—¡No! —gritó Delfine al ver que Zelo apuñalaba a su hermano antes de que ella pudiera reaccionar.
Se le cayó el alma a los pies mientras veía cómo Jericó se desplomaba y Niké lo atrapaba para atacarlo por detrás. Una ira inimaginable se apoderó de ella. Una ira que ni entendía ni podía controlar.
Lo único que sabía era que ansiaba sangre.
La sangre de Zelo.
Antes de darse cuenta siquiera de lo que estaba haciendo, atrapó al hermano de Jericó y lo tiró al suelo. Acto seguido empezó a golpearle la cabeza contra el suelo, embargada por la furia.
—¡Delfine, para! Vas a matarlo.
Pese a la furia, reconoció la voz de Madoc que estaba intentando separarla de Zelo. Soltó el cabello negro de Zelo, se levantó y le dio una fuerte patada en las costillas.
—Que no se mueva. Porque como Jericó muera, le arrancaré el corazón y lo obligaré a comérselo.
Zeth la miraba con los ojos como platos.
—Vista la tunda que acabas de darle, estoy seguro de que lo harás —dijo y miró a Madoc—. Recuérdame que no debo cabrear nunca a esa mujer.
Delfine apenas lo escuchó mientras corría hacia Jericó. Deimos lo había apartado de Niké, pero no antes de que esta lo mordiera.
En ese momento estaba jadeando y temblando, tumbado en el suelo.
Delfine se arrodilló a su lado y apenas fue capaz de hablar por la agonía. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Cariño? —dijo con la voz rota, atenazada por el dolor.
Jericó la cogió de la mano y le dio un apretón mientras Deimos presionaba la herida del pecho con un paño.
—¿Qué hacemos? —preguntó Deimos—. Nunca he visto a un dios sangrar de esta manera.
—Tiene un corazón humano… pero se le puede resucitar. Los Óneiroi y los Dolofoni han pasado siglos matándolo todas las noches, y por las mañanas recuperaba la vida.
—Zeus lo resucitaba —le recordó Deimos—. Y, sin ánimo de ofender, no creo que se muestre muy cooperativo después de lo que acabamos de hacerle.
Las lágrimas comenzaron a resbalar por las mejillas de Delfine mientras veía cómo la cara de Jericó iba perdiendo el color. Respiraba de forma superficial.
—No me dejes, Jericó —susurró al tiempo que le acariciaba la mejilla desfigurada con la palma de la mano—. Por favor. No puedo lidiar con estas emociones que me has dado. No puedo. Y no quiero estar aquí sin ti. Te necesito a mi lado.
Jericó se llevó su mano a los labios para besarla con ternura.
—Cada vez que moría durante todos estos siglos lo hacía deseando no volver a vivir jamás. Todas las noches suplicaba por que fuera la última vez. Y ahora… —Tosió y soltó una bocanada de sangre.
Delfine se echó a llorar de forma desgarradora mientras lo levantaba a fin de que no se ahogara con su propia sangre. Acabó salpicada de sangre por todos lados, y verse así fue lo que la ayudó a asimilar la idea de que Jericó se estaba muriendo. Temblando de los pies a la cabeza, comprendió que lo estaba perdiendo y que no podía soportar la idea.
No iba a permitirlo.
—¡Necesita un corazón inmortal! —le gritó a Madoc, mirándolo por encima del hombro. Su mirada voló hasta el prisionero.
Y de repente se quedó helada al descubrir la solución. El impacto fue similar al de un puñetazo en el estómago. Sería cruel, pero…
¿Quién mejor que el traidor que habían capturado para que diera su vida por Jericó? El hermano que lo había traicionado. El hermano que lo había hecho una y otra vez. El dios egoísta que había traicionado a todo aquel con el que se relacionaba.
Zelo.
Miró a Deimos por encima del cuerpo de Jericó y supo que se le había ocurrido lo mismo que a ella.
—Quédate a su lado —le dijo Deimos, que se puso en pie y atravesó la estancia.
Delfine le apartó el pelo a Jericó de la cara.
—Respira, cariño, respira. Aguanta. No vamos a dejarte ir.
Notó que la mano de Jericó perdía la fuerza.
—Al menos te he tenido durante un tiempo.
—¡No! —le gritó—. Desde que te conozco siempre te has mostrado testarudo. No te conformes ahora. Lucha por mí. ¿Me oyes?
Lo vio asentir con la cabeza mientras escupía más sangre.
