Intentando no pensar en nada, Estigio pagó por la flauta de caña tallada que había comprado para regalársela a Galen por su cumpleaños. Nunca había comprendido la fascinación que este sentía por el instrumento, pero le encantaba tocarlo, y durante su estancia con él en los barracones había descubierto que su antiguo instructor se había olvidado la suya en su casa. La echaba tanto de menos que se ponía nervioso cada vez que tocaba un objeto que se parecía remotamente a una flauta.
Al menos Galen no lo apuñalaría ni lo insultaría al ver el regalo. Tal vez incluso lo apreciara.
Mientras cogía la flauta y se daba media vuelta, escuchó que un perro ladraba en las cercanías. Hizo caso omiso de los ladridos hasta que un gigantesco chucho negro estuvo a punto de tirarlo al suelo. El perro se abalanzó sobre él y lo saludó con un sinfín de alegres lametones.
Se quedó atónito al reconocerlo.
—¿Dynatos?
El perro ladró de felicidad.
Era imposible. Estigio echó un vistazo a su alrededor en busca de la dueña del animal.
—¿Dyna? ¡Ven aquí, bonito!
Al escuchar esa voz que había pensado que jamás oiría de nuevo se quedó sin aliento.
«¿Qué hago?», se preguntó.
Bethany le había dejado bien claro que no quería estar con él.
Jamás.
De repente, vio su esbelta figura entre la multitud mientras se abría paso hasta él. Fue incapaz de moverse mientras lo asaltaba un dolor atroz que invadió tanto su cuerpo como su alma. Beth estaba deslumbrante con un quitón dorio blanco y un manto rojo egipcio. Tan deslumbrante que lo había dejado paralizado. Se había recogido parte de la larga melena negra en la coronilla, y el resto caía por la espalda y por sus hombros en gruesos tirabuzones. Llevaba los ojos dorados delineados con khol, detalle que le confería un aspecto felino. Los brazaletes dorados que le había regalado adornaban sus brazos desde las muñecas hasta los codos.
Ansiaba tocarla con todas sus fuerzas, pero ella lo había rechazado. Y él estaba cansado de que todo el mundo lo despreciara.
—¿Dynatos? —dijo ella de nuevo. El perro corrió a su lado y después regresó junto a Estigio.
—¿Alteza? Habéis olvidado el cambio.
Bethany se quedó helada al instante.
«Mierda», pensó Estigio. Lo había pillado. Si hablaba, lo reconocería. De modo que aceptó el cambio e hizo ademán de marcharse sin pronunciar palabra.
Sin embargo, al acercarse a ella, le habló.
—¿Estigio?
Ajeno a las miradas de la gente que los rodeaba y lo contemplaba con fascinación, decidió contestarle, pero bajando la voz para darle un timbre más ronco. No quería enfurecerla en público.
—¿Sí?
Los ojos de Bethany se llenaron de lágrimas mientras extendía un brazo para tocarlo.
Joder… No pudo evitarlo. Le cogió la mano y se la llevó a una mejilla para disfrutar de la cálida suavidad de su piel y del delicado olor a eucalipto y azucena que tanto había echado de menos. Un olor que lo excitó de inmediato hasta tal punto que estaba seguro de que todos los presentes eran conscientes de su erección.
Bethany gritó de alegría, lo estrechó entre sus brazos y lo besó con una pasión que lo dejó aturdido.
Estigio se aferró a su manto rojo con ambas manos y la pegó a su cuerpo mientras Dynatos corría en torno a ellos entre ladridos… por si sus actos no habían llamado suficientemente la atención de la gente de por sí.
Bethany se separó de él sin aliento y le pasó las manos por la cara.
—Te he echado mucho de menos.
Estigio enarcó una ceja.
—¿Besas a todos los hombres con los que te encuentras en el mercado?
La pregunta le valió un puñetazo en un bíceps que hasta le dolió.
—De hecho, suelo hacerlo. ¿Cómo me has dicho que te llamabas? —preguntó Beth, dirigiéndose al mercader al tiempo que extendía un brazo.
Estigio se lo aferró y la mantuvo a su lado. Acto seguido, le tomó la cara entre las manos y la besó en una mejilla.
—Pensé que te habías ido para siempre.
—Necesitamos hablar y tengo la terrible sospecha de que nos están mirando.
Estigio se echó a reír mientras le enterraba la cara en el pelo para poder aspirar su aroma.
—Pues sí, nos miran. —Se apartó con gran renuencia y la instó a tomarlo del brazo para poder guiarla entre la curiosa multitud.
—Avísame cuando estemos a solas.
Estigio titubeó.
