14

Ren se mesaba el pelo mientras contemplaba con lágrimas en los ojos cómo Jess intentaba resucitar a Kateri, que yacía tirada a sus pies. Sin embargo, ella no respondía.

Estaba muerta…

¿Cómo era posible?

La respuesta le daba igual. No le importaba en absoluto. La realidad era que se había marchado, y el dolor de su pérdida lo golpeó con tanta fuerza que le flaquearon las rodillas. No podía respirar ni concentrarse. Nada le había dolido tanto como eso. Nada. Tenía la sensación de que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Como si el suelo sobre el que estaba se lo hubiera tragado entero.

Kateri acababa de entrar en su vida, lo había puesto todo patas arriba, había logrado que volviera a sentir y se había ido.

¿Por qué? ¿Por qué le habían hecho los dioses algo así?

Había estado en lo cierto desde el principio. Hasta ese momento había sobrevivido sin tener lazos con nadie. Sí, no había sido la alegría de la huerta, pero tampoco era un desgraciado. Las emociones desvaídas le valían.

Al menos eran muchísimo mejor que el dolor agónico que lo instaba a gritar su angustia a los dioses y a matar a quienquiera que le hubiera arrebatado la vida a Kateri.

Con un jadeo, fulminó el cielo del inframundo con la mirada.

«¡Quiero recuperarla! ¡Cabrones! ¡Quiero recuperarla!».

—¿Hasta qué punto?

Se le paró el corazón al escuchar esa voz desconocida en su cabeza. Aunque no era desconocida. La conocía, aunque no terminaba de ubicarla. Antes de poder recordar, una silueta fluctuante apareció a su derecha.

La Zahorí del Viento.

Más guapa que cualquier mujer mortal, estaba a su lado como un fantasma, con una expresión seria que resaltaba todavía más sus pómulos, y con su piel atezada más sedosa que nunca. Parecía estar comunicándose mentalmente con alguien.

Y Ren sabía con exactitud quién manejaba sus hilos.

El Espíritu del Espíritu del Oso.

Vade retro, zorra —le gruñó.

Ella se encogió de hombros como si nada.

Vale, pues que se muera. A mí me da igual. —Empezó a desvanecerse.

Tal vez Kateri no significara nada para ellos, pero lo significaba todo para él.

—Lo siento mucho, Ren —dijo Sundown al tiempo que se ponía en pie. Se quitó el sombrero en señal de respeto mientras pasaba el peso de una pierna a otra—. No podemos hacer nada más. No responde.

—¡Joder! —rugió Cabeza—. ¿Quién va a reiniciar el calendario ahora? A ver ¿quién? Lo tenemos muy crudo, hermanos. Ya podemos montar el campamento. En cuanto se abran esas puertas, todo lo que hay aquí saldrá a la superficie. Esto será una ciudad fantasma.

Urian puso los ojos en blanco.

—Una broma muy oportuna, Kan.

Jess suspiró.

—Esto pinta mal. Fatal.

Sasha asintió con la cabeza para darle la razón.

—Es una putada, amigos. Una verdadera putada. Menos mal que no soy humano. Me muero porque se abran las puertas. —Su voz destilaba sarcasmo a espuertas. Miró a Sundown con expresión desdeñosa—. Y yo que creía que la cosa se puso fea cuando nos atacaron las plagas. ¡Aleluya, hermanos, ya tenemos otra yinkana! ¿Quién quiere palomitas?

Sus palabras no lograron mitigar el dolor que Ren sentía en el pecho y en la garganta. Mientras ellos se preocupaban por el mundo entero, él solo estaba preocupado por una persona.

La mujer que yacía muerta.

Sundown miró a Cabeza.

—¿Hay algún sitio donde podamos enterrar su cuerpo?

Esas palabras lo golpearon con tanta fuerza que retrocedió un paso. Ren miró de nuevo a la Zahorí del Viento.

—¡Espera!

