20 de enero de 9527 a. C.

—Esto no fue lo que acordamos —susurró Bethany mientras miraba furiosa a Apolo y contemplaba sus exigencias para absolver a Estigio.

El dios olímpico estaba sentado en su trono, con expresión burlona.

Bethany ansiaba darle un puñetazo en la cara para bajarle los humos.

«¡Eres un cabronazo!».

Las lágrimas le provocaron un nudo en la garganta mientras observaba a Estigio, que caminaba desnudo por el pasillo central del templo de Apolo en Dídimos… precisamente el día en el que todos los ciudadanos libres estaban obligados a hacerle ofrendas a Apolo, el patrón de la ciudad. El templo rebosaba de personas atónitas y avergonzadas de ver a su príncipe desnudo, en cuyo cuerpo aún se atisbaba el daño que le habían infligido en la Atlántida.

Tenía cortes, moratones y cicatrices por todos lados.

Adiós a la idea de ocultarle lo sucedido a su padre. El rey se encontraba al lado de Apolo, y contemplaba a su hijo con semblante recriminatorio. Ryssa también estaba presente y sonreía, encantada con la humillación pública que sufría su hermano.

—¿Tienes algo que decirme, príncipe Estigio? —preguntó Apolo con voz estentórea, asegurándose de que todos sus fieles se enteraran de la identidad del penitente.

Estigio se arrodilló en el frío suelo frente al trono de Apolo con una dignidad que asombró a Bethany.

—He venido a pediros perdón por las ofensas que haya podido causaros.

Apolo resopló.

—No pareces estar muy arrepentido. Creo que necesitas repetir lo que has dicho, pero en voz más alta. E intenta parecer sincero.

La gente que contemplaba la escena comenzaba a cuchichear y a especular sobre las huellas de manos, heridas, cicatrices y moratones que cubrían el cuerpo de su príncipe. Sobre todo en el enorme emblema solar de Apolo que el dios le había marcado a fuego en la espalda. Algunos se reían abiertamente, pensando que ese era el motivo de la ira del dios.

Semejante actitud resultaba nauseabunda para Beth.

Y en ese momento se percató… Estigio se estremecía al escuchar las risas y el escarnio de los que estaba siendo objeto. Le temblaba el mentón como si estuviera rememorando los horrores que había sufrido en la Atlántida. Sin embargo, de alguna manera logró reprimir las emociones y repitió la disculpa.

—He venido a pediros perdón por las ofensas que haya podido causaros.

Apolo suspiró.

—Tu tono de voz no me resulta apropiado. La verdad es que parece más una insolencia que una disculpa.

—Señor —terció el rey, que se adelantó un poco—. ¿Puedo preguntar qué ofensa ha cometido?

—Soberbia.

El rey fulminó a Estigio con la mirada, como si quisiera matarlo con sus propias manos.

Sin el menor atisbo de compasión en su rostro, Ryssa dijo:

—Padre, una ofensa tan grave merece que lo azoten en público. Un príncipe está por debajo de un dios. Que Estigio sea el ejemplo para que los demás aprendan que no se debe ofender a la verdadera divinidad.

Estigio comenzó a respirar con dificultad, pero no dijo nada en su defensa. No podía. Una sola palabra y rompería el acuerdo, de forma que seguiría siendo propiedad de Apolo.

El rey le hizo un gesto a su guardia, que se acercó para apresar a Estigio mientras Apolo sonreía, satisfecho.

Jerjes puso cara de asco.

—Cien latigazos. Si se desmaya, reanimadlo.

Bethany montó en cólera por la severidad del castigo, cruel e inmerecido.

«Si quieres guerra, cerdo, la vas a tener…».

Tras adoptar la apariencia de Atenea, se acercó a la guardia del rey e impidió que apresaran a Estigio. La multitud jadeó al unísono nada más verla.

—Hermano, ¿has dicho soberbia? —le preguntó a Apolo al tiempo que lo fulminaba con la mirada—. Por favor, explícanos la naturaleza de los actos del príncipe. Permítenos saber de qué modo te ha ofendido.

