Pasa ese balde de vuelta.

—Ahí está otra vez… ¡Ahí está!… ¡Ahora suena como si dos o tres que duermen se dieran la vuelta!

—¡Caramba![63]. Para ya, compañero, ¿quieres? Son los tres bizcochos remojados que comiste para cenar, que se revuelven en tus adentros… Nada más. ¡Atento al balde!

—Di lo que quieras, compañero; yo tengo oído fino.

—Sí, tú eres ese tipo, ¿no eres tú?, el que escuchó el zumbido de las agujas de hacer punto de la vieja cuáquera a cincuenta millas de Nantucket mar adentro: ése eres tú.

—Carcajéate; ya veremos qué pasa. Tú escucha, Cabaco, hay alguien abajo, en la bodega de la despensa, al que todavía no se le ha visto en cubierta; y sospecho, además, que nuestro viejo mogol sabe algo al respecto. En una guardia de alba escuché a Stubb decirle a Flask que algo de ello había en el aire.

—¡Chsst! ¡El balde!