Kateri se quedó sin respiración mientras miraba unos ojos tan azules que casi deslumbraban, sobre todo por el contraste con su piel bronceada y su pelo negro.
—¿Qué pasa?
—S… So… Soy… —Ren cerró los ojos y apretó los dientes. Al cabo de unos instantes, lo intentó de nuevo—. He… he per… perdido todos mis po… po… poderes.
—Vale, así que ahora no podemos hacer aparecer nada.
—Soy… mo… mo… mortal de… de nuevo. —Intentó decir algo más, pero era incapaz de hablar, de modo que solo conseguía frustrarse todavía más. ¡Joder! Sin sus poderes, era un gilipollas tartamudo e inútil.
Ella levantó un brazo y lo obligó a agachar la cabeza con mucha suavidad hasta que sus frentes quedaron pegadas. Con una sonrisa, le pasó las manos por las mejillas.
—Respira, cariño. Tómate tu tiempo. Lo único que me molesta de tu forma de hablar es lo mucho que te altera. Date un respiro y deja de insultarte en silencio.
Él frunció el ceño.
—Sí —le dijo—. Sé que lo estás haciendo. Ahora déjalo.
Ren inspiró hondo y lo intentó de nuevo.
—Ahora puedo morir.
—Vale, me gustaba más cuando tartamudeabas y no podías decir eso. ¿Hablas en serio?
Asintió con la cabeza.
Kateri lo soltó y retrocedió un paso.
—Dime qué tengo que hacer.
Ren se encogió de hombros y luego titubeó, como si temiera hablar. Pero cuando lo hizo, su voz sonó tranquila y perfecta.
—Es la primera vez que los pierdo por completo. No tengo ni idea de lo que podemos hacer.
Cuando Kateri abrió la boca para hablar, escuchó un ruido en los árboles situados detrás de Ren.
Él se volvió justo cuando aparecía una bola de fuego, directa hacia ella. Estaba tan cerca que sintió su calor un segundo antes de que Ren la tirase al suelo y la cubriera con su cuerpo. Lo vio extender la mano para devolver el fuego, pero soltó un taco al recordar que no tenía sus poderes.
Qué oportunidad para volverse mortal…
Muy bien. Aún tenía el arco e incluso como mortal podía hacer mucho daño con él. Mientras caían sobre ellos más bolas de fuego, hizo ademán de colocarse delante de Kateri para protegerla, pero antes de poder hacerlo, ella disparó una flecha.
Que se le clavó al demonio entre ceja y ceja. Tres flechas más pasaron junto a él, casi seguidas, para acabar con más demonios.
Joder, era una arquera impresionante.
Ren también comenzó a disparar para ofrecerle fuego de cobertura.
—Hay que adentrarse en el bosque.
Ella disparó dos flechas más antes de obedecerle.
Una vez que se escondió tras la horquilla del tronco de un árbol, disparó más flechas mientras Ren corría para reunirse con ella.
Joder, lo que daría por poder hacer aparecer una armadura a fin de protegerse. Aunque no los salvaría, al menos les proporcionaría más protección que la piel.
Y al ritmo que estaban disparando, se quedarían pronto sin flechas.
Buscó la mirada nerviosa de Kateri.
—Sigue por el bosque.
Ella lo hizo mientras que él se quedaba un paso por detrás. De repente, uno de los árboles negros hizo ademán de agarrar a Kateri.
Guiado por el instinto, Ren dejó escapar su graznido demoníaco. El árbol se alejó de ella.
Esbozó una lenta sonrisa. Tal vez fuera mortal, pero aún contaba con el demonio de su interior. Aunque no le tenía mucho cariño a Ravenna, al menos le había dado unos poderes interesantes que nadie podía robarle.
Al pensar en eso, se pasó el carcaj por encima de la cabeza y se lo dio a la joven.
Esta se quedó helada mientras intentaba averiguar qué hacía Ren al entregarle todas sus flechas. Antes de poder preguntárselo, se transformó en un cuervo enorme. Alucinada, lo vio emprender el vuelo para enfrentarse a los demonios.
—Sigue corriendo. —Escuchaba su voz en la cabeza.
—¿Qué haces?
—Evitar que te hagan daño. Vete, Kateri. No pueden hacerme daño de esta manera.
No estaba muy segura de creerlo.
—Has dicho que eras mortal.
