12

Zeus lo fulminó con la mirada al tiempo que se detenía delante de él y se ataba con fuerza el cinturón de la túnica.

—Estás loco.

Por raro que pareciera Jericó estaba muy sereno, tanto que ni reaccionó a la provocación. Sí, muy raro. En circunstancias normales semejante comentario habría hecho que se lanzara al cuello de Zeus.

Tal vez Delfine le estaba contagiando ciertas actitudes, porque habría jurado que oyó que ella le decía que se tranquilizara.

—No —replicó con gran serenidad—. La única locura sería que no me hicieras caso. Los skoti y los Óneiroi necesitan sus emociones para combatir a Noir.

Zeus meneó la cabeza.

—Se revolverán contra nosotros. Hazme caso.

¿De verdad podía un dios ser tan imbécil? ¿Era ciego o qué?

—Por si no te has dado cuenta, ya lo han hecho. Y están diezmando tu panteón poco a poco. Los Óneiroi y los Dolofoni han quedado reducidos a una simple pesadilla… y perdona por el chiste fácil. —Cruzó los brazos por delante del pecho con gesto seguro—. Si les devuelves sus emociones, su lealtad hacia el panteón puede que se imponga a la lujuria y a la ambición que los controlan ahora mismo. Además, Noir se quedará sin moneda de cambio. El único aliciente por el que luchan por él es para recuperar las emociones que les arrebataste. Devolvérselas es tu única esperanza.

Zeus hizo una mueca.

—¿Cómo lo sabes?

—Sigues vivo, ¿no? Aunque llevo soñando con matarte durante siglos. Aunque te odio con toda mi alma. Sigues vivo por la lealtad que le profeso a Grecia. Y por el odio que ha provocado Noir al intentar utilizarme. Eso es lo que necesitamos inspirarles.

Zeus resopló.

—No son motivos para que les perdone la vida.

—Pues dime qué lo lograría.

Zeus entrecerró los ojos mientras meditaba la cuestión. Jericó casi podía escuchar los engranajes en la mente del dios.

—¿Qué me ofreces exactamente?

«No lo hagas, imbécil. Dile que le ofreces su vida.»

Sin embargo, sabía que con amenazas no conseguiría lo que quería. Zeus era el único que podía revocar la maldición. No era el momento ni el lugar para demostrar arrogancia o intransigencia.

Lo necesitaban.

«Hazlo por el futuro de Delfine…»

Era su libertad lo que exigía. Su vida. De alguna manera eso le facilitó la decisión.

—Lo que haga falta para acabar con la maldición que jamás debiste lanzar.

Zeus ladeó la cabeza como si hubiera leído sus pensamientos. Sus ojos oscuros adoptaron una expresión amenazadora.

—Es por la Óneiroi que mandé a por ti, ¿verdad? Los demás te dan igual. Lo que te interesa es que ella sea libre. —Soltó una carcajada desdeñosa—. ¡Joder! El poderoso Cratos ha caído por una vulgar diosa onírica. Mandar a esa perita en dulce funcionó, ya lo creo.

—No hables así de ella —masculló Jericó. Le costó la misma vida no atacarlo. Delfine no era un objeto, y se cortaría una mano antes de dejar que Zeus la redujera a tal cosa.

Zeus volvió a reírse, provocándole deseos de borrar la arrogancia de su cara con un puñetazo.

—Crees que si recupera sus emociones, podrá quererte, ¿verdad? Podrá preocuparse por ti. Niké me dijo que sería la única debilidad a la que no podrías negarte. Y estaba en lo cierto. No hay nada como una cara bonita para debilitar a un hombre, sobre todo si es una cara bonita que lleva tanto tiempo como tú sin catar el sexo.

Tal vez fuera lo último que Zeus debería haberle recordado, porque en ese preciso momento su control pendía de un hilo finísimo.

—No la metas en esto.

Por suerte el dios sabía cuándo parar.

—Vale. Me has pedido un favor y te lo concederé con una condición.

—¿Cuál?

—En cuanto hayamos contenido a los skoti, serás mi fiel esclavo durante el resto de la eternidad.

—Vete a la mierda. —La respuesta se le escapó de los labios antes de poder refrenarla. ¿Se le había ido la pinza a ese cabrón o qué? ¿De verdad pensaba que iba a cometer la misma imbecilidad una segunda vez?

Zeus se encogió de hombros como si el destino de su panteón no pendiera de su decisión.

—Pues no hay trato. Espero que tu Óneiroi sea mejor luchadora que los demás. De lo contrario…

Jericó se quedó helado por aquella indiferencia.