En ese momento oyó que alguien peleaba a su espalda, pero no se volvió para mirar. La verdad, le daba igual. Si alguien era capaz de hacerle algo así a su propio hermano, no merecía compasión.
«Que muera», concluyó para sus adentros.
Deimos volvió con el corazón de Zelo en la mano.
Asqueada por la imagen, Delfine dio un respingo. Madoc apareció a su lado y la abrazó, volviéndole la cabeza mientras Deimos realizaba el intercambio. Los firmes y rítmicos latidos del corazón de Madoc ayudaron a Delfine a concentrarse, sin soltar en ningún momento la mano de Jericó. No estaba dispuesta a dejarlo marchar.
Jamás.
Después de lo que pareció una eternidad, oyó que Jericó jadeaba. Y notó que le apretaba la mano con más fuerza.
Con el corazón desbocado, se apartó de Madoc, volvió la cabeza y vio que la estaba mirando.
Jericó tosió y miró a Madoc con los ojos entrecerrados y expresión furiosa.
—Madoc, si quieres robarme a mi chica, podrías esperar por lo menos a que mi cadáver se enfríe.
Madoc se echó a reír al tiempo que levantaba las manos en señal de rendición.
—Jamás te robaría a tu mujer. Eres el único que conozco capaz de volver del Tártaro para asesinarme a modo de venganza.
Deimos miró a Delfine.
—Deberías volver la cabeza otra vez. Voy a cauterizarle el mordisco antes de que lo infecte.
Delfine lo obedeció y oyó el taco que Jericó soltó mientras Deimos cauterizaba el mordisco. Pese al espantoso dolor que debía de estar sufriendo, Jericó siguió aferrándole la mano sin hacerle daño.
En cuanto Deimos acabó, Delfine se acercó más a Jericó.
—Pobrecito mío —susurró y lo besó en la mejilla—. No vuelvas a asustarme de esta forma. Te juro que, como lo hagas, te las cargas.
Jericó tiró de ella para abrazarla y la estrechó con fuerza. La verdad, él tampoco quería volver a repetir la experiencia de estar a punto de perderla. La besó en la coronilla y vio con el rabillo del ojo el cuerpo de su hermano. Aunque debería sentirse mal, aunque debería sentirse culpable, no era así. Zelo siempre había sido un cabrón envidioso que había convertido su infancia en un suplicio.
—¿Quién se ha quedado con sus poderes?
Madoc hizo un gesto señalando a Zeth.
—Los hemos compartido entre los dos.
Zeth se acercó a ellos.
—¿Quieres que lo tiremos por ahí? —le preguntó.
—No. Pese a todo, es mi hermano. Llevadle su cuerpo a mi madre y decidle que haga con él lo que quiera.
Deimos resopló al escucharlo.
—¿Crees que él sería tan amable contigo?
Jericó se levantó.
—No. Pero alguien —dijo, al tiempo que miraba de forma elocuente a Delfine— me ha enseñado a ser mejor persona.
—De acuerdo —replicó Zeth con un suspiro—. Seguiremos limpiando. —Suspiró de nuevo—. Creo que deberíamos contratar a una empresa de limpieza para estas cosas.
Madoc lo empujó de forma juguetona.
—Ya que ha sido tu equipo el culpable de todo esto, no quiero oírte rechistar siquiera.
Jared siseó mientras se acercaba a ellos.
Jericó se tensó, por temor a lo que pudiera atacarlos. Joder, ¿no podían tener ni un minuto de tranquilidad?
—¿Qué pasa?
Jared tenía muy mala cara.
—Me obligan a volver casa. Tengo que irme. A Céfira no le gusta que me resista cuando me invoca.
Jericó plegó las alas y se limpió la ropa.
—¿Quieres que hable con ella?
—No nos conviene a ninguno de los dos. Se ha cansado de mi ausencia y a menos que le des lo que quiere… —Echó un vistazo a su alrededor con una expresión tan angustiada que puso de manifiesto lo mucho que iba a echarlos de menos. Aunque tal vez lo que más pudiera añorar sería la ausencia de torturas—. Buena suerte. —Inclinó la cabeza y desapareció.
Delfine frunció el ceño.
—Me siento fatal por él —dijo.
—Y yo. Ojalá pudiéramos hacer algo para liberarlo —replicó Jericó.
Delfine soltó un hondo suspiro.
—Estoy segura de que nadie lo desea tanto como él —añadió, mirando hacia Niké—. ¿Crees que deberíamos preocuparnos por Asmodeo?
