—Ponte detrás de mí.
Kateri se quedó boquiabierta cuando Ren se colocó entre ella y lo que fuera que se estaba acercando.
—Ren…
—Yo soy inmortal y acabo de conseguir que resucites. Tú eres muchísimo más importante que yo. Ahora obedece… por favor.
Esas palabras la cabrearon… hasta que escuchó el «por favor» del final. Eso, junto con la preocupación que sentía Ren por ella y que detectó en su voz, le restó severidad a la seca orden. E hizo que se diera cuenta de lo que estaba diciendo en realidad.
Ren, que nunca lloraba, había llorado por ella.
—Como quieras, cariño —repuso con una sonrisa—. Pero como te hagan daño, voy a darles una tunda que va a parecer que un tanque les ha pasado por encima. ¿Lo pillas? Grábatelo bien.
Sasha se volvió para mirarla con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.
—Hablo una docena de idiomas y cientos de dialectos, pero te juro que no me he enterado de nada de lo que has dicho. ¿Soy el único que está perdido?
Sundown amartilló el arma.
—Él ha dicho que la quiere. Y ella ha dicho: «Yo también te quiero». Ahora cierra el pico.
Sasha se quedó callado mientras movía el dedo a un lado y a otro, como si repitiera en su cabeza las palabras. Al cabo de un segundo, se volvió hacia Jess.
—¿Cómo coño te has enterado de eso?
Urian fulminó a Sasha con la mirada.
—El tío entiende el lenguaje del amor, ahora cierra el pico.
—El lenguaje del amor, y una leche —masculló él antes de convertirse en lobo e internarse en el bosque en busca de lo que fuera que se acercaba.
Cabeza sacó una extraña arma de forma triangular que Kateri no había visto en la vida.
—Si mato a Sasha por error, ¿creéis que alguien me lo tendría en cuenta?
—Por desgracia, sí. —Sundown suspiró—. Zarek te despedazaría si lo haces.
—¿El psicópata? ¿Ese Zarek?
—Ese mismo.
Cabeza le dio una palmadita a Ren en la espalda.
—En ese caso, si cedo a mis impulsos, te echaré a ti la culpa, amigo mío.
Ren lo miró con sorna.
—Gracias.
—De nada.
De repente y al mismo tiempo que recordaba que Ren era mortal mientras tuviera los ojos azules, el bosque que los rodeaba los atacó. Literalmente. Los árboles. La vegetación. Los demonios.
Ren bajó el arco y se dispuso a protegerla.
—¿Cabeza? ¡Huitzauhqui, por favor!
Este hizo aparecer un arma que parecía un remo enorme con el extremo serrado y se la tendió a Ren. Más afilada que un machete, cortaba todo lo que tocaba. Él la obligó a mantenerse pegada a una pared de roca, de modo que nada pudiera atacarla por la espalda.
Kateri empezó a disparar hacia todo lo que se le ponía a tiro. Sundown hacía lo propio con su arma mientras que Urian luchaba a espada y Cabeza lo hacía con una maza con una forma distinta a la de Ren.
En ese momento aparecieron más demonios que salieron del suelo para atacar, y Ren soltó un taco. Le había mentido a Kateri. Aún no tenía sus poderes, de modo que era tan mortal como ella. Pero al menos los demás le habían seguido el rollo.
Lo peor de todo era que no podía rellenarle el carcaj a Kateri ni lanzarles descargas a los demonios.
¿O sí?
Miró a Sundown, que aún no había recargado. Eso quería decir que Jess podía crear la munición.
Cerró los ojos y exigió otro carcaj. Apareció de inmediato en sus manos. ¡Alabados fueran los dioses!
Se volvió y se lo ofreció a Kateri antes de hacer aparecer bolas de fuego que les lanzó a sus atacantes. Los demonios gritaron cuando el fuego los alcanzó, obligándolos a retroceder.
¡Qué imagen más bonita!
Kateri titubeó a la hora de disparar cuando vio que Ren soltaba su arma, echaba la cabeza hacia atrás y extendía los brazos. Acto seguido, arqueó la espalda y empezó a entonar un cántico entre dientes en una lengua que ella no había oído antes.
En un abrir y cerrar de ojos, estaba cubierto por una armadura muy estilizada y diferente a cualquier otra que ella hubiera visto. Era de un intenso color púrpura, ribeteada de oro y lo cubría del cuello a los pies. En las manos llevaba unos guanteletes de acero con forma de garra, que se curvaban sobre cada dedo a modo de protección y de arma.
Llevaba la parte delantera del pelo recogida con plumas de águila en la coronilla.
Un segundo después una armadura parecida la cubría a ella. Se estremeció al sentirla. En vez de resultarle pesada, era tan ligera como el aire. Y además parecía respirar.
«Es demoníaca».
Conjurada gracias a los poderes que había heredado sin saberlo al mamar del pecho del demonio cuervo. Alucinada, comenzó a disparar flechas una vez más, pero descubrió que él la había envuelto en una especie de campo de fuerza, de modo que sus flechas acababan golpeando dicho campo y caían al suelo tras volar unos metros.