—Lo soy, pero incluso como mortal tenía algunas cosas que no eran normales. Por favor, intérnate en el bosque y evita acercarte a los árboles.
Aunque nunca había sido muy amiga de las reglas, lo obedeció. Al fin y al cabo, él estaba acostumbrado a esas situaciones. Ella no. La mejor estrategia era una retirada hasta tener la oportunidad de estudiar al enemigo, recordó. «Gracias, Sun Tzu».
Corrió entre los arbustos, evitando los árboles que se abalanzaban sobre ella. Acababa de salir a un claro cuando algo relampagueó delante de ella. Se quedó ciega un momento y levantó una mano para protegerse los ojos.
De no tener nada delante, pasó a encontrarse con tres hombres.
Reaccionó por instinto y disparó una flecha, pero jadeó espantada al darse cuenta de que acababa de dispararle a Cabeza.
Sin embargo, en cuanto la flecha quedó a su alcance, él la cogió en el aire y le lanzó a ella una mirada gélida.
—Sabes que no me habría matado, pero sí me habría dolido y me habría cabreado mucho.
—Lo siento —se disculpó.
—Joder —exclamó el rubio de pelo corto que estaba a su lado—. No te la lleves de caza. Es de esas que escuchan un ruido y disparan antes de comprobar de qué se trata. Eso es lo que más detesto del mundo moderno. No hay nada peor que acabar con el culo lleno de plomo porque nadie se toma la molestia de asegurarse de quién anda cerca en el bosque antes de disparar. Estados Unidos no necesita una ley de control de armas. Necesita una ley de control de idiotas.
Cabeza y el otro hombre, un rubio con coleta, se echaron a reír.
—No tengo un arma —le recordó Kateri al percatarse de que el rubio del pelo corto y ella eran los dos únicos seres sin colmillos del grupo.
El hombre resopló.
—Una bala o una flecha… Dime la verdad: ¿te importaría que fuera una cosa o la otra si alguien tiene que sacártela del culo?
En eso tenía razón, pero no pensaba admitirlo.
—Déjala tranquila, Sasha —dijo el otro rubio—. O puede que acabe disparándote a propósito.
Como si fuera en respuesta a sus palabras, escucharon un disparo a su espalda.
Con un jadeo, ella dio media vuelta y rezó para que Ren no estuviera herido.
Se escucharon más disparos, muy seguidos.
Kateri echó a andar en esa dirección, pero Cabeza la detuvo.
—No. Sólo es el control de plagas, que se está librando de unas cuantas ratas.
—¿Qué quieres decir?
Otro disparo. Ese sonó mucho más cerca.
A pesar de las palabras de Cabeza, preparó otra flecha, dispuesta a clavarla entre ceja y ceja de quienquiera que estuviese disparando.
El arbusto que tenía delante se movió.
Apuntó.
Ren, que seguía en forma de cuervo, se abalanzó sobre ella de repente y le bloqueó la vista.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Fuego amigo. No lo mates.
Apenas había escuchado las palabras cuando la fuente del ruido apareció en el claro. Tardó todo un minuto en moverse mientras contemplaba la cara del último hombre con el que esperaba encontrarse.
Búfalo.
Alto, de pelo oscuro y vestido de negro de la cabeza a los pies, era idéntico al hombre de sus visiones salvo por el pelo corto, el sombrero Stetson, las botas de piel de serpiente y la larga gabardina.
Tras apoyar el cañón de su rifle Henry en un hombro, el recién llegado saludó a los hombres que la acompañaban con un gesto de cabeza.
—Gracias por la ayuda, chicos. Menos mal que estabais aquí rascándoos las narices mientras luchábamos por vuestras vidas. —Y ese fuerte acento de Mississippi era lo más sorprendente de todo.
Sasha levantó las manos en señal de rendición.
—Oye, que yo estaba protegiendo a la mujer. Ella es la máxima prioridad, ¿no?
—Creía que Cabeza te iba a acompañar para luchar. No sabía que retrocedería hasta la posición de la mujer.
El aludido fulminó al de la coleta con la mirada.
—¿Me estás llamando cobarde, Urian?
El tal Urian resopló.
—¿Te parezco Aquerón? ¿A que no? Y para que conste, no me van las sutilezas. Si quiero llamarte cobarde, te lo soltaré para que no queden dudas. Gallina de mierda.