Esta se solidificó y lo miró con las cejas enarcadas mientras los demás buscaban un lugar donde enterrar a Kateri.

Ren se dejó llevar por el pánico.

—¿Qué quieres a cambio de su vida?

La sonrisa que esbozó fue fría y calculadora. A continuación, miró a Kateri.

—El Espíritu del Oso quiere su libertad y no quiere luchar para conseguirla ni compartirla. Si traemos de vuelta a esa zorra, ella reinicia el calendario. Después tú lo liberas, solo a él. Sin más seres invitados a nuestra fiesta.

No sería tan sencillo. Lo sabía muy bien. En primer lugar porque tendría que matar a su hermano para liberar al Espíritu del Oso. Claro que a esas alturas sacrificar a Coyote, que estaba empecinado en destruir el mundo, no parecía tan malo como antes.

—¿Eso es todo?

Ella soltó una carcajada malévola.

—Claro que no. Tú volverás a ser su siervo.

Ren meneó la cabeza.

—No lucharé por el Espíritu del Oso. Nunca más.

Makah’Alay, Makah’Alay… —El deje de superioridad con el que le hablaba sobraba. Su expresión era inmisericorde—. No me has entendido. No quiere que luches para él. Ya no confía en tu lealtad. Serás su esclavo para toda la eternidad y harás lo que te ordene. Sumisión total.

El miedo que sintió solo de pensarlo le provocó un nudo en el estómago.

—No puedo hacerlo. Artemisa es mi dueña.

La Zahorí del Viento chasqueó la lengua.

—Si tanto te quiere, que venga a por ti… Pero tú sabes la verdad, lo mismo que nosotros. No le importas nada, de la misma manera que no les importas nada a los demás. No perderá ni tres segundos en buscarte porque ni siquiera se dará cuenta de que te has ido. Admítelo, Makah’Alay, eres insignificante. No vales nada para nadie. Ni siquiera para nosotros.

Esas palabras lo golpearon con saña. Sobre todo porque eran verdad y él lo sabía. La única persona que parecía tenerle cariño yacía muerta a sus pies.

¿O había gato encerrado?

—Si no valgo nada, ¿por qué me quiere el Espíritu del Oso?

—Para torturarte, imbécil. ¿Por qué si no? Lo traicionaste y quiere tu sangre. Nadie se ríe de él y vive para contarlo. El único «valor» que tienes para él es que puedes acercarte lo bastante a Coyote para sacrificarlo y liberarlo con más rapidez que nadie. Pero si no tienes ganas de que tu amado juguete vuelva al mundo de los vivos, vale. Encontrará a otra persona que tenga las pelotas de hacer lo necesario por sus seres queridos.

Ren apretó los dientes. La Zahorí del Viento perdía el tiempo insultándolo. Le importaba una mierda lo que le dijera. Esas pullas dejaron de hacerle daño hacía mucho tiempo.

La única que podía hacerle daño en ese momento era Kateri, y sin ella, su corazón estaba destrozado.

«Puedo salvarle la vida», pensó.

Miró a la única persona que había hecho que se sintiera bien acogido. A la única persona que lo había hecho sonreír mientras el infierno rugía a su alrededor. Se le encogió el estómago de dolor. No podía rechazar su oferta y ellos lo sabían.

«¿Por qué estoy dispuesto a vender mi libertad por una mujer a la que acabo de conocer?».

Por el mismo motivo que Búfalo estuvo dispuesto a desatar su ira y a ser el receptor de su venganza al visitar a Mariposa durante el breve reinado de Ren. Cuando descubrió lo que Búfalo estaba haciendo, se puso furioso. No porque quisiera a Mariposa para sí mismo, sino porque le parecía una traición que Búfalo le tuviera tanto miedo. Le parecía una traición que su amigo lo creyera tan desalmado como para volverse contra él y matarlo por quererla.