—¿Eres idiota? Si Noir consigue hacerse fuerte con esos gallu guiados por los skoti, estás muerto. Todos estaremos muertos.

—Mis sueños están protegidos… una precaución que tomé hace mucho tiempo. Solo temo a Noir, y contigo fuera de juego, tendrá un arma menos. —Hizo una mueca—. Sí, quieres vengarte de mí y luchar a su lado, pero no lo harás. Ya no. No después de haber visto a tu preciosa Delfine. No serás capaz de hacerle daño, ¿verdad?

—Cierra la boca.

—¿Por qué? ¿La verdad ofende?

Con un rugido furioso, Jericó extendió sus alas y agarró a Zeus del cuello.

El dios ni siquiera rechistó cuando Jericó lo estampó contra la pared.

—Vamos, mátame —lo provocó—. Libera mis poderes para que vuelvan a la Fuente. Pero si no puedes controlarlos, y los dos sabemos que no puedes, irán a parar a Noir y será más poderoso todavía. O peor, desintegrarán el universo y matarán a todos los seres vivos. ¿Eso es lo que quieres?

Jericó lo apretó con más fuerza, deseando matar al muy cabrón. Quería bañarse con su sangre y comerse sus entrañas…

—Te odio.

—Ódiame todo lo que quieras. En el fondo es decisión tuya. Puedes ayudarlos al acceder a mis exigencias o negarte a ellas y verlos caer en manos de Noir y Azura. ¿Qué eliges?

Jericó meneó la cabeza en un intento por comprender el razonamiento y el egoísmo de Zeus.

—¿Cómo es posible que no te importe lo que les pase?

—No carezco de compasión por completo, pero nunca me ha asustado hacer lo que es necesario. Jamás. Maté a mi propio padre para regir este panteón. ¿De verdad crees, aunque sea por un instante, que dudaría en matar al resto del panteón para proteger mi posición como regente?

Jericó apretó con más fuerza su garganta mientras se lo imaginaba muerto a sus pies. Pero en el fondo sabía que Zeus estaba en lo cierto. Su corazón humano no podría absorber esos poderes. Morirían los dos y Noir conseguiría más poder.

O acabarían destruyéndolos a todos.

—¿Qué decides, Cratos?

Delfine se quedó petrificada cuando algo muy doloroso se rompió en su interior. Era como si se le hubiera reventado el corazón y el fuego corriera por sus venas. Gritó y cayó de rodillas, aferrándose el pecho. Cada respiración era una tortura. Al igual que cada latido.

¿Qué narices le pasaba?

Aterrada por la idea de que fuera otro ataque de Noir y de su ejército, miró a su alrededor y vio que los otros Óneiroi y skoti también se retorcían de dolor. Ninguno de los Dolofoni parecía afectado.

—¿Qué pasa? —le preguntó a M’Adoc.

El susodicho jadeaba y gemía.

—Lo ha conseguido. Nuestras emociones se están liberando.

¿Sería verdad…?

Cuando el dolor desapareció y sus emociones la asaltaron, se dio cuenta de lo vacía que había estado hasta el momento. A su alrededor todo era más vibrante y definido. Cada sonido, cada sabor… La luz era cegadora. Las emociones la recorrían. Odio. Amor. Compasión. Miedo. Tristeza. Felicidad. Lloraba y reía a la vez. Se encogía de miedo y quería dar saltos de alegría al mismo tiempo.

—Respira —le dijo M’Adoc al oído—. Deja que la sensación se calme.

Lo intentó con todas sus fuerzas, pero era muy difícil. Y Azura afirmaba que los había desbloqueado… lo que sintió en aquel momento no era nada comparado a eso. La diosa debía de haber desbloqueado únicamente la parte humana, porque lo que sentía en ese momento era muchísimo más fuerte.

—¿Cómo soportan los humanos sus emociones?

—Algunos las llevan mejor que otros, y están más acostumbrados porque las tienen desde su nacimiento. Tú también te acostumbrarás… con el tiempo.

M’Adoc parecía haberse recuperado.

Ella no tanto. Todo era demasiado intenso.

Hasta que apareció Jericó. Los Óneiroi y los skoti lo recibieron con vítores. Pero Jericó no les prestó atención. Tenía la mirada clavada en ella mientras se acercaba.

Las lágrimas le nublaron la vista cuando Jericó la abrazó.

—Gracias —susurró.

Jericó inclinó la cabeza y usó sus poderes para trasladarse con ella a su dormitorio.

Una vez allí, Delfine le colocó una mano en la cara, dejando el pulgar sobre el parche que había vuelto a ponerse. La alegría y el amor que sentía por él eran increíbles. Jamás había experimentado nada igual.