—Estoy a punto de cagarme de miedo por tu tono de voz.
—No seas ordinario.
—Me dijiste que siempre fuera sincero contigo, así que eso es lo que hago.
La expresión de Beth se tornó furiosa.
—Pero no siempre lo has sido, ¿verdad… príncipe?
—Todavía nos miran.
Beth comenzó a tamborilear con los dedos sobre su brazo, haciéndole saber que estaba muy enfadada.
—¿No estamos solos todavía?
—No.
—Pues no escucho a nadie.
—Porque todos se quedan boquiabiertos al vernos pasar. Es como un templo, preciosa. Hay estatuas por todos lados y todos escuchan con reverencia cada palabra que pronunciamos.
Una anciana los miró con el ceño fruncido.
—Pero ¿no había enviado de vuelta a casa a la princesa egipcia? —preguntó la mujer a su acompañante.
—Ese es el motivo —le dijo Estigio a Beth al oído.
—Al menos me han tomado por una princesa.
—Para mí siempre has sido una diosa.
Bethany se tropezó al escuchar un comentario tan acertado…
Estigio se detuvo al instante.
—¿Voy demasiado rápido?
—No. Es que el perro me ha golpeado.
Estigio siguió caminando… y siguió y siguió.
—¿Adónde me llevas, a Asia? —le preguntó ella cuando pareció que no tenía intención de parar.
—Lejos de la gente. Dídimos cuenta con una numerosa población en cuya densidad no había reparado hasta ahora. Joder, hay un montón de personas aquí. Y todos nos miran con curiosidad. Posiblemente porque nunca me han visto en público con una mujer que no sea mi hermana, y puesto que no me escupes, ni me abofeteas, ni me insultas, saben que no eres Ryssa.
—Ni soy rubia ni soy de Dídimos.
—Exacto. ¿Cómo sabes que Ryssa es rubia?
—De la misma forma que sé que tú lo eres.
—Yo no te he dicho que Ryssa sea rubia.
—Lo habrán hecho otros.
—Ah… ¡Galen! —gritó de repente Estigio, sobresaltándola y haciéndole saber que acababan de entrar en los barracones del ejército—. ¿Puedo usar tus aposentos?
—Por supuesto. Buenos días, señora.
—Saludos, maese Galen. —Intentó localizarlo para charlar más con él, pero Estigio no se detuvo.
—Muchacho, tápale los oídos a la dama —dijo Galen, que añadió—: ¡Asegúrate de cambiar las sábanas cuando te vayas!
—Ja, ja, ja —replicó Estigio con sarcasmo—. Qué gracioso eres. Ya te mataré después.
Estigio la llevó por fin a una estancia cuya puerta cerró para dejar fuera a Dynatos, que comenzó a ladrar y a arañar la puerta con insistencia.
Estigio gruñó por lo bajo antes de abrir para que el animal pasara.
—Muy bien. Estamos solos… salvo por el perro.
—¿Completamente solos?
—Salvo por el perro —repitió.
—Bien —replicó ella, tras lo cual le asestó un puñetazo en el estómago.
—¡Ay! No me has dicho que debía coger las armas.
—Tal vez debieras coger el hoplon.
—¿Por qué?
—¿Tú qué crees, príncipe Estigio? —le preguntó, pronunciando su nombre con retintín.
Lo escuchó soltar un suspiro irritado.
—No debería haberte mentido al respecto. Pero el día que nos conocimos no quería asustarte. Si te hubiera dicho quién era en realidad, no habrías querido hablar conmigo.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó ella a la defensiva.
—Porque nadie lo hace.
El dolor de su respuesta, pronunciada con un hilo de voz, la desarmó por completo. Pero aunque la verdad la entristeciera, la opinión que tenía de ella la enfurecía.
—No confías mucho en mí, ¿verdad?
—¿Tú qué crees? —masculló él—. ¿Acaso me equivoco? Mírame a los ojos y dime…
Ella volvió la cabeza con expresión airada.
—Lo siento —se disculpó Estigio.
Bethany extendió los brazos para abrazarlo con fuerza.
—Te odio.
—Como la mayoría de la gente.
—Pues yo no soy así.
—Acabas de decirme que me odias.
—Pues sí, pero es distinto.
Estigio suspiró junto a su oreja.
—A ver, que no me aclaro. Cambias tan pronto de opinión que me tienes desconcertado.
Ella lo besó, tras lo cual lo instó a darse media vuelta para darle un guantazo en el culo.
—¡Ay! —exclamó Estigio, alejándose de ella—. No hay quien te entienda.
