10

Kateri nunca había sido tan atrevida con un hombre. No sabía de dónde había sacado el valor, pero ansiaba consolarlo como jamás había deseado consolar a otra persona. Nadie debería sentirse tan solo. Tan abandonado. Tan humillado. Mucho menos un hombre que había pasado la eternidad protegiendo a los demás.

Un hombre que había resultado herido por mantenerla a salvo. Era la primera persona que hacía algo así por ella, y eso que apenas la conocía. Con razón se había desquitado con el mundo de una forma tan feroz. Lo único que había recibido a lo largo de su vida eran patadas. Ella era incapaz de superar la crueldad de la que había sido testigo.

Por una vez en la vida, Ren necesitaba sentirse querido por una persona con la que había conectado.

Le mordisqueó la barbilla mientras le desabrochaba los vaqueros, tras lo cual introdujo la mano por la bragueta para acariciarlo.

Él jadeó, le cogió la mano y la apartó de su cuerpo. Con la respiración alterada, meneó la cabeza.

—No —le dijo.

Kateri frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

La agonía que se reflejaba en esos ojos oscuros aumentó el deseo que sentía por él.

—No… no… no puedo.

La negativa de Ren le dolió. Sobre todo porque acababa de comprobar que sí que podía. La tenía dura y húmeda. Lo que significaba que en realidad no la deseaba a ella.

Kateri apretó los puños y asintió con la cabeza.

—Lo siento. No pretendía ofenderte.

Ren frunció el ceño al percatarse de la nota extraña de su voz, del bochorno y la humillación que asomaba a sus ojos. Estaba tan familiarizado con esas emociones que se odió a sí mismo por ser el culpable de que ella se sintiera tan mal. Sin embargo, se negaba a que le echara un polvo por lástima. Eso era aún peor que lo rechazaran o que lo ridiculizaran.

Aun a sabiendas de que no significaba nada para ella, hacerlo lo debilitaría en lo que a ella se refería y lo convertiría en un juguete sin voluntad que ella manejaría a su antojo. Eso era lo que más odiaba de sí mismo. La patética fidelidad que le demostraba a cualquiera que le mostrara un mínimo de amabilidad.

«No tengo remedio…».

De todas formas, no quería que Kateri se sintiera mal. Su oferta había sido muy generosa. Nadie le había ofrecido tanto en la vida. Pero no significaba nada para ella, estaba seguro. Kateri se compadecía de él y punto. En realidad, no quería acostarse con él y él a su vez no estaba tan desesperado como para aprovecharse de su bondad.

—Kateri, no eres tú. En serio. La última vez que me acosté con una mujer estuve a punto de destruir el mundo. El mal me ha poseído en dos ocasiones y sé que no debo poner a prueba esa parte de mi persona. En lo concerniente a ti, no me fío de mí mismo. Si bajo la guardia aunque sea un momento, la oscuridad se apodera de mí y me posee por completo.

—Ren, no te he pedido el alma. Solo te he ofrecido consuelo.

Él se echó a reír por su estupidez.

—Esa es mi debilidad —confesó—. No seas amable conmigo.

Kateri siguió donde estaba, mirándolo en la penumbra. Ren hablaba en serio. Quería que lo odiara. ¿Por qué?

¿Por temor a la intimidad?

No, no se trataba de eso. Lo percibía. Era la posibilidad de convertirse en su perrito faldero lo que lo aterraba. Porque en su mente estaba tan desesperado por recibir un poco de amabilidad que sabía que, en cuanto lo lograra, haría cualquier cosa por conseguir más. Como un drogadicto en busca de la siguiente dosis.

Eso le rompió el corazón.

—El consuelo no es una debilidad.

—Sí que lo es. En las manos equivocadas puede convertirse en el arma más cruel que existe. Y no quiero ni tu amabilidad ni tu consuelo. No los necesito.

Sin embargo, Kateri sabía que estaba mintiendo. Ren deseaba que lo abrazara tanto como ella deseaba abrazarlo. Qué triste que no confiara en ella para saciar la necesidad humana más básica de todas.

Sentirse aceptado y valorado.

—¿De verdad que no confías en nadie?

—Sólo en Búfalo.

Por la mente de Kateri pasó la imagen del tío tan guapo que había visto en sus visiones.

—¿El amigo de tu infancia que siempre te apoyaba? ¿Con el que solías hablar con signos?

Ren se quedó lívido.

—¿Cómo sabes eso?

Ella levantó las manos para asegurarle que no había indagado en su pasado a propósito.

—He visto gran parte de tu vida en mis visiones. Nunca han sido conscientes. Te lo juro. Aparecen cuando menos lo espero. Son imágenes inconexas que a veces ni siquiera comprendo. Pero me han enseñado mucho sobre ti. Incluso sé que Ren es el diminutivo de Renegado porque te consideras un traidor para con tu familia y para con tu pueblo.

Él se quedó plantado delante de ella, despojado de todo salvo de su autodesprecio.

—No me considero un traidor. Lo soy. He traicionado en dos ocasiones a todos aquellos que confiaban en mí. Y me refiero a todos.

Kateri no se lo tragaba.

—Tu padre nunca confió en ti.

—Pero mi hermano sí.

Ella frunció el ceño mientras intentaba imaginar lo que Ren describía. Por extraño que pareciera, jamás había tenido una visión en la que apareciera su hermano, salvo aquella en la que lo vio enfermo cuando era pequeño. E incluso entonces su hermano sólo era un bulto informe debajo de las mantas. Conocía a su hermano por alusiones, pero nunca le había visto la cara ni el cuerpo.