Sus palabras lograron borrarle al dios olímpico la expresión ufana de la cara.

—Se ha enfrentado a un dios. Su arrogancia y su orgullo son una afrenta para todos nosotros.

Bethany enarcó una ceja.

—¿Que se ha enfrentado a un dios? Dime, si eres tan amable, cuándo sucedió.

La mirada de Apolo se tornó letal.

—Ah, sí, ya lo recuerdo… —siguió Bethany—. Cuando se atrevió a matar a tu nieto atlante durante la batalla. ¿No es cierto, hermano? Estoy segura de que recuerdas ese día tan bien como lo recuerdo yo. Los atlantes, liderados por tus descendientes hasta nuestras costas, masacraban a nuestro pueblo y la sangre griega teñía las playas de rojo. El asalto era tan feroz que incluso los regimientos más veteranos huían acobardados de las tropas atlantes. Hasta los nobles y valientes dorios se retiraron, presas del miedo. No así el príncipe Estigio, que cabalgó como un león y saltó de su caballo para salvar la vida de un escudero muy joven que estaba a punto de morir a manos de uno de los gigantes atlantes. —Bethany paseó la mirada por la gente congregada en el templo, que a esas alturas estaba enmudecida—. Mostrando una total falta de aprecio por su vida y por la posibilidad de que lo mutilaran, el príncipe cogió al muchacho y tras subirlo a su caballo le ordenó que se marchara y se pusiera a salvo. Pasó el resto del día luchando a pie. No como un príncipe o un dios, sino como un simple héroe griego. —Se volvió hacia Apolo—. Sus actos enfurecieron tanto a los dioses atlantes que concentraron toda su furia sobre él. Sin embargo, el príncipe siguió luchando por los suyos, herido, ensangrentado y cansado. Jamás retrocedió ni huyó. Ni siquiera cuando tu propio nieto estuvo a punto de atravesarle el cráneo con su hacha. En cambio, golpeó tan fuerte su hoplon que lo partió. Mientras Xan lo inmovilizaba, el príncipe, que apenas era un niño, logró apuñalarlo en las costillas. Pero ahora que lo pienso, es posible que no lo recuerdes porque no estabas allí. Claro, aquella noche…

—¡Ya basta! —rugió Apolo, con la cara enrojecida por la furia. Apartó a Estigio de una patada mientras soltaba un alarido—. ¡Lleváoslo donde no pueda verlo!

Bethany se acercó a Estigio. Tras quitarse el himatión, lo envolvió con él y después se dio media vuelta para mirar a Apolo.

—Hermano, no has contestado a mi pregunta. ¿Perdonas al príncipe Estigio por haber salvado la vida de miles de griegos y por haber echado a los atlantes de nuestras costas o tienes la intención de seguir castigándolo por semejante muestra de soberbia contra ti? ¿Lo liberas, por fin, de tu esclavitud?

—Es libre. Y ahora ¡llévatelo de aquí!

Bethany ayudó a Estigio a ponerse en pie.

—Gracias, señora —susurró Estigio con los ojos resplandecientes por las lágrimas.

Ella asintió con la cabeza y dejó que Galen lo apartara de sus manos y lo acompañara al exterior del templo.

Mientras caminaban entre la multitud, el pueblo de Dídimos se arrodilló al paso de su príncipe.

La sonrisa de Bethany se congeló en sus labios al mirar a Apolo y ver su expresión furibunda. El dios no permitiría que el enfrentamiento acabara así. El único problema era que desconocía que era Bet’anya quien lo había puesto en ridículo…

«Mierda», pensó. «Atenea va a matarme por suplantarla».

Pero ya se encargaría de eso después. Tras mirar al cabrón de Apolo con los ojos entrecerrados, se dio media vuelta para marcharse. Al llegar a la puerta del templo se topó con un anciano que despertó su curiosidad. De repente, lo reconoció.