Eso le había enseñado lo ridículo e irracional que era el miedo. Si hubiera querido quedarse con Mariposa, la habría tomado en cuanto capturó a Coyote.

Sin embargo, la dejó tranquila. Aunque era preciosa y se habría sentido orgulloso de reclamarla para sí mismo, había envidiado la felicidad de su hermano, comprada con su sangre y con su dignidad, pero no su novia. Ni siquiera habría hecho prisionero a Coyote de no ser porque su hermano lo envenenó e intentó cortarle el cuello.

Y no lo habría torturado si hubiera mantenido la boca cerrada y no lo hubiera insultado días tras día. Eso lo había vuelto loco. La posesión del Espíritu del Oso, sumada al dolor que le provocaban las burlas de Coyote y de su padre, logró que perdiera la razón. Lo único que quería era que todo terminase. Que alguien, una sola persona, lo viera como un ser humano con sentimientos. Joder, su padre se rio de él incluso cuando fue a matarlo.

—No eres lo bastante hombre, perro —le dijo y después le escupió a la cara.

Cuando atacó, su padre podría haber sobrevivido si lo hubiera tomado en serio. Pero se había estado burlando de él hasta el preciso momento en el que Ren lo apuñaló.

Ni una sola vez en la vida Ren se había sentido valioso, ni siquiera con Búfalo. Su relación se basaba en el hecho de que este creía que estaba en deuda con él y de que le tenía lástima. Si bien habían entablado una estrecha relación, Búfalo no se había hecho su amigo porque le cayera bien o porque tuvieran algo en común.

Sólo Kateri había hecho algo así. Ella no le debía nada. Ni tampoco le tenía lástima. De hecho, le caía bien como persona y bromeaba con él. Se daba cuenta cada vez que ella lo miraba.

Cada vez que ella lo tocaba.

Con los ojos llenos de lágrimas, miró a la Zahorí del Viento.

—Sálvala. Cueste lo que cueste.

Ella esbozó una sonrisa cruel.

—Te dijimos que volverías a nosotros algún día.

Malditos fueran por tener razón.

Un segundo después, Kateri inspiró una honda y entrecortada bocanada de aire antes de abrir los ojos.

Con el corazón latiendo furioso por la gratitud, Ren se hincó de rodillas y la abrazó con fuerza mientras por fin se echaba a llorar.

La Zahorí del Viento se colocó entre Cabeza y Jess, aunque ninguno podía verla.

—No olvides tu promesa, Makah’Alay. Si nos fallas, no la mataremos. El Espíritu del Oso la reclamará para sí, y ya sabes lo que hace con lo que es suyo. Será bien usada.

Ren no le prestó atención mientras inhalaba el olor de la piel de Kateri y sentía su cálido cuerpo contra él.

—¿Alguno se siente tan incómodo como yo? —preguntó Sasha—. Chicos, buscad una habitación.

Ren soltó una carcajada antes de volver a tomarle la cara entre las manos a fin de asegurarse de que estaba bien.

Ella tocó las lágrimas que corrían por su cara.

—¿Me he perdido algo?

Sasha resopló.

—Poca cosa, solo tu propia muerte.

—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido.

Ren asintió con la cabeza.

—Has muerto entre mis brazos.

—¿Cómo?

—No lo sé.

Pero sospechaba que el Espíritu del Oso lo había provocado de alguna manera. De la misma manera que estaba convencido de que no los habían atacado por la intervención del Espíritu del Oso. Ese cabrón les habría concedido ese tiempo a sabiendas de lo que Ren haría. A sabiendas de lo que ella significaba para él.

Primero el Espíritu del Oso había enviado a la Zahorí del Viento para jugar con él y después lo había repetido a través de una mujer que no tenía la menor idea de que era una herramienta que habían utilizado en su contra.

Aunque eso no era culpa suya. Él era el capullo incapaz de mantener su corazón y su cuerpo separados. No podía acostarse con una mujer sin más. Se había sentido utilizado por los demás en demasiadas ocasiones como para provocarle esa sensación a otra persona.