Sin embargo, lo que sí había visto era el amor que Ren le profesaba. Y también lo percibía. Lo quería mucho.

—No me trago que lo traicionaras sin un buen motivo.

La expresión de Ren se tornó hosca.

—Kateri, no me conoces. No sabes de lo que soy capaz. Hice un juramento sagrado para proteger a mi hermano y lo torturé brutalmente durante todo un año.

Esas palabras y el odio que asomaba a su cara le provocaron un escalofrío en la espalda.

—¿Por qué? —quiso saber.

Ren se alejó de ella, claramente avergonzado.

Tal como sospechaba, no lo había hecho por placer. Se había sentido motivado a hacerlo por algo o por alguien.

—Dímelo, Makah’Alay.

Ren se volvió hacia ella en un abrir y cerrar de ojos. La ira demudaba su rostro. Tenía una mueca cruel en los labios.

—¡No me llames así! —masculló entre dientes—. ¡Jamás!

La ira que lo embargaba la sorprendió. En sus visiones no había visto que su verdadero nombre lo molestara.

—¿Por qué?

—Porque tampoco es mi nombre. —Se colocó justo delante de ella, empequeñeciéndola con su tamaño. Las emociones que lo asaltaban eran palpables mientras la miraba.

Sí, era un tío aterrador y feroz. Pero ella no se acobardaría. Le plantaría cara a toda costa porque eso era lo que le habían enseñado a hacer.

«Un cherokee no huye. A veces se sentirá tentado de hacerlo. A veces debería hacerlo. Pero jamás huye. Sea cual sea el peligro, lo enfrenta con valentía y con toda la fuerza que posee».

Ese era el legado de su abuela que llevaba grabado en su ADN.

—¿Sabes lo que significa Makah’Alay? —le preguntó Ren mientras sus ojos se tornaban de un brillante rojo en la oscuridad.

No obstante, el destello fue tan breve que Kateri no supo si fue real o producto de su imaginación.

Negó con la cabeza.

—Es el término keetoowah para demonio-cuervo. Puesto que mi madre no me puso nombre y quien me devolvió a mi padre fue un demonio cuervo que me sirvió de nodriza, me llamaron así.

—¿No te puso nombre tu abuela?

Ren resopló.

—No sé nada de mi abuela materna. Ni siquiera sé quién es. En cuanto a la madre de mi padre… se negaba incluso a mirarme o a reconocer mi presencia. Por eso mi padre me abandonó en el bosque para que muriera. Después de que mi abuela se negara a ponerme nombre, le dijo que solo le traería vergüenza y desdicha al clan. Que era un niño deficiente y que no era digno de ser el hijo del jefe. Tenía razón. Por mi culpa conocieron la vergüenza y la desdicha.

En realidad, las cosas no habían sido tal como Ren las contaba. En sus visiones Kateri nunca había visto que dijera o hiciera nada para avergonzar a los demás. Aunque a veces sí respondía a sus burlas atacando, no era él quien iniciaba las disputas. Al menos según lo que había presenciado ella.

Lo que hizo que se preguntara una cosa.

—¿Por qué torturaste a tu hermano?

La expresión de Ren habría derretido un iceberg. Sin embargo, en vez de contestar su pregunta, la pegó a su cuerpo y la estrechó con fuerza.

Antes de que pudiera pedirle una explicación, Kateri se descubrió en el pasado, junto a Ren.

Se encontraba en un enorme comedor dorado, lleno de personas que festejaban la llegada de una mujer muy guapa acompañada por su séquito. La mujer, que iba ataviada con un vestido amarillo adornado con brillantes bordados, entró en la estancia rodeada por los guerreros de su clan, que lucían sus pinturas ceremoniales. En la cabeza llevaba un tocado de plumas y oro que la rodeaba como si fuera una aureola. Sus padres la seguían, orgullosos mientras la presentaban al jefe y a sus hijos. Una costumbre diferente de la de la tribu de Kateri, en la que el marido acostumbraba a trasladarse a vivir con el clan de la mujer con la que se casaba.

Ren estaba al lado de un hombre tan parecido a él que bien podían pasar por gemelos. La única forma de distinguirlos era su porte. Ren mantenía la mirada baja, la cabeza gacha y los hombros encorvados. Su hermano tenía la espalda erguida con una arrogancia inconfundible. Como si supiera que el mundo le pertenecía y esperara que todos los demás se postraran ante él.

Incluso Ren.

Su padre se adelantó para darles la bienvenida a su hogar a la mujer y a sus padres.

—Mariposa, es un honor tenerte aquí. Eres tan hermosa como aseguraban. Más, si cabe.

Los ojos oscuros de la mujer resplandecieron como piedras preciosas incrustadas en su hermoso rostro. La sonrisa que esbozó resultó deslumbrante.

—Jefe Coatl, eres demasiado amable. —Después y mientras se mordía el labio inferior de forma seductora y con obvia emoción, apartó la mirada de él y la dirigió hacia el lugar donde se encontraba Ren—. Pero nadie me había dicho que tenías hijos gemelos. Ambos son muy guapos y fuertes. Estoy segura de que tanto tú como el clan os sentís muy orgullosos de ellos.

Ren alzó la mirada, sorprendido por el amable comentario, y la miró a los ojos. En cuanto lo hizo, abrió la boca por el asombro y su mirada se tornó lujuriosa. Enderezó la espalda para demostrar que en realidad era más alto que su hermano. Con los hombros rectos resultaba evidente que su físico era más poderoso y atlético que el de su hermano. Verlo tan orgulloso hizo que Kateri esbozara una sonrisa. Mariposa había sido muy amable al decirle algo tan dulce y conseguir que se sintiera mejor.