—Pues sí —contestó Deimos con sarcasmo—. Dada la suerte que tenemos, posiblemente lo estén destripando mientras hablamos.
Asmodeo se coló por el salón de la parte posterior, normalmente habitado solo por roedores. Estaba haciendo todo lo posible por pasar desapercibido para que no pudieran verlo, oírlo ni olerlo. Noir y Azura estaban tan furiosos que cualquiera que se cruzara por delante acababa sufriendo las consecuencias.
Había hecho lo correcto al abandonar aquel lugar. Sin embargo, eso no lo salvaría en caso de que lo pillaran. Lo abrirían en canal y harían que pagara cara su deserción.
—¿Qué estás haciendo?
La repentina voz que surgió de la oscuridad lo sobresaltó y estuvo a punto de gritar.
—Joder, Jaden —susurró, furioso—. ¿Quién te ha soltado?
—Noir. Tenía miedo de que alguien me liberara durante el ataque para rescatar a los skoti. Así que me ha desterrado a este pasillo, adonde no pueden llegar los intrusos.
Asmodeo hizo un gesto de dolor al ver el daño que había sufrido Jaden. ¿Cómo podía siquiera hablar con lo hinchados que tenía los labios? Sin embargo, lo más impresionante era su capacidad para ocultar sus heridas cuando los demonios del exterior lo invocaban.
Nadie sabía los horrores que existían en ese reino infernal.
Jaden se inclinó hacia delante y echó un vistazo a la estancia donde Asmodeo había estado buscando posibles pistas.
—El gallu que buscas es el que está al fondo.
—Me repatea que me leas el pensamiento.
—Lo sé. A mí tampoco me gusta, en serio. No necesito saber lo jodidos que estáis. Bastante tengo con mis problemas.
—Pues sí. En fin, ¿alguna idea brillante para que pueda llegar hasta ese gallu y matarlo sin que me muerda y sin que me pillen?
—No tienes por qué hacerlo.
Asmodeo ladeó la cabeza, al tiempo que lo embargaba el miedo. ¿Estaría Jaden planeando cómo matarlo?
—¿Qué quieres decir?
Jaden se sacó un amuleto verde de un bolsillo.
—Dáselo a Jericó y dile que libere a mi… que libere a Jared de su cautiverio, y yo me encargo de ese gallu por ti.
Asmodeo estaba tan pasmado que ni siquiera podía moverse. ¿Había escuchado bien?
—¿Estás seguro? ¿Puedes hacerlo?
Jaden asintió mientras le colocaba el amuleto en la mano.
—Júrame que no te lo quedarás. Porque como lo hagas…
—Lo sé, lo sé. Me destriparás. No te preocupes, no te traicionaré.
—Gracias. —Jaden hizo ademán de alejarse de él.
—Oye, Jaden —lo llamó Asmodeo.
Jaden se detuvo y se volvió para mirarlo.
—¿Por qué es tan importante para ti liberar a Jared?
—Porque… —y siguió hablando en voz tan baja que Asmodeo se preguntó si lo había oído bien—. Porque yo soy el culpable de que lo condenaran. Vete antes de que te descubran.
Asmodeo inclinó la cabeza a modo de despedida y usó sus poderes para trasladarse de aquel agujero infecto a la luminosa estancia donde sus amigos lo esperaban.
Amigos.
¿Quién iba a imaginar que un demonio como él pudiera hacer amigos?
Delfine se levantó del sillón que ocupaba en cuanto vio aparecer a Asmodeo. Miró a Niké, pero la diosa aún conservaba la forma demoníaca.
—¿Qué ha pasado?
Asmodeo se acercó a ellos.
—Jaden me ha dicho que se encargaría del gallu por nosotros. —Le entregó el amuleto a Jericó—. Y me ha dicho que te dé esto para que puedas comprar la libertad de Jared.
Jericó se quedó boquiabierto por la sorpresa mientras observaba el antiguo medallón.
—¿Estás de coña?
Asmodeo negó con la cabeza.
Y antes de que Jericó pudiera hablar de nuevo, oyó que Niké gritaba de dolor. La vio caer de rodillas al suelo, donde comenzó a mecerse como si sufriera una terrible agonía. Los skoti reaccionaron de forma similar.
Cuando llegó a la jaula, Niké lo miró y Jericó vio que sus ojos habían recuperado la normalidad. Estaba desconcertada y asustada.
—¿Cratos?
Jericó asintió con la cabeza, presa de la felicidad. Había funcionado. Era increíble. Abrió la puerta y abrazó a su hermana con todas sus fuerzas.
