14

Jericó se detuvo frente al enorme ventanal desde el que se admiraba una tranquila vista de la playa. Era un lugar precioso, y se preguntó cuántas veces habría estado Delfine en ese mismo sitio, incapaz de apreciar la belleza de lo que veía por culpa de lo que Zeus le había hecho.

Ya no tendría ese problema.

Madoc se acercó a él.

—¿Sabes una cosa? Llevo tanto tiempo fingiendo carecer de emociones que ya no sé cómo demostrarlas. Sigo queriendo aparentar estoicismo. Es raro, ¿verdad?

Jericó se encogió de hombros.

—Yo lo encuentro lógico. Cuando vives demasiado tiempo en una mentira, al final acaba convirtiéndose en verdad. —Aunque después de todos los siglos que había pasado fingiendo ser mudo, le costaba creer que hubiera tardado tan poco en volver a hablar con soltura.

Eso lo llevó a preguntarse si algún otro Óneiroi habría logrado desarmarlo de la misma forma que lo había hecho Delfine.

No. Nadie podría tener el mismo efecto sobre él. Era única, y sin ella habría pasado la eternidad perdido.

Madoc se acercó un poco más a él y bajó la voz para decirle:

—No quería comentar nada delante de los demás, pero Zeth y yo hemos estado hablando. Nos gustaría ofrecerte el puesto de tercer líder de los Óneiroi. Creemos que lo desempeñarías fenomenal.

Jericó frunció el ceño.

—No soy un Óneiroi.

—No, pero eres un guerrero con experiencia fuera del plano onírico. Necesitamos a alguien que nos enseñe tácticas nuevas para luchar contra los demonios.

Habría sido una existencia bonita. Pero su nueva realidad jamás le permitiría ese tipo de lujo.

—Sí, bueno, me encantaría, pero debo rechazar la oferta.

—¿Por qué?

Jericó miró de reojo hacia la puerta por la que había desaparecido Delfine.

—Tengo un compromiso previo y no puedo negarme. Lo siento. Pero se me ocurre otra persona que desempeñaría genial ese papel. Alguien capaz de mover montañas enteras solo con su enorme fuerza de voluntad.

Madoc sonrió como si lo entendiera perfectamente.

—¿Delfine?

Antes de que pudiera contestar, la puerta se abrió de repente y vio que Delfine luchaba contra tres mujeres idénticas. Las tres iban vestidas de negro y la atacaban con sus espadas mientras ella evitaba sus hojas, bloqueándolas con su báculo y devolviéndoles los ataques con una habilidad que la mayoría de los hombres no podría imitar.

Jericó reconoció a aquellas zorras asesinas al instante. En el pasado habían sido sus aliadas en los campos de batalla.

Las Fonos.

La ira lo consumió de repente. ¡Cómo se atrevían a atacarla! Sin pensar en lo que estaba haciendo, usó sus poderes para trasladarse y aparecer detrás de Delfine, con la intención de protegerla mientras luchaba. Sin embargo, en cuanto lo hizo las Fonos se esfumaron.

—¡Cobardes! —gritó—. ¿Qué, os asusta pelear con alguien que sabéis que os puede dar para el pelo? —Claro que esa era su estrategia, recordó. Nunca atacaban abiertamente. Se movían como los espectros: surgían de la oscuridad y volvían a ella.

Preocupado por Delfine, se volvió para mirarla. Tenía una herida grave en un lado del cuello, lo que avivó su furia todavía más.

—¿Qué te han hecho?

Delfine hizo una mueca de dolor mientras hacía desaparecer su báculo.

—Han intentado degollarme. Pero si cuento con mis poderes, soy capaz de defenderme.

«Menos mal», pensó Jericó, aunque seguía queriendo vengar el ataque.

Delfine siseó mientras se limpiaba la herida.

—De todas formas, duele.

Jericó miró a Madoc, que se había acercado a ellos.

—Madoc, ¿puedes curarla?

El Óneiroi no perdió el tiempo. Colocó una mano sobre la herida y la cerró de inmediato. Sin embargo, su mirada delataba la misma preocupación que la de Jericó.

—¿Quién crees que las ha enviado?

Delfine se pasó una mano por el cuello y por la ropa, para quitarse la sangre.

—¿Por qué las han enviado?

Jericó la miró de forma penetrante.

—¿A quién has cabreado?

—A ti y a Noir. Con el resto de la gente tengo la costumbre de quedarme en un segundo plano para evitar este tipo de situaciones.

—Pues no sé, pero es evidente que has cabreado a alguien con recursos. —Las Fonos solo servían a un número reducido de dioses. Y Jericó estaba decidido a descubrir quién había sido el responsable del ataque.