En el mentón del jefe Coatl apareció un tic nervioso al tiempo que se tensaba, indignado.

—Mariposa, no son gemelos y no se parecen en absoluto. Créeme. Nadie está a la altura de mi heredero, en ningún sentido. Es el guerrero más poderoso que ha nacido nunca.

Ren dio un respingo como si acabaran de abofetearlo.

Su padre, que le daba la espalda, siguió hablando con Mariposa.

—Me temo que yo soy lo único que tienen en común… No podían ser más diferentes. En todo. —El jefe la tomó de la mano y la acompañó hasta dejarla frente al hermano de Ren, no sin antes apartar a este de su camino con un rudo empujón.

Ren, que adoptó al instante la postura encorvada habitual en él, miró a su alrededor, hacia el gran número de personas que habían sido testigos del desprecio verbal y físico que le había demostrado su padre. Mariposa lo miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada mientras el jefe le presentaba a su heredero.

—Es un gran honor presentarte a mi hijo, el futuro jefe de la tribu, Anukuwaya.

«El Orgullo del Clan Lobo». Kateri contuvo el aliento cuando por fin comprendió el doble significado del nombre que ostentaba el hermano de Ren. No solo significaba el orgullo del clan, sino que también era un nombre ancestral para referirse al Coyote: el tramposo.

Este dio un paso al frente para aceptar la mano de su futura novia.

—Mariposa, eres la mujer más hermosa que ha nacido jamás. Es un honor para nuestro clan contar con tu presencia y te juro que pasaré el resto de mi vida asegurándome de que no te arrepientes de la decisión de aceptarme como tu esposo. Bienvenida.

Ella esbozó una sonrisa deslumbrante.

—Es un placer y un honor estar aquí, Anukuwaya. Te prometo que me esforzaré por traeros toda la felicidad posible a ti y a tu clan. —Se volvió, expectante, hacia Ren. Al ver que nadie hacía ademán de presentarlos, intercambió una mirada nerviosa y desconcertada con su madre, que a su vez se encogió de hombros, confundida por el hecho de que lo sometieran a semejante desaire en público.

El amigo de Ren se adelantó para apaciguar su obvia curiosidad.

—Se llama Makah’Alay y es el hermano mayor de tu futuro esposo.

—¡Búfalo! —gritó el efe—. ¡Recuerda tu lugar!

El siempre leal Búfalo se encogió de hombros con aire inocente.

—Sólo estaba siendo hospitalario, mi honorable jefe. Mariposa sentía curiosidad por tu hijo mayor. —Kateri dio un respingo al escuchar que Búfalo daba directamente en el centro de la diana—. Por eso la he complacido. Nada más lejos de mi intención que ofender a alguien. —Le regaló a Mariposa una sonrisa y entre ellos saltó una chispa inesperada. Una admiración mutua que hizo que Kateri se preguntara por ellos y por su relación.

El jefe Coatl le dirigió una sonrisa gélida a Búfalo antes de dirigirse a la chica y a sus padres:

—Perdonad a mi guerrero. Puesto que Makah’Alay nació con un retraso mental, Búfalo hace las veces de su defensor y de su voz, ya que él no parece tener opinión propia.

Varios de los presentes rieron y comenzaron a cuchichear mientras Ren tragaba saliva. Aferraba el arco con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—Me sorprende que te quedaras con él —comentó el padre de Mariposa—. Según tenía entendido, tu pueblo mata a los niños deficientes al nacer. Me alegra comprobar que sois más clementes y compasivos de lo que me hicieron creer. Eres un jefe noble y admirable por haberte compadecido de un hijo con problemas.

Coatl miró a Ren con expresión ufana.

—Intento ser paciente con él, aunque no me pone las cosas fáciles. Creo que llegó a este mundo para recordarme que por más logros que consigamos en esta vida, al fin de cuentas solo somos frágiles humanos. —Le dio unas palmadas a Coyote en la espalda—. Hace solo unas semanas estuve a punto de perderlo cuando se aprestó a defender a Makah’Alay del ataque de un animal feroz. No hay muchos hombres capaces de arriesgar su vida para salvar a una persona con problemas.

Mariposa le sonrió a Coyote mientras lo miraba con adoración.

—Eres un hombre muy valiente. Me alegra muchísimo casarme con semejante héroe.

Él le devolvió la sonrisa y después miró a Ren. En ese momento intercambiaron algo parecido a una disculpa.

¿Qué habría pasado en realidad?, se preguntó Kateri.

Sin embargo, Ren no le dio opción a averiguarlo. La sacó de su pasado y se alejó de ella como si temiera pasar demasiado tiempo tan cerca de su cuerpo.

—Me daba igual no heredar la posición de jefe. Como mi madre no era keetoowah, nunca pensé que recayera sobre mí. Era imposible. No obstante, Mariposa debería haber sido mía por derecho. Como el primogénito del jefe, debería haber sido el primero en contraer matrimonio. Pero mi padre se negó, aduciendo que no era lo bastante hombre como para proteger y cuidar a una mujer. Que no era lo bastante listo como para tener una mujer. Así que dejé que los celos me corrompieran hasta el punto de quitarle cosas a mi hermano que no tenía derecho a arrebatarle. Coyote era un hombre bueno y decente hasta que lo convertí en el monstruo que es hoy en día.

Kateri lo dudaba mucho.

—¿Por qué te miró de esa forma cuando tu padre dijo que te había salvado la vida?

Ren apretó con fuerza los dientes, de modo que su mentón quedó muy marcado.

—Estábamos cazando.

—¿Los dos solos?

Ren asintió con la cabeza.