Ren aterrizó entre Búfalo y ella, tras lo cual adoptó forma humana y apareció totalmente vestido.
Mientras Ren se recuperaba del cambio, su amigo la saludó tocándose el sombrero.
—Encantado de conocerla, señorita. O doctora. Sé que muchos licenciados con doctorado se molestan un pelín cuando se les llama de otra manera.
Ella bajó el arco.
—Llámame Kateri.
Ren la miró con una expresión un tanto rara que no alcanzó a comprender antes de señalar a Búfalo.
—Kateri, te presento a Sundown.
—¿Sundown? —preguntó mentalmente.
Él le respondió de la misma manera, devolviéndole sus pensamientos.
—Se ha reencarnado varias veces. En su última reencarnación fue un hombre llamado William Jessup Brady, pero lo llamaban Jess. Él también es cherokee y su madre lo llamó Manee Ya Doy Ay. —Lo que quería decir «atardecer» en cherokee, y de ahí su nombre en inglés. Ese momento exacto entre el día y la noche, cuando el equilibrio entre la luz y la oscuridad era perfecto. Aunque el nombre no encajaba con los ruidosos disparos que al parecer le gustaban tanto.
Pero ¿quién era ella para juzgarlo?
Ren se acercó a los demás.
—Ya conoces a Cabeza por el ataque anterior. El rubio de la coleta y los colmillos es Urian. Y el otro es Sasha.
—Hola —los saludó con una sonrisa.
Tras colocarse junto a ella, Ren cruzó los brazos por delante del pecho.
—Y para que lo sepas, la razón de que Sasha no tenga colmillos, como los humanos, es que es un licántropo.
«Fascinante», pensó, pero al mismo tiempo cayó en la cuenta de algo. El sol estaba brillando…
Miró el cielo con expresión elocuente.
—¿No deberíais estar ardiendo o algo los tres, Urian, Cabeza y tú?
Cabeza también miró el cielo.
—Ese no es el verdadero sol.
Lo que suscitó una pregunta muy interesante.
—Vale… ¿y dónde estamos?
Sundown miró a Ren.
—En Xibalbá.
¿Podría haberlo pronunciado con más desapego y frialdad?
Ren soltó un taco y ella jadeó antes de mirar la zona con otros ojos. ¿Estaban en el infierno maya?
Genial. Solo ella podía acabar metida en un inframundo prehistórico. ¿Cuántas personas podían decir lo mismo?
Sundown se echó a reír al ver su reacción.
—Vaya —le dijo a Kateri—. A mí me lo han tenido que explicar todo con pelos y señales. Me impresiona que tú conozcas el lugar sin preguntar. Claro que por eso tienes el título.
Ren se pasó el pulgar por la comisura de los labios.
—De momento no nos han molestado mucho, ¿debería preocuparme?
—En fin, hay nueve niveles —respondió Cabeza—. Estamos en el primero. Compuesto principalmente por espectros y fantasmas, y por demonios de clase baja, así que no es tan malo. Pero hay doce señores de Xibalbá. Y con esos no queremos topamos. Mucho menos con Ixtab.
—¿Ixtab? —preguntó Sundown.
—La diosa del suicidio —contestó Urian.
Cabeza parecía impresionado.
—¿Conoces nuestro panteón? —quiso saber.
Urian miró al grupito con una sonrisa torcida.
—Dado que soy el mayor de todos los presentes… pues sí. He estado en muchos sitios a lo largo de los siglos en busca de comida. Los mayas siempre fueron uno de mis platos preferidos.
—¿Por qué? —preguntó Sasha con el ceño fruncido, a todas luces confuso.
—Porque tenían una diosa del suicidio, Scooby. Si te presentabas como un demonio y decías que habías salido de Xibalbá, estaban encantados de entregarte su sangre y sus almas. Los mayas consideraban la vida como una entrada hacia la muerte. Tenían un punto de vista muy distinto al nuestro y nos aprovechamos de ellos a lo grande. Además, el pelo rubio ayudaba mucho porque tenían una profecía sobre un demonio extranjero blanco y con forma de serpiente. Ya nos llamaran Waxaklahun Ubah Kan o Kukulkán, estaban encantados de entregamos sus cuellos. Joder, es una pena que esa civilización se fuera al cuerno.
—Posiblemente porque comisteis más de la cuenta —masculló Sundown—. ¿Dónde leches estaban los Cazadores Oscuros?