Jericó invocó a Jared, y el sefirot apareció al instante, limpiándose con un nudillo el hilillo de sangre que le corría por una de las comisuras de los labios. No dijo si era suya o de otra persona.

—¿Necesitas algo? —le preguntó el sefirot.

Jericó asintió con la cabeza.

—Aunque extraigo mis poderes directamente de la Fuente, sé que tu vínculo es mayor que el mío. Necesito que indagues y me digas quién les ha ordenado a las Fonos que ataquen a Delfine.

—¿Esa información te ayudará?

Jericó miró a Delfine.

—Desde luego.

Jared extendió los brazos hacia delante y colocó las manos como si estuviera conectando con algo que nadie más podía ver ni escuchar. Sus ojos se volvieron negros y después rojos. Hasta las pupilas. De repente, su piel perdió todo el color, de forma que parecía un cadáver. Se le dilataron las venas de las sienes mientras susurraba usando la lengua de los dioses más antiguos.

Y en un momento dado su voz se transformó en la de la Fuente. Ni masculina, ni femenina, era un susurro muy delicado en una lengua que todos entendían.

—Nos has despertado de nuestro letargo. Dinos qué buscas.

Jericó cruzó los brazos por delante del pecho.

—El nombre del dios que controla a las Fonos.

—Ya sabes la respuesta, querido Cratos. No hacía falta que nos molestaras con algo tan trivial.

—Tengo mis sospechas, pero necesito confirmarlas.

—Zeus. —El nombre reverberó en la estancia.

Jericó gruñó, acicateado por la furia.

—¿Por qué?

Una solitaria lágrima roja resbaló por la blanca mejilla de Jared.

—Ella es la única capaz de destruirlo. Engendrada por un mortal y nacida del vientre de una diosa. Por eso te encomendó la tarea de matarla hace tantos siglos. Por eso luchó tanto su madre para protegerla.

Delfine se quedó helada mientras trataba comprender las palabras de la Fuente.

—Mi madre era humana.

—No —susurró la Fuente—. Madoc estaba presente la noche que fueron a por ti. Luchó al lado de tu madre.

—Luché con Leta, pero Jericó no estaba presente —señaló Madoc.

—Ya te habían apresado cuando Jericó apareció con Algos en la pequeña cabaña. Aunque no lo viste, estaba allí, y salvó la vida de la niña que precisamente Zeus ansiaba matar.

—Pero no… —Madoc guardó silencio un instante—. No, Zeus nos castigó por un sueño.

—En aquel entonces supiste la verdad igual que la sabes ahora. Ningún Óneiroi fue acusado ni castigado por ser el culpable de haber provocado el sueño de Zeus. En aquel entonces sospechaste de él, pero jamás te atreviste a compartir tus sospechas por temor a lo que pudieran hacerte. Si algún Óneiroi lo hubiera humillado, Zeus habría identificado al culpable y lo habría castigado de modo ejemplar como advertencia para todos los demás.

Madoc soltó un taco.

—Tiene razón. Siempre me he preguntado por qué Zeus no señaló al responsable. Por qué se nos prohibió emparejarnos de nuevo…

Jared miró a Delfine.

—El poder de una profecía reside en aquellos que la creen. Ahora que sabes la verdad, solo tú puedes llevarla a cabo. —Jared siseó mientras sus ojos y su piel recuperaban la normalidad.

Había interrumpido el vínculo con la Fuente.

Delfine seguía sin moverse mientras trataba de asimilarlo todo.

—¿Mi madre no era mi madre? —Miró a Madoc—. ¿Por qué no me lo has dicho nunca?

—No lo sabía. Me refiero a que sí, es cierto que te parecías a Leta, pero ni en mis sueños más descabellados me habría imaginado que eras su hija, supuestamente muerta. Menos mal que nunca le he hablado de ti a Zeus.

Desde luego, pensó ella. Y menos mal que siempre había evitado a los demás. Si alguien hubiera sospechado…

De repente, se preguntó por la mujer que la había alumbrado. La mujer a la que nunca había conocido.

—¿Mi madre sigue viva?

—Sí. Vive en el plano humano con su marido.

Delfine soltó un grito, una mezcla de felicidad y tristeza, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. Su madre estaba viva.

Se volvió para mirar a Jericó.

No estaba.

—¿Jericó? —Frunció el ceño y echó un vistazo por la estancia, pero no lo vio por ningún lado.

Madoc también pareció extrañarse por su desaparición.

—Estaba aquí mismo.

Ambos pensaron lo mismo al mismo tiempo.

—Zeus.

Jericó iba a enfrentarse al dios padre…