—Acabamos discutiendo. Coyote quería ir hacia el sur, donde yo sabía que se refugiaban los jabalíes. Puesto que no llevábamos las armas necesarias para enfrentarnos a ellos, yo quería ir hacia el este en busca de otras presas. Mi hermano no me escuchó y se marchó solo. Enfadado, yo me fui hacia el este, pero tenía un mal presentimiento sobre Coyote, así que lo seguí. De repente, escuché que gritaba mi nombre. Cuando llegué a su lado, un jabalí lo había obligado a trepar a un árbol. Maté al animal, pero hacerlo casi me costó la vida. Cuando recobré el conocimiento, me encontraba en casa, en mi cama, y todo el mundo felicitaba a Coyote por haberme salvado la vida.

Eso irritó a Kateri.

—¿No le contó la verdad a tu padre?

—Lo intentó, pero mi padre creyó que estaba siendo humilde y no lo creyó.

Kateri clavó la vista en el suelo con el ceño fruncido mientras veía otro suceso distinto en la mente.

Coyote corría hacia el pueblo en busca de ayuda para Ren. Por suerte, no muy lejos del lugar donde había dejado a su hermano se encontró con dos hombres que también estaban cazando. Kateri reconoció a Búfalo. El otro también había aparecido varias veces en sus sueños, pero jamás había hablado.

—Choo Co La Tah, Búfalo, necesito que me ayudéis.

—¿Has matado a tu hermano? —lo acusó Búfalo al ver la sangre que manchaba su ropa.

—¡No! —masculló Coyote—. Estábamos cazando cuando un jabalí atacó a Makah’Alay. Conseguí matarlo, pero está muy malherido. Necesito ayuda para transportarlo.

Búfalo lo agarró de un brazo y empezó a correr con él sin darle tiempo a concluir la frase.

—¡Llévanos hasta él!

Coyote los llevó hasta el lugar donde Ren yacía junto a un jabalí cubierto de flechas. El animal lo había destrozado.

¿Makah’Alay? —susurró Búfalo, que extendió un brazo para ver si su amigo aún vivía.

Ren gimió muy bajito, pero eso bastó.

Búfalo lo levantó en brazos.

—¿Tú mataste al jabalí? —le preguntó a Coyote.

—Sí.

—Entonces ¿por qué tienes el carcaj lleno de flechas mientras que el de Makah’Alay está vacío?

Coyote puso cara de asco y señaló la herida que tenía en la pierna.

—¡Yo también estaba herido!

Búfalo puso los ojos en blanco.

—¿De qué? ¿De trepar a un árbol como una mujerzuela asustada? ¿Nos crees tan tontos como para no verla diferencia entre el desgarrón del colmillo de un jabalí y una herida provocada por el arañazo de la corteza de un árbol?

Coyote se volvió hacia el hombre que los acompañaba, que había recogido el arco ensangrentado de Ren y el carcaj.

—Choo, tú me crees, ¿verdad? —le preguntó.

Choo Co La Tah miró a Búfalo de forma penetrante.

—Un hombre sabio no cuestiona a su futuro jefe.

Búfalo resopló.

—Choo, si hay que elegir entre la sabiduría y la lealtad, me quedo con la lealtad y la verdad. Algún día, hermano, tú también tendrás que elegir. Espero que cuando ese día llegue, seas aún más sabio de lo que lo eres ahora.

Coyote masculló, dirigiéndose a ambos:

—Aunque no me creéis, mi padre sí lo hará.

—Estoy seguro de que será así —murmuró Búfalo.

Kateri meneó la cabeza. Sí, pese a las negativas de Ren, Coyote no era el hombre que siempre lo apoyaba en sus visiones.

Sólo había un hombre cuya lealtad jamás había flaqueado.

—Tu amigo, Búfalo, ¿siempre salía en tu defensa sin dudarlo?

—Era un imbécil.

Ella rio al escuchar su franca respuesta.

—Lo dudo mucho. Ren, dime una cosa. ¿Qué hiciste para conseguir que viera la verdad?

Él cruzó los brazos por delante del pecho y soltó un largo suspiro antes de contestar.

—Cuando tenía catorce años, se extendió una grave epidemia por el pueblo. Fue algo espantoso. Los sacerdotes eran incapaces de atender a los muertos y muchos de ellos estaban tan enfermos que no eran de ayuda para nadie, así que los cadáveres se amontonaban en las calles. La gente moría de hambre y todo el mundo estaba aterrado por la posibilidad de contraer la enfermedad. Puesto que yo era uno de los pocos que no caí enfermo, salía a cazar y les dejaba carne fresca a aquellos que no podían cazar para alimentarse. Una noche, mientras dejaba carne a las puertas de la casa de la familia de Búfalo, él me vio antes de que pudiera escabullirme.

Kateri se quedó pasmada por semejante altruismo, sobre todo dada su juventud y lo mal que el pueblo lo había tratado.

—¿Por qué los ayudaste?

Él se encogió de hombros.

—Me sentía culpable. Yo jamás enfermaba. No pillaba ni un simple resfriado. Nunca estornudaba. No sé si se debía a que mi madre era una diosa o a que mi nodriza fue un demonio, pero tenía una salud de hierro. Mi padre y los sacerdotes hicieron sacrificios durante semanas en vano y me culpaban por haber llevado la enfermedad al asentamiento. Puesto que no quería que algún inocente fuera castigado por mi culpa, intenté en la medida de lo posible dejar comida en las casas de las familias más golpeadas por la enfermedad. —Soltó una carcajada amarga—. Todos pensaban que era Coyote quien los ayudaba. Después se pasaron años agradeciéndole su generosidad.