Urian le guiñó un ojo.
—Eran muy pocos y estaban muy alejados los unos de los otros en Mesoamérica, otra razón para que nos encantara este sitio.
Sasha meneó la cabeza.
—Bonita charla sobre la mentalidad daimon. No puedo creer que compartamos genes. Joder, Uri, sois unos cabrones y le dais mala fama a mi gente.
Este lo miró echando chispas por los ojos.
—Un cabrón es el que condena a sus nietos a padecer una muerte espantosa en su vigésimo séptimo cumpleaños por algo que les es ajeno y en lo que no participaron. Joder, yo era un bebé que vivía en Grecia cuando la zorra de la reina atlante ordenó que mataran a la amante de Apolo.
—Te veo un pelín resentido, ¿no? —comentó Cabeza.
La maléfica mirada del rubio se clavó en él.
—A ver, cuéntame de nuevo cómo te hiciste Cazador Oscuro.
Cabeza soltó una carcajada siniestra.
—No sólo soy un resentido, sino que lo demuestro a la menor oportunidad. A mí me viene mejor que a mi pueblo pensar que eras mi antepasado directo.
Kateri no estaba segura de haberlo entendido bien.
—¿Estás emparentado con los dioses mayas?
—Por eso me llamo Kukulkán. Por desgracia, el ADN estaba tan debilitado cuando llegó hasta mí, que todos los poderes que corrían por esa sangre se habían perdido. —Le lanzó una mirada irritada a Urian—. Seguramente porque alguien se los había merendado. Ah, cómo añoro los días en los que podía clavarte una estaca.
—Ya vale, niños —los interrumpió Ren—. No tengo ni la fuerza ni las ganas de hacer de árbitro. —Señaló a Cabeza y luego se señaló a sí mismo—. Tú y yo…
—¿Por qué tienes los ojos azules? —preguntó Sundown—. Tío, acojona verlos con tu color de pelo y de piel.
Kateri se tensó, indignada.
—¡De eso nada! Son preciosos.
El cherokee soltó una carcajada.
—Preciosos como los de una mujer, ¿no?
Dio un paso al frente, pero Ren la detuvo y la miró con expresión relajada mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara.
—No pasa nada, Kateri. Sundown no quería ofender y yo no me he sentido ofendido. Si lo hubiera hecho, le habría disparado.
Esas palabras llamaron la atención de todos y la convirtieron en el centro de un escrutinio curioso que no le gustó un pelo.
Ren fulminó a Sundown con la mirada.
—Evidentemente, don Observador, mis poderes han volado. Espero que vuelvan pronto.
Urian silbó por lo bajo.
—Has encontrado tu talón de Aquiles. Espero que hayas tomado nota para que no vuelva a suceder. Es la clase de información por la que mataba en otros tiempos.
Ren pasó del comentario.
—Como decía, dado que los Cazadores Oscuros pierden sus poderes cuando están juntos, creo que los míos no se recuperarán mientras Cabeza esté cerca.
—En fin, pues lo siento mucho. Tengo que quedarme cerca para guiarte y salir de aquí. De lo contrario, ya puedes construirte una casa y amueblarla para una larga estancia.
Sasha soltó una carcajada diabólica.
Todos se volvieron hacia él.
—Venga ya, como si fuera el único que sabe que si el mal se libera, solo tendremos que quedarnos aquí ocho días más. Tu amenaza no acojona tanto como lo habría hecho hace cien años.
Cabeza gruñó.
—Si te doy una galletita para perros, ¿te sentarás a lamerte las partes bajas y nos dejaras tranquilos?
Sasha dio un paso hacia Cabeza, pero Sundown lo cogió del brazo.
—Tranquilo, cachorro. No querrás mancharte la ropa de sangre, ¿verdad?
—Puedo hacer aparecer ropa nueva.
—Sí, pero preferiría no tener que enterraros a ninguno de los dos aquí. Así que finjamos que todos tenemos un mínimo de simpatía y de educación, y llevemos de vuelta a la dama para que pueda parar todo esto y yo no me tenga que preocupar por haber dejado solas a mis chicas mientras os acompaño en esta misión.
Cabeza levantó las manos en señal de rendición y reconoció la sensatez de Sundown con un gesto.
—Tenemos que dirigirnos al norte y alejarnos del camino al segundo nivel. Creo que allí podré encontrar una salida.