—No me entiendo ni yo. Te odio muchísimo, pero me has destrozado el corazón.
—Yo no te he abandonado —le recordó él con voz trémula, provocándole un nudo en la garganta.
—No sabía qué hacer, Estigio. Descubrí quién eras y me dejé llevar por el pánico.
—Podrías haberlo hablado conmigo. Preferiblemente sin pegarme.
—Te lo merecías.
—Te prometo que ya he sufrido suficientes palizas en tu ausencia.
Bethany se estremeció al recordar el aspecto ensangrentado y magullado de su cuerpo cuando lo descubrió en la celda.
Aunque en ese momento no podía verlo, se cubrió los ojos con las manos, abrumada por la frustración, la ira, la confusión y el amor.
—Me he imaginado este encuentro un millón de veces. Me he visto cayendo rendida en tus brazos y besándote y después atravesándote con una espada por no haberme dicho quién eras en realidad. Y ahora las emociones me abruman. No sé qué pensar, y debería saberlo, pero no lo sé, y eso me irrita. Pero no te odio, Estigio. Jamás podría odiarte.
Estigio la estrechó contra su cuerpo y la besó en la frente, asaltado también por un cúmulo de fieras emociones. La más abrumadora de todas y la única que no podía reprimir era el inmenso amor que sentía por ella.
Entregaría la vida por Bethany.
Estaba inmensamente agradecido por haberla visto de nuevo.
—Beth, yo también quiero seguir enfadado contigo. No sabes hasta qué punto me gustaría seguir enfadado. Eres lo único que he querido en la vida. Lo único que he deseado de verdad. Y me abandonaste sin darme un solo motivo. Te fuiste un día, sin más. Y cuando te marchaste, me arrojaste a la fosa más oscura del Tártaro, sin saber qué había hecho para merecerlo. —Apretó los dientes, abatido por el dolor—. Tus padres te quieren, Bethany. Aunque tu madre te saque de quicio y tus primos te irriten, tu padre vive para verte reír. Tu madre mataría a cualquiera que te amenazara. Yo desconozco lo que es eso. Jamás lo he experimentado. —Soltó una amarga carcajada al pensar en la realidad de su existencia—. ¡Por todos los dioses! Jamás me como la comida caliente porque antes de tomar nada necesito que alguien la pruebe y debo esperar hasta ver si muere envenenado o enferma. Debo inspeccionar la cama todas las noches en busca de algún veneno o de algún animal peligroso. Mi familia es capaz de envenenarme de la misma manera que lo haría alguien ajeno a ella. Mi padre entró de repente una noche y me cortó en el brazo. Mi propia madre y mi hermana me fulminaban con la mirada cada vez que estaba en su presencia. En cuanto a mi tío…
—¿Por qué?
—No importa.
Vivía en un mundo plagado de pesadillas y de torturas. Un mundo que no podía pedirle que compartiera. De hecho, se había acostumbrado a vivir en él a solas. No le convenía estar preocupado por su bienestar ni tampoco por la posibilidad de que huyera de nuevo, abandonándolo otra vez sin motivo alguno.
Ya había tenido suficiente. Solo quería estar tranquilo. Alejarse de todos aquellos que querían hacerle daño.
—¿Sabes lo que te digo, Beth? Vuelve con tu familia. No puedo permitirme seguir sufriendo. Ya estoy harto. Estoy cansado de abrirme a la gente para que me desprecie. Salvo por el detalle de no decirte que soy un príncipe, en lo demás fui totalmente sincero contigo. Te abrí mi corazón y mi alma como jamás se los había abierto a ninguna otra persona. Y lo que hiciste fue arrancarme el corazón y tirármelo a la cara. Si algo he aprendido durante este último año es lo poco que importo. Carezco de valor para los demás. Incluso para mí mismo. —Se volvió para marcharse, pero el pestillo de la puerta se había atascado. Gruñó y le asestó una patada.
—Estigio… —Bethany lo abrazó por la cintura y se apoyó en su espalda—. Mi intención no era la de hacerte daño.
—Ay, Beth… —susurró él con un deje angustiado—. No me hiciste daño. Me abriste en canal. En el peor momento de mi vida. Cuando más te necesitaba.
—Lo sé, akribos. No merezco tu perdón. No sé si yo me perdonaría de estar en tu lugar. Pero te he echado mucho de menos y quiero recuperarte. Necesito que formes parte de mi vida.
A Estigio se le llenaron los ojos de lágrimas, consciente de que su voluntad flaqueaba.
—Te dije desde el principio que debías tener cuidado con mi inexperto corazón. Y que en lo referente a ti siempre sería un tonto.