—¿Nunca les contaste la verdad?

Ren resopló y meneó la cabeza.

—Nadie me habría creído, así que guardé silencio. Sólo me faltaba que mi padre me diera una paliza por lo que él vería como una mentira. Cuando Búfalo se recuperó por fin de la fiebre, vino a darme las gracias. Le dije que olvidara lo que había visto. Que no le dijera a nadie lo que yo había hecho. Me juró que siempre estaría en deuda conmigo y que mientras viviera, sería el amigo más leal que podría desear.

Esas palabras le parecían más acordes al hombre que ella había visto.

—¿Y nunca se lo contó a nadie?

Ren suspiró, disgustado.

—Era un imbécil. Nunca me hacía caso en nada. Solo veía lo mejor de la gente. Y era un firme defensor del viejo dicho según el cual la verdad siempre es el mejor camino. Así que intentó decirles a todos quién había sido en realidad la persona que les dejaba la comida durante la epidemia.

—¿Y? —lo instó Kateri al ver que él guardaba silencio.

—Su padre le dio una paliza por mentiroso.

Se quedó boquiabierta. Le habría preguntado si estaba hablando en serio, pero la furia de su mirada puso de manifiesto que no se lo estaba inventando.

—¿Por qué no les dijo Coyote que eras tú quien los ayudabas? Él mejor que nadie sabría que no estaba haciendo nada.

—Me dijo que si supieran que era yo quien les dejaba la comida, no se la comerían. Porque pensarían que estaba contaminada. Algo que era cierto. Lo habrían visto así y habrían preferido morirse de hambre antes que comer los alimentos que yo les dejaba.

Una rabia ardiente se apoderó de ella, nublándole la visión. Hasta tal punto que le encantaría darle un buen puñetazo a alguien.

—Ren, tu hermano no era un buen hombre. De haberlo sido, le habría contado la verdad a tu padre.

Sin embargo, Ren insistía en defender las decisiones de su hermano.

—Kateri, es imposible decirle la verdad a alguien que no quiere escucharla. Cada vez que Coyote lo intentaba, mi padre pensaba que solo estaba tratando de ser bueno conmigo, así que lo único que conseguía era aumentar la buena opinión que tenía de él y empeorar la que tenía de mí. Coyote siempre se disculpaba y se sentía fatal, pero no podía hacer nada. Jamás le eché nada en cara hasta que llegó Mariposa. Ella se convirtió en el símbolo de todos los desprecios que había sufrido por parte de los demás, y fue su presencia en nuestro hogar lo que me hizo comprender que mi vida jamás sería como la de los otros hombres. Que ninguna mujer me aceptaría como marido. Que solo era un caso de caridad por el que sentir lástima o del que burlarse. La presencia de Mariposa me hizo comprender que a los ojos de los demás yo no era nada.

—Eso no es cierto.

—Kateri, no me trates como si fuera un niño —masculló—. Tú no estabas allí. Tal vez hayas tenido visiones sobre lo que ocurrió, pero en realidad no presenciaste nada. Ni mucho menos lo viviste. No hay una sensación peor que la de sentirse atrapado en una situación de la que no se puede escapar. Analizándolo todo ahora, debería haber reunido el valor de alejarme de ellos, pero estaba demasiado asustado. No paraba de preguntarme cómo me trataría un extraño si así era como me trataban mis seres queridos. Por no mencionar que quienes no formaban parte de mi familia me trataban con la misma crueldad o incluso peor. Así que si me marchaba, habría recibido el mismo trato allí adonde fuera. Me encontraría solo y sería un proscrito. —Bajó la voz un poco y su expresión se tornó gélida—. Y durante estos once mil años que llevo de un lado para otro, he comprobado que estaba en lo cierto. Nada cambia, salvo los peinados y la ropa.

Kateri ansiaba negarlo, pero en el fondo sabía que tenía razón. La gente podía comportarse con una crueldad increíble y, a pesar de lo que Ren pensaba, ella no era tan inocente. También había sufrido su buena dosis de comentarios insensibles a lo largo de los años.

Sin embargo, era consciente de que Ren le estaba ocultando muchas cosas.

—¿Qué hiciste cuando se casaron?

Él se encogió de hombros.

—No se casaron. Mariposa se enamoró de Búfalo el mismo día que llegó, después de que él me defendiera.

—¡Oh! —exclamó ella mientras esperaba que no lo hubieran culpado por algo de lo que era inocente—. Supongo que las cosas no salieron bien.

—Pues no. —Ren se pasó una mano por el pelo—. Destruí las vidas de todos. De no ser por mí, Coyote se habría casado con ella y habrían disfrutado de una buena vida juntos.

Kateri no lo creía así.

—Si no lo hubieras salvado, tu padre no habría concertado ese matrimonio. Mariposa se habría casado con otro de todas formas. —Se acercó para colocarle una mano en la mejilla—. Ren, ellos eran los responsables de sus propias vidas. Y todos salvo Búfalo fueron crueles contigo. Te pasaste la vida sufriendo y a nadie le importó.

Él intentó alejarse de ella, que se lo impidió.

—Ren, puedes confiar en mí. Puedes hacerlo. Jamás me aprovecharé de tu bondad.

Ansiaba creerla, pero tal como había dicho antes, nada cambiaba. Él jamás cambiaba.

—Kateri, nací dañado. No soy como los demás hombres. No puedo tener lo que ellos tienen.

—Te equivocas, pero no voy a presionarte. —Se puso de puntillas para darle un casto beso en los labios. Después le susurró al oído—: Y para que lo sepas, creo que eres el tío más sexy del mundo.