Kateri frunció el ceño al escuchar la extraña gravedad de su voz. Cabeza les estaba ocultando algo, y eso la preocupaba.
—¿Por qué no podemos teletransportarnos? —preguntó Urian.
Cabeza sonrió, dejando al descubierto sus colmillos.
—Inténtalo.
Urian lo intentó, tras lo cual soltó un taco.
—Vale, explica a qué viene esta mierda.
—Es un plano infernal. No quieren que te vayas y no contamos con un dios de nuestra parte que nos facilite el camino. Tendremos que ganarnos la vuelta a casa.
Urian gruñó.
—Todas las buenas obras reciben su castigo.
Cuando echaron a andar, Ren instó a Sundown a quedarse rezagado. Kateri se detuvo, ya que quería enterarse de qué pasaba.
Ren miró a su amigo con una sonrisa.
—Te lo agradezco, Jess. Pero habría preferido que te quedaras con Abigail. Estoy seguro de que ella te necesita más que yo.
Sundown le dio una palmada en la espalda.
—El bebé nació ayer mientras tú estabas en mitad del infierno, de lo contrario también habría ido a echarte una mano. Pero las he llevado con Zarek, así que están a salvo. Esta mañana Abby y yo decidimos que tú me necesitabas más que ella. Así que mi objetivo es llevarte de vuelta para que conozcas a tu ahijada.
Ren le dio la enhorabuena.
—Seguro que es preciosa.
El orgullo que vio en la cara de Sundown hizo que ella sonriera.
—Como su madre. Perfecta, preciosa y capaz de volverme loco durante el resto de la vida. —Chasqueó la lengua y le guiñó un ojo a Ren—. Gracias a Dios que tengo un arma y ningún problema en llenarle el culo de plomo a cualquier pretendiente que le falte el respeto a mi niña.
—¿Cómo la vais a llamar? —preguntó Ren.
—En fin, Abby y yo hemos discutido el tema largo y tendido, y a veces con bastante inquina. Ella quería llamarla Hannah como su hermana, pero a mí no me hacía gracia. Ponerle el nombre de un daimon, aunque sea familia, no me parece bien. Además, nunca me ha gustado ese nombre. Andy sugirió que la llamáramos Andrewa en su honor. De modo que lo eché de la casa de una patada para poder mantener una discusión seria. Yo quería llamarla Rena, en tu honor, pero Abby dijo que la llamarían «Glándula Renal» en el colegio y que tendría que matarme por eso. Así que después de una discusión en la que ciertas partes de mi anatomía recibieron graves amenazas y después de que el amor de mi vida cuestionara repetidamente mi virilidad, decidimos llamarla Mikayla Laura, en tu honor y en el de la madre de Abby.
Kateri apretó los labios para no echarse a reír al escuchar la hilarante explicación de Sundown. Aunque apenas lo conocía de esa vida, le caía estupendamente. Y si bien se percataba de las pequeñas diferencias entre el vaquero que era Jess Brady y el guerrero keetoowah que era Búfalo, también veía el alma que había conservado a lo largo de todas sus reencarnaciones.
Con razón Ren había estado dispuesto a vender su alma para ayudar a su amigo a vencer la maldición de Coyote. Desde luego que Sundown era un tesoro. También se percató de que Ren no tartamudeaba ni una sola vez al hablar con él. Se encontraba relajado y seguro, como si supiera que Sundown nunca iba a criticarlo. Eso más que nada hizo que quisiera al vaquero.
Ren se acercó a ella mientras Sundown aceleraba el paso para decirle algo a Cabeza.
—Tengo una pregunta rara.
—Sí —contestó Ren antes de que ella pudiera hacer la pregunta—. Su mujer, Abigail, es Mariposa.
Se alegraba de que Mariposa por fin hubiera conseguido a su Búfalo.
—¿Te parece bien que le pongan Mikayla a su bebé? —Teniendo en cuenta cómo había reaccionado al escuchar el nombre de Makah’Alay, no estaba segura de que le hubiera hecho gracia.
—Me siento muy honrado. —Sin embargo, sus ojos estaban tristes. No se trataba de celos. Sino de otra cosa. Algo que ella no entendía.
—¿Qué pasa?
Ren titubeó antes de contestar. Nunca le había resultado fácil compartir sus sentimientos. No obstante, por algún motivo que se le escapaba le resultaba lo más normal del mundo hacerlo con Kateri. Como si hubiera nacido para hacerlo.
