Nota de la autora

Escribir sobre la Historia siempre es un proyecto complicado. Para empezar, los historiadores se oponen a establecer como cierto cualquier dato que no pueda verificarse o que no esté debidamente documentado. Que es lo que sucede con gran parte de la Historia de la Humanidad. Hace años, Norman Cantor escribió un libro sorprendente llamado Inventándose la Edad Media, en el que explica cómo influyen los puntos de vista, las opiniones y el conocimiento de un historiador en su investigación y en sus conclusiones. He pasado muchos años inmersa en el campo de la Historia y he formado parte de varios grupos de historiadores profesionales, de modo que sé por experiencia lo mucho que difieren nuestras opiniones y con qué pasión podemos defenderlas.

Dicho esto, la primera parte de este libro transcurre en un período ajeno a toda evidencia arqueológica, anterior al momento en el que la Humanidad comenzó a llevar un registro de su Historia. En numerosos yacimientos arqueológicos se han suscitado acaloradas discusiones a la hora de establecer el período al que pertenecen y lo avanzada que estaba la civilización en cuestión en su momento de máximo esplendor. En realidad, sabemos muy poco de dichos yacimientos, y los pocos datos que se obtienen pueden ser interpretados de muchas formas. Además, la Historia se escribe y se reescribe una y otra vez, a medida que aparecen nuevos datos, descubrimientos o interpretaciones.

En el ámbito de los Cazadores Oscuros, y en el período en el que transcurre la historia que os cuento en este libro, el mundo antiguo está mucho más avanzado de lo que hoy en día damos por sentado. Eso no lo convierte en un error, simplemente se trata de una obra de ficción.

En mi saga, después de la muerte de Aquerón, Apolimia arrasa el mundo entero, devolviéndolo al Paleolítico, de ahí que la Antigua Grecia que conocemos hoy en día no sea tan avanzada como la Grecia en la que vivieron Aquerón y Estigio. No es un desatino histórico por mi parte, ni denota una falta de investigación. Es un mundo ficticio que yo he creado.

La Grecia y el Egipto en el que se movieron Aquerón y Estigio son anteriores a lo que nosotros conocemos. Debían serlo, ya que no tenemos ninguna evidencia fehaciente de la existencia de la Atlántida (salvo la mención que hace Platón sobre la ciudad asolada, muchos siglos después de su destrucción) y el mundo en el que vivieron Bathymaas y Aricles era muchísimo más antiguo que la Atlántida.

Algunas de las ciudades-estado que aparecen en el libro son ficticias, como Dídimos, mientras que otras, como Atenas o Tebas, son reales. Sin embargo, como carecemos de documentos escritos procedentes de este período concreto, y dados los múltiples cambios que sufren las ciudades y los países a lo largo de los años (a veces con gran rapidez), me he tomado muchas libertades con ellas.

Además, el griego que hablan Estigio y Aquerón no es el mismo que el griego moderno o que el griego clásico tradicional. Las lenguas son entes vivos y los significados de las palabras están sometidos a un continuo cambio. Las connotaciones positivas o negativas de las palabras cambian con el transcurso de los años dependiendo del contexto. Las lenguas están en continua evolución. Para dotar de realismo a mi mundo ficticio, he incorporado ese detalle tan humano en mis libros.

De igual forma, pueden aparecer términos o frases que parezcan modernas, pero que no lo sean. Antiguamente la gente era muy creativa con el vocabulario y con los insultos. En algunos casos he utilizado la creatividad de la que tenemos constancia y en otros lo he reducido a un simple «Que te den», que puede sonar muy moderno. Eso no significa que sea una expresión actual (de hecho, dicha expresión aparece en numerosos escritos). En el pasado, lo habrían dicho tal cual e incluso lo habrían adornado con algún que otro detalle sobre el hecho en sí. Otras palabras como «idiota» que pueden parecer modernas, tienen origen griego (µωρός) y su significado se deriva del original, una persona que era considerada inculta o iletrada por parte de la sociedad ateniense. No sabemos exactamente lo antiguas que son dichas palabras y solo podemos tener una idea aproximada según los textos en los que aparecen escritas. Normalmente, las palabras y las expresiones circulan mucho antes de que se recojan en un documento, sobre todo en la Antigüedad.

Aunque los contemporáneos de los personajes del libro podrían haber utilizado otras palabras para expresarse, he mantenido un uso moderno del lenguaje para no abrumar al lector con constantes lecciones de historia que puedan alejarlo de los personajes y de la trama.