Esas palabras eran muy importantes para él. Lo eran todo para él.

«Sólo te está torturando más», se dijo.

Era cierto. Su presencia. Su bondad. Era una crueldad tenerla al lado a sabiendas de que no podía hacer nada para retenerla.

Y ya estaba harto de que lo golpearan.

—Debemos marcharnos. Hemos tenido suerte de que nada nos haya encontrado.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Qué quieres que haga?

«Quédate conmigo», pensó, si bien no estaba seguro del origen de semejante pensamiento ni del motivo por el que lo había pensado. Simplemente le cruzó por la cabeza sin más.

—Mantente alerta. Creo que he sanado lo suficiente como para poder sacarnos a los dos de aquí.

Kateri inclinó la cabeza.

—De acuerdo. Cruzaré los dedos.

Cabeza acababa de guarecerse en casa de Talon cuando comenzó a caer del cielo un diluvio rojo como la sangre. Los truenos eran tan intensos que la casa se estremecía, y los relámpagos eran continuos.

—¿Estás bien? —le preguntó Talon mientras Cabeza hacía un repaso mental de las partes de su cuerpo para comprobar que no tenía nada quemado y que Chacu no le había arrancado nada mientras estaba distraído.

—Sí, genial. —Cabeza se volvió y vio que la mujer de Talon, Sunshine, estaba sentada en el sofá de cuero negro junto a Aquerón Partenopaeo, que tenía al hijo de la pareja en brazos. Al ver el pelo corto de Ash abrió muchos los ojos, asaltado por un mal presentimiento—. Madre de Dios… esto es una señal del Apocalipsis. ¿Qué le ha pasado a tu pelo? ¿Alguien te ha arrancado la cabellera?

Jamás había visto a Aquerón con el pelo corto, pese a todos los siglos transcurridos. Sin importar la moda o el período histórico, Ash siempre había llevado’una melena que le llegaba hasta la mitad de la espalda.

Siempre.

—Relájate —replicó Ash con una nota risueña en la voz—. Tory y yo donamos nuestro pelo a Locks of Love el día que Bastian cumplió un año, como muestra de agradecimiento por tener un niño sano. Ya crecerá otra vez.

«¿Ya crecerá otra vez?», repitió Cabeza para sus adentros.

Sí, pero… pero… esa imagen le daba muy mala espina.

—Oye —le dijo Sunshine con una sonrisa de oreja a oreja—. Deberías haberlo visto hace seis meses. Lo llevaba al rape.

Con los ojos casi fuera de las órbitas y mudo por la impresión, Cabeza intentó imaginarse al intrépido líder de los Cazadores Oscuros con el pelo al rape.

—Con toda la mierda a la que me he enfrentado durante estos dos últimos días, esto es lo que más me acojona. Creo que la cuenta atrás se ha puesto en marcha.

Aquerón puso los ojos en blanco mientras dejaba al bebé en brazos de su madre, tras lo cual se levantó. El largo abrigo negro de cuero se deslizó por sus piernas hasta rozarle la caña de las Doc Martens rojas que llevaba. Aunque por edad era el Cazador Oscuro más viejo de todos, físicamente era el más joven. Solo tenía veintiún años cuando murió. Y, la verdad, parecía un adolescente… hasta que se miraban sus ojos. Sólo ellos delataban los años que tenía.

Y su sabiduría.

Rain apareció, procedente de la parte posterior de la casa.

Aún tenía un ojo morado tras el enfrentamiento del que Cabeza lo había rescatado.

—¿Sabemos algo de Teri? —le preguntó el recién llegado.

—Es peor de lo que suponíamos. Están en Xibalbá.

Aquerón soltó un taco.

—Con razón mis poderes no funcionaban. —Miró a Rain para explicárselo—. No puedo usar mis poderes para adentrarme en el infierno de otro panteón a menos que físicamente esté en ese lugar.

Talon soltó una carcajada histérica.

—Yo intento no descender a los infiernos en la medida de lo posible.

Ash se rascó la nuca como si ese comentario lo incomodara de alguna manera.

—Por curiosidad, ¿sabes en qué nivel se encuentran?

—Por lo que tengo entendido, en el primero.

Ash soltó un suspiro aliviado.

—¿Crees que Ren mantendrá la sensatez y evitará descender más allá del cuarto?

Cabeza sopesó su respuesta. Ash tenía razón. Si Ren y la Ixkib descendían por debajo del nivel del agua, no tendrían forma de volver. Se quedarían en Xibalbá para siempre.

—Puesto que es maya, yo no estaría muy seguro. A lo mejor ni siquiera sabe dónde está.

—En fin —comentó Talon—, tal vez sea mejor que miremos el lado positivo.

Cabeza le preguntó, con verdadera curiosidad:

—¿Cuál es?

—Nadie puede hacerse con la piedra del tiempo, ¿verdad?

Cabeza asintió.

—Cierto. Pero hay un problema.

—¿Cuál es?

—Si la Ixkib no llega al templo antes de que la semana acabe, los daimons serán la menor de nuestras preocupaciones, amigo mío. Imagina a todas las criaturas infernales de todos los panteones liberadas a la vez en el mundo. A todos los demonios y depredadores que los sacerdotes y los chamanes han desterrado desde hace siglos…

Ash se quedó petrificado al escucharlo.

—¿Qué pasa? —quiso saber Talon.

Ash no le contestó. En cambio, desapareció de la estancia donde estaban reunidos y se trasladó a su propio reino. Katoteros. La versión atlante del cielo donde moraban los dioses que regían la isla y luchaban contra el panteón griego.