—Entonces ¿me perdonas?
Estigio cogió una de sus manos, que aún seguían en torno a su cintura, y se la llevó a los labios.
—No lo sé. Ahora mismo estoy hecho un lío. Es peor que cuando regresé de la guerra. No puedo comer. No puedo dormir. Tengo continuas pesadillas que parecen tan reales que no sé si estoy despierto o si tengo alucinaciones. Sufro paranoias con la gente que me rodea. He llegado a un punto en el que no solo cierro la puerta de mi dormitorio por la noche, también la atranco con algún mueble y ni siquiera así me siento seguro.
Bethany se estremeció por el daño que le habían hecho.
«Todo es culpa mía», se recriminó.
—Estigio, si me perdonas, te prometo que jamás, jamás te haré daño de nuevo. Por favor. Te suplico otra oportunidad. —Hizo ademán de arrodillarse.
—No… —Estigio se volvió para mirarla y la estrechó contra su pecho—. ¡Ni se te ocurra! No quiero que supliques. Quiero tu fuego, Beth. Es lo que me mantiene caliente.
—Pues de ahora en adelante, siempre te mantendré caliente y a salvo.
Estigio se tensó justo antes de besarla.
Nada más saborear sus labios, Bethany se derritió. Y después soltó un chillido al sentir que le levantaba el quitón y le acariciaba la piel desnuda.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Galen nos ha dado permiso. Aunque sea un príncipe, sé cómo cambiar las sábanas.
Bethany se echó a reír y, sin decir una palabra, dejó que la llevara hasta la cama y la dejara sobre el colchón. Sin embargo, dejó de reírse en cuando Estigio le separó las piernas y comenzó a acariciarla con la boca, presa de una pasión descarnada. Arqueó la espalda mientras separaba más los muslos para facilitarle el acceso. Tras morderse el labio, extendió las manos para enterrarlas en su pelo y se percató de que se lo había cortado tanto que parecía tan calvo como Galen. Lo llevaba aún más corto que cuando luchaba en la guerra. Le habría preguntado el motivo, pero no quería interrumpir las delicias que estaba haciéndole con la lengua. Algo que había echado terriblemente de menos.
Estigio gimió al degustar el maravilloso sabor de Bethany. Aunque siempre había sido consciente de que la deseaba, hasta ese momento no se había percatado de la magnitud de dicho deseo. Ansiaba rodearla con todo el cuerpo y no separarse de ella jamás. Si pudiera, pasaría el resto de su vida tal cual estaban en ese instante.
Cuando Beth se corrió poco después, sonrió y siguió torturándola a lametones hasta que le suplicó que parara. Sólo entonces se incorporó, se colocó sobre ella y la penetró.
Beth lo besó con pasión y después frunció el ceño.
—Sigues vestido.
—No podía esperar más.
Ella se echó a reír y lo despojó de la clámide y del quitón.
—Los dos llevamos las sandalias puestas… —dijo Estigio, si bien acabó jadeando cuando Beth levantó las caderas para quitarse las sandalias, una postura que hizo que se hundiera hasta el fondo en ella—. Creo que me habías ocultado ciertos talentos.
Ella le mordisqueó una oreja.
—No llego para descalzarte a ti.
—¿De verdad quieres que me aparte para quitármelas?
—No.
Estigio se incorporó sobre los codos para mirarla mientras comenzaba a mover las caderas. Las manos de Beth empezaron a recorrer su cuerpo, provocándole un millar de escalofríos a su paso.
Se mordió el labio inferior y rodó con ella, asegurándose de que seguía en su interior en todo momento mientras la colocaba a horcajadas sobre sus caderas. Acto seguido, extendió las manos, le quitó los broches que cerraban el quitón y la desnudó. Se le hizo la boca agua nada más verla. Capturó sus pechos con las manos, pero en cuanto Beth comenzó a moverse sobre él, lo asaltaron las pesadillas y el placer desapareció.
De repente, era incapaz de respirar. El pánico se adueñó de él.
—¿Estigio? —Bethany frunció el ceño al ver que se apartaba de ella y le daba la espalda en el colchón—. Amor mío, ¿qué te pasa?
Estaba temblando de forma incontrolada.
Le rozó el brazo con una mano.
—¡No me toques! —masculló él al tiempo que se alejaba aún más.
Al comprender lo que sucedía, Bethany sintió que las lágrimas le anegaban los ojos. A Estigio nunca le había gustado que lo inmovilizara o lo atara mientras hacían el amor. Sólo había unas cuantas posiciones en las que era capaz de hacerlo sin que lo asaltaran las dolorosas vivencias de su pasado.