En mi opinión personal, y tras muchos años de investigación, la gente siempre ha sido igual desde que el mundo es mundo. Cuanto más cambian las cosas, menos cambiamos nosotros. Hace años, cuando impartía cursos sobre civilizaciones antiguas, solía comenzar algunas clases con una cita de la obra Las nubes de Aristófanes (423 a. C.):

Sin embargo, esta fue la educación que formó a los héroes que pelearon en Maratón. Tú, en cambio, les enseñas a envolverse enseguida en sus vestidos; por eso me indigno cuando si necesitan bailar en las Panateneas, veo a algunos cubriéndose con el escudo, sin cuidarse de Atenea. Por lo tanto, joven, decídete por mí sin vacilar y aprenderás a aborrecer los pleitos, a no acudir a los baños públicos, a avergonzarte de las torpezas, a indignarte cuando se burlen de ti, a ceder tu asiento a los ancianos que se te acerquen, porque debes ser la imagen del pudor; a no extasiarte ante las bailarinas, no sea que mientras las miras como un papanatas alguna meretriz te arroje su manzana, con detrimento de tu reputación; a no contradecir a tu padre, ni, burlándote de su vejez, recordar los defectos del que te ha educado.

Brillarás en los gimnasios; no dirás sandeces en la plaza pública, como hacen los jóvenes de hoy en día; ni entablarás discusiones por la cosa más ridícula porque las calumnias de tus adversarios pueden arruinarte. En cambio, bajarás a la Academia y te pasearás con un sabio de tu edad bajo los olivos sagrados, ceñidas las sienes con una corona de caña blanca, respirando en la más deliciosa ociosidad el perfume de los tejos y del follaje del álamo blanco y gozando de los hermosos días de primavera, en los que el plátano y el olmo confunden sus murmullos.

Si haces lo que te digo, y sigues mis consejos, tendrás siempre el pecho robusto, el cutis fresco, anchas las espaldas, corta la lengua, firmes las nalgas y proporcionado el vientre. Pero si te aficionas a las costumbres modernas, tendrás muy pronto color pálido, pecho débil, hombros estrechos, lengua larga, nalgas flácidas, vientre desproporcionado, y serás gran litigante. El otro te educará de tal modo que te parecerá torpe lo honesto, y honesto lo torpe, y por último, serás tan infame como Antímaco.

El sermón sobre la juventud de aquella época y sobre la falta de respeto y decoro tiene plena vigencia y la ha tenido desde que el hombre ha plasmado sus pensamientos en obras escritas. Si algo he descubierto gracias a mis investigaciones sobre las antiguas civilizaciones, es que aunque nuestras diversiones, cultura y leyes cambien, la naturaleza humana no cambia jamás. Aunque algunos tratan de mejorar, otros siguen su instinto animal.

La gente no cambiará nunca, y todos somos seres complicados conformados por la unión de nuestro pasado, de nuestras emociones y de nuestra percepción.

Siempre que escribo un libro trato de hacerles justicia a los personajes y demostrar la complejidad de la motivación y de la emoción humanas. Pero no sólo eso, además intento demostrar que aunque algunos se derrumban en las situaciones adversas, no todos lo hacen. Y que la tragedia o el trauma que puede destruir a una persona puede ofrecerle a otra una oportunidad de superación para construir un futuro mejor.

No tenemos por qué mantenernos en el papel de víctimas que a veces nos asigna la vida. Con la fuerza y el valor suficientes, todos podemos superar un mal bache y aprender a disfrutar pese a los horrores y a las tragedias que nos han sucedido.

Tal como decía Platón: «Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla». Ese es el lema por el que me rijo y el que me ha ayudado a superar mi propio calvario. Creo en la belleza y en el poder del espíritu humano porque sé lo dura que puede llegar a ser la batalla por mantener la cordura. Y sé lo difícil que es superar un pasado atroz que jamás debería haber existido.

Cada día es una nueva batalla y aunque puede que pierda algunas, no pienso perder la guerra. No pude controlar el pasado ni tampoco algunas de las pesadillas que he vivido, pero puedo controlar el presente y no dejaré que los buitres me roben un solo momento más de mi vida.

Todos tenemos momentos de debilidad, pero en ellos podemos encontrar la fuerza de saber que seguimos aquí. Que somos importantes.

Todos nosotros.

Y con esa reflexión, quiero dedicar este libro a todos los soldados del mundo, del pasado, del presente y del futuro, que están dispuestos a luchar día tras día para defender a la Humanidad y que se niegan a verla destruida por aquellos que quieren pisotearnos sin motivo alguno, a no ser el descontento que rodea su propia existencia y que les impide aceptar que los demás puedan ser felices. No los dejéis ganar.

Todos somos supervivientes, todos somos preciosos seres humanos que merecemos tener sueños y conservar la cordura.