Allí fue donde la madre de Ash, Apolimia, aniquiló a su familia por lo que le habían hecho a él después de que se viera obligada a ocultarlo en el plano humano.

Usando sus poderes divinos, Ash abrió la ornamentada puerta doble del salón principal y atravesó el vestíbulo en cuyo suelo estaba representado el símbolo del poder atlante. En cuanto lo pisó, sus vaqueros y su camiseta se transformaron en las antiguas vestiduras de su gente. La parte trasera de la foremasta estaba adornada con su propio símbolo: un sol atravesado por tres rayos.

—¡Alexion! —gritó al entrar en el salón del trono.

Su amigo y sirviente apareció al instante. Alexion, que era casi tan alto como Ash, fue en otro tiempo un soldado griego que se convirtió en uno de los primeros Cazadores Oscuros creados por Artemisa.

También fue el primer Cazador Oscuro que murió sin su alma. Para salvarlo del error que él mismo había cometido, Ash lo llevó a Katoteros, donde Alexion mantenía una forma incorpórea. Aunque no era la solución ideal, no resultaba tan mala como la alternativa.

Alexion, que tenía el pelo alborotado, apareció abrochándose la camisa.

—¿Qué pasa, akri? No es normal que grites de esa manera. ¿Se ha comido Simi algo que no debería haberse comido?

Ash pasó la mano sobre el dragón que llevaba tatuado en un antebrazo y que, en realidad, era Simi en su estado latente. Simi era su demonio caronte y su guardaespaldas personal.

Pero, sobre todo, era su hija, y haría cualquier cosa por mantenerla a salvo de todo peligro.

—No, Simi está bien. Eras tú quien me tenías preocupado. ¿Ha pasado algo aquí?

—¿A qué te refieres?

Ash no quería asustarlo, pero tampoco podía arriesgarse manteniendo a su escudero al margen de lo que podía pasar a lo largo de los siguientes días.

—Los dioses podrían despertarse.

Alexion se quedó petrificado durante un minuto. Después, parpadeó.

—¿Te refieres a que las espeluznantes estatuas del sótano van a empezar a moverse?

—Si no reinician el calendario, sí —contestó—. Eso es exactamente lo que va a suceder. Y cuando despierten, lo harán muy cabreados.

—Pues vaya putada. —Alexion suspiró—. No nos tienen mucho cariño, ¿verdad?

Ash negó con la cabeza.

—Están un pelín resentidos con mi madre y conmigo. A ti quizá te dejen tranquilo.

Alexion soltó una carcajada nerviosa.

—Soy griego y nos odian, así que creo que tu comentario no es muy acertado. Recuerda que pasaron mucho tiempo intentando aniquilarnos. Bueno, ¿cómo detenemos esto?

—Tenemos que sacar al hijo de Electra y a la prima de Sunshine del infierno maya.

Alexion fingió encontrar hilarante el comentario.

—Qué gracioso eres, efe. Deberías hacer monólogos. Déjalo ya porque me va a dar algo.

Ash se llevó los dedos a la frente. Aunque no debería sufrir migrañas, en ese momento juraría que tenía una.

—En ocasiones así me encantaría que fueras corpóreo para poder darte una colleja.

Alexion recobró la seriedad.

—Hablando en serio, ¿puedes ir a ese sitio?

—Sí y no. Puedo, pero no sé lo que puede desencadenar mi presencia en ese lugar. Los dioses mayas llevan siglos en estado latente, como los nuestros. Pero no sé si eso significa que están dormidos o que están encerrados como mi madre. Si están encerrados…

—Un dios extraño en sus dominios es una ofensa.

—Exacto.

—¿Y quién sabe la respuesta?

Ash meditó al respecto.

—El dios ctónico a cargo de ese territorio está muerto. Debemos agradecérselo a Savitar…

—Ah. Entonces ¿qué ctónicos están a cargo de Sudamérica? ¿Son simpáticos?

—Ecanus, que no está de nuestra parte. Se parece a Savitar y se mantiene apartado del mundo para que las cosas sigan su curso natural. Como la mayoría de sus dioses no están activos, él tampoco lo está. Mientras los demás ctónicos se mantengan apartados de su territorio, no abandona su casa de la montaña.

—Muy bien. ¿A quién conocemos que pueda ir en busca del muchacho?

—Yo puedo ir a por él.

Ambos se volvieron y descubrieron a Urian en el vano de la puerta. Alto y de aspecto letal, llevaba la larga melena rubio platino recogida en una coleta.

Ash contuvo el aliento.

—Tú también eres el hijo de un dios.

—De un semidiós. Además, estoy muerto y carezco de alma. No tengo alianzas con ningún panteón. —Hizo una mueca—. Salvo con el tuyo, por supuesto, pero la gente pasa de los atlantes como de la mierda. Sin ánimo de ofender.

«Sin ánimo de ofender». ¿Por qué usaba la gente esa expresión si sabía que estaban ofendiendo? ¿Para excusar su comportamiento?

Alexion se echó a reír y después le dijo a Ash:

—Y yo que me creía único para mosquearte… —Rio de nuevo—. La leche, Urian, a ti sí que se te da bien.

Urian le hizo un gesto obsceno con una mano.

Ash pasó de ellos, ya que tenían la costumbre de discutir como hermanos.

—¿De verdad quieres hacerlo? —le preguntó a Urian—. La última vez que te pregunté, querías aniquilar a la Humanidad, no protegerla.

Urian se encogió de hombros.

—Mi padre me ha hecho cambiar de actitud. Y vas a necesitar a alguien capaz de invocar un gran poder para sacarlos de allí. Alguien que esté acostumbrado a entrar y salir de los infiernos.