Con el corazón en un puño, se acercó a él y lo instó a colocar la cabeza en su regazo.
—¿Qué te has hecho en el pelo, cariño?
Lo escuchó tragar saliva antes de que contestara:
—Me he cansado de que la gente lo use para controlarme y hacerme daño. —Cerró los ojos y permitió que ella lo levantara para estrecharlo contra su cuerpo desnudo—. Lo siento, Beth. Ya te he dicho que no soy el mismo de antes.
Ella lo besó en una mejilla.
—No pasa nada. Para mí siempre serás perfecto.
Esas palabras se le clavaron en el corazón.
—Beth, me han destrozado. No sé si alguna vez podré recuperarme.
—No estás destrozado. Estás herido y las heridas pueden sanar. —Le acarició la mejilla, tras lo cual se la besó con ternura—. El corazón más hermoso de todos es aquel capaz de amar aunque sangre, y más aún si está roto en mil pedazos. Eres el hombre más valiente que he conocido en la vida.
En ese momento, Estigio se alegró de que Beth lo hubiera abandonado cuando lo hizo. De no ser así, habría acabado estando con el impostor. Semejante golpe no habría podido superarlo jamás. Saber que otro hombre había estado con ella así…
Tal vez los dioses le hubieran concedido una pequeña merced después de todo. Mientras lo abrumaban la agonía y la humillación sufridas durante el último año, sintió que se le escapaban unas ardientes lágrimas.
Beth se las enjugó con los labios.
—Lo siento mucho.
—No tienes por qué disculparte, Estigio. Eres más fuerte que cualquier persona que conozco.
Sin embargo, él no se sentía así. Se sentía vapuleado y maltrecho. Un caparazón de lo que había sido. Una sensación que se acrecentó al sentir que Beth le acariciaba las cicatrices del costado. No obstante, sus caricias lo apaciguaron.
Nadie lo quería como lo hacía su Beth. Ella lo miraba sin ningún reproche. Lo hacía reír sin burlarse de él.
Poco a poco, Beth comenzó a besarlo y fue descendiendo por su cuerpo hasta llegar a los pies. Estigio sonrió, si bien no dijo nada, cuando vio que le quitaba las sandalias. Después se acostó junto a él, pegándose a la parte delantera de su cuerpo, y le colocó una mano en la mejilla.
—Te he echado mucho de menos.
Estigio se llevó su mano a los labios y le mordisqueó los dedos.
—Siento no haberte dicho antes mi verdadero nombre. Es que estaba harto de que todo el mundo me odie por ser quien soy.
—Ese no es mi caso. Yo te quiero por ser quien eres.
Cerró los ojos, aspiró su aroma y dejó que sus caricias consolaran esa parte de sí mismo que estaba herida, que sangraba. Cuando comenzó a acariciársela, tuvo la impresión de que otra vez se sentía entero. Al cabo de un momento la tenía aún más dura que antes. Disfrutó de sus caricias y del roce de su aliento sobre la piel.
En un momento dado Beth se tumbó de espaldas y lo instó a colocarse sobre ella para que la penetrara. Estigio se lo permitió y, en esa ocasión, cuando comenzó a moverse no hubo un pasado que lo atormentara. Sólo existían ellos dos. Contempló su precioso rostro y dejó que sus manos apaciguaran las violentas emociones que llevaba en el interior.
—Te quiero, akribos —susurró Bethany.
Esas palabras, junto con la dulzura de sus caricias, lo llevaron a la cúspide del placer. Se hundió hasta el fondo en ella y gruñó mientras llegaba al éxtasis. Después siguió sobre ella, jadeante y exhausto, pero feliz por primera vez desde hacía más de un año.
Bethany lo acunó con su cuerpo y le acarició la parte posterior de las piernas con las plantas de los pies. Estaba a punto de mordisquearle la barbilla cuando se percató de que se había quedado dormido. Frotó la frente contra su mejilla y susurró:
—Debería sentirme muy ofendida.
Si fuera cualquier otro, lo estaría. Pero en el caso de Estigio, ese era el mayor halago que podía hacerle.
Lo besó y se estremeció por lo corto que llevaba el pelo. Pero la ira que le provocaba ese detalle no iba dirigida contra él, sino contra los malnacidos que lo habían utilizado para torturarlo hasta el punto de que deseara cortarse sus preciosos rizos.
Abatida por su sufrimiento, lo abrazó y lo estrechó con fuerza.
—Estigio, te prometo que te resarciré por todo lo que has sufrido.
Cualquier promesa que pronunciara era un vínculo eterno. Si la incumplía, significaría la muerte para ella.