Y ese momento su enemigo sabía muy bien cómo inutilizarlo. El Espíritu del Oso conocía cuál era su mayor punto débil: Kateri.

«Estoy bien jodido…», pensó.

Kateri tosió cuando Ren la abrazó con más fuerza.

—Cariño, no puedo respirar. Me estás matando.

Ren aflojó el abrazo, pero la retuvo contra él como si quisiera que sus cuerpos se fusionaran.

Jess carraspeó.

—A lo mejor Sasha tiene razón y deberíamos dejarlos solos un ratito.

—Sí, claro, ¡qué más da! —exclamó Urian con sorna—. Tampoco es que el destino del mundo penda de un hilo ni nada parecido. Tomaos vuestro tiempo. Allí hay unos arbustos que os darán un poquito de intimidad.

Ren la soltó, se puso en pie con una expresión que consiguió asustarla y fulminó a Urian con la mirada.

—Si alguien debería comprender lo que siento ahora mismo, eres tú. —Separó un poco las piernas, adoptó una postura feroz y le tendió la mano para ayudarla a ponerse en pie mientras Urian apartaba la mirada, avergonzado.

Kateri aceptó la mano y dejó que la ayudara a levantarse. Una vez de pie le secó a Ren las lágrimas de la cara, sorprendida porque hubiera dejado que alguien las viera. Sobre todo porque en sus visiones había presenciado lo mucho que se esforzaba para no mostrarse a los demás debilitado o dolido. Le dio un beso en una fría mejilla.

—¿Estás bien? —le preguntó al oído.

La acalorada sinceridad que vio en su mirada se le clavó en lo más hondo.

—Ahora sí. —Se volvió hacia los demás—. ¿A qué esperamos? ¿No tenemos que salvar a la Humanidad? El Apocalipsis no espera a nadie.

Sasha se frotó el mentón mientras reemprendían la marcha.

—La verdad es que es una buena pregunta. ¿De verdad no espera a nadie o esperaría a los cuatro jinetes? A lo mejor deberíamos hacer que alguien los secuestrara.

Urian resopló.

—A Sísifo no le salió muy bien la jugada. Según tengo entendido, Hades sigue haciéndolo sufrir.

—Punto a tu favor, y sé muy bien que no debo meterme en los asuntos de los dioses ni decantarme por uno en concreto. Acabas con la mierda al cuello. —Sasha empezó a silbar la canción delos enanitos de Blancanieves.

Hasta que Urian lo agarró del cuello.

—Por si se te ha olvidado, estamos en un plano infernal lleno de demonios y algunos de esos dioses a los que no quieres cabrear. Así que sugiero que llamemos la atención lo menos posible.

Sasha le apartó la mano de su garganta y lo miró con el gesto torcido.

—No hace falta que te pongas tan gilipollas.

—Ni tú tan tonto.

—Ya vale —ordenó Ren con sequedad—. Será mejor que conservemos nuestro veneno para luchar contra quienes quieren matarnos y no para atacarnos entre nosotros.

Mientras caminaban, Kateri guardó silencio y observó al grupo. Todos eran fascinantes. Conformaban una mezcla increíble de personalidades. Sin embargo, todos se habían reunido para proteger a unas personas a las que no conocían. A las mismas personas que no se habían portado bien con ellos en el pasado. Todos habían sido traicionados de forma cruel por alguien en quien confiaban.

Sundown fue tiroteado por su mejor amigo en los escalones de la iglesia en la que estaba a punto de casarse con la mujer a quien quería. Urian murió por culpa de su padre y de su abuelo. Cabeza murió por culpa de la única mujer por la que habría dado la vida. Sasha fue traicionado por su propio hermano. Y Ren…

Con el corazón encogido, Kateri le agarró la mano. Como no estaba acostumbrado a que nadie se tomase tantas libertades, dio un respingo.