—¿Cómo lo has convencido?

—No te preocupes por eso, no tiene importancia.

Claro que la tenía. Jericó no sabía lo mucho que significaba para ella comprender por fin esa parte de su ser que había estado bloqueada. Con razón los Óneiroi se habían convertido en skoti. La sensación era adictiva e intoxicante. Quería experimentarlo todo. Experimentar las emociones en toda su intensidad.

—Eres increíble, mi Jericó.

Jericó se quedó helado al escuchar aquellas palabras, que se le clavaron en el corazón.

—¿Qué has dicho?

—Que eres increíble.

—No, ¿qué me has llamado?

Delfine lo miró con una sonrisa.

—Mi Jericó.

Qué raro que la idea de pertenecer a Zeus lo asqueara y lo cabreara de un modo indescriptible. Pero pertenecerle a ella…

Sería maravilloso.

Cerró los ojos y la besó con ardor, porque necesitaba sentirla entre sus brazos. Por ella había renunciado a la libertad en dos ocasiones. Pero al menos ya conocía la verdad indiscutible.

Por ella merecía la pena.

Noir se tensó al sentir la poderosa onda que recorrió sus dominios. Apestaba a olímpica. Sobre todo apestaba a Zeus.

¿Qué estaría tramando aquel cabrón?

En cuanto miró al skoti que tenía al lado, lo supo. Zeus los había liberado a todos. Sus emociones estaban regresando.

Se oyó un grito exultante mientras se abrazaban como hermanos separados durante mucho tiempo.

Azura apareció a su lado.

—¿Qué está pasando?

Noir hizo una mueca.

—Los olímpicos. Están probando otra táctica. —Se apartó de su hermana y se acercó a sus demonios, que contemplaban desconcertados los acontecimientos—. ¡Gallu! Convertid a todos los olímpicos que encontréis. ¡Ya!

Los gallu atacaron, pero los skoti, por fin dueños de sí mismos por completo, repelieron el ataque con una habilidad inusitada. Las drogas que habían usado para entumecerlos se habían desvanecido en cuanto recuperaron sus emociones.

Azura lo miró con miedo en los ojos.

—Esto no pinta bien.

—No te dejes llevar por el pánico. Es un retroceso temporal, nada que no podamos superar. —Noir utilizó sus poderes para sellar su reino. Aunque no podía impedir a los skoti que se marcharan, sí podía evitarles la entrada a los demás.

De momento eso impediría que los atacaran hasta que encontrase el modo de contrarrestar ese giro de los acontecimientos. Jericó era muy ingenioso, tenía que reconocerlo. Pero no podía medirse con él. Porque Noir sabía cómo motivar a los demás.

Y como contaba con Kessar y sus gallu…

Iba a ganar aquella guerra, sin importarle a quien tuviera que matar.

—Así que la profecía es cierta.

Ataviado con unos chinos azul oscuro y un polo del mismo color, Zeus se volvió al oír la voz de Hera. Había pensado regresar al templo donde los otros dioses estarían cenando a esas horas, pero al oír a la diosa se quedó petrificado.

—¿Qué haces aquí, Hera?

Su esposa se materializó junto a la puerta que comunicaba el dormitorio de Zeus con el pasillo principal. Alta y de pelo castaño, era una de las diosas más guapas del panteón. Y aunque le había puesto los cuernos de vez en cuando, Zeus sabía que no tenía igual. Ciertamente era exquisita y osada.

Su compañera perfecta.

—Solo quería comentarte lo mucho que me sorprende que hayas aceptado sin más una profecía contra la que luchaste con tanto empeño.

—No sé a qué te refieres.

—Vamos, cariño. Sabes muy bien a qué me refiero. Me refiero a la profecía contra la que has luchado desde que les arrebataste las emociones a todos los Óneiroi. Los dos sabemos que lo del sueño fue un cuento. Ningún Óneiroi jugó con tus sueños. No se habrían atrevido, por mucho que los provocaras. Fueron las palabras de Tiresias las que te impulsaron a matarlos y a esclavizarlos.

Zeus la fulminó con la mirada, furioso. ¿Cómo se atrevía a hablar de ese tema? Era algo que había enterrado hacía muchísimo tiempo. Algo de lo que se había ocupado siglos atrás. Había evitado la profecía y el mundo estaba como debía estar.