—¿Estás bien?
—Estoy confundida. Estaba en un foso y Zelo llegó con un demonio. Estaba muy enfadado. Me dijo que me uniera a ellos, pero me negué. No me fío de Noir ni de Azura, y no pienso traicionar a mi gente. —Meneó la cabeza—. Zelo me dijo que era una idiota y después le ordenó al demonio que me mordiera. —Se echó a llorar sobre el hombro de su hermano.
Jericó la consoló.
—No te preocupes, Niké. Zelo ya se ha ido.
—¿Adónde?
—Deimos lo ha matado.
Niké jadeó y después hizo un gesto de dolor.
—Ojalá me entristeciera tanto como la muerte de Bía. Pero la verdad es que Zelo no merece que lo lloremos. Solo espero que por fin haya encontrado la paz. —Con el rostro demudado, Niké se volvió y vio a Delfine a un lado. La miró con los ojos entrecerrados y, con expresión pensativa, miró de nuevo a su hermano—. Tenía razón con respecto a Cratos, ¿verdad?
Delfine sonrió.
—Desde luego que sí, y nunca podré agradecértelo lo suficiente.
Niké miró a su hermano con expresión pícara.
—Me parece que el sentimiento es mutuo.
—Lo es, pero no pienso añadir nada más. —Jericó se apartó de ellas—. Y ahora, si me disculpan las señoras, tengo que ocuparme de algo.
Jericó titubeó al entrar en el oscuro pasillo con las paredes de mármol que había visitado poco antes con Tory. Tal vez no debería estar haciendo lo que estaba a punto de hacer.
Jared había sido muy claro al decirle que Céfira jamás debía conseguir el amuleto. Sin embargo, después de todo lo que Jared y Jaden habían hecho por ellos, le parecía mal que siguiera esclavizado. Dado que él mismo había pasado por ese infierno, le costaba dejar que alguien sufriera semejantes penalidades. Sobre todo si no había hecho nada para merecerlo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
El peligroso deje de la pregunta de Medea lo puso en guardia.
—¿Siempre vigilas el pasillo?
—No, pero noto la presencia de cualquier intruso y no me gusta que la gente entre en mis dominios sin invitación.
Jericó se encogió de hombros para restarle importancia al tema.
—Puedes relajarte. No voy a quedarme mucho rato. Solo he venido para ver a tu madre.
—¡Mamá! —gritó Medea, sin molestarse siquiera en llevarlo al despacho de la otra vez.
Céfira apareció, muy colorada y un tanto aturdida.
—¿No te he dicho que…? —Dejó la pregunta en el aire al ver a Jericó—. ¿Qué haces tú aquí?
«¡Joder! ¿Por qué no me hablas con un poco más de desprecio?», pensó. Cualquier otro hombre quedaría humillado de por vida.
—He venido a por Jared.
Aquello hizo que Céfira soltara un resoplido desdeñoso.
—Ni de coña. Ha vuelto a su… —Guardó silencio al ver que se sacaba el amuleto del bolsillo y lo dejaba suspendido en el aire. Extendió una mano para cogerlo con una mirada ansiosa y anhelante.
Jericó lo apartó.
—No hasta que me entregues a Jared.
Céfira siseó.
—De acuerdo —claudicó.
—Y —se apresuró a añadir Jericó antes de que ella pudiera reaccionar— quiero que me prometas una cosa.
Céfira lo miró como si fuera la criatura más repugnante que existía.
—¿Estás loco? Tienes suerte de seguir con vida.
—Lo sé, de verdad —replicó con una carcajada sarcástica—. Sin embargo, no pienso entregarte un objeto con el que puedas hacerle daño a alguien que me ha ayudado. Te lo daré con la condición de que nunca lo uses en contra de Aquerón o de su madre. Jamás.
Céfira puso los ojos en blanco.
—Ni que fuera tan imbécil. Con la suerte que tengo, seguro que no tiene ningún efecto sobre ellos y acabarían matándome por mi atrevimiento. Danos el medallón ya.
Jericó volvió a guardarlo.
—Antes quiero a Jared.
—¡Jared! —masculló ella.
El aludido apareció al instante a su lado. Tenía muy mala cara. En cuanto vio a Jericó, lo miró con expresión recelosa.
—Jericó, ¿qué has hecho?
—Devolver un favor con otro favor.
Céfira empujó a Jared para que se marchara con Jericó.
—Te libero voluntariamente de mi servicio para que lo sirvas a él. Vete.