—¿Vas a saltar cada vez que te toque? —le preguntó con sorna.

Ren saboreó su sentido del humor. Jamás se acostumbraría a que Kateri se mostrase tan a gusto con él.

—Me pregunto si tiene cosquillas —dijo Sasha, mirándola al tiempo que alzaba las cejas—. Claro que no pienso descubrirlo, porque no me gustaría acabar castrado. Eso sí, tendrás que averiguarlo y contármelo.

Ella lo miró con una sonrisa juguetona.

—¿Tienes cosquillas?

Ren se encogió de hombros.

—¿Cómo voy a saberlo?

Kateri dio un respingo al escuchar su fría respuesta. Por un instante se le había olvidado que esas cosas no habían formado parte de su infancia. Nadie había jugado con él. Era casi un adulto cuando Búfalo trabó amistad con él y aunque tenía un hermano de su edad, Coyote había jugado con sus amigos y lo había dejado solo para que los mirara mientras ellos se divertían.

Su mente voló al pasado, hasta un soleado día de verano tan caluroso que casi nadie lo soportaba.

Makah’Alay, vamos a darnos un baño. ¿Vienes?

Ren, que tendría doce o trece años y estaba ocupado haciendo algo, alzó la vista y vio a Coyote con un grupo de niños de su edad, entre los que se encontraba Choo Co La Tah.

—Te… te… tengo que aca… aca… acabar.

—Vamos, no tardaremos tanto. Puedes terminar cuando volvamos. Es mediodía. Todo el mundo va a tomarse un descanso por el calor.

Aunque presentía que había algo raro, Ren asintió con la cabeza. Dado que nunca antes lo habían invitado, temía que si los rechazaba, no volvieran a hacerlo.

Soltó las herramientas y se secó el sudor de la frente antes de reunirse con ellos. Mientras se dirigían al lago, los niños se gastaban bromas y se reían, sin hacerle el menor caso.

En cuanto llegaron al pequeño claro donde se encontraba el lago, se quedaron en taparrabos y saltaron al agua.

Ren titubeó. ¿Se reirían de su cuerpo? Nunca se había desnudado delante de nadie.

—Vamos, Makah’Alay —lo llamó Coyote—. Te lo estás perdiendo.

Se preparó para lo peor y se desnudó hasta quedarse en taparrabos antes de entrar en el agua. Para su alivio, no le hicieron caso mientras chapoteaban y jugaban.

Se sumergió en el agua y dejó que la frescura aliviara el calor veraniego. Durante un buen rato flotó de espaldas con los ojos cerrados.

Hasta que alguien lo agarró.

Antes de que pudiera recuperarse, Choo Co La Tah le quitó el taparrabos y todos salieron corriendo del agua entre risas.

Ren los persiguió. Una vez en tierra firme, Coyote lo cogió de la cintura, lo levantó del suelo y volvió a tirarlo al agua. Él se puso en pie mientras escupía en busca de aire, pero descubrió que se habían ido. Llevándose su ropa.

Intentó llamarlos, pero no le salió la voz. Le temblaba la mandíbula y las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.

Humillado y furioso, regresó a la orilla y salió del agua. Tal vez pudiera regresar al pueblo sin que lo vieran. Había varios caminos alternativos poco transitados.

Una vez en casa, podría…

Esa idea desapareció cuando se topó de frente con un grupo de muchachas que habían ido a bañarse. Al verlo desnudo, chillaron y empezaron a reírse de él.

Colorado, Ren se cubrió la entrepierna con una mano y corrió hacia el bosque para salvaguardar la poca dignidad que le quedaba. No obstante, se moría de la vergüenza.

Cuando por fin llegó a casa, su padre lo estaba esperando. Las muchachas habían dado media vuelta para contarles a todos que lo habían pillado masturbándose en el lago de uso común.

—¿Dónde está tu ropa?

—El… El… El…

Su padre lo abofeteó con tanta fuerza que lo tiró al suelo.