—Le he causado tanto daño a Mariposa que me gustaría que Sundown no estuviera aquí. Es demasiado peligroso. No podría vivir conmigo mismo si pierde de nuevo a Búfalo por mi culpa. No dejo de pensar que tal vez esto sea la maldición de Coyote, pero a lo bestia. Que ahora que están juntos y que son felices, la maldición se lo arrebatará.
Kateri le cogió la mano para darle un apretón.
—La vida nunca es una apuesta segura. Si he aprendido algo, es precisamente eso. Pero… confío en que todos vamos a salir de aquí y en que Sundown va a llevar una vida feliz y tranquila con Abigail, mientras Mikayla y sus hermanas harán que desee haberse sometido a una vasectomía cuando lleven a casa a sus parejas y a sus maridos.
Ren se paró en seco. No sólo porque ella le hubiera cogido la mano y la sostuviera como si estuviese orgullosa de que lo vieran con él, sino por lo que había dicho y por la voz que había empleado. Era la voz de una mujer sabia al contar una profecía.
—¿Puedes ver el futuro?
Kateri titubeó. Jamás le había contado la verdad a nadie. Era algo que detestaba y de lo que había querido librarse en numerosas ocasiones. Pero no había forma de conseguirlo.
—Sí. Pero lo que veo no siempre se cumple. A veces mis visiones se tuercen por cosas que no veo. Por cosas que hacen que todo cambie.
Ren soltó una carcajada.
—Así que me estás diciendo que si no tiene una muerte atroz, tendrá una vida estupenda.
De no ser por el deje travieso de su voz, se habría ofendido.
—Eso es —replicó con el mismo deje.
Ren miró sus manos unidas.
—Gracias.
Kateri frunció el ceño al captar el temblor de su voz.
—¿Por qué?
—Por tratarme como a un ser humano.
Esas palabras tan sinceras hicieron que le diera un vuelco el corazón.
—Eres humano, Ren. Yo, en cambio, soy una aberración.
Ren sonrió y se llevó su mano a los labios para besarle los nudillos. En cuanto sus labios le tocaron la piel, jadeó al ver una sucesión de imágenes. Pasaban tan deprisa y con tanta brusquedad que comenzó a marearse.
Escuchó los gritos de la gente en busca de auxilio. Mirara donde mirase veía caos y humo.
Su abuela estaba de pie en una colina aislada, con los ojos llenos de lágrimas. El sol poniente recortaba su frágil cuerpo cuando se volvió hacia Kateri.
—Cuidado con el lobo, Waleli. Nunca será domesticado. Sólo conoce la muerte y el asesinato. Tiene el corazón negro, lleno de un odio amargo que no se puede eliminar. No dejes que tu corazón puro te lleve por un mal camino. Es un corazón que solo ve la bondad en los demás. Hay quienes mienten y engañan. Caminantes de las sombras que viven de la humanidad de los demás. No son de fiar. Solo viven para traicionar, para convertir nuestras palabras en espantosas mentiras que usarán en nuestra contra. Y él te traicionará, niña. No dejes que tu corazón te ciegue.
Las palabras de su abuela resonaron en su cabeza hasta que se le ocurrió algo en lo que no había pensado antes. Ren se llamaba Ren Waya…
«Lobo Renegado».
El pánico la consumió al retirar su temblorosa mano de la suya. Él era el lobo del que hablaba su abuela. El lobo del que su padre la había puesto sobre aviso.
El mal lo poseyó en una ocasión.
Iba a poseerlo de nuevo.
Ren la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
Aterrada, miró al grupito que la acompañaba. Vio a Cabeza decapitado en el suelo. A Sundown degollado. Sasha estaba despedazado. Y Urian…
Yacía en un altar ceremonial y alguien le había arrancado el corazón.
Ren no estaba por ninguna parte.
Alguien entonaba un cántico en su visión. Examinó la estancia hasta que vio a un sacerdote ataviado con una túnica dorada y una enorme máscara con plumas que le ocultaba el rostro. Unos ojos demoníacos, de color rojo, relucían detrás de la máscara mientras oficiaba el sacrificio. Pero sabía quién era. No le cabía la menor duda.
Ren era el sacerdote y estaba invocando al Espíritu del Oso para que volviera al mundo.