Jared meneó la cabeza, embargado por el pánico en cuanto reparó en el medallón.
—¡No puedes hacerlo!
Jericó titubeó. No quería cometer un error. Sin embargo, Jaden no se lo habría entregado si pudieran usarlo para matarlos a todos.
—¿Por qué?
—Porque prefiero que lo use Jaden para conseguir su libertad —respondió Jared con voz atormentada.
—Es demasiado tarde. —Céfira se lo quitó a Jericó de la mano—. Y ahora largo de aquí antes de que os convierta en la cena de mis daimons.
Jared hizo un gesto de dolor al ver que Céfira y Medea se esfumaban. Un tic nervioso apareció en su mentón, como si deseara ponerse a despotricar contra el mundo.
Jericó se compadeció de él. Debía de ser horrible no poder disfrutar de su liberación.
—Lo siento.
—Yo también —replicó Jared con tristeza.
—Por lo menos ahora eres libre.
Jared hizo un gesto para señalar el collar de contención que llevaba al cuello.
—Pues no lo parece.
—Puedo quitártelo.
Jared lo miró como si fuera imbécil.
—Y moriré en cuanto lo hagas. Solo la Fuente puede liberarme de mi castigo.
—Jared, no necesito un esclavo. Tendrás toda la libertad que desees.
Jared asintió con la cabeza con gesto abatido.
A Jericó le resultó extraño que no se mostrara más contento. Sin embargo, había ganado la libertad a expensas de la esclavitud de Jaden. Y como tampoco sabía exactamente qué relación había entre ellos, le resultaba imposible entender la magnitud del tema.
Jared soltó un hondo suspiro.
—¿Tendré que vivir en la Isla con los demás?
—No. Puedes vivir donde quieras.
La respuesta pareció aliviarlo.
—Llama si me necesitas. Estoy a tu servicio para cualquier cosa. —El deje ponzoñoso de su voz era inconfundible. Saltaba a la vista que los demás habían abusado de él y que eso le había dejado una amarga huella—. Y ahora, si puedo retirarme… amo…
—No soy tu amo, Jared. Tu vida es tuya y puedes hacer con ella lo que quieras. No necesito un esclavo. Pero no le haré ascos a un amigo y aliado. —Le tendió la mano.
Jared titubeó como si le asustara aceptarla. Lo miró con el ceño fruncido antes de decidirse por fin.
—Gracias.
—De nada. Y ahora será mejor que te vayas antes de que Céfira cumpla su amenaza. —Jericó esperó hasta ver que Jared estaba a salvo antes de volver con Delfine.
Noir entró en tromba en el centro de mando, hirviendo de furia.
—Nos han anulado por culpa de una traición.
Azura lo miró, horrorizada.
—¿Quién?
—¿Tú qué crees?
—Jaden —respondió entre dientes—. ¡Lo despellejaré por esto!
Noir también había llegado a esa conclusión.
—Ya no podemos hacer nada. Los skoti que habíamos conseguido arrebatarles han vuelto con los Óneiroi. Zelo está muerto. M’Adoc lo ha matado. Han liberado a Niké, y Cratos ha recuperado todos sus poderes.
Azura soltó un taco. Si Cratos volvía a estar en plena forma, podría quitarles a Jaden. O lo que era peor… localizar a Cam y a Rezar. Eso sería desastroso para ellos.
—Tenemos que encontrar a Braith. —El universo se basaba en el equilibrio.
Braith les pertenecía, porque era suya. Era un contrapeso vital y la necesitaban al margen de todo lo demás.
—Y al malacai —añadió Noir con voz amenazadora—. Tenemos que asegurarnos de que muere o de que se une a nosotros. —Porque él ostentaba el poder de derrocar a todos los dioses vinculados a la Fuente y de destruirlos. Y si además absorbía todos sus poderes, ni siquiera Jared podría detenerlo.
Sería capaz de destrozarlo todo y de asolar el universo por completo.
Esos poderes tenían que ser suyos, pensó Noir. Con ellos no habría panteón ni poder que se le resistiera.
Azura lo miró con los ojos entrecerrados.
—Por lo menos tenemos a los gallu. De momento tal vez nos resulten más útiles que los skoti.
Noir asintió con la cabeza.
—Pero tendremos que idear un plan mucho más elaborado. Los griegos han resultado más ingeniosos de lo que pensaba.
—No. El ingenioso ha sido Cratos. Pero no hay problema. Solo ha sido una batalla. Ganaremos la guerra.
Noir inclinó la cabeza.