Era Atenea.

«La he cagado».

La diosa olímpica la siguió hasta el exterior.

Preparándose para la batalla, Bethany se volvió para mirarla.

Atenea le tendió una mano y sonrió.

—No sabes cuántas veces he deseado cantarle las cuarenta a mi hermano en público. Gracias por la diversión.

Bethany se echó a reír y aceptó su mano.

—Creía que ibas a estrangularme por haberme atrevido a hacerlo.

—Por esto no. Pero ni se te ocurra pensar que somos amigas.

—Lo sé. Pero soy una diosa de la justicia, y aunque no tengo el menor problema en despedazar a quien lo merezca, no soporto ver que torturan a alguien de forma injusta, aunque sea griego.

Atenea asintió con la cabeza.

—¿Me devuelves mi cuerpo? Sin ánimo de ofender, este anciano no me sienta bien.

Bethany adoptó su verdadera forma.

—Ahora sé por qué elegiste a Estigio como tu campeón, Atenea. Sabia elección.

—La tuya es todavía mejor.

—¿En qué sentido?

Atenea adoptó su forma divina.

—Aunque luche llevando mi emblema, el príncipe sólo entregaría su vida por ti.

—¡Fuera de aquí!

Galen titubeó al escuchar la colérica orden del rey.

—No pasa nada —lo tranquilizó Estigio, aunque él albergaba las mismas dudas que su antiguo instructor.

Tras inclinar la cabeza en señal de respeto, Galen lo dejó a solas con su padre.

Mientras su padre se acercaba, Estigio se incorporó en la cama aunque le dolía todo el cuerpo.

El rey le quitó las mantas de un tirón, exponiendo su desnudez.

—Esto no lo ha hecho una puta. ¿Qué te ha pasado?

Antes de que pudiera urdir una mentira, su padre siseó al percatarse de la marca más cruel de todas y lo aferró con brusquedad para examinarla.

La ira relampagueaba en sus ojos, de tal forma que Estigio pensó tontamente que se debía a la indignación que sentía por lo que le habían hecho.

—¿Crees que es bonito o gracioso? —rugió el rey—. ¡Por todos los dioses, eres un príncipe! —Le cruzó la cara de un bofetón—. No sé qué tipo de juegos pervertidos te divierten, muchacho, pero como vuelvas a avergonzarme en público como has hecho hoy y aunque el ejército te respalde, me encargaré de que te vendan como el tsoulus que esa marca que llevas con tanto orgullo proclama que eres. ¿Entendido?

Estigio apenas fue capaz de contestar debido a los recuerdos. Escuchó el clamor de las voces que pedían su humillación y su castigo.

«¡Es un puto griego, si lleva hasta la marca!».

«¿Príncipe? Y una mierda, eres un despojo inservible. No mereces ni la marca que llevas».

«¿Todos los héroes griegos son tan patéticos como tú?».

Durante todo el tiempo que había pasado en la Atlántida, sometido a las más crueles torturas, solo había deseado volver a casa. «Para esto…», pensó.

Su padre lo abofeteó de nuevo y lo agarró del pelo para obligarlo a enfrentar su furibunda mirada.

—¿Entendido? —repitió.

Estigio asintió con la cabeza.

Jerjes puso cara de asco mientras le daba un fuerte tirón de pelo que bien podría haberle arrancado algún mechón.

—No sé lo que hiciste para molestar a Apolo, pero será mejor que lo arregles aunque para hacerlo tengas que lamerle el culo y chupársela durante el resto de tu putrefacta vida. Te pida lo que te pida, espero que te arrodilles ante él y lo obedezcas con una sonrisa en los labios mientras le agradeces el honor que te ha concedido. —El rey le escupió en la cara y salió hecho una furia de sus aposentos.

Aterido de frío, Estigio se limpió el escupitajo y se encogió en la cama mientras su mente rememoraba los horrores que había vivido durante el último año. Lo más doloroso de todo era la certeza de que a su padre le parecía estupendo que se prostituyera para Apolo.