—¡Contéstame!

Ren lo intentó, pero estaba demasiado alterado como para poder defenderse. No le salía ni una sola palabra.

Su padre lo puso en pie de un tirón.

Ren trastabilló y se le llenaron los ojos de lágrimas por el dolor. Intentó liberarse, pero su padre no lo soltó. Al contrario, lo llevó al poste de castigo. Él se debatió con más fuerza.

Sin embargo, su padre lo arrastró desnudo por toda la casa. Cuando pasaron junto a Coyote, que los miró con los ojos como platos, Ren extendió una mano hacia él.

—Po… po… po… —Intentaba decir «por favor» para que su hermano le contara a su padre lo que había sucedido y lo librara así de la paliza.

Coyote no le hizo caso y los siguió al patio trasero. Su padre lo ató al poste, y después le dio doce latigazos por mancillar el lago.

—¡No volverás a ir! —masculló—. ¿Me entiendes?

Las lágrimas empapaban las mejillas de Ren, al que le temblaban los labios mientras intentaba hablar.

Su padre lo agarró del pelo ensangrentado y le dio un tirón.

—¿Me entiendes, bastardo retrasado?

Sollozando en silencio, asintió con la cabeza.

Su padre lo desató.

—Ahora ve a vestirte y termina con tus tareas. Como quede una sola sin hacer cuando se ponga el sol, volveremos aquí y te daré veinte latigazos más. —Se marchó, dejándolo tirado en el suelo.

Ren intentó levantarse, pero estaba demasiado dolorido. Le temblaban las piernas por el dolor incluso más que los labios.

Se quedó en el suelo varios minutos hasta que Coyote le llevó una manta y lo tapó con ella.

—Lo siento, Makah’Alay. Solo nos estábamos divirtiendo.

No sabía que las muchachas iban a reaccionar así. Creíamos que se reirían y te harían bromas. No pensábamos que iban a decirles a los demás que estabas haciendo algo obsceno.

La espalda aún le ardía por los latigazos.

—¿Po… po… por qué no lo di… di… dijiste?

—No quería meterme en un lío. Además, ya sabes cómo es padre. Habría encontrado un motivo para golpearte. No era necesario que los dos acabáramos castigados.

Su hermano tenía razón. De una manera o de otra, habrían acabado azotándolo.

Coyote lo ayudó a ponerse en pie. Se pasó un brazo de Ren por los hombros para sostenerlo y echaron a andar hacia su habitación.

A mitad de camino, se encontraron con su padre en el pasillo, que le sonrió a Coyote.

—Mi maravilloso hijo, siempre eres amable con quienes menos se lo merecen. Aunque aprecio tu caridad, no deberías haberlo hecho. —Miró a Ren con cara de asco—. No puedes mimar a los que se equivocan después de ser castigados. De lo contrario, nunca aprenderán la lección. Ahora suéltalo y llévate la manta. Le pareció gracioso ir desnudo… pues que vuelva a su habitación de la misma manera.

Ren esperaba que su hermano dijera algo a su favor.

Sin embargo, Coyote asintió con la cabeza.

—Lo siento, padre. No volveré a hacerlo. —Le quitó la manta a Ren.

Este hizo acopio de todas sus fuerzas para permanecer de pie sin ayuda. Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando vio que su padre le alborotaba el pelo a Coyote y le daba un beso en la cabeza.

—Ven, hijo querido, tengo un regalo para ti.

Kateri se quedó sin aliento, angustiada por el agónico dolor de ese recuerdo. Qué triste que la compasión fuera tan ajena a Ren que se aferrara al egoísmo de su hermano y lo defendiera como algo bueno. ¿Cómo pudo Coyote ser tan cruel con él?

Una rabia abrumadora se apoderó de ella. Antes de darse cuenta de lo que hacía, apretó el paso y empujó a Sundown.

Asombrado, este se volvió para mirarla como si se le hubiera ido la pinza.