—Sí, la ganaremos. En cuanto a Jaden…
Azura soltó una carcajada.
—Va a ser un intermediario muy arrepentido.
—Pues sí, y yo voy a divertirme con nuestros nuevos amigos.
Azura enarcó una ceja al escucharlo.
—¿Qué nuevos amigos?
—Los griegos. Ya va siendo hora de que descubran que no voy a tener compasión. Además, tenemos un aliado que ni se imaginan… todavía.
Azura se echó a reír.
—Cierto. Ni siquiera lo sospechan.
Delfine estaba sentada en una estancia con Madoc, Zarek y Zeth. Al ver lo serios que estaban, Jericó comprendió que había pasado algo mientras él estaba fuera.
—¿Qué?
Zeth le pasó un frágil trozo de pergamino.
En cuanto Jericó lo miró, aparecieron una serie de palabras.
—Noir acaba de declararnos la guerra de forma oficial. A nosotros y a los Cazadores Oscuros. Si le entregamos al malacai, nos dejará vivir. Si no…
Jericó soltó una carcajada.
—Convertirá nuestras vidas en un infierno.
—No tiene gracia —masculló Zeth.
Jericó se encogió de hombros, impertérrito.
—Pues no, no la tiene, pero ya sabía que esto iba a suceder.
Zarek se acomodó en su sillón y se colocó las manos detrás de la cabeza.
—Tenemos que encontrar a Cam y a Rezar.
Jericó no podía estar más de acuerdo con él.
—Y entrenar al dichoso malacai.
Zarek resopló.
—Pues que tengas suerte.
—¿Por qué?
—Porque es un cabrón traicionero. Hace años que intenté matarlo, pero Ash no me lo permitió. Después de todo lo que ha pasado, supongo que ahora se arrepiente de habérmelo impedido.
Después de todo lo que tuviera que pasar, a lo mejor ellos también se arrepentían de que no estuviera muerto.
Jericó se acercó al sillón de Delfine.
—Bueno, esta noche ya no podemos hacer nada más. Por mi parte, estoy agotado. Me han amenazado, pegado, mordido y matado… hace escasamente una hora.
Delfine lo miró y meneó la cabeza.
—¿Necesitas que te lleve a la cama, cariño?
—Si lo haces, oh, diosa, te adoraré eternamente.
Delfine se levantó mientras reía y lo acompañó hasta su dormitorio.
Al entrar, Jericó se percató de la abundancia de encaje blanco y otros detalles femeninos que llevaban el sello de Delfine.
—No sé, me parece un poco cursi.
Delfine titubeó.
—¿Quieres que redecoremos?
—No —contestó al tiempo que usaba sus poderes para desnudarse y para ocultar las alas antes de meterse en la cama—. Me encanta que todo huela a ti.
Delfine levantó el cobertor y se lo llevó a la nariz.
—No es cierto. Yo no huelo.
Jericó sonrió al percatarse del tono ofendido de su voz.
—No hueles mal, pero tu olor está por todos lados. Y por eso no quiero que cambies nada. Me encanta tu olor. Me reconforta. Y ahora métete en la cama y déjame abrazarte.
Delfine se tensó y al verla él también.
—¿Eso es una orden?
—No —contestó Jericó mientras bostezaba por el cansancio—. Es una súplica.
—Pues necesitas practicar el tono, que lo sepas.
Él sonrió.
—Cierto.
Delfine se desnudó y se metió en la cama. Se acurrucó a la espalda de Jericó y lo abrazó. Jamás lo habían abrazado de esa manera. Y pese al cansancio, saboreó al máximo el consuelo de su amor.
—Jericó, estoy asustada —le dijo ella al oído— y no estoy acostumbrada a sentir miedo.
—No pasa nada. Yo tampoco estoy acostumbrado al amor ni a la confianza. —Le cogió una mano y le dio un beso en los nudillos, blancos y sin una sola cicatriz—. Seremos los ciegos que guían a otros ciegos.
Delfine le dio un apretón en la mano.
—Pero mientras estemos juntos…
—Nada nos afectará. Tú eres lo único que me importa, corazón, y sería capaz de atravesar los fuegos del infierno solo para acariciarte la cara.
—Pues yo atravesaría los fuegos del infierno para llevarte comida.
Jericó se echó a reír.
—Me alegro porque cuando me despierte voy a estar famélico.
—Te tendré algo preparado. ¿Qué te apetece?
Jericó rodó sobre el colchón para mirarla.
—Me apeteces tú, desnuda en la cama. Eres el único alimento que necesito.