Urian era un experto en ese tema. Su padre lideraba a los daimons vampíricos a los que daban caza los Cazadores Oscuros. Urian había sido su mano derecha durante siglos, hasta que Stryker mató a su mujer después de que Urian le mintiera para protegerla.

Y por si eso no fuera lo bastante cruel, Stryker atacó a su hijo y lo dio por muerto. De no ser por Ash, Urian no estaría allí en ese momento.

Pero, además, Urian era el nieto de Apolo, el dios griego del sol y de las plagas. No sería mala idea enviarlo a él, puesto que era imposible saber qué tipo de plaga podría caer sobre Ren. Si alguien podía detenerla, ese era Urian.

—Vale, pero necesitas a alguien que te ayude a seguir su rastro.

—Llamaré a Sasha. En el peor de los casos y al igual que yo, no tiene a nadie que pueda llorar su pérdida si muere por cometer esa tremenda estupidez.

Ash entrecerró los ojos y lo miró. Urian era una de las pocas personas en las que confiaba y formaba parte del reducido círculo al que consideraba su familia.

—Eso no es cierto y lo sabes.

—Aquerón, no estoy hablando de la amistad. Si morimos, todos lo, superaréis. No es lo mismo que perder a una esposa o a un hijo. Como he dicho antes, no tenemos a nadie que nos llore.

Ash dio un respingo, consciente del dolor que acompañaba a Urian todos los días. El pobre había visto morir uno a uno a todos sus hermanos y a su madre. Había perdido a dos hijos adoptivos y a incontables amigos. Pero, sobre todo, había perdido a su amada Phoebe.

Con el corazón encogido, Ash comenzó a hacer girar su alianza matrimonial con el pulgar. Aunque siempre había sabido lo afectado que Urian estaba por la muerte de Phoebe, a esas alturas y después de haberse casado con Tory, era consciente de hasta qué punto lo había destrozado. La simple idea de perder a su mujer le provocaba un vacío tan grande que le sorprendía que Urian pudiera seguir funcionando con cierta normalidad.

Y ni siquiera era capaz de pensar en la muerte de su hijo sin sentir la necesidad de matar a todo aquel que tuviera cerca. Por primera vez en sus once mil años de vida, comprendía perfectamente la furia de su madre en lo que a él se refería. Si algo le llegara a pasar a su familia, el arranque de ira de su madre parecería una ligera brisa de verano en comparación con lo que él haría.

Cada día que Urian se levantaba y conseguía seguir adelante sin descargar su ira contra el mundo era una victoria para él. Ash no había conocido jamás a un hombre más fuerte que Urian, y lo respetaba muchísimo.

—Quiero que tengáis mucho cuidado y que os llevéis a Cabeza. Necesitaréis a alguien que conozca el panteón y su lengua.

Urian resopló.

—Aquerón, hablo y escribo griego. Dime si hay alguna lengua más difícil en el mundo.

—La lengua olmeca y la maya. ¿Alguna vez has intentado aprenderlas?

—Pues… no. No he tenido motivos. Además, pensaba que eran extraterrestres venidos del espacio.

Alexion resopló.

—Últimamente se pasa el día viendo el Canal Historia.

Urian puso cara de asco.

—Tengo que hacer algo para no escucharos a tu mujer y a ti. A ver si insonorizáis el dormitorio. Aunque todavía no entiendo cómo dos seres incorpóreos pueden… En fin, da igual. Prefiero no ahondar en el tema.

—Y aprovechando el pie, me largo al plano humano para ayudar a combatir lo que ya los está azotando.

—¿Traerás a Tory y a Bas para mantenerlos a salvo aquí? —le preguntó Alexion.

Ash negó con la cabeza.

—Los envié con mi madre cuando empezó todo esto. Si fracasamos, supongo que con ella estarán más seguros que en cualquier otro sitio. Al menos sé muy bien hasta qué extremo está dispuesta a llegar para protegerlos.

—Cierto. Vale, vigilaré las estatuas y te avisaré si alguna de ellas se mueve.

—Te lo agradecería mucho.

Urian inclinó la cabeza y le dijo a Ash:

—Y yo me piro en busca de Sasha y de Cabeza.

Ash no se movió mientras Urian y Alexion se desvanecían para atender sus respectivas obligaciones. Se pasó la mano por el tatuaje del dragón y sopesó la idea de enviar a Simi también con su madre. No obstante, sabía que esta no se lo permitiría. Jamás lo dejaría luchar a solas en la batalla que estaban por librar, y eso era lo peor de todo. Por más que lo intentaba, no podía olvidar que él era el único culpable de que Simi no tuviera madre. De que fuera huérfana antes de que él la adoptara. Su madre había muerto tratando de evitar que Apolo lo destripara. La pobre caronte había fallado, pero al menos lo había intentado.

Cada vez que miraba a Simi, veía la cara de su madre y lo abrumaba la culpa. Por eso no podía negarle nada, salvo que matara a otras criaturas. Era lo único que le había prohibido. A menos que la amenazaran antes, claro. En ese caso, Simi tenía vía libre para sacar la salsa barbacoa y merendárselos a todos. Sin limitaciones.

Ash cerró los ojos e intentó ver el futuro, algo que para él no debería ser problemático. Sin embargo, como afectaba a muchas personas a las que él quería, no vio nada.

Lo único que sentía era el latido del mundo que resonaba como un zumbido constante bajo sus pies y que vibraba en su interior mientras las constelaciones se alineaban y las puertas se debilitaban.

El mal estaba a punto de llegar y no pensaba hacer prisioneros.

¡Qué comenzara la guerra!