Sin embargo, Hera continuó, lo que aumentó su ira:

—El quinto día de mayo una niña nacida de un hombre y de una diosa celestial invocará a los grandiosos titanes y acabará con el poderoso Zeus. En sus manos giran las ruedas de las Moiras, y el gran Kosmetas de los olímpicos desaparecerá. Porque ella conseguirá el poder arcano y caminará en el mundo de los hombres y también en el de los sueños. Su amor y su compasión serán el fin del orden olímpico, y un titán volverá a gobernarlos a todos. —Era la maldición que su padre le había lanzado después de que Zeus lo castrara.

«Acabarás destronado, y yo reiré al verte caer…»

La ira de Zeus explotó.

—¡Ya basta! —rugió, dispuesto a lanzarle una descarga astral.

Hera siguió sin inmutarse:

—Sabes que es verdad. El mismo día que Tiresias te habló del bebé Óneiroi que había nacido, el que te destronaría llegado el día, ordenaste que las Erinias y los demás los persiguieran a todos aduciendo que te habían asaltado mientras dormías. Fuiste muy claro al exigir que las niñas mestizas, las que podrían cumplir la profecía de suplantarnos, murieran de forma brutal. ¿Qué dijiste? Ah, sí, ya recuerdo. Que no quedara ninguna con vida. De modo que los Dolofoni y los demás tiñeron de rojo la tierra con la sangre de esas niñas. Nadie se atrevió a cuestionar al gran Zeus, cuya palabra es ley. Pero los dos sabemos la verdad. No les quitaste sus emociones ni mataste a sus hijas por un sueño que nunca ocurrió. Lo que buscabas era conservar tu posición como regente de los dioses.

Zeus la miró con desdén.

—No recuerdo que defendieras a esas niñas.

—¿Cómo iba a detenerte? Eras un dios enfurecido, y yo no era tan tonta para interponerme en tu camino. Solo Cratos lo hizo. Por cierto, esa niña a la que ordenaste matar… ¿sabes que sobrevivió?

Zeus se quedó pasmado al escuchar la pregunta.

—¡Cómo! Es imposible. Algos me juró que había matado al bebé. Que torturó a Leta contándole cómo había matado a su hija. Cómo había disfrutado descuartizándola.

—Algos quería causarle dolor y sí, mató a un bebé. Pero no era el de Leta. Su bebé sobrevivió.

En ese momento Zeus deseó matar a su mujer.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Cómo has podido guardar el secreto?

—No lo he sabido hasta hace un momento.

—¿Qué quieres decir?

—El demonio que ha venido con ellos, Asmodeo. Estaba manteniendo una agradable charla con él sobre los planes de Noir y su futuro entre nosotros los olímpicos, y me dijo que había escuchado a Jaden decirle a Cratos que Delfine es la hija de Leta y de su marido humano. Es el bebé al que Cratos debía matar. El bebé a quien se negó a hacer daño.

«No…»

Zeus se tambaleó hacia atrás cuando comprendió lo que significaba aquello. ¿Cómo era posible que se le hubiera escapado algo así?

Porque la profecía no se debía evitar.

«Soy el rey de los dioses…»

Nadie era más poderoso que él. Ni siquiera las zorras de las Moiras. No iba a perder el trono por una abominación con sangre humana.

Era Zeus. El rey de todos los dioses olímpicos, y el poder que ostentaba le pertenecía por completo.

Sin embargo, su furia se avivó al percatarse de que había sido él quien había unido sin saberlo a Delfine y a Cratos. Había sembrado las semillas de su propia destrucción.

Por culpa de Niké. Esa zorra pagaría por el papel que había jugado. Si él sobrevivía.

«Todavía hay tiempo.»

Sí, todavía podía detenerlos a todos. Cratos tenía un corazón humano y le había prometido ser su esclavo. Niké ya estaba en manos de Noir. La dejaría allí para que muriera.

Y en cuanto a Delfine…

Miró a Hera a los ojos.

—Hay que matarlos a los dos.

—Sí.

Zeus enarcó una ceja al escucharla, sorprendido por su apoyo. En circunstancias normales, Hera discutía sus decisiones.

—¿Estás de acuerdo conmigo?

—La verdad es que no quiero que me sustituya una bastarda medio humana. Somos los amos del Olimpo, y por la Fuente y todo su poder seguiremos siéndolo. Cueste lo que cueste.

Zeus esbozó una lenta sonrisa. Era genial que su esposa se pusiera de su parte por una vez.

—Pues llama a las Fonos. —Las Matanzas eran tres diosas trillizas que se alimentaban matando. Atacaban sin conciencia ni compasión. Y lo mejor de todo era que sabían cómo matar a un dios sin destruir el universo. Soltó una carcajada al pensar en liberar la destrucción que suponían—. Tengo una nueva víctima para ellas.