Una vez que la tuvo a salvo, Ren bajó la cabeza y adoptó su pose de guerrero, esa pose que le provocaba escalofríos, y atacó a los demonios con una habilidad que resultaba aterradora.
Esa era la criatura que había luchado contra su padre día y noche durante un año entero. Tres demonios lo atacaron a la vez. Ren le clavó a uno sus garras bajo la barbilla. Con un grito, el demonio se apartó tambaleándose mientras otro intentaba ensartarlo con una espada corta.
Ren atrapó la hoja entre las manos, desarmó al demonio y a continuación le clavó su propia espada en el estómago. El tercer demonio salió corriendo, pero Ren no le permitió escapar: le lanzó una descarga a la espalda.
Sundown bajó el arma al tiempo que Urian se colocaba a su lado.
—Ahora mismo me siento muy inútil. ¿Qué me dices, vaquero?
—Que se los va a merendar él solito.
Se volvieron para mirar a Kateri.
—¿Sabías esto? —le preguntó Urian.
—Más o menos, pero impresiona más verlo en vivo.
Porque impresionaba.
Hasta que tuvo un mal presentimiento. «Es el Pájaro de Trueno…».
No sabía de dónde había salido ese pensamiento, pero lo vio como el destructor de la leyenda. Aunque los Pájaros de Trueno podían ser protectores, también eran conocidos por liberar su ira contra el mundo y destrozarlo. Destruían a todo aquel que se cruzaba en su camino, lo destruían todo a su paso. Por esa razón su padre había colocado un Pájaro de Trueno en el collar de Ren que lo designaba como Guardián.
Cabeza regresó junto a ellos.
—Estamos en peligro.
Jess lo miró con expresión incrédula.
—¿En serio?
—El capullo que está luchando con Ren es Chamer. Es el marido de Ixtab. La diosa del suicidio.
Kateri echó a andar, pero no pudo llegar muy lejos, ya que el escudo de fuerza se lo impedía.
—Tenemos que ayudarlo.
—Ayudar ¿a quién? —preguntó Urian—. A mí me parece que Ren va ganando.
Y si estuviera luchando contra un demonio cualquiera, ella lo habría creído. Pero se trataba de un dios.
«Va a morir…», pensó. Lo presentía con todo su ser.
Ren se tambaleó hacia atrás cuando Chamer le dio una fuerte patada en el pecho. Lo que el dios no sabía era que no le había dolido. Lo más maravilloso de esa clase de armadura era que se recargaba gracias al odio y a la malicia. Cuanto más quisiera herirlo el dios, más fuerte se volvía Ren gracias a la armadura. Y más se debilitaba el dios.
—¡Nunca saldréis de aquí! —rugió Chamer—. Ahora nos pertenecéis.
Ren soltó una carcajada.
—¿Sabes lo que pasa cuando matas a un dios? Que absorbes todos sus poderes.
Chamer volvió a atacarlo.
Ren le devolvió golpe por golpe sin titubear.
El dios intentó matarlo con una descarga.
Ren enarcó una ceja.
—¿Ya has acabado?
—Deberías estar despedazado. No lo entiendo.
Ren lo agarró del cuello.
—Pues deja que te explique las reglas. Ambos nos alimentamos de los poderes demoníacos. Y dado que los tuyos son demoníacos también, me hacen cada vez más fuerte. Así que haz venir a todos los dioses. Así podré beber de sus poderes hasta emborracharme. —Soltó una carcajada diabólica, tras lo cual le clavó los colmillos en el cuello y bebió de su sangre.
Kateri se quedó helada al verlo.
—¿Se supone que debe hacer eso?
—No —le contestaron los otros.
Cabeza los miró.
—Creo que alguien debería acercarse para pararlo.
Urian le dio unas palmaditas en la espalda.
—Por supuesto. Venga, ya estás tardando.
Sundown le dio el arma a Kateri.
—¿Qué haces? —preguntó Urian.
—No quiero que Ren me dispare con mi propia arma. Si se me tira al cuello, espero que alguno de vosotros tenga los huevos de quitármelo de encima. —Echó a andar hacia Ren.
Al verlo acercarse, Ren levantó la cabeza y se lamió los labios manchados de sangre. Sus ojos relucían con un rojo aterrador.
—Vamos, Ren, suelta a ese tío, es un dios un pelín desagradable.
—Soy Makah’Alay. Y deberías temerme.
—No se me da muy bien, la verdad. Lo intenté una vez y… en fin, no va conmigo. Me provocó un ardor de estómago espantoso que me duró unos cuantos días y no me apetece repetir la experiencia. Vamos, suelta al dios malo antes de que nos veamos obligados a hacer algo de lo que después nos arrepintamos.
Ren echó la cabeza de Chamer hacia atrás, dejando bien visible la herida de su cuello. La olisqueó como si el olor de la sangre fuera el manjar más sabroso del mundo.
—¿Por qué no te vas? Yo creo que voy a quedarme aquí. Me gusta este sitio.
Chamer invocó a Ixtab.