—¿A qué ha venido eso?

—¡Cabrón! ¿Por qué esperaste tanto para ser su amigo? ¡Podrías haber sido amable con él antes de verte obligado a hacerlo!

—¿De qué hablas? —Sundown frunció el ceño—. ¿Se te ha ido la olla?

Ren la instó a volverse para que lo mirara.

—Kateri, Sundown no recuerda su vida como Búfalo. Quiero decir que recuerda cosas sueltas, pero no muchas. Aunque guardan similitudes y tienen el mismo aspecto, Sundown es un hombre completamente distinto.

Ella cerró los ojos con fuerza y asintió con la cabeza.

—Lo siento, Ren. —Miró al vaquero—. Jess… Es que me he cabreado con todos ellos… —Se volvió hacia Ren—. No tenían derecho a tratarte de esa manera.

—¿Has tenido otra visión?

Asintió con la cabeza una vez más.

—Ahora comprendo a mi abuela. A veces íbamos por la calle y daba un respingo sin motivo alguno. Cada vez que le preguntaba por qué lo hacía, me contestaba: «Es el pasado, cariño. Para algunas personas es tan atroz que crea un bucle de malos recuerdos que se repite constantemente en su corazón. Es tan atroz que a veces salta hacia los que podemos verlo para avisarnos de que seamos más cuidadosos con los que fueron heridos. Para decirnos que les hagamos saber que aunque el mundo está lleno de crueldad, no significa que nosotros seamos crueles. Que aunque el pasado puede hacerles daño, no tiene que destruir su futuro. Regala todas las sonrisas que puedas. Son gratis y hacen que el mundo sea un lugar mucho más bonito. Aunque no se lleve la mejor ropa ni se tengan las últimas zapatillas deportivas, todo el mundo tiene una sonrisa especial que vale millones, sobre todo para esos que necesitan de su calidez». —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡Ah! Creo que Jess tiene razón. Estoy loca.

Ren le pasó una mano por la barbilla, haciendo que se le pusiera la carne de gallina.

—No estás loca. Lo que pasa es que tus poderes están despertando y todavía no los controlas. Confía en mí. Todos creemos volvernos locos cuando pasa eso. Deberías haberme visto la primera vez que me convertí en cuervo. Volé derecho hacia un árbol y tuve que buscarme una excusa para explicar el enorme moratón que tuve en la frente durante dos semanas.

Kateri lo miró meneando la cabeza.

—Lo tuyo es muy fuerte.

—Tiene razón —convino Sasha a su espalda—. Cuando estaba aprendiendo a teletransportarme, aparecí por error en el banquete de una boda de gente a quien no conocía. Eso sí que fue humillante. Por supuesto, los poderes que me llevaron allí decidieron abandonarme un segundo después. Así que allí me presenté en todo mi esplendor, tapándome las vergüenzas mientras me preguntaba «¿Por qué yo? Por todos los dioses, ¿por qué yo?».

Todos se echaron a reír.

—Te entiendo muy bien —dijo Urian—. Sin querer, convertí a mi hermano en una cabra durante una semana. Cada vez que pensaba en lo que iba a decirme mi padre si se lo contaba, me moría de miedo. No recuperó su verdadera forma hasta que mi madre lo descubrió porque se lo encontró en mi cama. Me alegro muchísimo de que se lo tomara con buen humor y no me matara. Pero estuvo jugando con mi sentimiento de culpa durante el resto de su vida.

Kateri sentía más lástima por su hermano.

—¿No le pasó nada?

—No, pero sí se le quedó el extraño hábito de masticar cuero a partir de entonces. Al menos así mantenía afilados los colmillos.

Cabeza se detuvo en seco y les hizo un gesto para que guardaran silencio. Sin hacer ruido, Jess se quitó el arma del hombro mientras Ren y ella preparaban los arcos.

De la izquierda salió algo corriendo.

Que fue derecho hacia ellos.