Mientras el dios olímpico estuviera feliz y contento, ¿qué importaba lo que su hijo opinara al respecto?

—¿Estigio?

Fue incapaz de contestar a Galen. Solo quería huir a un lugar seguro y cálido. A algún lugar donde nadie lo odiara.

Pero lo que más deseaba era recuperar a su Bethany. Solo ella era capaz de ayudarlo a olvidar el odio con el que vivía.

—¿Te encuentras bien?

No. Jamás se había encontrado bien. Por eso nadie lo quería. Por eso Bethany lo había abandonado, dejándolo sumido en su pesadilla. Solo.

Sintió que Galen le limpiaba la sangre de la cara y que después lo arropaba.

Se mantuvo ajeno a todo, escondido en ese rincón de su interior que había descubierto en la Atlántida, donde las voces de su cabeza le gritaban con fuerza y el dolor que sufría le provocaba un retorcido consuelo.

Galen le apartó el pelo de la frente. Qué raro que las únicas muestras de cariño que recibía procedieran de un guerrero curtido y reconocido por su ferocidad en la batalla.

Clavó la mirada en el xiphos que Galen llevaba al cincho. Una espada que Galen odiaba empuñar.

—Deberías regresar con tu Antígona.

Galen lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo?

Estigio parpadeó despacio.

—Las familias deben estar unidas —susurró—. Siempre. Nada debe separarlas. Y no deberías perder el tiempo conmigo cuando ella es mucho más importante para ti.

—Tú también formas parte de mi familia, hijo. Y eres tan importante para mí como lo son ellos. Además, tú me necesitas ahora. Antígona lo entiende y te envía su amor.

La bondad de Galen logró sacarlo del capullo que lo protegía, de modo que se derrumbó y se echó a llorar, asaltado por el dolor.

Galen lo abrazó y lo estrechó con fuerza mientras lloraba hasta que no le quedaron más lágrimas.

Agotado, se apartó de su antiguo instructor.

—Lo siento.

—Ni se te ocurra disculparte por ser humano, Estigio. Jamás he luchado en una guerra tras la cual no haya llorado en brazos de mi Antígona por todos los horrores que contemplé. Y cuando me quedaba solo, seguía llorando. —Enjugó las lágrimas de Estigio—. Eres un hombre fuerte. Sabes muy bien lo que es bajar al Tártaro. Y no conozco a una sola persona que no se hubiera derrumbado después de sufrir lo que has sufrido hoy. Ha sido cruel, injustificado e inmerecido.

—A lo mejor lo merecía. He debido de cometer alguna falta horrenda para que los dioses me aborrezcan tanto.

—¡Tonterías! —exclamó Galen—. A mí también me sacas de mis casillas a veces y si yo puedo aguantarte, también pueden aguantarte ellos. —Le dio un beso paternal en la frente—. Descansa mientras yo te traigo algo para comer antes de que te consumas. Estás tan delgado que un soplo de Eolo bastaría para llevarte volando. —Le dio unas palmaditas en un brazo, tras lo cual se levantó y se fue.

La sonrisa de Estigio se esfumó en cuanto vio a Apolo en un rincón de la estancia.

—¿Qué quieres?

Apolo puso cara de asco.

—Ya estamos con ese tonito otra vez… después de todo este tiempo, sigues sin aprender que debes mostrarte humilde delante de un dios.

Se debía a que no soportaba a ese cerdo asqueroso.

—Ya no te pertenezco. Me has liberado.

Apolo soltó una carcajada y usó sus poderes para trasladarse junto a la cama de Estigio. Tras agarrarlo por el pelo, tiró de él y lo estrechó contra su cuerpo.

—Tienes razón. Ya no me perteneces. Pero nadie ha dicho que no pueda follarte ni joderte vivo. De hecho, tu padre me ha pedido que le haga saber si alguna vez vuelves a disgustarme.