La diosa, que tenía una larga melena oscura y la piel del color del caramelo, apareció de la nada y se quedó helada al ver a su marido herido.
—Sácalos de aquí, Ixtab. ¡O nos destruirán a todos!
Ella levantó un brazo, pero Sundown la detuvo.
—Nos falta un hombre y no vamos a irnos sin él.
La diosa torció el gesto.
—¿El lobo? Llevaos a esa bestia. Tampoco lo queremos aquí.
En un abrir y cerrar de ojos pasaron de encontrarse en el bosque a estar en la casa destrozada de Ren.
Incluso Sasha, que seguía en forma de lobo y que sangraba profusamente.
—Lo llevaré al Santuario —dijo Cabeza, que se apresuró a cogerlo en brazos antes de desaparecer.
Sundown recuperó el arma que seguía en manos de Kateri.
—Puede que vaya a necesitarla, después de todo.
Urian lo detuvo.
—Que sepas que usar un arma de fuego contra un demonio es una malísima idea. No lo matará, pero lo cabreará muchísimo.
—Sí, pero hará que yo me sienta mejor. —Sundown hizo ademán de pasar junto a Urian, pero Kateri se le adelantó.
Se acercó a Ren y le tomó la cara entre las manos.
—¿Cariño? ¿Qué pasa?
Él escuchó las palabras, pero era incapaz de comprenderlas. De la misma manera que no comprendía por qué lo tocaba esa desconocida. Su furia se acrecentó.
Hasta que captó su olor.
Kateri. En su mente la vio mientras le hacía el amor. Le colocó una mano en el corazón para poder sentir el latido bajo la palma.
—¿Ren?
«Ayúdame, Kateri».
Quería regresar a ella, pero se sentía muy perdido.
Ella lo abrazó con fuerza.
—No pasa nada, corazón. Ya estamos en casa. Estás a salvo.
A salvo. Nunca había comprendido esa palabra.
Sin embargo, mientras ella lo abrazaba y lo acunaba, se vio asaltado por unas emociones y unos anhelos desconocidos que pugnaban en su interior. Uno de ellos era morderla para saborear su sangre.
Mientras que otro lo instaba a protegerla. A asegurarse de que nadie le hacía daño.
—Mírame, Ren.
Lo hizo. Clavó la mirada en unos ojos rebosantes de…
Lo besó. En cuanto sus labios se rozaron, la recordó con el arco en las manos, negándose a agacharse.
«Como quieras, cariño. Pero como te hagan daño, voy a darles una tunda que va a parecer que un tanque les ha pasado por encima. ¿Lo pillas? Grábatelo bien».
Con ese recuerdo consiguió encontrarse. «¿Esto es lo que se siente cuando te quieren?», se preguntó.
La mano de Kateri jugueteaba con el pelo de su nuca mientras su lengua lo hacía con la suya. Cuando ella se apartó, le daba tantas vueltas la cabeza que por un momento temió desmayarse.
Kateri suspiró aliviada al ver que los ojos de Ren recuperaban el color azul. Aunque aún tenía motitas rojas, parecía ser de nuevo el Ren con quien había hecho el amor.
—¿Estás mejor?
—Si digo que no, ¿me volverás a besar?
Se echó a reír al escucharlo.
—Te besaría de cualquier manera. —Dejó de reírse cuando miró hacia abajo y vio el colgante con la lágrima roja que llevaba al cuello. Solo lo había visto con ella en la visión en la que luchaba con su padre—. ¿De dónde ha salido esto?
Ren bajó la vista para averiguar a qué se refería. Se quedó sin aliento al ver el cristal que contenía la sangre de la Zahorí del Viento. La sangre que habían utilizado para vincularlo al Espíritu del Oso.
En su mente, escuchó cómo esa zorra lo maldecía, pero por fin lo comprendía todo. Cuando el Guardián lo liberó de las garras del Espíritu del Oso, la Zahorí del Viento se vio obligada a regresar a su servicio. Ella solo se liberó aquella primera vez porque le entregó a Ren, y su libertad dependía de la esclavitud de este.
Con razón lo odiaba tanto.
No obstante, no podía decírselo a Kateri, y agradecía que ella no pudiera adivinar que ese objeto lo marcaba como el esclavo del Espíritu del Oso.
—No es nada.
Kateri sabía que estaba mintiendo. Pero desconocía el motivo. Aunque decidió confiar en él. Tal vez tenía una buena razón para mentir. Sin embargo, sería mejor que no lo convirtiera en una costumbre. Odiaba a los mentirosos por encima de todo, pero no era tan ingenua como para no reconocer que a veces las mentiras tenían su utilidad. Como cuando le decía a Sunshine de pequeña que sus dibujos eran bonitos aunque en realidad creía que eran espantosos.
«Te está ocultando algo».
Y era algo malo. No podía desterrar el mal presentimiento por mucho que lo intentara. Y lo peor era que no podía librarse de las imágenes de Ren convertido en un asesino sanguinario.
En ellas, Ren destruía el mundo entero. Y no podía hacer nada para detenerlo.